La historia de la astronomía nos ha dejado muchas curiosidades y referencias mortuorias. Recuperamos las más célebres para transportarnos a un imaginario cementerio espacial, tan sobrecogedor y tenebroso como la decoración de Halloween, las terroríficas sorpresas y las inquietantes historias de la noche más oscura del año.
Lugares fúnebres fuera de la Tierra
Memoriales dedicados a personales ilustres, a ejércitos caídos en grandes batallas y a poderosos reyes —como el monumento a Lincoln en Washington D.C., el Arco del Triunfo en París o las Pirámides de Egipto— suman millones de visitas cada año. Sin embargo hay uno que no ha recibido ni una sola visita; no porque tenga poca relevancia, sino porque que está fuera del planeta. El primer monumento fúnebre en otro mundo es El Astronauta Caído: una pequeña estatua de aluminio de 8,9 centímetros de altura, esculpida por el artista belga Paul Van Hoeydonck y erigida en la rima Hadley, una larguísima y sinuosa grieta en la superficie de la Luna.

Crearla fue una idea de los tripulantes del Apolo 15, que alunizaron cerca de ahí y el 1 de agosto de 1971 la colocaron en recuerdo de los astronautas y cosmonautas fallecidos. Junto a la escultura figura una placa con los nombres de los 14 hombres que hasta entonces habían dado su vida por la exploración del espacio, aunque también homenajea a quienes murieron desde entonces.
Epitafios de astrónomos
Mucho más que un astrónomo, Isaac Newton formuló la ley de la gravitación universal que rige el movimiento de todos los objetos astronómicos y es la base de la astrofísica. Le debemos la ley de la gravedad, las leyes del movimiento, las de la óptica e incluso el cálculo diferencial —que aún hoy aterroriza a muchos estudiantes—. No hay epitafio que pueda hacer estar a la altura de su legado, en la Abadía de Westminster se puede leer un intento sobre su tumba:
Dad las gracias, mortales, de que haya existido tan grande ornamento de la raza humana.
Tan grande es la obra de Newton que el poeta Alexander Pope, enterrado justo al lado, dedicó su propio epitafio a engrandecer a su vecino de cripta, en una especie de retuit funerario:
Antes de Newton, Johannes Kepler había enumerado —pero sin llegar a demostrar— las leyes que describen el movimiento de los planetas. Toda su vida intentó conciliar los movimientos de los planetas con los cinco sólidos matemáticos perfectos, sin conseguirlo. Decepcionado se rindió ante la evidencia y formuló sus leyes en base a lo que observaba en el cielo y no con respecto a lo que él deseaba: un ejemplo de espíritu científico, muy poco habitual en aquellos tiempos. Su tumba fue destruida por el ejército sueco durante la Guerra de los Treinta Años (en la primera mitad del siglo XVII) pero su epitafio ha llegado hasta nosotros. Un epitafio oscuro, para una vida oscura:
Aunque mi mente estaba ligada al cielo,
la sombra de mi cuerpo reposa aquí.
Aunque el epitafio más tenebroso es, sin duda, el de Giordano Bruno. Religioso y filósofo postuló en el siglo XV la idea de que alrededor de las estrellas que vemos en la noche, deben existir otros mundos que al igual que la Tierra alberguen vida y civilizaciones como la nuestra. Estas ideas, junto con su defensa del sistema de Copérnico, no gustaron a la Inquisición, que las interpretó como una negación de que el hombre fuera el centro de la creación. Bruno fue encerrado y torturado pero nunca renegó de sus ideas. Finalmente fue condenado por herejía y murió quemado en una hoguera en el Campo de Fiori en Roma.
Hoy sabemos que tenía razón: la Tierra no es el centro del universo, hay otros planetas orbitando otras estrellas y quizás haya vida en otros mundos. Oportunamente casi tres siglos después de su muerte justo en el lugar donde ardió se erigió una impresionante estatua con esta inscrpción:

Un homenaje mucho más escueto que la despedida que escribió él mismo:
Cenizas en el espacio
Si hay capítulo de justicia cósmica entre los astrónomos este sin duda el de Eugene Shoemaker. Estudió los cráteres que dejaban las pruebas de las bombas nucleares de los años 1960 y descubrió su similitud con los cráteres naturales en la Tierra y la Luna. Había una clara relación, su origen eran los impactos de meteoritos. En esos años se pensaba que todos los cráteres, incluidos los de la Luna, tenían un origen volcánico y no meteórico. Sus ideas fueron puestas en duda durante años. Hoy está ampliamente aceptado que el origen de muchos cráteres son los impactos de meteoritos, gracias a él. Finalmente, cuando sus ideas ya estaban aceptadas, en el año 1993 descubrió un cometa, el Shoemaker-Levy 9, que un año más tarde demostró su teoría al chocar contra Júpiter: fue el primer impacto a gran escala observado en directo— y retransmitido a todo el mundo.
Shoemaker falleció en 1999, sus familiares decidieron la incineración y a esparcir sus cenizas en un lugar especial. La NASA cargó sus cenizas en la sonda espacial Lunar Prospector y estas fueron esparcidas por la Luna, entre los cráteres que tanto le fascinaron en vida y que no pudo ver en persona. Él fue el primer científico designado para viajar a la Luna, pero finalmente no pudo hacerlo porque se le detectó la enfermedad de Addison.

En 2006 comenzó el debate sobre si Plutón es planeta o no, después de que la UAI lo reclasificara como “planeta enano”. Su descubridor Clyde Tombaugh falleció mucho antes de poder defender una o otra clasificación. Pese a todo se puede decir de él que fue el primero y el que más cerca ha estado de Plutón, al menos una gran parte de los átomos que formaban su cuerpo. Fue incinerado y un tercio de sus cenizas fueron cargados en la sonda New Horizons que sobrevoló Plutón en 2015. La nave está abandonando en estos momentos el sistema solar rumbo al espacio interestelar, por donde volará durante miles de años hasta volver a encontrarse con algo. Su destino y el de su descubridor van inexorablemente unidos.
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