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14 septiembre 2018

Llegan las estrellas artificiales

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Entre enero y marzo de 2018 una estrella pudo verse desde gran parte de la Tierra, como un débil punto de luz en el firmamento. Esta vez no era una supernova como la que estudió Kepler, sino el fruto del proyecto Humanity Star. En el más estricto secreto la empresa neozelandesa Rocket Lab, dedicada a la puesta en órbita de pequeños satélites artificiales había añadido un artefacto adicional a la carga útil en su lanzamiento del 21 de enero de 2018. Era un pequeño satélite con la única y especifica función: crear una estrella artificial.

Su plan era lograr que esta estrella brillara en el cielo lo suficiente para verla a simple vista desde cualquier lugar de la Tierra, para ayudar a la humanidad a entender nuestro lugar en el universo. No sabemos si llegó a calar la parte hippie del proyecto, pero lo que sí generó es una gran polémica en la comunidad astronómica, sobre la libertad de poner “nuevas estrellas” en el cielo por mero capricho.

Peter Beck con su estrella artificial. Crédito: Humanity Star

Al margen del debate… ¿cómo lo hicieron? El ingenio de aproximadamente metro y medio de tamaño y forma de esfera geodésica, muy parecida a una bola de discoteca, portaba solo un mecanismo para desplegarse una vez que esta llegase a su órbita. Ningún foco, lámpara o punto de luz es necesario para generar una estrella artificial, puesto que la geometría de las órbitas de los satélites permite aprovechar la luz del Sol: es decir, reflejarla y dirigirla hace el hemisferio de la Tierra donde es noche. Así, desde la superficie vemos ese reflejo como un nuevo punto de luz.

Cómo observarlas

La nueva estrella solo podía observarse en justo después del atardecer o poco antes del amanecer. Lo mismo que sucede con los destellos de los satélites, que cada noche se ven desde la superficie como estrellas avanzando rápidamente por la bóveda del cielo, los pases pueden ser de unos segundos a unos minutos, en los que el objeto cruza el cielo manteniendo una velocidad constante. En algunos pases se pueden ver variaciones de brillo, como pulsos; esto es debido a la rotación que muchos satélites usan para evitar estar siempre orientados con la misma cara al Sol y con ello equilibrar la temperatura por toda su superficie.

El brillo de esos destellos de satélites depende de su tamaño y de lo reflectante que sea su superficie. Entre los más brillantes está la red de satélites de comunicación Iridium y la Estación Espacial Internacional, que pueden llegar a ser los objetos más brillantes de todo el firmamento. Su visión es espectacular y está al alcance de cualquiera.

Verlos es muy fácil, pues sus órbitas son conocidas y podemos conocer la hora exacta y el lugar del cielo por donde van a pasar los satélites visibles una noche concreta. Basta con introducir nuestra posición geográfica en páginas web como Heavens Above. Más cómodo incluso es instalar la app para móviles (disponible para Android y también para iOS), que nos da de una manera más visual toda la información de esa misma web sobre los pasos de satélites.

Otro factor que ayuda a la observación de los destellos de satélites es que el momento para verlos es justo después del atardecer o poco antes del amanecer. De hecho, nunca podremos verlos en mitad de la noche, ya que estarían pasando por la zona de sombra de la Tierra.

¿De dónde viene su brillo?

Para entender por qué, y de dónde viene su brillo, imaginemos nuestra ciudad sobre un globo terráqueo en el momento en que llega la noche y estamos ya en la zona en sombra de la Tierra. Si pudiéramos construir un edificio de unos 400 kilómetros de altura, justo después de la puesta de Sol el ático estaría por encima de la sombra de la Tierra, con lo que en la planta baja seria de noche y en la azotea aun veríamos la luz del día.

Al margen de nuestros sueños de alcanzar el cielo, el hormigón actual aún no permite llegar a esa altura, que es a la que orbitan los satélites. Por eso entran más tarde (o salen antes) en la zona de sombra que genera la propia la Tierra, y por eso reflejan la luz solar hacia la superficie, donde es de noche.

La Estación Espacial Internacional pasando por delante del Sol. Crédito: Ángel Aros

Los satélites y naves visibles en la actualidad lo son como consecuencia indirecta de sus funciones principales —que son comunicación, investigación, servicios de posicionamiento—, pero el abaratamiento de los lanzamientos de órbita baja está animando a proyectos meramente estéticos, simples estrellas artificiales.

En 2017 falló el despliegue del reflector del Satélite ruso Mayak, que significa faro. Los responsables del proyecto esperaban que éste se convirtiera en el objeto más brillante del cielo, llegando a rivalizar con la misma Luna en brillo.

Y no hace falta mirar hacia un futuro lejano para ver nuevas estrellas artificiales en nuestro cielo. El artista Trevor Paglenya tiene preparada la primera obra de arte espacial de la historia, el Orbital Reflector, que espera lanzar al espacio este mes de octubre. Con mini-satélite desplegará una enorme estructura reflectante, que llegará a brillar como una estrella de segunda magnitud, compitiendo con estrellas de constelaciones como la osa mayor.

De hecho, con lanzadores espaciales cada vez más baratos ya es posible poner en órbita media docena de estrellas artificiales, para construir una constelación astronómica. Podría hacerse de modo que esa constelación artificial formase el logotipo de una marca registrada en el cielo nocturno. ¿Llegaremos a ver publicidad en el cielo nocturno en forma de nuevas constelaciones?

 

Borja Tosar

@borjatosar

 

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