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25 agosto 2020

El mundo tras la pandemia: ¿Cambiará nuestra relación con los animales?

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Dice un viejo proverbio chino que un largo viaje comienza con un primer paso. También la odisea de la humanidad a través de la pandemia de COVID-19 tuvo su origen en un simple paso que quizá nunca lleguemos a conocer con detalle: en algún momento, en algún lugar, un único contacto de un humano con otro animal ocasionó el primer contagio del coronavirus SARS-CoV-2. Por suerte, esto ocurre raramente: un estudio reciente estima que el virus circuló entre los murciélagos durante 50 o 60 años antes de infectar fortuitamente al primer humano. Pero también es raro que un gran asteroide aniquilador impacte en la Tierra, y sin embargo esto ha sucedido en el pasado. Y tan abundantes como las rocas espaciales son los virus animales: hablando solo de coronavirus y solo de murciélagos chinos, otro estudio encontró un total de 781 de los primeros en los segundos. Hoy muchos investigadores trabajan no para detener la actual pandemia, sino para evitar las futuras, con una pregunta en mente: ¿cómo debe cambiar nuestra relación con los animales para que esto no se repita?

El SARS-CoV-2 no es ni mucho menos el único virus zoonótico —que salta a los humanos desde otros animales— que hemos conocido en las últimas décadas. Desde el VIH, cuyo foco se situó en los primates no humanos, hasta los coronavirus del SARS y el MERS, originados en murciélagos pero contagiados a los humanos respectivamente por civetas y dromedarios, pasando por el ébola (murciélagos y primates) o las gripes como la H5N1 (aves) o la H1N1 pandémica de 2009 (cerdos), en tiempos recientes hemos tenido ya suficientes avisos graves. De hecho, el 60% de las enfermedades infecciosas emergentes (EIE) son zoonóticas, y más del 70% de estas tienen su origen en animales salvajes.

-Comercio ilícito de fauna salvaje en peligro de extinción en Möng La, Shan, Myanmar. Crédito:Dan Bennett
Comercio ilícito de fauna salvaje en peligro de extinción en Möng La, Shan, Myanmar. Crédito:Dan Bennett

En el caso del nuevo coronavirus, aún no ha podido detallarse con precisión cómo sucedió ese fatídico salto. Quizá no ocurrió en el mercado de mariscos de Wuhan, como inicialmente se creyó. Pero sea o no, es indiscutible que ciertos establecimientos en los que se concentran distintas especies animales de origen dudoso y en condiciones insalubres son una receta para el desastre. Este fue el origen del coronavirus del SARS; y el pangolín, un animal posiblemente implicado en la evolución del SARS-CoV-2, se vende en algunos mercados asiáticos como delicia culinaria y como fuente de ingredientes de la Medicina Tradicional China (MTC).

Restricciones al tráfico de fauna salvaje

Tanto el gusto por especies exóticas y caras como la MTC son grandes sostenes del comercio de fauna salvaje. Desde el principio de la pandemia, tanto en China como en otros países diversas voces se han alzado para exigir restricciones a este tráfico. El 24 de enero, cuando se extendían los confinamientos en China sin que el mundo aún sospechara la magnitud que alcanzaría el brote de coronavirus, la bióloga de la conservación Diana Bell, de la Universidad de East Anglia, que ya había estudiado el caso de las civetas y el SARS, escribía: “Esperemos que el brote de Wuhan sea una llamada de alerta para la regulación del comercio de fauna salvaje y la salud animal, una acción que se requiere urgentemente para proteger la salud humana y el medio ambiente”.

Las autoridades chinas reaccionaban prontamente suspendiendo de forma temporal el comercio de animales salvajes, y el 24 de febrero el congreso chino aprobaba una nueva legislación que restringía el consumo de estas especies. En la revista Science, dos grupos de investigadores y académicos chinos publicaban sendos artículos pidiendo una ilegalización total: “China debe actuar para prohibir permanentemente el consumo de fauna salvaje con el fin de prevenir futuros riesgos para la salud pública”, afirmaba uno de los artículos. A juicio de los autores, las medidas adoptadas dejaban importantes lagunas; por ejemplo, el uso medicinal de los productos de fauna salvaje no estaba cubierto por la prohibición. El propio presidente chino, Xi Jinping, es un defensor a ultranza de la MTC y ha promovido su uso contra la COVID-19. Por otra parte, añadía uno de los artículos, el hecho de que algunas especies salvajes se críen legalmente en granjas ofrece una vía de blanqueo al mercado negro.

BBVA-OpenMind-El mundo tras la pandemia-Relacion Animales COVID 3-La captura de especies salvajes para el consumo es un problema global. Crédito: Simponafotsy
La captura de especies salvajes para el consumo es un problema global. Crédito: Simponafotsy

Pero incluso con los tímidos avances en China, que incluyen la eliminación del pangolín de la farmacopea de la MTC, la captura de especies salvajes para el consumo es un problema global. Por ello y a raíz de la extensión de la pandemia, más de 300 organizaciones conservacionistas han firmado una carta pidiendo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) un posicionamiento para reclamar a los gobiernos el cierre de los mercados y del tráfico de fauna. Según el especialista en ecoturismo Simon Evans, de la Universidad Anglia Ruskin, “la mayoría de los conservacionistas siguen favoreciendo la prohibición total de este comercio”.

Sin embargo, otros alegan que no es tan sencillo: según Alex Bowmer, de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, una prohibición a gran escala “podría dificultar más que ayudar a la prevención de futuras pandemias”. Bowmer apunta que los productos de la fauna salvaje no solo tienen en muchos países un valor cultural que mantiene la demanda, sino que además la bushmeat, o carne de caza furtiva, es una fuente primaria de alimento para innumerables economías domésticas, por lo que la ilegalización fomentaría el mercado negro. Existen experiencias previas: la prohibición de la bushmeat en África occidental tras el brote de ébola en 2013 impulsó el comercio ilegal. Estos hábitos son difíciles de cambiar, avisan los expertos, y no se logra mediante prohibiciones. “Una respuesta más apropiada sería mejorar la regulación del comercio de fauna salvaje con el foco directo en la salud humana”, escribía un grupo de científicos de la Universidad de Oxford.

La ruptura de los ecosistemas, otra amenaza para la bioseguridad

Tampoco el riesgo de futuras pandemias de origen zoonótico reside solo en el comercio de fauna. La deforestación, la conversión del uso de las tierras y la invasión y urbanización de las áreas naturales son una amenaza para la bioseguridad, ya que la ruptura de los ecosistemas facilita el contacto entre especies distintas y entre estas y humanos; y como prueba un nuevo y extenso estudio en Nature, la pérdida de biodiversidad favorece la expansión de especies generalistas con gran potencial zoonótico, como ratas, ratones y murciélagos. Naciones Unidas ha advertido de que la degradación medioambiental explica el aumento de las zoonosis en el último siglo, y que la sustitución de espacios naturales por tierras de explotación agropecuaria sitúa a las especies ganaderas como puentes epidemiológicos hacia los humanos; un ejemplo es la gripe aviar, que saltó de las aves silvestres a los pollos de granja y de estos a los humanos. Se ha descrito en China el preocupante aumento en los cerdos de un tipo de gripe que los autores del estudio califican como “un candidato a virus pandémico”.

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La deforestación, la conversión del uso de las tierras y la invasión y urbanización de las áreas naturales son una amenaza para la bioseguridad. Crédito: Hans/Pixabay

Todo lo anterior apunta a una conclusión que la comunidad científica y académica lleva años repitiendo, pero que quizá aún no ha calado con la suficiente profundidad en la visión del público, entre el cual la desinformación favorece la aceptación de explicaciones simplistas y fantasiosas —como las teorías de la conspiración— sobre la presente pandemia: la degradación ambiental, incluyendo los efectos del cambio climático, no es un problema exclusivamente ecológico, sino que tiene catastróficas consecuencias para nuestra salud y seguridad. “Deben establecerse colaboraciones entre la legislación de conservación y la relativa a la salud”, subraya la abogada Katie Woolaston, de la Universidad de Tecnología de Queensland. “Por ejemplo, mientras que la OMS trabaja en la prevención de zoonosis, hay poca interacción entre ella y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas [CITES]”. 

Entre lo que debería cambiar a raíz de esta pandemia, parece que existen evidentes huecos que deben rellenarse con urgencia: “Hasta la fecha no hay convenciones nacionales o internacionales sobre el escaneo de patógenos asociados a animales, productos animales o sus movimientos, y la capacidad de diagnóstico de EIE está limitada a lo largo de la interfaz entre humanos y fauna salvaje”, escribe en Science un grupo de expertos del Wildlife Disease Surveillance Focus Group. “Los riesgos de EIE asociados al comercio de fauna salvaje siguen siendo el mayor desafío pendiente en los actuales esfuerzos de vigilancia de enfermedades”.

En cuanto a frenar la destrucción de hábitats y reconvertir nuestra relación con la naturaleza, tal vez pueda parecer una tarea enormemente compleja y lastrada tanto por la inercia como por los intereses económicos implicados. Pero como señalaba también en Science otro grupo de expertos, “actualmente invertimos poco en prevenir la deforestación y regular el comercio de fauna salvaje […] Los costes asociados a estos esfuerzos de prevención serían sustancialmente menores que los costes económicos y de mortalidad de la respuesta a estos patógenos una vez que han emergido”. Lo cual se resume en otro viejo dicho: más vale prevenir que curar, porque también nos costará menos. 

Javier Yanes

@yanes68

 

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