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29 mayo 2023

El desciframiento del código cerebral: la última frontera

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El día que consigamos descubrir los secretos inescrutables que esconde la cartografía del cerebro humano, el mapamundi prodigioso de los circuitos neuronales y el laberinto de la actividad cerebral, el mundo cambiará de era geológica, irremisiblemente.

El día que un científico descubra la combinación de la caja fuerte y sea capaz de abrirla, adentrarse en el ordenador central y desentrañar todo lo que el cerebro esconde en su interior, la Civilización Sapiens entrará en una nueva dimensión inaprensible para nuestros actuales esquemas mentales.

El cerebro es el órgano más fascinante del ser humano. Y la neurona, la reina madre de todas las células, excepción hecha del espermatozoide y del óvulo, que son palabras mayores en el reino de los seres vivos. Pero sigue siendo un enigma.

La Iniciativa BRAIN tiene el objetivo de promover nuevas tecnologías para mejorar el conocimiento sobre el cerebro y encontrar cura para desórdenes cerebrales. Crédito: Massachusetts General Hospital and Draper LabsLa Iniciativa BRAIN tiene el objetivo de promover nuevas tecnologías para mejorar el conocimiento sobre el cerebro y encontrar cura para desórdenes cerebrales. Crédito: Massachusetts General Hospital and Draper Labs
La Iniciativa BRAIN tiene el objetivo de promover nuevas tecnologías para mejorar el conocimiento sobre el cerebro y encontrar cura para desórdenes cerebrales. Crédito: Massachusetts General Hospital and Draper Labs

Nuestra cabeza es un misterioso rompecabezas aún por descifrar. Pero más temprano que tarde accederemos a su código fuente, al igual que ha sucedido con la secuenciación del genoma, la piedra de Rosetta del ADN. Cuando eso suceda, que sucederá ¡Sabe Dios lo que nos vamos a encontrar! 

En el momento más inesperado, alguno de los nombres propios que forman parte del firmamento planetario de la neurociencia (Cohen, Dale, Dolan, Evans, Friston, Frith, Raichle, Robbins, Sejnowski…) gritará ¡Eureka! desde algún laboratorio universitario de Cambridge, Oxford, Londres, Princeton, Harvard, California, Columbia o Washington.

A partir de ese momento, será cuestión de tiempo que podamos interferir en su funcionamiento, para lo bueno y para lo malo. Como sucede con la desintegración de átomos de uranio, la energía nuclear es capaz de lo mejor y de lo peor, en función del uso que hagamos del invento.

Un día estaremos en condiciones de combatir y hasta incluso erradicar para siempre enfermedades hoy por hoy inexpugnables. Podremos ayudar a pacientes con patologías cerebrales, neurológicas y mentales; curar el alzhéimer, el párkinson o el autismo; revertir los efectos de un derrame cerebral; restañar lesiones cerebrales traumáticas; o borrar por completo el rastro del estrés postraumático de pacientes noqueados por una experiencia emocional que amenaza con marcar su vida de por vida.

Profesor Rafael Yuste, en el centro, abajo, con camisa verde, junto a su equipo en el
laboratorio que lleva su nombre de la Universidad de Columbia. Fuente: Columbia University

Pero el día que conozcamos el código cerebral, o sea, que seamos capaces de leer la actividad de la masa gris recurriendo a lenguajes de programación diseñados ad hoc, será posible descodificar los pensamientos. Ese día no quedarán secretos que guardar. Seremos información desclasificada. Todo nuestro “yo” quedará expuesto a los leones, como los gladiadores del Coliseo romano. La privacidad quedará reducida a una entelequia. 

Los ‘piratas del cerebro’ (y los corsarios, cuando en lugar de freelancers estén patrocinados por los propios gobiernos), tendrán vía libre para tomar al asalto cualquier cerebro, conocer sus pensamientos, controlar sus actos y manipular sus emociones, como el cómico del teatro de títeres que toma los mandos de una marioneta.

Desgraciadamente, muy pocos parecen haber reparado en el riesgo que entraña el atrevimiento de abrir la Caja de Pandora, pues no es descabellado pensar que ese día comenzaremos a cavar nuestra propia tumba, como en las legendarias películas de wéstern de John Ford.

El 2 de abril de 2013, emulando lo que había hecho el presidente Clinton 13 años antes, en junio de 2000, con motivo de la presentación del primer borrador del genoma humano, Barack Obama compareció en el Ala Oeste de la Casa Blanca para presentar su apuesta científica, el lanzamiento de la iniciativa BRAIN: Research through Advancing Innovative Neurotechnologies (Investigación del cerebro a través del avance de neurotecnologías innovadoras).

BBVA-OpenMind-Brain-Obama-El presidente Obama, en la presentación del Proyecto BRAIN. Sala de prensa de la Casa Blanca, 2 de abril de 2013
El presidente Obama, en la presentación del Proyecto BRAIN. Sala de prensa de la Casa Blanca, 2 de abril de 2013. Fuente: Flikr

Rafael Yuste, catedrático de neurobiología en la Universidad de Columbia, uno de los principales ideólogos de BRAIN, no alberga ninguna duda de que vamos a ser testigos presenciales de una revolución que alterará la condición humana, convencido de que la neurociencia acabará siendo la ciencia central de la humanidad.

De poder vivirlo en primera persona, don Santiago Ramón y Cajal, ‘padre’ de la neurociencia moderna, Nobel de Medicina en 1906, a buen seguro que sería el primero en embarcarse de polizón en una aventura tan apasionante, aunque probablemente pondría como condición inexcusable hacerlo al margen del cambalache político.

Pero no hay rosa sin espinas. Los problemas más graves no los van a crear los ciberataques al uso, como el que obligó a cerrar durante una semana, en mayo de 2021, el mayor oleoducto de la Costa Este de Estados Unidos, sino las intrusiones en nuestro cerebro.

Más, mucho más grave que los ‘ciber-secuestros’ de información sensible de compañías o de gobiernos (ransomware), va a ser el cibersecuestro de nuestra información personalísima, íntima, intransferible.

Con el tiempo, habrá delincuentes que amasarán una fortuna dedicados al floreciente y lucrativo negocio consistente en apoderarse de nuestros pensamientos, encriptarlos, y ofrecernos por la vía del chantaje para desencriptarlos, recuperarlos y evitar su difusión a cambio del pago de un rescate.

Las extorsiones estarán a la orden del día, y muchas de las víctimas no tendrán más salida que tirar de chequera como mal menor con tal de evitar la difusión de sus pensamientos más íntimos.

En última instancia, la tragedia humana no será la revelación de secretos, sino el riesgo real de que no seamos dueños ni siquiera de nuestros pensamientos y mucho menos de nuestras acciones.

Ya en 2017, en el número del 9 de noviembre de la revista Nature, 25 científicos, con el profesor Yuste a la cabeza, publicaron un artículo titulado ‘Cuatro prioridades éticas para las ‘neurotecnologías’ y la inteligencia artificial’ (Four ethical priorities for neurotechnologies and AI).

Santiago Ramón y Cajal, ‘padre’ de la neurociencia moderna, Nobel de Medicina 1906 Fuente: Wikipedia. Original photo is anonymous although published by Clark University in 1899
Santiago Ramón y Cajal, ‘padre’ de la neurociencia moderna, Nobel de Medicina 1906
Fuente: Wikipedia

En el escrito, se hacía un alegato a cuenta de cuatro neuroderechos irrenunciables que la inteligencia artificial y las interfaces cerebro-ordenador deben respetar y preservar:

En primer lugar, el derecho a la privacidad mental, es decir, a la información contenida en nuestras neuronas, que en ningún caso ni bajo ninguna justificación podrá ser objeto de transacción económica, moneda de cambio, o producto con el que se pueda comerciar.

En segundo lugar, el derecho a la identidad personal y al libre albedrío: las interfaces cerebro-computadora son una esperanza real para personas parapléjicas o ciegas, pero también puede resultar tentadora la posibilidad de construir prótesis que conecten directamente a Internet el cerebro de personas sin ningún tipo de discapacidad.

En tercer lugar, el derecho de acceso equitativo, condición indispensable para evitar una fractura social entre dos tipos de seres humanos, los que tienen acceso a la tecnología y aquellos otros que corren el riesgo de quedarse al margen, excluidos. La decisión de quién puede beneficiarse de un implante no debe basarse nunca, de ningún modo, en argumentos económicos o sociales, sino estrictamente médicos; aunque de todos es sabido que, al igual que el cerebro se divide en dos hemisferios, desde que el mundo es mundo siempre ha habido dos grandes clases sociales irreconciliables entre sí: los privilegiados y los desheredados.

Por último, el derecho a la no discriminación o al resguardo de los sesgos de los algoritmos. Las prótesis de nueva generación que se instalarán en pacientes funcionarán con algoritmos de inteligencia artificial creados por programadores e ingenieros de software. Los algoritmos reflejan sesgos, que son los sesgos inconscientes de las personas que los diseñan. Si terminan insertándose en los dispositivos ‘intracerebrales’, se correría el riesgo de que los pacientes adquieran los mismos sesgos de su creador. Sería una monstruosidad que alguien pudiera ‘resetear’ el cerebro de una persona y dotarlo con una configuración predeterminada a la medida del programador que se lo instale.

Cada día conocemos con mayor grado de detalle los cometidos específicos de cada una de las partes del cerebro: los lóbulos frontal, parietal, temporal y occipital, las áreas de Broca y de Wernicke, y el cerebelo. Pero la inmensa mayoría de las conexiones neuronales están todavía llenas de sombras inaccesibles.

¿Habrá especies de Homo Mutantes con un cerebro protésico? ¿Qué pasará el día que conectemos un cerebro a un ordenador, es decir, a un sistema de computación externo (colocándonos una diadema en la cabeza, como Minnie, la novia de Mickey Mouse, o poniéndonos una gorra con un sensor), como si estuviésemos pinchando un USB en el puerto de nuestro portátil de última generación? ¿Qué ocurrirá el día, por surrealista que pudiera parecer, que podamos descargar por vía inalámbrica el contenido de un cerebro y subirlo al ciberespacio?

Neil Harbisson tiene implantada una antena para escuchar frecuencias asociadas a los colores. Crédito: Dan Wilton/The Red Bulletin

¿Podrán nuestros descendientes grabar su consciencia en un archivo digital para sobrevivir a la muerte del cuerpo (tal cual Johnny Depp en Trascendence), como se pregunta Marcus du Sautoy, el matemático prodigioso que descubrió la música de los números primos? 

Nunca como ahora la supervivencia del Homo como especie dependió tanto del hombre mismo. Al sapiens le asiste la libertad para obrar de acuerdo con la virtud moral, o vender su alma al diablo de Goethe, que siempre anda al acecho.

En cierta ocasión, Antonio Gramsci profetizó que los monstruos suelen surgir aprovechando el claroscuro que marca el tránsito temporal entre el viejo mundo que muere y el nuevo mundo que necesita su tiempo para aparecer.

El speechwriter de John Fitzgerald Kennedy dejó escrito que «en el pasado, aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomos de un tigre acabaron dentro de él».

José Antonio Ruiz

Universidad Nebrija, Madrid, España

 

Bibliografía

BITSCH, Lise (editor). The Human Brain Project: Ethics and Society in Brain Research: Implementing Responsible Research and Innovation (RRI) in the Human Brain Project (HBP), marzo 2023.

CAMPILLO, José Enrique, La consciencia humana, Arpa, Barcelona, 2020.

FELDMAN BARRETT, Lisa, La vida secreta del cerebro, Paidós, Barcelona, 2018.

OPARIN, Aleksandr, Teoría evolutiva del origen de la vida, Plaza & Janés, Barcelona, 1979.

MARIÑO, Xurxo, La conquista del lenguaje: una mirada a la evolución de la mente simbólica, Shackleton Books, Barcelona, 2020.

PESSOA, Luiz, The Entangled Brain: How Perception, Cognition, and Emotion Are Woven Together, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 2022.

PUNSET, Eduardo, El alma está en el cerebro, Debolsillo, 2007.

TIWARI, Sandip, El espíritu de la máquina. La nanotecnología, la complejidad y nosotros, BBVA Openmind, 2019.

 

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