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11 marzo 2020

Los caballos que nos salvaron del “ángel estrangulador”

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En tiempos se la conocía con el macabro nombre de “el ángel estrangulador de los niños”. Por entonces, la difteria se cobraba cientos de miles de vidas al año, sin que existiera tratamiento contra esta enfermedad bacteriana que cerraba las vías respiratorias con una masa de tejido muerto; hasta que el médico alemán Emil von Behring y sus colaboradores dieron con una cura. Pero en esta historia hubo otros protagonistas no humanos: los caballos. E incluso hoy, junto con los antibióticos, la antitoxina producida en estos animales continúa siendo el tratamiento estándar de la difteria, un método tradicional que quizá pronto pueda abandonarse gracias al progreso de la biotecnología.

Retrato de Emil von Behring. Fuente: Wikimedia

Emil von Behring (15 de marzo de 1854 – 31 de marzo de 1917) llegó a la difteria siguiendo el camino abierto por el pionero de la medicina antiséptica, Joseph Lister. El alemán comenzó su carrera experimentando con sustancias antisépticas, pero en el instituto del famoso bacteriólogo Robert Koch le surgió la oportunidad de dedicarse a la que entonces parecía la vía más prometedora en la lucha contra las infecciones: neutralizar las toxinas bacterianas.

En 1888 el francés Émile Roux y su ayudante, el suizo Alexandre Yersin, aislaban en el Instituto Pasteur de París la toxina del bacilo de la difteria (Corynebacterium diphtheriae), responsable en parte de los efectos letales de la enfermedad. El hallazgo llevó a la creencia de que las toxinas estaban involucradas en todas las infecciones bacterianas. No era cierto, pero sí ocurría en el caso de la difteria y el tétanos. Y para estos casos, Behring y el japonés Shibasaburo Kitasato lograron en 1890 inyectar la toxina a animales de laboratorio y obtener de ellos un suero que prevenía y curaba la enfermedad en otros animales.

Antitoxinas para el tétanos

Behring llamó a este suero curativo “antitoxina”, y propuso correctamente que era un producto de la inmunización activa del animal por la toxina, que al inyectarse en otro animal lo protegía de la enfermedad por inmunidad pasiva. En 1891, el colaborador y después rival de Behring, Paul Ehrlich, utilizó por primera vez el nombre por el que hoy conocemos a los elementos presentes en esos antisueros: anticuerpos. 

Corynebacterium diphtheriae. Fuente: Wikimedia

Según explica a OpenMind el historiador de la bacteriología y la inmunología Derek Linton, autor de la premiada biografía Emil von Behring: Infectious Disease, Immunology, Serum Therapy (APS, 2005), “Behring y Kitasato descubrieron antitoxinas para la difteria y el tétanos simultáneamente, trabajando en laboratorios contiguos”. Sin embargo, el japonés pronto derivó al estudio de la tuberculosis, y “quedó para Behring y sus ayudantes, sobre todo Erich Wernicke, progresar en este importante descubrimiento y ofrecer una prueba de concepto de que las antitoxinas del tétanos y la difteria podían usarse para curar a los humanos”.

Empleando cobayas, conejos y ovejas para producir el suero, a mediados de 1892 Behring obtuvo los primeros éxitos con el tétanos en humanos. La difteria tardaría algo más; aunque circula una historia según la cual Behring habría curado por primera vez a una niña con su suero el día de Navidad de 1891, según Linton esto nunca sucedió. En realidad, los primeros ensayos clínicos con la antitoxina de la difteria comenzaron con unos pocos niños a finales de 1892, pero no fue hasta dos años después cuando se obtuvieron resultados positivos en un grupo mayor, utilizando un suero producido por Ehrlich en cabras. 

Durante estos ensayos, se curaron 168 de los 220 niños tratados; el 23,6% de mortalidad resultante era menos de la mitad de lo habitual en los casos de difteria. En especial, el suero prometía una salvación casi segura si se administraba en los dos primeros días de la enfermedad. En agosto de 1894, la compañía Hoechst, a través de un contrato con Behring y Ehrlich, lanzó la comercialización del nuevo remedio, de eficacia tan espectacular que en 1901 le valdría a Behring el primer Premio Nobel de Fisiología o Medicina. “Behring fue también el primero en detectar y describir reacciones inmunes negativas a las antitoxinas generadas en animales, sobre todo la hipersensibilidad, un término que él acuñó”, añade Linton.

Los salvadores contra la lacra de la difteria

Tanto el grupo de los alemanes como sus competidores en el Instituto Pasteur y otros lugares comenzaron a producir sus sueros en caballos, animales que permitían obtener fácilmente mayores cantidades de antitoxina que las ovejas o las cabras. Los establos para la fabricación de antisueros comenzaron a extenderse rápidamente, y no solo en el viejo continente: ya en el verano de 1894 el bacteriólogo jefe del Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, Hermann Biggs, pudo observar por sí mismo cómo estos laboratorios proliferaban por Europa, y de inmediato importó la técnica. Antes de que terminara el año, 13 caballos ya producían antitoxina diftérica en el Colegio de Cirujanos Veterinarios, en pleno Manhattan.

Un caballo que se usaba para producir antitoxina de la difteria. Fuente: Wikimedia

En los años posteriores, los caballos de la antitoxina se volvieron enormemente populares entre el público como los salvadores contra la lacra de la difteria. En Nueva York, Biggs enseñaba los limpios establos de los animales, explicando que se les trataba como a pacientes de un hospital, que generalmente no sufrían el menor daño con la inoculación, y que se les mantenía bien cuidados y alimentados. 

No faltaron los fracasos: en 1901, 13 niños fallecieron en San Luis (Misuri) al recibir suero de un caballo llamado Jim que estaba enfermo de tétanos. La tragedia motivó en EEUU la primera regulación de productos biológicos que llevaría después a la creación de la Food and Drug Administration (FDA).

Botella de remedio contra la difteria de Behring, Alemania, 1914-1918. Fuente: Wellcome Images

El pasado enero, un estudio describía la obtención por tecnologías genéticas de anticuerpos capaces de neutralizar la toxina diftérica, un proyecto financiado por un consorcio de la organización de bienestar animal PETA. Y hay al menos otro grupo de investigación que persigue el mismo objetivo, producir antitoxina sin caballos. Por fortuna y gracias a la vacunación, hoy la difteria ya no suele ser una amenaza. Pero este avance tiene también una contrapartida: las perspectivas de que se financien los ensayos clínicos necesarios y de que una compañía apueste por estos productos no son demasiado halagüeñas, tratándose de una enfermedad ya casi olvidada. Y sin embargo, cerrar por fin este capítulo de la historia de la medicina parece una obligación hacia los héroes cuadrúpedos que durante más de un siglo nos mantuvieron a salvo del “ángel estrangulador”. 

Javier Yanes

@yanes68

 

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