Antes de convertirse en uno de los matemáticos (y físicos) más renombrados de la historia, el francés Blaise Pascal demostró un precoz talento para las matemáticas más elevadas. Siendo aún adolescente escribió un ensayo que lo encumbró como uno de los más brillantes y prometedores matemáticos del momento a ojos de sus colegas. Pese a su frágil salud y corta vida —murió a los 39 años—, su huella quedó también grabada en la historia de la física y de la informática.
La precocidad de Pascal (19 de junio de 1623–19 de agosto de 1662) es aún más sorprendente cuando se descubre que durante sus primeros años de formación no tuvo ningún acceso a la disciplina. El joven Blaise fue instruido en casa por su padre, un respetado matemático, que le negó el acceso a cualquier texto matemático hasta que cumpliese los 15 años. Esa censura exacerbó el interés del joven Blaise, que comenzó a trabajar las matemáticas de forma autodidacta. Así, con 12 años, demostró que la suma de los ángulos de un triángulo es siempre igual a 180º. Rendido a la evidencia, su padre le entregó una copia de Los Elementos de Euclides.

Con 14 años, Blaise Pascal ya asistía a las reuniones de la “academia” del Padre Mersenne, que congregaban a distinguidos matemáticos en la celda del religioso para debatir e intercambiar ideas. Y con apenas 16 años revelaba todo su talento con el mencionado Ensayo sobre las cónicas (1639), en el que enunciaba el que ha pasado a denominarse como “Teorema o hexagrama místico de Pascal”.
De los juegos de azar a la búsqueda de la fe
Ese fue el precoz inicio de una trayectoria profesional trufada de logros, descubrimientos y aportaciones, que iba a alcanzar su punto culminante en 1654 gracias a un jugador profesional parisino, Antoine Gombaud. Obligado a dejar inconclusa una partida de un juego de azar, acudió a Pascal para que determinase la forma más justa de repartir el dinero apostado. La cuestión suscitó el interés del matemático y motivó que, en colaboración con Pierre de Fermat, estableciese las leyes fundamentales de la probabilidad —proceso en el que introdujo el conocido como Triángulo de Pascal.
Basándose en una idea entonces revolucionaria (al lanzar una moneda, es igualmente probable que salga cara o cruz), fundaron una nueva rama de las matemáticas: la Teoría de probabilidades, que en la actualidad se aplica a multitud de cuestiones en los más diversos ámbitos, desde los modelos climáticos o epidemiológicos hasta la predicción de la fluctuación bursátil.

Tan entusiasmado quedó Pascal con las posibilidades que brindaban estas nuevas matemáticas que incluso se convenció de que con ellas podía justificar la necesidad de creer en Dios, la esencia de la fe. Según Pascal “la ansiedad que siente un jugador profesional cuando hace una apuesta equivale a la suma que puede ganar multiplicada por las probabilidades de conseguirla”; y eso le llevaba a argumentar que, dado que el posible premio de la felicidad eterna tiene un valor infinito, la religión, la necesidad de creer, no es más que una forma de ansiedad infinita. Irónicamente ese mismo año, en 1654, y poco después de experimentar lo que describió como una profunda experiencia mística de conversión, Pascal decidía consagrar su vida al cristianismo y se recluía en el convento de Port-Royal.
Pero antes de llegar a eso, el nombre de Pascal había resonado por todo el continente gracias a un prodigioso ingenio, la Pascalina, el fruto de años de dedicación. En 1642 Blaise Pascal había comenzado a trabajar en un instrumento que facilitase el trabajo de su padre como comisario de finanzas de Rouen, cargo que le obligaba a dedicar gran parte de su tiempo a efectuar cálculos que implicaban enormes cuantías y para los que únicamente podía ayudarse con el ábaco. Apenas unos meses después, el joven Blaise (que asistía a su padre en aquella labor) construía la primera máquina calculadora mecánica —o una de las primeras y, sin duda, la más sofisticada.
Padre de la Pascalina, padrino del PASCAL
Durante los siguientes años seguiría trabajando sobre ella en su afán de perfeccionarla, completando hasta 50 modelos diferentes; y en 1649 obtenía un “privilegio” (el equivalente de la época a una patente) sobre aquella máquina. Finalmente en 1652 realizó en Paris la primera demostración pública de su invento, cuya fama se extendió por toda Francia y el resto de Europa. En esencia, la Pascalina consistía en una caja en cuyo interior alojaba un complejo juego de engranajes, ruedas y cilindros que se accionaban a través de la colección de rotores ubicados en uno de los laterales. Al hacerlos girar ponía en marcha el mecanismo de cálculo y el resultado aparecía en forma de dígitos en unos visores o ventanillas ubicados en la parte superior de la caja.

Por este invento, Blaise Pascal es considerado el padre de las máquinas de cálculo, precursoras de los primeros ordenadores; y por eso, en 1970, el ingeniero electrónico suizo Niklas Wirth bautizó el lenguaje de programación que acababa de crear como PASCAL, que fue la puerta de entrada a la informática para muchos estudiantes a finales del siglo XX. Pero su legado científico tiene en realidad mucho más que ver con la física que con la informática: Pascal (Pa) es también el nombre de la unidad de presión del Sistema Internacional (1 atmósfera = 101.325 pascales) en reconocimiento a esa trascendental labor, que le llevó a investigar cómo varía la presión atmosférica o a enunciar el Principio de Pascal y aplicarlo para inventar la jeringa y la prensa hidráulica.
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