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04 abril 2024

La huella de los excrementos en la salud del planeta

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Antes de que aparecieran los humanos modernos, nuestro planeta estaba repleto de gigantes: millones de ballenas recorrían los mares, mientras que la megafauna, como mamuts, mastodontes y perezosos del tamaño de elefantes, dominaba la tierra, recorriendo grandes distancias y consumiendo ingentes cantidades de alimentos. Y defecaban mucho. Todos esos excrementos ricos en nutrientes alimentaban una cinta transportadora global de nutrientes que fertilizaba la biosfera desde las profundidades del océano hasta las cimas de las montañas. Pero la mayor parte de la megafauna se extinguió al final de la última Edad de Hielo (en parte por nuestra culpa), seguida más recientemente por siglos de caza de ballenas, y la continua extinción del mundo natural. Según un estudio publicado en la revista PNAS, esta antaño poderosa bomba de reciclaje de nutrientes, impulsada por los animales, funciona ahora a solo el 6% de su antigua capacidad, privando de nutrientes vitales a ecosistemas como la selva amazónica.

Los animales salvajes, sistema circulatorio del planeta

El biólogo Joe Roman, autor del nuevo libro Eat, Poop, Die: how animals make our world (que, en su traducción textual, sería Comer, cagar, morir: cómo los animales hacen nuestro mundo) sugiere que deberíamos pensar en los animales salvajes como el sistema circulatorio del planeta, transportando nutrientes del mismo modo que lo hace nuestra sangre. Y escribe: “Y del mismo modo que una mala circulación puede provocar la pérdida de un miembro, la disminución de las poblaciones animales y la migración pueden cortar el suministro de nutrientes a algunos de los hábitats más ricos del mundo, haciéndolos menos productivos y más vulnerables al cambio climático”.

Según un estudio en la revista PNAS, la poderosa bomba de reciclaje de nutrientes impulsada por la antigua megafauna funciona ahora a solo el 6% de su antigua capacidad, privando de nutrientes vitales a ecosistemas como la selva amazónica. Crédito: ugurhan/Getty Images.

En el mundo actual, en el que la megafauna ha desaparecido en gran medida y la vida salvaje está en franco declive, el ganado domesticado, como las vacas y los cerdos, junto con los seres humanos, constituyen la friolera del 96% de la biomasa de mamíferos. Pero los nutrientes presentes en los excrementos que producimos nosotros y nuestros animales, así como en los abonos químicos que aplicamos a nuestros campos, no se devuelven a los ecosistemas naturales. En cambio, el nitrógeno y el fósforo de las aguas residuales y la escorrentía agrícola acaban en lagos y océanos, desencadenando floraciones de algas nocivas que agotan el oxígeno y matan peces a gran escala. Pero, mientras los humanos no han aprendido a reciclar los nutrientes, la naturaleza lleva millones de años haciéndolo con eficacia, gracias en parte a las criaturas más grandes de la Tierra.

La bomba de las ballenas

Algunos científicos lo llaman la “bomba de las ballenas”, otros el “bucle de excrementos”, pero, se llame como se llame, es el sistema por el cual las deyecciones de las ballenas ayudan a regular el clima y el flujo de nutrientes en el océano. Como explica Joe Roman en una entrevista, las ballenas influyen en los ecosistemas marinos “buceando, alimentándose y tomando los nutrientes de las profundidades oceánicas, saliendo a la superficie y liberando estas plumas fecales”. Las ballenas suelen hacer sus necesidades cerca de la superficie porque, como cabe imaginar, la presión de las profundidades oceánicas dificulta la defecación. 

El nitrógeno y el fósforo de las aguas residuales y la escorrentía agrícola acaban en lagos y océanos, desencadenando floraciones de algas nocivas que agotan el oxígeno y matan peces a gran escala. Crédito: lucentius/Getty Images.

Sus excrementos y orina, ricos en hierro, nitrógeno y fósforo, fertilizan el fitoplancton, que crece, realiza la fotosíntesis y produce oxígeno en el aire que respiramos, al tiempo que secuestra carbono, mitigando así el cambio climático. Al estimular el crecimiento del fitoplancton, la caca de ballena ayuda a enfriar el planeta.

Pero los efectos van más allá. El fitoplancton fertilizado sirve de alimento a peces forrajeros como las anchoas y las sardinas, que se convierten en presas de depredadores como las aves y los mamíferos marinos, transfiriendo nutrientes de las profundidades oceánicas a la cadena alimentaria. Cuando las aves marinas regresan a tierra, sus excrementos—ricos en fósforo, nitrógeno y potasio—se acumulan en enormes cantidades alrededor de sus colonias de cría. Desde hace mucho tiempo, los seres humanos han aprovechado este recurso, conocido como guano, como un potente fertilizante.

 

Las ballenas desempeñan un papel clave en el bombeo de nutrientes de las profundidades oceánicas a través de su alimentación y defecación, lo que se traduce en más vida marina y un ecosistema más rico. Crédito: Alexis Rosenfeld/Getty Images.

Los peces anádromos, como el salmón, también ayudan a transportar nutrientes a través de la frontera entre el océano y la Tierra. Tras alimentarse en el océano, los salmones remontan los ríos para desovar, convirtiéndose en el almuerzo de animales como los osos y otros carroñeros y, en última instancia, enriqueciendo el suelo forestal. En la costa oeste de Norteamérica, los investigadores pueden estimar las migraciones históricas de salmones analizando los anillos de crecimiento de los árboles antiguos situados a lo largo de las corrientes salmoneras alejadas del océano, lo que pone de relieve el profundo vínculo existente entre los nutrientes oceánicos y la vitalidad de los bosques.

Más ballenas igual a más peces

Los países balleneros, como Japón, llevan mucho tiempo argumentando que las ballenas comen demasiados peces que los humanos valoran y que deben ser sacrificadas para salvar nuestros caladeros. Los investigadores saben ahora que las ballenas desempeñan un papel clave en el bombeo de nutrientes desde las profundidades del océano a través de su alimentación y defecación, lo que resulta en más vida marina y un ecosistema más rico. Estos nutrientes son transportados a la costa por animales como las aves marinas y el salmón, y ascienden por la cadena alimentaria hasta acabar en los excrementos de los buitres encaramados en las regiones montañosas. Cuando llueve, el nitrógeno y el fósforo contenidos en las heces se disuelven en el agua y descienden por la ladera de la montaña, llegando finalmente al océano y completando el milenario ciclo de nutrientes que sustenta la biosfera.

Los excrementos de ballena ayudan a regular el clima y el flujo de nutrientes en el océano: al impulsar el crecimiento del fitoplancton, los excrementos de ballena ayudan a enfriar el planeta. Crédito: wildestanimal/Getty Images.

Así que, si los animales son el sistema circulatorio del planeta, transportando y reciclando nutrientes, entonces la “bomba de la ballena” debe ser el corazón, proporcionando el impulso que inicia el ciclo. Y el corazón es también la encarnación del amor. Pero aunque el amor haga girar el mundo, como tantas canciones nos han dicho, resulta que lo que hace girar el mundo natural son los excrementos.

Neil Larsen

Crédito imagen principal: Chris Loeffler/Getty Images

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