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Artículo del libro Hay futuro: visiones para un mundo mejor

La buena vida: una perspectiva internacional

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Casi a finales de 2012, las tasas de crecimiento económico de China e India están cayendo en picado; el crecimiento de los Estados Unidos y de Japón se debilita, y Estados Unidos se encuentra al borde de una recesión. Aunque la primavera árabe se considera sobre todo una llamada a la democratización, la mayoría de los ciudadanos de las naciones implicadas se entusiasma con la idea de alcanzar un mayor nivel de vida, algo que probablemente no llegue a suceder. El FMI ha advertido de que la economía global se dirige desde 2009 hacia sus más bajas tasas de crecimiento (Rushe e Inman 2012). Los gobiernos parecen incapaces de encontrar las herramientas económicas que devuelvan la economía de sus naciones e indirectamente la del mundo a los niveles alcanzados en décadas anteriores. A lo largo de la historia, la agitación y los conflictos locales entre las naciones no se producen cuando son más pobres o cuando están más oprimidas, sino cuando se frena el crecimiento y se ven frustradas las expectativas. De hecho, vemos cómo en muchas naciones aumentan el nacionalismo, la xenofobia, el racismo, el fanatismo religioso y las ideologías extremas. El hecho de que las desigualdades se incrementen de forma tan pronunciada en todas las naciones afectadas no hace más que echar más leña, desde el punto de vista sociológico, al fuego de la situación transnacional.

Si la gente no puede volver a lo que se conoce como “lo que antes era normal” (ser remunerado gracias a economías con un fuerte crecimiento), ¿cómo será “la nueva normalidad”? ¿Se tratará sencillamente de una versión a menor escala, frustrante y distante, de “lo que antes era normal”? ¿O la gente desarrollará nuevos conceptos de lo que significa una buena vida, como se hizo en anteriores periodos de la historia? Si así fuera, una nueva caracterización de la buena vida valdría a las personas “un pan por ciento”, por usar una expresión algo trasnochada, o lo que es lo mismo, convertiría su miseria en una oportunidad.

La buena vida desde una perspectiva histórica y transnacional

Las personas inmersas en la cultura consumista que prevalece hoy en gran parte de las civilizaciones del mundo consideran difícil imaginar una buena vida basada en valores radicalmente distintos a los de ahora. Sin embargo, a lo largo de la historia, han surgido diferentes concepciones de lo que se considera una buena vida. Por ejemplo, durante siglos, los literatos de la China imperial adquirieron prestigio no por la adquisición de riquezas, sino por la búsqueda del conocimiento y el cultivo de las artes. Los miembros de este grupo de burócratas eruditos dedicaban su juventud al estudio concienzudo, preparándose para los exámenes exigidos para servir al gobierno. Dedicaban años a memorizar los clásicos confucionistas. Los literatos, tras aprobar los exámenes imperiales, adquirían el estatus de servidores del gobierno, y sin embargo dedicaban sus vidas a las artes o se jubilaban tempranamente para seguir alguna actividad artística. Interpretaban piezas musicales y componían poesía, aprendían caligrafía y se reunían con colegas de mentalidades similares para compartir ideas y debatir sobre las grandes obras del pasado.

El sociólogo Reinhard Bendix escribe que siguiendo las doctrinas de Confucio, “el hombre educado debe mantenerse alejado de la búsqueda de riquezas… porque la codicia origina tensiones sociales y personales. Para estar seguro, no sería este el caso si el éxito de las actividades económicas estuviese garantizado, aunque en ausencia de dicha garantía el aplomo y la armonía del alma se ponen en peligro con los riesgos que ello conlleva… El hombre culto lucha por alcanzar su propia perfección, mientras todas las ocupaciones que implican la búsqueda de riquezas requieren una especialización unilateral que actúa contra la universalidad del caballero” (Bendix 1966).

Durante la Edad Media, los caballeros debían acatar un riguroso código de caballería. Los principios sobre los que debían basarse en la vida se recogen en el Cantar de Roldán, un poema épico del siglo XI. A lo largo del poema, el caballero respetable se muestra fiel y orgulloso de servir a su señor, de proteger a los débiles y a los indefensos, de mostrar la correcta veneración por Dios, de respetar y honrar a las mujeres, de ser sincero y firme, y considerar la recompensa económica con repulsión y desdén. En las comunidades tradicionales judías, estudiar la Torah se consideraba el mejor modo de vida.

Incluso en la historia reciente de Occidente, se han producido cambios significativos en lo que se considera una buena vida. Uno de los cambios más importantes se produjo al finalizar la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, los economistas sostenían que los seres humanos habían fijado sus necesidades y que, una vez satisfechas, las personas dejarían de consumir. Por otro lado, los economistas observaron que durante la Segunda Guerra Mundial la capacidad productiva de los Estados Unidos se había ampliado enormemente. Temían que con el final de la guerra, el parón de las cadenas de montaje que producían miles de tanques, aviones y muchos otros materiales bélicos, desembocase en un desempleo masivo, al no haber nada que las cadenas de montaje pudiesen fabricar y que la gente pudiese necesitar, ya que sus necesidades básicas estaban cubiertas.

En este contexto, John Kenneth Galbraith propuso una solución. En su libro La sociedad opulenta, reconoce que las necesidades privadas estaban cubiertas, pero señala que el sector público podría absorber el “exceso” de capacidad. Este podría invertirse en colegios públicos, parques, museos, etcétera.

El sociólogo David Riesman publicó un influyente ensayo titulado “Abundancia ¿para qué?”, en el que sugería que el “excedente” se usara en proyectos como el de pagar a la gente de Nueva Orleans para que continuase con su estilo de vida de 1955 de manera que las futuras generaciones de niños pudieran visitar este Disneyland sociológico y ver cómo se vivía en épocas anteriores, como sucede en Williamsburg.

En cambio, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las corporaciones industriales descubrieron que podían generar necesidades para los productos que comercializaban. Por ejemplo, se hizo ver primero a las mujeres y luego a los hombres que olían mal y que necesitaban comprar desodorantes. Los hombres, acostumbrados a llevar camisas blancas y trajes de franela grises como si fueran un uniforme, aprendieron que “tenían que” comprar varias camisas y trajes y que la ropa un año no era adecuada para el siguiente. Lo mismo se hizo con coches, corbatas, bolsos, toallas y sábanas, gafas de sol, relojes y muchos otros productos. Vance Packard refleja todo esto en su libro The Hidden Persuaders que fue un gran éxito de ventas.

De un modo más general, la buena vida se definía como tener un alto y creciente nivel de consumo, en el sentido de que una persona nunca podría consumir lo suficiente. Siempre hay un nuevo smartphone, un televisor de pantalla plana o unas toallas y sábanas que se llevan ese año y que uno “necesita”.

Algo que no se menciona muy a menudo, probablemente porque es obvio, es que el precio que se paga por un alto nivel de consumo exige mucho trabajo. Inicialmente, trabajaban principalmente los maridos para cubrir las necesidades de la familia, dejando poco tiempo y una escasa energía para dedicarse a otras actividades, incluida la de pasar tiempo en familia, un estilo de vida muy bien representado en Muerte de un viajante de Arthur Miller. En las últimas décadas, conforme más mujeres se han incorporado al mundo laboral, los ingresos del marido y de la mujer se destinan a costear un elevado estilo de vida consumista. Son cada vez más las personas que se llevan trabajo a casa, incluso en vacaciones, como cortesía de las blackberries y de aparatos similares.

En resumen, no hay nada natural o de inevitable en lo que se considera una vida opulenta e implica un estilo de vida que en sociedades y durante periodos anteriores de la historia de Occidente se consideraba digno de desprecio.

La sustitución frente a la limitación

Las críticas al consumismo, al materialismo y al hedonismo son casi tan antiguas como el capitalismo y podemos encontrarlas tanto en Occidente como en Oriente. Son numerosos los movimientos sociales y las comunidades que han perseguido otras formas de buena vida dentro de las sociedades capitalistas. Los shakers, una organización religiosa que abandonó Manchester para trasladarse a los Estados Unidos en la década de 1770, fundaron comunidades religiosas que se caracterizaban por un estilo de vida ascético1. Otras comunidades similares (algunas seculares y otras de carácter religioso) fueron la Granja Brook, la Harmony Society, las Colonias Amana y la de los amish. En Gran Bretaña, John Ruskin fundó la Cofradía de San Jorge en 1870, creada para orientar la formación de las comunidades agrarias que llevarían una vida sencilla y modesta. Los refugiados judíos que emigraron a Palestina iniciaron a principios del siglo XX los kibbutzim, en donde la vida austera se consideraba una virtud, el consumo se dejaba a un lado y se promovía la vida comunal, cuyo objetivo primordial era avanzar hacia una agenda socialista y sionista. Muchas órdenes religiosas también iniciaron un camino ascético.

En la década de 1960, surgió a ambos lados del Atlántico un movimiento contracultural: los hippies. Sus principales valores eran el anticonsumismo, la vida comunal, la igualdad, la protección medioambiental, el amor libre y el pacifismo. Timothy Leary resumió el ethos de los hippies cuando aconsejó a una multitud “conectar, sintonizar y abandonar”2. La iteración británica del movimiento hippy se manifestó en la cultura underground de Londres, una “comunidad con ideales comunes, contrarios al sistema y a los conflictos bélicos, individuos pro-rock’n’roll, la mayoría de ellos con un interés común por las drogas blandas” y muchos de cuyos componentes decidieron no participar en la cultura de la corriente consumista3.

Muchos de estos movimientos y comunidades pretendían apartarse del sistema capitalista de trabajo y consumo y crear un universo alternativo comprometido con la vida ascética, para que sus miembros pudiesen dedicarse a actividades trascendentales con elementos espirituales, religiosos, políticos o sociales. Pretendían sustituir el capitalismo en lugar de limitarlo e introducirlo en una sociedad diferente.

Lo más importante es que prácticamente todos estos movimientos y comunidades fracasaron al sentar las bases de una nueva sociedad contemporánea y una civilización independiente, y prácticamente todos ellos se desintegraron, se marchitaron o perdieron sus principales rasgos alternativos. Parece haber algo en la vida ascética que la mayoría de las personas no puede cumplir a largo plazo. Por consiguiente, aunque parece que la situación actual requiere un nuevo intento de crear una sociedad menos centrada en el consumo, el esfuerzo tendrá que ir acompañado de un nuevo concepto de buena vida que sustituya al anterior. En otras palabras, no se puede pretender acabar con el consumo sino limitarlo y canalizar los recursos y la energía que se liberan hacia otras actividades.

Al mirarlo desde esta perspectiva, nos damos cuenta de que millones de personas ya se mueven en esta dirección, aunque apenas sigan la visión de una nueva sociedad ni se unan para promoverla. En estos millones se incluye un gran número de ciudadanos mayores que se jubilaron antes de lo que les correspondía para poder dedicar más tiempo a otras actividades. Estas personas mayores buscan en general lo que puede llamarse una vida cómoda desde un punto de vista materialista, aunque pasan la mayor parte de su tiempo socializando y comprometiéndose en actividades de política activa, de tipo espiritual y cultural, en vez de seguir trabajando y consumiendo a toda máquina4. Lo mismo ocurre con los millones de mujeres que deciden no volver a trabajar después de tener hijos, al menos hasta que estos alcancen la edad escolar y son muchas las que lo hacen durante más tiempo, aun cuando ello les suponga que tengan que consumir menos.

Trabajar menos horas y por lo tanto consumir menos puede considerarse, con un cierto nivel de ingresos, como una oportunidad para reexaminar el estilo de vida de cada uno y el comienzo de una búsqueda de fuentes alternativas de bienestar.

Como reflejan estos dos grandes grupos (así como aquellas personas que abandonan actividades muy bien remuneradas para llevar una vida más “coherente”, por decirlo de algún modo, como los profesores que se dedican a enseñar a los menos privilegiados), la gente no necesita llevar una vida de penitencia, privaciones y sacrificio. Uno puede trabajar lo suficiente como para asegurarse unas comodidades básicas y dedicar el resto de sus recursos, su energía y sus aspiraciones a otras cosas en lugar de consumir más, y puede encontrar mayor satisfacción en actividades alternativas en vez de trabajar mucho y muy duro para pagar el consumo de cosas que están muy por encima de sus necesidades y de una vida cómoda. El hecho de que millones de personas hayan insistido tanto en limitar su consumo y hayan encontrado otras fuentes de bienestar sugiere que dicha limitación es mucho más sostenible que la vida ascética de todos los movimientos sociales y comunidades que buscan sustituir el capitalismo.

Las principales alternativas

Durante mucho tiempo, se ha demostrado que el consumismo no proporciona el bienestar deseado ni la felicidad. Los datos, como la mayoría de los obtenidos en el campo de las ciencias sociales, son complejos. No todas las correlaciones arrojan los mismos resultados (Veenhoven y Hagerty 2006; Stevenson y Wolfers 2008). No obstante, un repaso general de los datos nos lleva repetidamente a la conclusión de que una vez superado un cierto nivel de ingresos, los ingresos adicionales nos aportan muy poca felicidad. Japón es un ejemplo que se cita a menudo. Entre los años 1962 y 1987, la economía de Japón triplicó su producto interior bruto per cápita. Sin embargo, el grado de felicidad general en Japón se mantuvo constante durante dicho periodo (Easterlin 2005). En 1970, la renta media de Estados Unidos podía comprar un 60 % más que en los años 1940, sin embargo, el grado de felicidad medio no había aumentado (Easterlin 1973).

Con unos niveles de ingresos y un consumo elevado, el consumo adicional (y el trabajo necesario para costearlo) lleva a las personas a negarse a sí mismas actividades alternativas. Parece una forma de fijación, lo que se ha dado a conocer como una “rueda de molino hedónica”.

Estos datos deberían examinarse de nuevo ahora, dado que son muchas las personas de clase media y trabajadora que no tienen muchos ingresos adicionales que abandonar (y un consumo obsesivo) con el fin de tener más tiempo y recursos para actividades alternativas –sino que se les obliga a abandonar el sueño de una vida acomodada basada en altos y crecientes niveles de consumo–. ¿Pueden estas personas llegar a ver esta limitación no como un motivo de frustración sino como una oportunidad para reexaminar sus prioridades? La situación análoga es la de un trabajador al que se da permiso para librar un día a la semana y trabajar solo cuatro días, y descubre que el día extra le ofrece una grata oportunidad para pasar más tiempo con sus hijos o para ir de pesca, al contrario de lo que le ocurriría a alguien que perdiese su empleo.

Falta de admisión del estatus

Debo hacer un inciso para subrayar que la tesis de que la gente estará en mejores circunstancias si limita su consumo y dedica su energía y sus recursos liberados a actividades alternativas no debería interpretarse como una sugerencia para asentarse sobre lo que los sociólogos llaman la “admisión del estatus”. La admisión del estatus es un argumento que establece que sea cual sea su posición en la sociedad, debería aceptarla como su lugar en la vida y no pretender progresar. Tales preceptos hunden sus raíces en Aristóteles, el filósofo que trató de forma más explícita el tema, lo que hace que la vida sea buena, y que nos dio el acertado término de “prosperidad”. Con este término no pretendía, como el pensamiento moderno podría creer, que las personas vivan al máximo de su potencial humano, sino más bien quería decir que las personas encontrarían su bienestar básico si trabajaban para desempeñar lo mejor posible el papel social que mejor se adaptase a sus vidas. Los criados sirven bien, los nobles dirigen bien, y así sucesivamente. (La filosofía aristotélica tiene muchos más matices y es mucho más compleja de lo que se expresa en estas líneas, pero esto no debe hacer que nos detengamos aquí.) La Iglesia católica hizo de este precepto uno de sus principios centrales durante la Edad Media. Y la admisión del estatus se incorporó al sistema indio de castas.

El precepto que se anticipa aquí es que aquellas personas cuyas necesidades básicas no se encuentran saciadas tienen en efecto pleno derecho a mayores niveles de consumo. La limitación se argumenta solo una vez que dichas necesidades hayan sido satisfechas. Para resaltar este aspecto, resulta útil recurrir a la jerarquía de las necesidades del ser humano, propuesta por Abraham Maslow. En la base de esta jerarquía se encuentran las comodidades básicas; una vez cubiertas estas, la satisfacción se amplía con el afecto, la autoestima y más allá de este punto, con la realización de uno mismo. Cuando la adquisición de bienes y servicios se utiliza para satisfacer mayores necesidades, el consumo se convierte en consumismo, una enfermedad social. La transición se indica empíricamente mediante el nivel en el que los ingresos adicionales generan poco o ningún bienestar. En resumen, la tesis esbozada aquí no pretende sugerir que el desempleo o los salarios bajos sean legítimos, sino que trabajar menos horas y por lo tanto consumir menos puede considerarse, con un cierto nivel de ingresos, como una oportunidad para reexaminar el estilo de vida de cada uno y el comienzo de una búsqueda de fuentes alternativas de bienestar.

Las alternativas

Las principales actividades alternativas que generan mucho más bienestar que el consumismo son muy conocidas, y por lo tanto, las mencionaremos a continuación muy someramente.

Actividades sociales: los individuos que pasan más tiempo con sus familias, con sus amigos o bien en clubes sociales y desarrollando actividades comunitarias, aquellos que no juegan solos, son más felices que los menos activos socialmente. El análisis de casi 150 estudios puso de relieve que los individuos con relaciones sociales más fuertes manifestaban una probabilidad un 50 % mayor de supervivencia (Hold-Lunstad et al. 2010). Robert E. Lane (1993) escribe, “La mayoría de los estudios coinciden en que una vida familiar satisfactoria es la aportación más importante para la salud… La amistad se encuentra a menudo en segundo puesto”. Robert Putnam presenta una montaña de datos que tienen el mismo efecto.

Actividades espirituales y religiosas: los individuos que pasan más tiempo cumpliendo con los preceptos que les marca su religión (asistir a misa, rezar, ayunar, peregrinar y hacer obras de caridad), o los que pasan el tiempo estudiando por el placer de estudiar en lugar de verlo como una obligación o participando en actividades culturales como pintar o componer música, no para atender una demanda de mercado sino por puro placer, son más felices que los que no lo hacen. Por ejemplo, ha quedado demostrado que las personas con una profunda fe religiosa son más sanas, viven más tiempo y entre ellas la tasa de divorcios, de delitos y de suicidios es menor (Bok 2010). Por citar algún estudio, Robert Putnam y David Campbell (2010) descubrieron que la diferencia de la felicidad entre un estadounidense que iba a la iglesia una vez por semana y alguien que no iba a la iglesia era “ligeramente mayor que la diferencia existente entre alguien que ganase 10 000 dólares al año y su homólogo demográfico que ganase 100 000 dólares anuales”.

Participación en la comunidad: los investigadores que examinaron el efecto de la participación en actividades comunitarias encontraron una gran correlación con la felicidad. Un estudio que evaluaba datos de una encuesta realizada en cuarenta y nueve países descubrió que la pertenencia a organizaciones (no eclesiásticas) tiene una correlación positiva con la felicidad (Helliwell 2003). Derek Bok (2010: 20) señala que “algunos investigadores han descubierto que simplemente con ir una vez al mes a reuniones en un club o hacer alguna obra de voluntariado una vez al mes se asocia a un cambio en el bienestar equivalente a la duplicación de los ingresos”. Otros estudios han descubierto que los individuos que dedican gran cantidad de tiempo al trabajo voluntario tienen una vida más satisfactoria (ibid.: 22).

No es necesaria más documentación pues estos estudios son muy conocidos y pueden obtenerse fácilmente. Sugieren que el consumo limitado, junto con una mayor implicación en una actividad alternativa o de otro tipo (o una combinación de varias), conduce a un mayor bienestar que el consumismo. El reto al que nos enfrentamos está en compartir estos resultados y sus implicaciones para aquellos que han sido arrastrados hacia una época de austeridad.

Dos recompensas

Una sociedad en la que la limitación del consumo es la norma y la mayoría encuentra gran parte de su bienestar en actividades trascendentales obtendrá dos recompensas de gran relevancia. Una es obvia, la otra mucho menos.

Obviamente, una buena vida que combine un límite de consumo y trabajo con dedicación a actividades trascendentales es mucho menos agotadora para el entorno que el consumismo y el nivel de trabajo necesario para costearlo. Y lo es porque las actividades trascendentales requieren relativamente pocos recursos de los que escasean, como combustibles fósiles u otras fuentes de energía física. Las actividades sociales (como pasar más tiempo con los hijos) requieren tiempo y energía personal pero ningún gran desembolso material o económico. (A menudo, los que gastan grandes cantidades de dinero en juguetes u ocio para sus hijos se encuentran menos vinculados a ellos que aquellos cuyas relaciones están menos condicionados por objetos.) Lo mismo sucede con las actividades culturales y espirituales como rezar, meditar, escuchar o tocar música, disfrutar del arte, de los deportes y la educación para adultos. Es cierto que el consumismo ha convertido muchas de estas actividades en caras. Sin embargo, uno puede romper con esta mentalidad y descubrir que es posible comprometerse en gran medida en la mayoría de estas actividades usando una moderada cantidad de bienes y de servicios. No se necesita ropa de diseño para disfrutar la puesta de sol, ni zapatillas de marca para ir de excursión. Jugar al ajedrez con piezas de plástico es exactamente lo mismo que jugar con piezas talladas en caoba o en mármol. Y Dios no escucha más atentamente a los fieles que lean una biblia forrada en piel que a los que lo hagan con una normal, impresa en papel reciclado. En resumen, la sociedad trascendental es mucho más sostenible que el capitalismo consumista.

Mucho menos obvios son los medios por los que la sociedad trascendental sirve a la justicia social. La justicia social supone transferir la riqueza de aquellos que han sido desproporcionadamente dotados hacia los más desfavorecidos. Una razón importante por la que se ha limitado sorprendentemente dicha reasignación de riquezas en las sociedades libres es que los que controlan los activos “extraordinarios” suelen ser también los más poderosos a nivel político. Promover la justicia social organizando a los que menos tienen y forzando a los que tienen poder para cederlo ha tenido un éxito limitado en los países democráticos y ha llevado al derramamiento de sangre masivo en otros. Por tanto, la pregunta es: ¿existen medios para disminuir la resistencia de las elites a la redistribución de la riqueza?

El consumo limitado, junto con una mayor implicación en una actividad alternativa o de otro tipo (o una combinación de varias), conduce a un mayor bienestar que el consumismo. El reto al que nos enfrentamos está en compartir estos resultados y sus implicaciones para aquellos que han sido arrastrados hacia una época de austeridad.

La nueva caracterización de la buena vida que se establece en estas líneas resulta de ayuda, porque conduce a aquellos con mayores ingresos a lograr una fuente mayor de bienestar, no a través de la adquisición de más bienes y servicios, sino mediante el desarrollo de actividades trascendentales, actividades alejadas del trabajo y el capital y que, por lo tanto, no exigen grandes cantidades de activos. Existen muchos casos de personas adineradas que han donado una parte sustancial de su riqueza a lo que consideran causas justas. En general, quienes tienen unas firmes creencias religiosas (cabe mencionar que todas las grandes religiones consideran la limosna un mandamiento importante) y quienes se suman a los ideales del liberalismo social o al socialismo democrático de la justicia social y se oponen a las desigualdades tienden a compartir de buen grado con los menos favorecidos. Por tanto, cuanto más se acepten los ideales trascendentales mayor será el número de personas acomodadas y poderosas que tengan menos razones para oponerse a la redistribución de la riqueza y mayor será el número de los que puedan encontrar algún tipo de satisfacción en apoyarlos.

Seguramente podríamos imaginar otras caracterizaciones de lo que es una buena vida. Sin embargo, no debería demorarse el diálogo sobre cómo debe ser una sociedad y cuáles pueden ser sus normas y sus proyectos. El mundo saldría enormemente beneficiado. Si se ha afrontado el lento y prolongado crecimiento económico, no debería verse como algo frustrante y extraño, sino como una oportunidad para reexaminar las prioridades vitales y establecer si podemos lo que significa avanzar sin intentar negar lo que todos buscamos y tenemos derecho a garantizar: nuestras comodidades básicas. Dicha nueva caracterización de la buena vida no solo ahorraría tensiones políticas y conflictos internacionales, sino que también serviría para lograr construir un mundo en donde todas las personas puedan prosperar.

Bibliografía

Bendix, Reinhard. 1966. Max Weber: an intellectual portrait. Londres: Methuen, 124.

Bok, Derek. 2010. The Politics of Happiness: What Government Can Learn from the New Research on Well Being. Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press, 21-22.

Easterlin, Richard. 1973. “Does Money Buy Happiness”, The Public Interest 30 (invierno).

Easterlin, Richard. 2005. “Diminishing Marginal Utility of Income? Caveat Emptor”, Social Indicators Research 70 (3): 243-255.

Helliwell, John F. 2003. “Well-Being, Social Capital and Public Policy: What’s New?”, Economic Modelling 20 (2, marzo): 331-360.

Holt-Lunstad, Julianne, Timothy B. Smith y J. Bradley Layton. 2010. “Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review”, PLoS Medicine 7 (julio): 7.

Lane, Robert E. 1993. “Does Money Buy Happiness?”, Public Interest 58 (otoño).

Putnam, Robert D., y David E. Campbell. 2010. American Grace: How Religion Divides and Unites Us. Nueva York: Simon and Schuster, 491.

Rushe, Dominic, y Phillip Inman. 2012. “IMF Cuts Global Growth Forecast with Warning for US and Europe to Act”, The Guardian. Guardian News and Media, 16 de julio. Consultado el 25 de julio de 2012. http://www.guardian.co.uk/business/2012/jul/16/imf-cuts-forecase-us-europe-act.

Stevenson, Betsey, y Justin Wolfers. 2008. “Economic Growth and Subjective Well-Being: Reassessing the Easterlin Paradox”, Brookings Papers on Economic Activity 69 (primavera): 1-87.

Veenhoven, Ruut, y Michael Hagerty. 2006. “Rising Happiness in Nations 1946-2004”, Social Indicators Research 79 (3): 421-436.

Notas

  1. “The Shakers”, National Park Service, http://www.nps.gov/nr/travel/shaker/shakers.htm
  2. http://www.pbs.org/wgbh/amex/love/filmmore/pt.html
  3. http://www.guardian.co.uk/culture/2011/jan/30/underground-arts-60s-rebel-counterculture
  4. Por definición aquellos que se jubilan anticipadamente ganan menos que los que siguen trabajando y por lo tanto consumen menos o su herencia es menor, lo que limita el consumo de sus familias.
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