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09 diciembre 2022

Los sentidos de las plantas

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Vista, oído, gusto, olfato y tacto. Nuestros cinco sentidos corporales —en realidad tenemos más— residen en órganos especializados para recibir estímulos, cuya información se transmite al cerebro para tomar decisiones. Muchos animales nos superan en agudeza sensorial, pero si algo tenemos claro es que esto nos diferencia de las plantas, que ni sienten ni padecen; “como un vegetal”, decimos cuando una persona no responde a los estímulos. Pero ¿es así? Lo cierto es que las plantas no son en absoluto insensibles a su entorno: sin ojos, oídos, lengua, nariz o cerebro, sin embargo ven, oyen, gustan, huelen y mucho más; y como nosotros, toman decisiones en función de ello. El repertorio de los sentidos de las plantas es un campo científico en plena expansión, aunque sus orígenes son antiguos.

Como ocurre a menudo en la biología, para encontrar las raíces de la percepción vegetal debemos remontarnos a Charles Darwin. Ya en su ancianidad el naturalista publicó en 1880 el que sería uno de sus últimos libros, The Power of Movement in Plants, en colaboración con su hijo Francis, botánico. Expandiendo un trabajo previo sobre las plantas trepadoras, ambos experimentaron con el tropismo —la atracción de las plantas hacia los estímulos— y la nutación —el crecimiento diferenciado en sus distintas partes que las mueve hacia ellos—.

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Charles Darwin y su hijo resaltaron en The Power of Movement in Plants la similitud con los animales en la sensibilidad de las plantas a la luz, el tacto y la gravedad. Crédito: Wikimedia Commons.

Padre e hijo resaltaron la similitud con los animales en la sensibilidad de las plantas a la luz, el tacto y la gravedad. Como nosotros, las plantas duermen: la nictinastia es su sueño, durante el cual adoptan posiciones distintas a las del día. En una carta a su amigo el botánico Joseph Hooker, Darwin lamentaba que durante sus experimentos habían “matado o malherido a multitud de plantas”. Los Darwin llegaban incluso a sugerir que la radícula, la raíz embrionaria que emerge de la semilla, actuaba “como el cerebro de uno de los animales inferiores”, “recibiendo impresiones de los órganos sensoriales y dirigiendo los diversos movimientos”.

Un instinto casi animal

Las conclusiones de aquel trabajo, destinadas a apoyar la teoría de la selección natural, eran demasiado avanzadas para su época; como señalaba Francis en su extensa obra sobre la vida y la correspondencia de su padre, el libro fue ignorado por la fisiología ortodoxa de la época y reprobado por algunos científicos. Y sin embargo, descontando que los tropismos de las plantas eran conocidos desde antiguo, por entonces otros autores con menor resonancia que Darwin ya habían escrito sobre la materia. En 1867 el botánico italiano Federico Delpino defendió el uso de los mismos términos que se emplean para los animales, aplicados a las capacidades análogas en las plantas, incluyendo un discutible “instinto”, ya que implicaba sensibilidad y respuesta bajo esa aparente inmovilidad.

La sensibilidad y la respuesta son innegables, tal como han revelado multitud de investigaciones desde los tiempos de aquellos pioneros hasta hoy. El biólogo vegetal Simcha Lev-Yadun, de la Universidad de Haifa (Israel), enumera para OpenMind los sentidos que solemos creer exclusivos de los animales pero que también existen en los vegetales: las plantas ven, oyen, huelen y gustan, y por supuesto responden al tacto.

La visión de las plantas es rudimentaria; no tienen ojos ni pueden enfocar imágenes, pero detectan la luz gracias a pigmentos en sus células que reaccionan a ciertas longitudes de onda, o colores. Los pigmentos llamados fitocromos son sensibles a la radiación infrarroja, más allá de la luz visible para nosotros. Esta radiación se emite como resultado de la fotosíntesis, por lo que las plantas pueden ver la luz que emiten otras. “De este modo, detectan a sus vecinas y deciden sobre el crecimiento, arquitectura, defensa, reproducción”, detalla Lev-Yadun.

Así, la influencia de la luz es esencial en la vida de las plantas: los brotes crecen hacia ella, las raíces se alejan de ella, y su intensidad, dirección —como en los girasoles— y duración determinan comportamientos, desde las flores que se abren de día hasta la germinación, floración y la caída de las hojas en otoño. Esta capacidad no solo de detectar los ciclos de luz y oscuridad, sino también de computar su evolución durante el día y a lo largo del año para tomar decisiones sobre su crecimiento, depende de una clase de hormonas vegetales llamadas auxinas, descubiertas en la década de 1920 y cuya existencia ya fue intuida por Darwin.

Reacción a los sonidos y vibraciones

Pero si la respuesta de las plantas a la luz es bien sabida, más sorprendente es su sensibilidad al sonido. Vegetales como la herbácea Arabidopsis thaliana, una planta utilizada en experimentación que viene a ser el equivalente botánico del ratón de laboratorio, producen sustancias químicas defensivas cuando sufren el ataque de un insecto herbívoro. Los experimentos han mostrado que simplemente con grabar el sonido de la masticación y transmitirlo a la planta mediante vibraciones, esta reacciona segregando los mismos compuestos. No es el único sonido que pueden reconocer; sabemos que las raíces se mueven hacia las tuberías con fugas porque siguen la humedad. Pero incluso si la tubería no rezuma, también son capaces de encontrarla por el sonido que produce el agua en su interior: utilizan esta vibración como primera aproximación, hasta que la raíz toca el agua.

La Arabidopsis thaliana, usada como los ratones en experimentación, produce sustancias químicas defensivas cuando sufren el ataque de un insecto herbívoro. Crédito: Wikimedia Commons.

En estos casos se trata de vibraciones o ruidos a través del suelo, pero otros estudios están revelando que las plantas también responden a sonidos transmitidos por el aire, igual que el oído de los animales. Por ejemplo, en solo tres minutos las flores aumentan el dulzor de su néctar al oír el zumbido de una abeja, el insecto que las poliniza. Hoy se investiga si los leves sonidos emitidos por las plantas, como los producidos por las burbujas de agua en sus vasos de savia, podrían ser escuchados por otras y conformar un sistema de comunicación acústica.

La reacción a la humedad, un estímulo físico-químico, es también una respuesta análoga a nuestros sentidos del tacto o el olfato y el gusto. En cuanto al primero, las plantas trepadoras varían su crecimiento en función de si tienen un soporte al que agarrarse o carecen de él. También reaccionan al ser tocadas, como la carnívora venus atrapamoscas, o al resultar heridas. “Cuando sufren una herida, las plantas pueden distinguir entre las mecánicas por insectos o animales según los factores implicados, como la saliva de los mamíferos o la quitina de los insectos”, señala Lev-Yadun. “En función de esto aumentan sus defensas específicas”. Y como nosotros, también son sensibles al viento y la temperatura. Los experimentos sugieren que los estímulos pueden incluso crear algo similar a una memoria.

Las plantas reaccionan al ser tocadas, como la carnívora venus atrapamoscas, o al resultar heridas. Crédito: Wikimedia Commons.

Un sistema de hasta 15 sentidos añadidos a los clásicos

En cuanto a los estímulos químicos, que nosotros detectamos en forma soluble mediante el gusto o en el aire por el olfato, las plantas también “huelen diversas moléculas”, apunta el investigador; “por ejemplo, cuando sus vecinas son heridas y emiten metil jasmonato”, un compuesto volátil que sirve como una de las señales de comunicación química en el mundo vegetal. “Cuando lo huelen, aumentan sus defensas químicas e incluso estructurales”, añade Lev-Yadun. La planta parasitaria Cuscuta pentagona huele en el aire los compuestos volátiles emitidos por la tomatera para localizarla y aferrarse a ella.

La parasitaria Cuscuta pentagona huele en el aire los compuestos volátiles emitidos por la tomatera para localizarla y aferrarse a ella. Wikimedia Commons.

Las plantas son además sensibles a la gravedad, detectan el oxígeno, el CO2, los campos electromagnéticos… Stefano Mancuso, uno de los investigadores relevantes en este campo, cuenta hasta 15 sentidos añadidos a los cinco clásicos que conocemos. Y teniendo en cuenta que con todo este sistema sensorial hacen cosas como reconocer a su parentela, cooperar entre ellas, defenderse de sus enemigos y, en fin, tomar decisiones, no es raro que un creciente campo científico hable de la inteligencia de las plantas, o de neurobiología vegetal. Y pese a que este último sea un término zoocéntrico que no convence a muchos, lo cierto es que incluso sin un cerebro continúan pareciéndose a nosotros: tienen un sistema de comunicación eléctrica entre sus células, como nuestras neuronas, y emplean neurotransmisores químicos como el glutamato y otros que también usan nuestras células nerviosas.

Claro que todo esto ha llevado a extremos a veces dudosos. En 1811 el botánico James Perchard Tupper se adelantaba a Darwin escribiendo sobre las sensaciones en las plantas, y a Delpino hablando del instinto, pero se estiraba hasta sugerir una especie de consciencia vegetal; una idea que otros como el psicólogo Gustav Fechner extendieron a las emociones e incluso “el alma”. En la década de 1960 el interrogador de la CIA Cleve Backster aplicó las técnicas del polígrafo o detector de mentiras a las plantas, asegurando que mostraban reacciones similares a las humanas, llegando incluso a leer el pensamiento.

En 1973 el libro de Peter Tompkins y Christopher Bird The Secret Life of Plants presentó los experimentos de Baxter —que no pudieron ser replicados por los científicos— con un enfoque mistificador que promovió toda una corriente paranormal y parapsicológica sobre la telepatía, las emociones y la consciencia en las plantas, abrazada por los animismos y la New Age. El hecho de que algún investigador científico en este campo añada elementos espirituales, místicos y chamánicos a su discurso resulta tan incómodo para otros que declinan comentarlo, mientras algunos tratan de dibujar la línea entre ciencia y lo demás. Por ejemplo, aclaran algunos expertos, las plantas reaccionan al sonido si es ecológicamente relevante; el zumbido de una abeja lo es. En lo que se refiere a Mozart, la ciencia aún no ha llegado a demostrarlo.

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento
@yanes68

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