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24 mayo 2022

Grandes animales salvajes contra el cambio climático

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Nuestro planeta pierde biodiversidad a marchas forzadas. El ritmo de extinción de especies se ha multiplicado por 100 en los últimos siglos, y aún será 10 veces mayor en un futuro próximo; las poblaciones de vertebrados se han reducido un 68% desde 1970, y un millón de especies de animales y plantas están amenazadas de extinción. A la acción humana en general, responsable de este deterioro, se ha sumado el impacto particular del cambio climático, que altera profundamente los ecosistemas obligando a las especies a adaptarse, emigrar o morir. Pero si muchos animales son víctimas indefensas del cambio climático, también podrían ser los héroes: según los científicos, reintroducir animales salvajes en los lugares que en otro tiempo ocuparon —una de las estrategias de la llamada resilvestración o rewilding— no solo serviría para restaurar los ecosistemas, sino que incluso podría ayudar a combatir el cambio climático.

Aunque ningún orden de la vida terrestre parece salir indemne de la acción humana sobre el entorno natural, los científicos apuntan que los grandes animales sufren especialmente los efectos del cambio climático y otras presiones ambientales. “La megabiota [los grandes animales y plantas] se ve desproporcionadamente impactada por la deforestación, la fragmentación del paisaje, la caza, la sobrepesca, la tala selectiva, los conflictos humanos y el cambio climático”, resumía un estudio de 2020 publicado en Nature Communications, subrayando cómo las poblaciones de las especies pertenecientes a esta categoría no paran de declinar. La desaparición de estos grandes seres vivos, apuntan los autores, a su vez tiene un efecto en cascada sobre el ecosistema en general, y sobre el cambio climático en particular.

El director de este estudio, Brian Enquist, de la Universidad de Arizona, precisa que “proteger a las especies grandes y carismáticas tiene un efecto paraguas para proteger los ecosistemas en toda su amplitud”. Enquist establece una analogía con los grandes bancos y corporaciones económicas cuyo colapso provocó la gran recesión de 2009, y a las que se tuvo que salvar del naufragio para evitar efectos mayores. Del mismo modo, “los ecosistemas con animales y árboles más grandes también son más productivos y proveen más servicios ecológicos vitales”.

Las praderas y las sabanas ancestrales son ecosistemas propios que sostienen sus propias redes ecológicas. Crédito: Michael Menefee
Las praderas y las sabanas ancestrales son ecosistemas propios que sostienen sus propias redes ecológicas. Crédito: Michael Menefee

Por todo ello, en los últimos años la resilvestración se ha convertido en una de las propuestas en alza en los proyectos medioambientales, en línea con el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030). En Europa el proyecto Rewilding Europe, nacido en Países Bajos en 2011 y que cuenta con la participación de centros de investigación, universidades y organizaciones medioambientales, desarrolla nueve grandes iniciativas en otras tantas regiones del continente, pero además presta una red de apoyo a otros más de 70 programas de resilvestración. 

En EEUU la reintroducción del lobo en el Parque Nacional de Yellowstone es una historia de éxito, pero además existen otros proyectos como American Prairie o Southern Plains Land Trust que pretenden restaurar el ecosistema de las grandes llanuras norteamericanas. En Siberia, el Parque del Pleistoceno nació como la iniciativa de dos científicos para recuperar las praderas de la tundra. Muchos de estos proyectos se basan en la reintroducción de animales salvajes, en particular grandes mamíferos carnívoros o herbívoros.

Praderas y sabanas para reducir el efecto invernadero

Pero ¿qué relación tiene la presencia o ausencia de grandes animales con el cambio climático? Para comprender este impacto, en primer lugar es necesario entender algo contrario al conocimiento común: los bosques no siempre son beneficiosos contra el cambio climático. Por supuesto que la masa forestal existente almacena inmensas cantidades de carbono que de otro modo se verterían a la atmósfera en forma de CO2, agravando el efecto invernadero. Esto ha llevado a que el plantado de árboles se convierta en una de las medidas más populares y en la apuesta estrella del marketing ambiental de muchas entidades. Pero los científicos advierten de que esto solo debe hacerse en zonas donde se han talado los bosques, o donde aún existen pero pueden plantarse más árboles entre los ya existentes; nunca en herbazales o praderas nativas. Es decir, jamás en lugares que antes no eran bosques.

Las praderas y las sabanas ancestrales son ecosistemas propios que sostienen sus propias redes ecológicas, las cuales se destruyen si se transforman en bosques. Pero además, en las latitudes árticas el problema es aún mayor. Las antiguas praderas de la tundra mantienen bajo ellas una capa de suelo congelado, el permafrost. En invierno estas praderas se cubren de nieve, lo que aumenta el albedo terrestre, es decir, la cantidad de radiación solar que se refleja; en una analogía sencilla, la ropa blanca tiene mayor albedo que otra negra, y por eso en verano vestimos de colores claros.

BBVA-OpenMind-Yanes-Grandes Animales 2-El ganado doméstico genera el 20% de las emisiones globales de metano, frente a un 2,2% de la fauna salvaje. Crédito: Jonas Koel
El ganado doméstico genera el 20% de las emisiones globales de metano, frente a un 2,2% de la fauna salvaje. Crédito: Jonas Koel

Con la desaparición de los grandes herbívoros, que solían actuar como segadoras naturales, ocurre que los bosques han ido colonizando buena parte de la antigua tundra, algo facilitado también por el calentamiento del Ártico. Los árboles reducen el albedo terrestre, lo que aumenta el calentamiento solar, y además derriten el permafrost, lo que libera más gases de efecto invernadero (GEI), sobre todo metano, que aparece con la descomposición orgánica. En esta idea se basa la creación del Parque del Pleistoceno, en el cual se han introducido varias especies de grandes herbívoros.

El problema de la ganadería

Este no es el único mecanismo por el cual los grandes animales actúan contra el cambio climático. Según resume una reciente revisión en Current Biology, el consumo de masa vegetal de estas especies y los caminos que abren ayudan a reducir los incendios forestales, cuyo incremento causado por el ser humano emite cada año 0,4 gigatoneladas (Gt) de carbono a la atmósfera (lo que equivale a casi 1,5  Gt de CO2). Además, en las regiones templadas y tropicales los herbívoros fertilizan el suelo, dispersan las semillas y promueven la fortaleza de las praderas, ayudando a que los ecosistemas almacenen el carbono en suelos y raíces.

A cambio, el metano emitido por la fermentación entérica de los herbívoros salvajes —el principal problema de la ganadería— no anularía estos beneficios: según el estudio, el ganado doméstico genera el 20% de las emisiones globales de metano, frente a un 2,2% de la fauna salvaje; “cualquier efecto relacionado con la fauna salvaje sería modesto en comparación con las emisiones globales de metano de los animales domésticos”, escriben los autores.

Los grandes animales marinos ayudan a fertilizar el fitoplancton, que captura 37.000 millones de toneladas de CO2 al año. Crédito: Todd Cravens

“Identificamos lugares donde los objetivos de biodiversidad y de cambio climático pueden alinearse, donde puede haber conflicto y donde se necesita más investigación”, señala el director del estudio, Yadvinder Malhi, ecólogo de la Universidad de Oxford. Así, Malhi y sus colaboradores no dan por hecho que estas estrategias sean válidas para cualquier ecosistema, sino en aquellos donde estas medidas en favor de la biodiversidad pueden proporcionar beneficios contra el cambio climático. Otro ejemplo son las aguas marinas donde los grandes animales ayudan a fertilizar el fitoplancton, el cual captura 37.000 millones de toneladas de CO2 al año. Estos organismos promueven además la dispersión aérea de partículas, las cuales ayudan a la siembra de nubes, que a su vez aumentan el albedo de la atmósfera.

Pero, como señala Malhi, en muchos casos aún se requiere más investigación, por ejemplo sobre la dinámica de los suelos o de las profundidades de los océanos. Y más concretamente, apuntan el ecólogo y sus colaboradores, faltan pruebas que confirmen estos posibles beneficios: aunque “hay un gran y diverso conjunto de evidencias que apoyan el concepto de que los grandes animales influyen en el potencial de mitigación y adaptación de los ecosistemas al cambio climático”, en cambio aún no hay suficientes pruebas sobre los efectos “a escalas significativas para el sistema terrestre”. Los datos del mundo real pueden ser difíciles de obtener, pero hasta ahora tampoco los modelos matemáticos de simulación sobre el cambio climático han incorporado el factor de los grandes animales. “Los necesitamos para explorar con fiabilidad los resultados de mitigación y adaptación al cambio climático de los escenarios de restauración, con y sin grandes animales salvajes, en escalas de tiempo de décadas a siglos”.

Javier Yanes

@yanes68

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