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Artículo del libro Hay futuro: visiones para un mundo mejor

Futuros posibles y el futuro que queremos

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Hay futuro: visiones para un mundo mejor es el quinto libro de la serie anual que BBVA dedica a la difusión del mejor conocimiento sobre los grandes temas de nuestra época.

Nuestro proyecto arrancó en 2008 con Fronteras del conocimiento, que abordaba los avances recientes y los retos fundamentales de la investigación científica en las ocho áreas que reconocen los Premios Fronteras del Conocimiento, otorgados por la Fundación BBVA.

A este libro siguieron los dedicados a la globalización –un fenómeno clave para comprender nuestro tiempo–; la innovación, entendido como el principal factor capaz de ayudar a la humanidad a resolver los grandes retos que afronta e impulsar una mejora general de las condiciones de vida, y la ética y los valores, porque los cambios que está experimentando nuestra sociedad global exigen una revisión y una reafirmación de los valores éticos, para garantizar un desarrollo equilibrado y sostenible.

Paralelamente, y animados por la excelente acogida de nuestros libros, hemos creado OpenMind (www.bbvaopenmind.com), una comunidad en línea para compartir y difundir el conocimiento. La base de los contenidos de OpenMind son los libros publicados hasta ahora y los que se editen en el futuro; de esta forma, nuestros libros se sitúan al alcance de un público muchísimo más amplio y variado. Estos contenidos se complementan con otras aportaciones de los autores y los lectores –especialistas o no–.

Y, sobre todo, OpenMind es un marco para conocer, discutir y generar nuevas ideas, en un entorno abierto y multidisciplinar. OpenMind también está disponible en una aplicación –gratuita, por supuesto– para iPad y próximamente dispondrá de un formato adecuado para todo tipo de tablets y para móviles.

Este proyecto, que paso a paso va creciendo y ampliando su público, continúa enriqueciéndose con este quinto libro, en torno al futuro.

¿Por qué el futuro?

La razón fundamental es la coherencia con los valores de nuestra cultura corporativa, que se resumen en nuestra visión: “BBVA, trabajamos por un futuro mejor para las personas”. Evidentemente, esto requiere anticipar ese futuro. Y para ello necesitamos conocer el pasado y el presente, y detectar las tendencias que contribuyen, en cada momento, a configurarlo.

Esto explica el papel central que en BBVA asignamos al conocimiento como el instrumento capaz de mejorar el futuro de las personas. Y esa es, en última instancia, la justificación de este proyecto, un proyecto de generación y difusión del mejor conocimiento.

Presentamos un conjunto amplio de artículos que recogen visiones muy diversas del futuro. Se trata de un esfuerzo transversal, multidisciplinar, para transmitir al lector las líneas fundamentales de cambio de nuestra realidad y en qué dirección nos conducen […] Creemos que un futuro mejor para las personas es posible, y que contribuir a ese futuro mejor es el sentido último de nuestro trabajo.

Ese enfoque prospectivo, de mirar más allá, está en cada uno de nuestros libros anteriores. Las Fronteras del Conocimiento son móviles: es el esfuerzo de hoy el que consigue ampliar el territorio de lo que mañana conoceremos y nuestra capacidad para gestionarlo. La globalización nos interesa en tanto que fenómeno que afecta de forma profunda a nuestro futuro. Los dos libros de la serie previos a este (sobre innovación y ética) hacían referencia, ya en su propio título, a la perspectiva del siglo XXI en tanto que innovación y ética son ingredientes necesarios para un futuro mejor.

En cierta medida, este libro constituye una síntesis y la continuación necesaria de los anteriores; con él buscamos integrar los distintos elementos que vamos conociendo: ¿cómo interaccionan entre sí? ¿hacia dónde nos están llevando? Y, lo que es aún más importante, ¿qué se puede hacer para que esa trayectoria, entre los riesgos que se advierten, mejore las condiciones de vida de las personas de forma sostenible?

Se trata de una tarea muy compleja: “es muy difícil hacer predicciones, especialmente cuando se trata del futuro”. Esta frase, que se ha hecho clásica y que el célebre físico Niels Bohr dijo hace casi un siglo, es si cabe más verdadera hoy. Sabemos desde Heráclito que “solo el cambio es constante”, pero en nuestra época el ritmo del cambio se ha acelerado; vivimos un periodo de transformación de magnitud y rapidez no conocidas antes en la historia. El futuro parece venírsenos encima a toda velocidad.

Precisamente por eso, si anticipar el futuro hoy es particularmente difícil, prepararse para él también es particularmente importante y urgente. Como dijo Albert Einstein, “tendremos el futuro que nos hayamos merecido”.

Este libro no tiene la pretensión –ingenua y peligrosa a la vez– de vaticinar “el” futuro; en cambio, pretendemos estimular el pensamiento y suscitar la discusión y el debate acerca de un futuro que será la resultante de distintas fuerzas que interaccionan y de nuestras propias decisiones, y que se va configurando día a día en múltiples facetas.

Por eso, en este libro presentamos un conjunto amplio de artículos que recogen visiones muy diversas (por enfoques y por temáticas) del futuro. Se trata de un esfuerzo transversal, multidisciplinar, para transmitir al lector las líneas fundamentales de cambio de nuestra realidad y en qué dirección nos conducen.

Nuestros autores, especialistas del máximo nivel en diferentes disciplinas, plantean “futuros posibles” que no son necesariamente acordes entre sí. Pero todas estas visiones tienen en común rasgos muy relevantes: en primer lugar, el rigor analítico y la objetividad científica, compatibles con un lenguaje y un enfoque accesibles al lector no especializado. En segundo lugar, un espíritu profundamente optimista. Y cuando digo optimista, no me refiero a que planteen un futuro utópico, libre de problemas; me refiero a que todas ellas participan de la idea de que el futuro no está predeterminado; que las personas, la humanidad, podemos incidir sobre él y modificarlo mediante nuestras decisiones y nuestras acciones, que, como dijo Peter Drucker “la mejor manera de predecir el futuro es crearlo”. Por último, todos nuestros autores tienen en común un fuerte trasfondo ético; aspiran a que su trabajo contribuya a crear el mejor futuro posible para las personas: las generaciones de hoy y las venideras.

De esta forma, todos los autores de este libro, con independencia de las tesis que mantengan, comparten con BBVA valores fundamentales: nosotros también creemos que un futuro mejor para las personas es posible, y que contribuir a ese futuro mejor es el sentido último de nuestro trabajo.

Cada año, una de las mayores gratificaciones de la preparación de un nuevo libro es, precisamente, el contacto con los autores: tenemos el privilegio de trabajar con personas y equipos del máximo nivel, con la inquietud de entender, de saber más, abiertos al debate y a las nuevas ideas. Con ellos ampliamos nuestro conocimiento, abrimos nuestra mente, nos enriquecemos como personas. Nos sentimos extremadamente orgullosos del conjunto creciente de autores de primera línea que han contribuido a nuestro proyecto y que han pasado a formar parte de la comunidad OpenMind, donde, gracias a internet, todos tienen acceso a sus ideas y pueden discutir y compartir conocimiento de la máxima relevancia.

Quisiera aquí manifestar mi agradecimiento a todos ellos y, en especial, a los autores que han participado en este libro, Hay futuro, un grupo de grandes especialistas en distintos campos. Algunos de ellos, como los profesores Sánchez Ron, Tiwari, Mato o Broecker ya colaboraron en libros anteriores. Su presencia en este solo podemos interpretarla como un valioso respaldo a nuestro proyecto. Otros se incorporan en esta edición para hacer aún más rico el panorama de las ideas y los autores de OpenMind. Y todos realizan valiosas contribuciones para acercarnos a su visión del futuro. Con todas estas aportaciones aspiramos a presentar una panorámica amplia, profunda, abierta y sugerente de los retos que nos aguardan en las próximas décadas y de cómo articular las respuestas que nos permitan avanzar hacia ese futuro mejor que entre todos podemos y debemos construir.

Para cubrir un área tan amplia hemos dividido el libro en seis partes: los fundamentos de los estudios del futuro (la disciplina anteriormente denominada futurología); la ciencia y la tecnología; el planeta; la sociedad; las personas, y, finalmente, Visión 2020+, una síntesis de cómo BBVA ve los años que vienen y cómo se está preparando para afrontarlos.

En el primer artículo, Sohail Inayatullah establece las reglas y métodos básicos de los estudios del futuro y examina cómo la disciplina se ha transformado desde un enfoque de “predicción del futuro” a su situación actual, en la que se orienta a diseñar y definir futuros alternativos. Su conclusión fundamental y más sugerente es que los estudios del futuro han evolucionado hasta un punto en el que no solo tienen capacidad de predecir e interpretar el futuro, sino que también pueden desempeñar un papel relevante para crearlo.

Como ejemplo de la metodología que hoy se utiliza, Jerome Glenn nos presenta el Índice del Estado del Futuro que elabora Millennium Project. Glenn plantea una perspectiva general de nuestro futuro a partir de datos históricos de indicadores clave recogidos en los últimos treinta años a nivel mundial. Por supuesto, un espectro tan amplio de variables como el que maneja arroja resultados mixtos; sin embargo, Glenn concluye de forma optimista: en conjunto, el mundo del futuro será, en su mayor parte, mejor que el de hoy.

La segunda sección del libro se dedica a la ciencia y la tecnología; tradicionalmente, estas son las áreas que en el imaginario social aparecen más ligadas al futuro. Y hay razón para ello: desde el primer arado a la nanotecnología actual, la ciencia ha señalado la puerta del futuro y la tecnología es la llave para abrirla.

Alrededor de esta idea, José Manuel Sánchez Ron inicia esta sección con un panorama de las predicciones del futuro a lo largo de la historia en diferentes ámbitos de la ciencia. Muestra cómo nuestra capacidad de hacer predicciones científicas ha sido siempre muy dudosa; en cambio, la capacidad predictiva mejora cuando entramos en el ámbito de la tecnología. Y examinando la estrecha y extremadamente compleja relación entre la ciencia y la tecnología concluye que la predicción tecnológica desempeña hoy un papel relevante en la determinación del rumbo futuro de la ciencia.

Por su parte, Kevin Warwick nos guía al futuro de la inteligencia artificial y la robótica. Se ocupa, en particular, de la “fusión” entre la tecnología y el cerebro humano. Warwick cree que interfaces cerebrales computerizadas, como las que pueden conseguirse con implantes cerebrales “invasivos” o bien con electrodos externos, podrán mejorar las capacidades humanas. Esta cuestión suscita muchos y difíciles problemas sociales y éticos. Estamos en el umbral de un gran salto tecnológico y muchas de las cuestiones éticas que plantea solo podrán comprenderse en su totalidad después de que se hayan resuelto los aspectos científicos y técnicos.

Sandip Tiwari ofrece en su artículo un resumen fascinante de las increíbles posibilidades de la ciencia en el siglo XXI –y, también, de los escollos que esconde. La nanotecnología nos permite trabajar al nivel molecular o incluso atómico. La línea que separa al hombre de la máquina se está desdibujando a tal velocidad que Tiwari prevé que llegará un momento en el que ambos serán uno. Otra consecuencia clave del avance tecnológico es la cantidad inimaginable de datos que se producen. Tiwari argumenta que esto nos llevará a desarrollar una nueva rama de las ciencias de la información y una teoría completamente nueva de las redes. Esto, a su vez, dará lugar a un conjunto de aplicaciones inteligentes que él llama “máquinas emergentes”. Estas máquinas serán casi indistinguibles de los humanos y “autorreplicantes”. También anticipa herramientas que él llama “máquinas de evolución” capaces de construir moléculas y permitir la producción de nuevas clases de proteínas, paralelas a las que conforman la vida.

Esta sección se completa con el artículo de José M. Mato, acerca de la medicina y su capacidad predictiva. Argumenta que la hegemonía de la teoría “genocéntrica” de los últimos años ha llevado a que la biología molecular desarrolle una orientación determinista que no resuelve la cuestión clave de cómo y por qué un único genotipo da lugar a fenotipos muy diversos. Avanza la conclusión de que la cantidad inmensa de datos que la genómica utiliza encubre problemas de control de calidad en algunas áreas de investigación. Aunque, ciertamente, las insuficiencias en la gestión de los datos podrían abordarse con avances en las técnicas “ómicas” o de alto rendimiento, seguirá siendo clave el rigor en la evaluación de la calidad y la credibilidad de la investigación por los pares o los responsables de los proyectos.

La tercera sección se centra en el medio ambiente y la abre Paul Raskin, con su artículo sobre la sostenibilidad; la preocupación por esta cuestión es para él una consecuencia de la “Fase Planetaria de la Civilización” en la que nos encontramos y que, esencialmente, él caracteriza como el comienzo de una sociedad global. El impacto de la actividad humana aumenta de forma incesante y la huella ecológica de la humanidad tiene ya un efecto de enorme magnitud sobre la biosfera. Su conclusión es que estamos entrando ya en una zona de alto riesgo. Pero, al tiempo, considera que los momentos de transformación, como los que vivimos hoy, son oportunidades para un cambio de prioridades que movilice el enorme potencial de esta Fase Planetaria de la Civilización para resolver los problemas de la sostenibilidad global.

Wallace Broecker vuelve a participar en nuestro proyecto para plantear una cuestión clave para nuestro futuro: el impacto del calentamiento global sobre la distribución de las precipitaciones. Utilizando un modelo de simulación, construido a partir de 30 000 años de datos históricos, concluye que se acercan grandes cambios, especialmente en las áreas áridas de la Tierra: Oriente Medio y el oeste de Estados Unidos se volverán aún más secos, mientras que el Nilo y el territorio de China recibirán más agua. La selva amazónica se trasladará gradualmente hacia el norte, dejando grandes áreas secas en Brasil y Bolivia. Estos y otros cambios traerán enormes repercusiones económicas, sociales y políticas.

El último artículo de nuestra sección sobre el planeta examina la cuestión de dónde y cómo viviremos. Mitchell Joachim y Melanie Fessel exploran los temas del diseño urbano, la arquitectura y la planificación medioambiental. Destacan que el diseño urbano se encuentra hoy en un impasse; como vía de salida proponen el urbaneering que definen como la práctica de repensar la totalidad de implicaciones humanas en su entorno. El diseño de una ciudad urbaneered incorporará elementos como la colaboración abierta distribuida (crowdsourcing), la localización de la energía, el e-gobierno, aplicaciones biotecnológicas (por ejemplo, para la gestión de residuos) y computación de alto rendimiento. Estas tecnologías contribuirán a reestructurar todas las necesidades humanas y la propia infraestructura de la ciudad.

La cuarta sección se centra en la posible evolución de la sociedad global.

En su artículo, Joaquín Vial, Clara Barrabés y Carola Moreno abordan los efectos de la gran transformación demográfica que vivimos. En primer lugar, destacan los desafíos que surgen de la naturaleza heterogénea de esta transición; cada país o región tiene impactos específicos que afrontar. Algunas claves de este nuevo mapa son el envejecimiento de la población (y las tensiones que generará en las regiones desarrolladas que han terminado su transición demográfica); el avance inexorable de la importancia de China en el contexto global; las demandas crecientes de las poblaciones de los países menos desarrollados, y las diferencias regionales en el crecimiento de la población. Estos fenómenos decisivos tendrían lugar en un entorno complejo, de cambio climático y fuerte competencia para los recursos naturales, lo que significa un riesgo creciente de conflictos regionales.

La contribución de Daniel Altman se centra en las perspectivas de crecimiento de las distintas regiones, a partir de la teoría de la convergencia condicional, que aplica al caso de China. Altman se plantea si China podrá seguir creciendo tan rápidamente en las próximas décadas. Su respuesta es que los factores culturales son muy importantes para el crecimiento a largo plazo, y que la influencia del confucionismo, aunque tiene ventajas en cuanto a la preservación de la estabilidad social, acabará convirtiéndose en una rémora. No significa esto necesariamente que China esté condenada a un crecimiento lento, sino que la continuidad del proceso de desarrollo actual exigirá cambios muy profundos.

Nayef Al-Rodhan aborda el futuro de las relaciones internacionales. Su tesis es que será necesario alejarse del concepto de las relaciones internacionales como un conjunto de juegos de suma cero y promover un nuevo orden global más sostenible, basado en lo que él llama “realismo simbiótico”. El realismo simbiótico subraya la promoción de la dignidad humana y de relaciones “simbióticas” entre los Estados, basadas en ganancias absolutas para las partes. Se trata de una visión más amplia e integrada de las dimensiones y las dinámicas de nuestro mundo, que amplía los actores globales para incluir, además de los países, las grandes identidades colectivas; las organizaciones internacionales (instituciones multilaterales y ONG, las corporaciones trasnacionales), y que tiene en cuenta los requerimientos específicos de la defensa del medio ambiente, los recursos naturales y los derechos de las mujeres.

Cualquier enfoque positivo de cambio de las relaciones internacionales debe contar con un esquema sólido y eficaz de colaboración internacional. Esta es, precisamente, la cuestión que Claus Leggewie trata en su artículo, para recomendar una reorientación de la cultura actual de cooperación. La capacidad que más distingue a los humanos de otros animales es la de la colaboración. Las metas colectivas, el conocimiento y las creencias compartidas son la clave del éxito de la especie humana y deben equilibrar las exigencias “social-darwinistas” de la supervivencia de los más aptos. Leggewie aboga por rediseñar y reforzar las instituciones globales con este propósito y aplica su método a analizar los problemas actuales de los países del Mediterráneo.

La siguiente –quinta– sección del libro examina cómo vivirán las personas en la sociedad global del futuro. Y esta cuestión nos lleva más allá de lo material. Las convulsiones que están cambiando rápidamente nuestras vidas –de orden tecnológico, económico, medioambiental, ético, cultural, etcétera– están llevando a muchas personas a replantearse sus prioridades básicas. Esta cuestión de las prioridades, los valores, es la verdadera clave del futuro. En palabras de Friedrich Nietzsche: “todas las ciencias están hoy bajo la obligación de preparar el terreno para el trabajo futuro del filósofo, que consiste en resolver el problema de los valores, determinar la verdadera jerarquía de los valores”.

Amitai Etzioni inicia esta sección con un artículo que revisa lo que tradicionalmente se ha definido como una “buena vida” en diferentes civilizaciones: en general se ha situado en un lugar secundario la adquisición de riqueza frente a la búsqueda de la felicidad a través de la espiritualidad y el conocimiento. Concluye que ninguno de los movimientos “espiritualistas” y más o menos ascéticos ha conseguido inspirar en nuestro tiempo una sociedad suficientemente amplia y duradera/sostenible. Por eso cree que en lugar de aspirar a eliminar el “consumismo”, deberíamos fijarnos el objetivo de encontrar modos constructivos de controlarlo y guiarlo.

Por su parte, Jennifer Gidley explora el futuro de la educación. Considera que la educación actual está anticuada y cree que si debemos afrontar un contexto de creciente complejidad global y social, la educación debe dotar a las personas de las herramientas y las capacidades necesarias para una adaptación continua. Esto significa una menor insistencia en un cuerpo cerrado de conocimientos y habilidades concretas y más fomento de la creatividad, de la imaginación, la capacidad de diálogo, en un enfoque más holístico y pluralista. Se trata de avanzar hacia un enfoque educativo evolucionista, que prepare para gestionar un entorno cambiante, complejo e impredecible.

BBVA se está preparando para realizar una contribución significativa a ese esfuerzo global de gobiernos, instituciones, empresas y sociedad civil para afrontar los retos inmediatos, cumpliendo así con nuestra visión de trabajar por un futuro mejor para las personas.

En el último artículo de esta sección, Anne Lise Kjaer explora cómo evolucionarán las tendencias de los consumidores. Con argumentos que nos remiten a algunas tesis del artículo de Etzioni, señala cómo el crecimiento económico no ha supuesto –para muchos– mayor felicidad. Por otra parte, el aumento constante de los niveles de consumo es insostenible y se está convirtiendo cada vez para más personas en un dilema ético, que lleva al cambio hacia un modelo más sostenible. Las nuevas plataformas y las redes sociales permitirán a las personas eludir los canales comerciales convencionales. Las organizaciones, las empresas, encontrarán mucho más difícil la tarea de comunicarse con el público y ganar su confianza. Solo lo conseguirán aquellos que sean percibidos como transparentes y preocupados por las personas y por el medio ambiente.

Para concluir, presentamos en nuestra última sección una perspectiva de cómo BBVA ve el futuro y cómo se está preparando para participar en él. La “Visión 2020+”, elaborada por Beatriz Lara con el equipo de nuestro Centro de Innovación, analiza los factores de cambio y las tendencias más relevantes para configurar el futuro.

A partir de este análisis se construyen tres escenarios alternativos o “futuros posibles”. La conclusión mas importante es que los retos que afrontamos son muy complejos y los riesgos muy serios, pero que el mejor de estos tres escenarios –que en el artículo se denomina “un mundo sostenible”– está a nuestro alcance. Pero ello requiere una actuación rápida, decidida y coordinada, que involucre a los gobiernos, las instituciones, las empresas y las sociedades civiles en todo el mundo. El artículo describe cuáles serían las líneas básicas de esta acción y termina con un resumen de cómo BBVA se está preparando para realizar una contribución significativa a ese esfuerzo global, cumpliendo así con nuestra visión de trabajar por un futuro mejor para las personas.

Pasado, presente y futuros posibles: las claves de la economía global del siglo XXI

Cuando analizamos los grandes retos de la humanidad para las próximas décadas, de cuya solución depende la suerte de nuestra especie y de nuestro planeta, llegamos a la conclusión de que, en gran medida –aunque no exclusivamente– son retos de naturaleza económica: en definitiva, se trata de procurar mayor prosperidad y bienestar de manera sostenible a un número creciente de personas en todo el mundo, casi 7 000 millones hoy, en torno a 9 300 a mediados del siglo XXI, según las proyecciones de Naciones Unidas (2011).

Esto implica, a su vez, resolver problemas diferentes, pero en última instancia, interrelacionados: reducir la enorme desigualdad de renta y bienestar entre unas y otras partes del mundo –y, también, entre unas y otras capas sociales dentro de los países–; afrontar las consecuencias de la revolución demográfica: envejecimiento de las áreas más desarrolladas del mundo –y de algunas emergentes– e insuficiencia de los servicios básicos (salud, nutrición, educación) para una población infantil y juvenil todavía fuertemente creciente en los países más pobres, y, por último y fundamental, cómo avanzar en todas estas áreas preservando los recursos naturales y minimizando, o mejor aún, revirtiendo los efectos destructivos de la actividad humana sobre el medio ambiente.

Estas son metas de urgencia creciente, que la actual crisis económica y financiera parece estar colocando más lejos de nuestro alcance. Sin embargo, revisando el pasado, también encontramos motivos para el optimismo. El trabajo de Angus Maddison (1995), continuado en el Maddison Project, nos permite concluir que la renta per cápita media mundial se ha cuadruplicado en el último siglo, a pesar de los fuertes retrocesos que en su momento marcaron las dos grandes guerras mundiales y la Gran Depresión, y que la población mundial se ha multiplicado por cinco. Al propio tiempo, la esperanza de vida media en todo el mundo se ha duplicado, hasta el entorno de los 60 años (Acemoglu y Johnson 2007).

Y si estos avances indudables han venido acompañados, a lo largo de la mayor parte de este periodo, por un aumento de las desigualdades, no es menos cierto que el porcentaje –y el número absoluto– de personas en situación de pobreza extrema en el mundo está disminuyendo: entre 1981 y 2010 en 550 millones, desde más del 50 % de la población mundial a alrededor del 20 % (Glenn, Gordon y Florescu 2011).

Jerome Glenn, en su artículo en este libro, hace un balance del progreso o del retroceso de la humanidad, a través de los Indicadores que componen el Índice de Estado del Futuro (State of the Future Index). De él se desprende que en los últimos treinta o cuarenta años, hemos avanzado en los indicadores que tienen relación con el aumento de la renta y la reducción de la pobreza, la mejora de la salud, la educación y la igualdad de los géneros, y la disminución de las guerras. En cambio, estamos retrocediendo en aspectos tan relevantes como la desigualdad de los ingresos, el deterioro medioambiental y el riesgo terrorista.

En un resumen forzosamente esquemático, podríamos decir que el mundo se está haciendo un lugar más eficiente y productivo, capaz de generar más riqueza y bienestar para más personas. También, más sano y mejor educado, con más esperanza de vida y más oportunidades para las personas. Y, en cierta medida, más pacífico y estable, con una menor frecuencia de guerras.

No se trata de progresos marginales sino de avances sostenidos que alcanzan una considerable magnitud. Sin duda, hoy el mundo es un mejor lugar para vivir que hace cien o que hace treinta años.

Sin embargo, no podemos dar esos avances por consolidados porque precisamente las variables en las que retrocedemos o en las que no avanzamos tienen un papel clave en la sostenibilidad de ese avance. El progreso económico se está consiguiendo a costa de un deterioro medioambiental creciente y un aumento incesante de las emisiones de efecto invernadero, así como de elevados consumos de recursos –energéticos o de otro tipo– no renovables. Todo esto compromete nuestra capacidad de seguir creciendo y generando riqueza. La desigualdad creciente de la renta y el incremento del terrorismo son, por su parte, elementos que subrayan el potencial de inestabilidad política y social de nuestro mundo. Y a estos factores de riesgo tenemos que sumar el crecimiento del desempleo y de la deuda globales a consecuencia de la crisis.

Esto es lo que ha ocurrido en el pasado reciente. Pero para mirar al futuro tenemos que entender cuáles son los factores que están impulsando estas tendencias y cómo interactúan.

Creo que estos factores pueden resumirse en tres –que, a su vez, se encuentran estrechamente interrelacionados–: la revolución tecnológica, la globalización y la extensión de la democracia y los derechos individuales.

Vivimos la que seguramente es la revolución tecnológica más amplia y acelerada que ha conocido la humanidad, que se centra en dos áreas fundamentales: la información y las telecomunicaciones, por un lado, y la medicina y la salud, por otro. Esta última no solo es responsable, en buena medida, del aumento de la esperanza de vida y de las condiciones en las que esta se desarrolla, sino que, sobre todo, abre amplios horizontes de mejora en las próximas décadas.

Por su parte, la revolución de las tecnologías de la información es, posiblemente, el factor que más está marcando nuestra época, y no solo por su capacidad intrínseca para generar riqueza en los sectores e industrias directamente implicados, sino, sobre todo, por su efecto facilitador y multiplicador sobre el conjunto de la actividad humana. La revolución de la información ha impulsado de forma exponencial la capacidad y ha reducido de forma igualmente exponencial el coste de almacenar, distribuir y procesar información para generar conocimiento. Resulta difícil exagerar la importancia de este fenómeno, que representa un motor de un poder inmenso para el desarrollo y la difusión de la investigación científica en todos los campos, las aplicaciones tecnológicas, la gestión de las empresas, la educación… Como resultado, la vida diaria de las personas de todo el mundo, no solo la forma en la que trabajamos, sino también la forma en la que nos relacionamos, o disfrutamos de nuestro ocio, se ha transformado y continúa transformándose a gran velocidad.

En resumen, la revolución de las tecnologías de la información está multiplicando la capacidad humana de generar conocimiento, hacer cosas nuevas, abordar nuevos problemas y, por tanto, la capacidad de innovación y de productividad en todas las actividades humanas.

La revolución tecnológica, por otro lado, ha favorecido el desarrollo y el impacto de los otros grandes factores que están marcando nuestro tiempo: la globalización y la extensión de la democracia y los derechos de las personas.

La presente ola de globalización arranca antes de la revolución de la información (en la década de 1950-1960), pero se ha visto enormemente potenciado por ella. Se trata de un fenómeno muy complejo, que afecta a múltiples aspectos de la actividad humana (no solo económicos, sino también sociales, políticos y culturales). A estas cuestiones hemos dedicado ya un libro (el segundo) de nuestra colección. Pero, seguramente, el aspecto que más ha marcado la evolución mundial en las últimas décadas ha sido la creación de un mercado global mucho más integrado, con un crecimiento exponencial de los flujos comerciales y financieros internacionales. A título ilustrativo, y según las estadísticas del FMI, el comercio internacional ha pasado de representar menos del 10 % del PIB mundial en los años cincuenta al entorno del 50 % en la actualidad. Aún más deprisa han avanzado las inversiones directas y, sobre todo, las operaciones financieras internacionales, que hoy suponen cada año varias veces el PIB mundial. Esto, ante todo, ha supuesto un potente factor de aumento de la eficiencia económica global y del potencial de crecimiento a nivel global, consecuencia, en principio, de una mejor asignación de los recursos.

Paralelamente, la globalización ha favorecido la irrupción en la escena global de nuevos poderes económicos, principalmente en Asia, pero también en Latinoamérica, que han dado nuevo impulso al crecimiento y han contribuido decisivamente a reducir la pobreza global. Según los datos que aportan en su artículo de este libro Vial, Barrabés y Moreno, los países emergentes, que en el periodo 1960-2000 suponían el 25 % del crecimiento global (frente al 70 % de los países desarrollados) en 2000-2030 representarán dos tercios del crecimiento mundial (frente a un tercio de los países desarrollados). BBVA Research ha identificado el grupo de países emergentes más relevantes, en términos de tamaño y potencial de crecimiento, a los que ha denominado EAGLEs (Emerging and Growth Leading Economies). Este grupo de diez países, Brasil, China, Corea, India, Indonesia, México, Rusia, Taiwán y Turquía, representará la mitad del crecimiento mundial en los próximos diez años, cambiando absolutamente el mapa económico y geopolítico global.

Las próximas décadas se presentan como una enorme oportunidad. El mundo dispone de enormes capacidades para afrontar sus grandes retos. El avance de la ciencia hoy impulsa el progreso tecnológico de mañana. Y la proliferación de desarrollos tecnológicos es la fuente principal de innovaciones a través de la recombinación de diferentes ideas para generar nuevos productos y servicios.

El último fenómeno que me interesa destacar, como determinante de la revolución de la economía y la sociedad globales en las últimas décadas, es la expansión de la democracia y los derechos de las personas. Nunca una proporción tan elevada de la población mundial ha tenido capacidad para elegir a sus líderes y voz para decidir sobre las políticas que se aplican. Según los índices históricos más rigurosos sobre democratización a escala global (el Polity IV y el Freedom House of Democracy, ambos casi asombrosamente coincidentes en sus resultados), a partir de la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, a partir de los años ochenta del pasado siglo, la democracia, a nivel global, ha dado un gran salto adelante. Estos índices, calculados entre 0 y 1, de forma que el 0 representa la ausencia total de democracia, han pasado de niveles en torno a 0,2 después de la Segunda Guerra Mundial al entorno de 0,3-0,4 en los años setenta, y a 0,60,7 a comienzos del siglo XXI (datos recogidos en Acemoglu 2013). Esto significa que la democracia ha pasado de ser un régimen muy minoritario en el ámbito global a ser ampliamente predominante. Al tiempo, en la mayor parte de los países con gobiernos autoritarios o semiautoritarios, existen mayores márgenes que en el pasado para la libertad de las personas. Y estos avances no se limitan al conjunto de las poblaciones de cada país o sociedad. Paralelamente, se ha producido una mejora importante de los derechos de las minorías (éticas, religiosas, sexuales, etc.) en el conjunto de las distintas áreas del mundo y, muy destacablemente, una mejora de los derechos de las mujeres, con un enorme y positivo impacto económico y social.

Este ha sido, sin duda, un proceso sujeto a vaivenes y retrocesos y, aún hoy, incompleto y parcial. Dejando aparte el hecho que la calidad y profundidad de las democracias en muchos países teóricamente “demócratas” son muy mejorables, es evidente que amplias áreas del mundo –y entre ellas, países como China, el más poblado y que hoy en día es el más dinámico en términos económicos– viven bajo gobiernos claramente no democráticos.

Sin embargo, la expansión de la democracia y de los derechos políticos, sociales y civiles en las últimas décadas no ha tenido precedentes en la historia de la humanidad, y ha contribuido a orientar el impacto de la revolución tecnológica y la globalización en un sentido favorable para el crecimiento del bienestar del conjunto de los ciudadanos del mundo.

¿Por qué es así? En principio, la línea causal convencional y más extendida en las ciencias sociales es la que va de la tecnología a las instituciones. Y, en general, la evidencia histórica demuestra que el avance tecnológico y la prosperidad económica han favorecido la democracia y la profundización de los derechos individuales. Sin embargo, también tienen una larga tradición, que arranca del propio Adam Smith, los planteamientos que defienden la fortaleza del vínculo causal inverso: es decir, que las instituciones (políticas, jurídicas, sociales) e, incluso a un nivel más profundo, los rasgos culturales de las sociedades, determinan la naturaleza, el ritmo y la difusión de los cambios tecnológicos y, por tanto, del crecimiento económico.

Estos planteamientos han revivido en la teoría económica en el siglo XX con la escuela institucionalista que arranca de Thorstein Veblen (1898), enfrentada a la dominante neoclásica. Más recientemente, estos enfoques, ya “neoinstitucionalistas” han recibido un espaldarazo definitivo con los premios Nobel concedidos en 1991 a Ronald Coase –cuyo artículo de 1960 “El problema del coste social” es considerado el más citado de la historia en la literatura económica–, a Douglass North, en 1993, cuya obra Institutions, Institutional Change and Economic Performance contiene lo esencial del pensamiento de esta corriente, y a Oliver Williamson, discípulo de Coase, en 2009. Continuadores de estas tendencias –aun con distintos enfoques– han alcanzado muy recientemente una amplia repercusión. Entre ellos, Niall Ferguson, que atribuye el desarrollo diferencial y el dominio político de las economías occidentales a partir de la Edad Moderna a seis killer apps de los que no disponía el resto del mundo: libre competencia, ciencia, imperio de la ley, medicina, consumismo y ética del trabajo (Ferguson 2011). También Acemoglu y Robinson (2012) y uno de los autores de este libro, Daniel Altman (2011) han contribuido de manera notable, con trabajos muy difundidos, a elevar el interés por los factores institucionales y culturales en el crecimiento a medio y largo plazo.

El “renacimiento” teórico o académico del papel de las instituciones se ha visto refrendado por la práctica de las instituciones multilaterales, como el FMI, la OCDE, el Banco Mundial, etcétera, que, de manera sistemática, vinculan el éxito de los programas de desarrollo a las políticas de reforma institucional.

El principal argumento para esta recuperación del valor de las instituciones lo resumió magistralmente Douglass North: “Si conocemos las fuentes de la abundancia ¿por qué los países pobres no se limitan a adoptar las políticas que contribuyen a ella? […] Debemos crear incentivos para que las personas inviertan en tecnologías más eficientes, adquieran una mayor preparación y organicen mercados eficientes. Estos incentivos se encarnan en las instituciones” (North 1995).

En definitiva, el avance tecnológico, su difusión y la frecuencia y relevancia de las innovaciones dependen de que el sustrato jurídico-institucional-cultural proporcione o no las oportunidades y los incentivos adecuados al mayor número posible de personas y organizaciones de cada sociedad.

El crecimiento y el desarrollo requieren, por tanto, un marco cultural-institucional que asegure derechos razonables para los creadores e innovadores, y recompense la iniciativa de los emprendedores, y que, al tiempo, amplíe las oportunidades para el conjunto más amplio posible de ciudadanos, creando un terreno de juego equilibrado (level playing field) para la competencia, sin barreras de entrada a las distintas actividades, negocios y empleos y proporcionando los servicios e infraestructuras básicas para que todos los ciudadanos puedan aprovechar su potencial y participen en la actividad productiva.

Estas características de las sociedades han venido normalmente asociadas a un sistema político pluralista y participativo, de manera que ninguna persona o grupo pueda ejercer su poder sin limitaciones y en beneficio propio, y a un sistema jurídico que garantice la equidad y los derechos legítimos de todos.

Este tipo de instituciones –que Acemoglu y Robinson han llamado “inclusivas”, en oposición a las instituciones “extractivas”, que tienen las características contrarias, son las que se han demostrado más capaces de impulsar el crecimiento y el bienestar de todos.

Puede esgrimirse, en contra de este efecto positivo de la democracia sobre el desarrollo económico, el ejemplo de China, un país bajo un régimen no democrático que ha tenido un fenomenal desarrollo económico en las últimas tres décadas.

Sin embargo, también puede contraargumentarse a través de ejemplos históricos, de los cuales el más reciente y de directa aplicación es el de la Unión Soviética. Su extraordinario crecimiento entre los años treinta y setenta del pasado siglo se explica por un catch-up tecnológico a partir de la transferencia de los países más avanzados, impulsado por la transferencia forzada en gran escala de recursos de la agricultura a la industria. Este modelo de desarrollo colapsó cuando esa industrialización forzada alcanzó sus límites, sin que estos pudieran expandirse a través del progreso tecnológico y la innovación, a falta de la cultura, los incentivos y controles adecuados.

Altman plantea en su artículo en este libro que un caso similar podría ser el de China, aunque en este caso el crecimiento puede prolongarse y su final hacerse menos abrupto por la propia naturaleza de esta revolución tecnológica. En contrapartida, la revolución de la información hace cada vez más difícil la pervivencia de instituciones “no inclusivas”, en un contexto de ciudadanos cada vez mejor informados y que tienen más facilidad para asociarse y coordinar sus acciones a través de la red. Posiblemente, esa sea la mayor esperanza que la tecnología aporta al futuro de China y del mundo.

En resumen, a la vista de la trayectoria reciente, las próximas décadas se presentan como una enorme oportunidad. El mundo dispone de enormes capacidades para afrontar sus grandes retos. El avance de la ciencia hoy impulsa el progreso tecnológico de mañana. Y la proliferación de desarrollos tecnológicos es la fuente principal de innovaciones a través de la recombinación de diferentes ideas para generar nuevos productos y servicios. En un entorno “inclusivo”, abierto y libre, en las próximas décadas se puede generar riqueza a una escala sin precedentes en la Historia; se puede hacer de forma tal que se incluyan en esta ola de prosperidad las regiones como África y los segmentos sociales hasta ahora excluidos. Podemos eliminar la pobreza y mejorar la distribución sobre la renta. Y podemos hacerlo de forma justa con las generaciones futuras: es decir, respetando el medio ambiente y la biodiversidad, preservando los recursos naturales no renovables y combatiendo el calentamiento global.

Sin embargo, la tarea no es fácil. No se puede garantizar el éxito. Primero, porque no disponemos de todo el tiempo. Las amenazas medioambientales y la presión que sobre los recursos naturales ejercen el aumento de la población y del desarrollo económico son crecientes y, en algún punto, pueden pasar a ser irreversibles. Los calendarios establecidos de control de emisiones de gases con efecto invernadero no se están cumpliendo, ni existen expectativas de que esa situación vaya a corregirse en el corto plazo.

En última instancia, el más fundamental de nuestros problemas es que el sustrato institucional-cultural no ha avanzado al mismo ritmo que la tecnología. Nuestras sociedades no han adaptado suficientemente sus valores, sus esquemas de gobernanza, sus regulaciones. Tampoco la generalidad de los ciudadanos del mundo ha ajustado sus valores y sus actitudes a las exigencias del nuevo entorno global que ha creado la tecnología.

La profundidad, la velocidad y la escala de los cambios tecnológicos y de los nuevos horizontes que abren estos cambios en todos los órdenes: económico, social o cultural, ponen en cuestión instituciones, actividades, hábitos, certezas muy arraigados. El necesario proceso de adaptación genera incertidumbres y conflictos, tanto a nivel político y social, enfrentando a países y sectores sociales que toman actitudes y visiones diferentes respecto a los cambios, como al nivel del propio individuo.

Tienden, por tanto, a ensancharse las brechas que separan a unos colectivos de otros; brechas que se establecen en razón a muy diferentes variables: la adopción de las nuevas tecnologías, el nivel de renta, las sociedades e individuos seculares frente a los religiosos, etcétera.

Esta diversidad dificulta la formulación de objetivos y estrategias globales frente a los problemas globales. Como explica Zizek (2004), el foco exclusivo en los temas que preocupan al Primer Mundo, crisis ecológica, racismo e intolerancia, aparece como una actitud cínica a la vista de la pobreza extrema, el hambre y la violencia del Tercer Mundo. Por otra parte, los intentos de desechar las preocupaciones del Primer Mundo como triviales, en comparación con los catastróficos problemas “reales” del Tercer Mundo, suponen una forma de escapismo frente a amenazas ciertas para el destino común de todos.

En todo caso, brechas tan acusadas favorecen las reacciones defensivas, tendentes a “proteger” –aislar– colectivos en función de nacionalidad, raza, credo u otros criterios, en muchos casos bajo regímenes autoritarios. Así pueden crearse entornos desfavorables o incluso claramente adversos a la cooperación internacional, la difusión del conocimiento y la innovación.

Esta situación se vuelve aún más compleja y adquiere rasgos nuevos en el marco de la revolución de la información. El carácter abier to y anónimo de la red y la extrema dificultad para mantener en todo momento una protección adecuada de los datos y las comunicaciones multiplican las opor tunidades para el terrorismo, ejercido por grupos o incluso individuos fanatizados, que está pasando a representar un riesgo superior al de los conflictos armados tradicionales.

En definitiva, alcanzar ese futuro mejor para todos que la tecnología hace posible exige mejorar, a nivel global, las condiciones para la libertad y los derechos de las personas, la libre iniciativa, la educación y la difusión del conocimiento.

Al tiempo, es preciso reforzar los mecanismos de gobernanza global, de forma que todos los intereses legítimos de las diferentes áreas del mundo estén representados y puedan acordarse y emprenderse programas suficientemente ambiciosos para afrontar los problemas comunes; desde la coordinación básica de las políticas económicas a los proyectos para impulsar el desarrollo a medio y largo plazo de las áreas más desfavorecidas y para afrontar las grandes cuestiones medioambientales.

Pero todo no puede ser tan solo fruto del esfuerzo de los gobiernos. Exige la cooperación de todos, en muchos ámbitos: las empresas, las ONG y los ciudadanos, tanto individualmente como articulados de diversas maneras en el seno de la sociedad civil. En un mundo tan interconectado, en el que la información circula libremente de forma instantánea, esos vínculos tan complejos de colaboración pueden establecerse mucho más rápida y sólidamente que en ningún momento anterior de la Historia.

De la misma forma, cobra también una relevancia especial el ejemplo y el estímulo que suponen las personas y las organizaciones de todo tipo, que promueven y ejecutan iniciativas que mejoran aspectos de la vida de las personas. Porque se convierten en líderes del cambio, a cuyas iniciativas se pueden sumar o de quienes pueden aprender otros muchos. Y que tienen, además, otro efecto muy importante a medio plazo: el de influir en la conciencia de grandes masas de población.

Ese papel de los líderes del cambio, apoyados en un número creciente de personas cada vez más interconectadas, mejor informadas y con más conciencia de la importancia de los derechos de las personas y de la colaboración para conseguir objetivos comunes, es clave para generar un cambio; un cambio cultural y ético que impulse el ajuste de nuestros valores y nuestras instituciones, de forma que podamos extraer el mejor partido para todos de las oportunidades que el avance científico y tecnológico ofrece.

El sistema financiero, una reforma institucional necesaria

La industria financiera está en el centro del sistema económico y es clave el avance hacia un futuro mejor. La banca, en especial, es una herramienta necesaria para que millones y millones de empresas y de familias en todo el mundo amplíen sus oportunidades y eleven su calidad de vida: financiando sus inversiones, la compra de sus viviendas y ofreciendo productos adecuados para su ahorro. Por eso, la banca es una palanca muy poderosa para el desarrollo económico y la estabilidad social. Existen múltiples evidencias de la relación causal positiva entre el aumento del crédito bancario y el crecimiento. La crisis económica reciente ha vuelto a poner de manifiesto esta causalidad, esta vez en sentido negativo. Los graves problemas de la banca en muchos países son, en gran medida, responsables de la reducción del crecimiento.

Pero más allá de la coyuntura actual, la crisis ha puesto de manifiesto problemas muy serios en el funcionamiento del sistema financiero internacional. Sin duda, ha habido fallos de regulación y supervisión. Pero, también, errores muy graves de muchas entidades financieras grandes y pequeñas en diferentes países. Errores que se resumen en el descuido o, en muchos casos, la vulneración flagrante de los principios básicos de la práctica bancaria: la prudencia, la transparencia, la integridad. La percepción de los bancos como “culpables” de la crisis, junto con los enormes costes de esta, en términos de recursos públicos, crecimiento y empleo, han deteriorado gravemente su imagen. La banca ha perdido gran parte de la confianza de sus clientes y de la sociedad. Esto, desde luego, es negativo para las entidades bancarias. Pero también es negativo para el bienestar global. Un sistema financiero solvente, que funcione de manera eficaz, es fundamental para el crecimiento sostenible.

Hace falta una transformación de la industria financiera. Y la propia crisis ha supuesto un detonante para acelerarla. El proceso ya está en marcha. Es un proceso imparable, que tendrá efectos muy profundos. Porque también son muy profundos e imparables los factores que lo mueven: el avance tecnológico y las transformaciones económicas y sociales que está impulsando, que cambiarán los hábitos y los comportamientos de las personas. Todas las empresas afrontan estos cambios en su clientela, pero estos cambios se perciben especialmente en el sector servicios, donde el elemento informacional, virtual, no físico, es el verdaderamente relevante (Miles 2000).

Es imprescindible una transformación organizativa y cultural. Una transformación que permita a la banca establecer su reputación sobre la base de la transparencia en la relación con sus clientes, la eficiencia, la agilidad y la flexibilidad en la respuesta a sus necesidades, el esfuerzo por hacer una contribución positiva a la resolución de los problemas sociales.

Este es el caso, muy particularmente, de la industria financiera y de los bancos. Sus materias básicas son, precisamente, la información y el dinero. Y el dinero se desmaterializa, se convierte en apuntes contables, esto es, en información, susceptible de almacenarse, procesarse, transmitirse a tiempo real y a un coste muy bajo, cada vez más próximo a cero.

La banca, sin embargo, no ha experimentado, hasta ahora, una transformación comparable a la de otros sectores basados en la información, como, por ejemplo, la música o el entretenimiento.

Esto se ha debido, en parte, a que la banca es un sector altamente regulado e intervenido por los poderes públicos. Y, en parte, al entorno económico y monetario excepcionalmente favorable los años anteriores a la crisis, que ha impulsado la actividad y los beneficios y ha hecho posible un grado relativamente alto de ineficiencia en la industria.

Pero la revolución tecnológica avanza y su impacto es cada vez más amplio y profundo. Y la crisis actual impulsa el cambio por distintas vías. La crisis ha desencadenado un proceso de cambios en la regulación y la supervisión bancarias. Por una parte, se están poniendo en marcha los mecanismos para adaptarlas a un ámbito más global, lo que, necesariamente, supondrá una reducción gradual de las particularidades de cada mercado nacional o regional. Y, por otra parte, se están reformando los mecanismos prudenciales: requisitos más exigentes de capital y liquidez, límites al endeudamiento, mayor protección del consumidor, fuertes inversiones en sistemas de control de riesgos, cumplimiento, etcétera. En definitiva, esto representa menor rentabilidad –no solo ahora en la crisis, sino en el futuro– pero, también, más fácil acceso a un mercado más amplio y homogéneo.

En definitiva, los bancos tienen que responder a nuevas demandas por parte de unos clientes y una sociedad mejor informados y más exigentes. Y tienen que hacerlo en un entorno adverso, en términos de reputación y, también, de rentabilidad.

Por eso, la transformación debe traer no solo un salto cualitativo en la eficiencia, sino también una revisión profunda de la forma en la que los bancos se relacionan con su clientela.

Las ganancias de eficiencia podrán materializarse, en parte, a partir de una drástica consolidación, que ya ha comenzado. Pero el verdadero cambio vendrá de un proceso sostenido de innovación, mediante el uso intensivo –e inteligente– de la tecnología. En paralelo a esa transformación tecnológica, es imprescindible una transformación organizativa y cultural. Una transformación que permita a la banca establecer su reputación sobre la base de la transparencia en la relación con sus clientes, la eficiencia, la agilidad y la flexibilidad en la respuesta a sus necesidades, el esfuerzo por hacer una contribución positiva a la resolución de los problemas sociales.

Una industria que será mucho más competitiva que en el pasado, y que ofrecerá, a la vez, enormes oportunidades si, entre todos, conseguimos hacer realidad las enormes posibilidades de la tecnología para conseguir un sistema financiero global más eficiente, fuerte y sostenible, capaz de generar más oportunidades y más bienestar para todos sus ciudadanos.

BBVA, un líder del futuro de la industria financiera

Todo proceso de cambio necesita líderes que lo impulsen con su ejemplo y BBVA aspira a convertirse en un líder de la transformación de industria financiera del siglo XXI.

En BBVA, creemos que estamos en una buena posición para liderar ese cambio. Somos un grupo financiero global, fuerte y diversificado. Y, desde mucho antes de la crisis, desde hace más de una década, estamos trabajando en la construcción de un nuevo modelo de negocio que se anticipa al futuro.

Nuestras aspiraciones y la naturaleza de nuestro proyecto se resumen en nuestra visión: “BBVA, trabajamos por un futuro mejor para las personas”.

Esto significa, fundamentalmente, una cosa: en BBVA somos optimistas, miramos al futuro con ambición. Creemos que el ser humano puede y debe resolver los retos de nuestra época y conseguir un futuro mejor. Un futuro mejor para las personas es un futuro mejor para BBVA. Y BBVA debe y puede hacer una contribución relevante para lograrlo.

Este proyecto se funda en tres pilares: los principios, las personas y la innovación.

De estos tres pilares, los principios son el central. En BBVA nos gusta repetir que trabajamos sobre la premisa de que la ética no solo es deseable, sino también muy rentable. Promover, a toda costa, una cultura de prudencia, transparencia e integridad cuesta mucho esfuerzo y representa, muchas veces, sacrificar beneficios fáciles a corto plazo. Pero es lo único que asegura la sostenibilidad del proyecto a medio y largo plazo. Gracias a esos principios, BBVA ha evitado los errores que han cometido muchos de nuestros pares y durante la crisis ha fortalecido su posición relativa en la industria global. Pero los principios no solo ayudan a evitar errores; los principios son clave en la relación con las personas, nuestro segundo pilar.

Nuestro modelo de negocio se funda en el establecimiento de relaciones de confianza, estables y de largo plazo con nuestros clientes, el centro de toda nuestra actividad. Y, también, por supuesto, con nuestros colaboradores, nuestros accionistas, con nuestros reguladores y supervisores, con los ciudadanos de las sociedades en las que operamos. Personas, todos ellos. Y esta confianza solo puede ganarse y mantenerse con un comportamiento invariablemente ético, que incluye un esfuerzo constante por proporcionarles las mejores soluciones para sus necesidades, de modo ágil, conveniente y al mejor precio.

Para conseguir esto, la clave reside en nuestro tercer pilar: la innovación. Conseguir un nuevo modelo de producción y distribución de servicios verdaderamente diferencial: totalmente enfocado al cliente, más eficiente, ágil, sencillo y conveniente, requiere un esfuerzo sostenido de innovación. No solo en el ámbito de la tecnología, sino también en el organizativo y cultural.

En el artículo que abrió el tercer libro de esta serie ya tuve ocasión de comentar nuestro modelo de innovación (González, 2011). Por su parte, el artículo de Beatriz Lara describe brevemente nuestro método de innovación, algunas áreas en las que estamos trabajando y algunos proyectos y realizaciones. Por eso, dedicaré unas breves líneas a los aspectos más conceptuales de la innovación en BBVA.

Nuestro enfoque de innovación parte del conocimiento. Si queremos ofrecer las mejores soluciones a las demandas presentes y futuras de nuestros clientes, primero tenemos que conocerlos muy bien. BBVA, como todos los bancos, tiene una enorme cantidad de información sobre los clientes. El gran reto consiste en convertir esa información en conocimiento útil para diseñar los productos que satisfagan mejor sus demandas, establecer los precios apropiados a sus condiciones y los canales de distribución más convenientes. Por eso, en BBVA somos pioneros del data mining y la construcción de algoritmos inteligentes de anticipación de las demandas de los clientes.

En paralelo, en BBVA hemos abordado una transformación profunda de nuestra red de distribución. BBVA es uno de los bancos más eficientes del mundo, pero queremos ir mucho más allá. Estamos avanzando hacia un modelo de distribución que supera la multicanalidad. Se trata de la construcción de una plataforma a la vez física y virtual, un espacio continuo, sin fisuras, a la que los clientes puedan acceder a su total conveniencia. Es decir, sea cual sea el canal que elijan, podrán transitar de uno a otro sin ninguna discontinuidad, y siempre obteniendo las mejores funcionalidades y productos que BBVA pueda ofrecer.

Esta plataforma dará soporte a un concepto muy distinto de banco: una empresa que ofrece, por supuesto, una amplia gama de productos y servicios financieros, pero también otros servicios, siempre basados en la información y el conocimiento, incorporando las contribuciones de los propios usuarios y utilizando toda la potencia de las redes sociales. Y todo ello, aprovechando las funcionalidades crecientes de la telefonía móvil y, en el futuro, muchos otros dispositivos, así como las posibilidades de la nube para ofrecer a los clientes acceso universal, a coste muy bajo, a la información.

En BBVA queremos apalancar la potencia de nuestro modelo en mercados que ofrecen grandes oportunidades de crecimiento. Por eso, además de nuestro liderazgo en México y en el conjunto de América Latina, estamos construyendo una sólida franquicia en Estados Unidos –el mayor mercado del mundo y con el mejor potencial de crecimiento entre los países desarrollados–, y estamos firmemente introducidos en China y en Turquía. Todos ellos son mercados donde se va a concentrar gran parte del crecimiento mundial en las próximas décadas y donde todavía existe un porcentaje muy elevado de población sin acceso a los servicios financieros, lo que multiplica nuestro potencial de crecimiento.

El proyecto BBVA, tecnológicamente avanzado y muy eficiente, supone una importante ventaja competitiva frente a los clientes de los países desarrollados (sofisticados y usuarios intensivos de la tecnología). Pero también es especialmente adecuado para desarrollar modelos ágiles, sencillos y de coste reducido que impulsen el acceso a los servicios financieros de grandes segmentos de la población (como, de hecho, ya estamos haciendo en Latinoamérica) y para abordar mercados relevantes donde hoy BBVA no tiene presencia física.

Sin duda, la mayor contribución que BBVA puede hacer a un futuro mejor para las personas se canaliza a través de su actividad diaria. Pero, en paralelo, BBVA está llevando a cabo un importante esfuerzo de responsabilidad corporativa, entendido como otra forma de contribución a ayudar al desarrollo y a la mejora de las sociedades en las que operamos: a este esfuerzo, BBVA viene dedicando cada año más de 70 millones de euros (en 2011, 74 millones, equivalentes a casi el 2,5 % de nuestro beneficio atribuido).

Esta labor se concentra en las áreas que consideramos las palancas más poderosas para abrir oportunidades a las personas y ayudarlas a mejorar su futuro: la inclusión financiera, la generación y difusión de conocimiento y la educación, a las que a partir de 2011 se ha sumado el fomento del emprendimiento social.

El apoyo a la inclusión financiera es la respuesta de BBVA al hecho de que, en la actualidad, menos de 1 000 millones de personas son clientes de los bancos. Quedan, por tanto, unos 2 500 millones de personas adultas excluidas de los productos y servicios financieros básicos, y, por tanto, privadas de oportunidades de progresar o sometidas a condiciones usurarias.

El modelo convencional de banca es incapaz de proporcionar productos y servicios financieros por cuantías reducidas a los ciudadanos del mundo de menor renta, muchos de ellos en entornos dispersos y remotos, a un coste tal que les resulten accesibles.

Como ya he señalado, BBVA, en el curso de su actividad bancaria, está desarrollando y aplicando esquemas más ligeros y económicos –basados en el móvil, en tarjetas o en agentes– para los segmentos de población de menor renta. Con estos esquemas BBVA ha captado dos millones de clientes en México y un millón en el resto de Latinoamérica.

Pero, además, y para apoyar a personas aún más desfavorecidas, en 2007, BBVA creó y dotó con 200 millones de euros a la Fundación BBVA para las Microfinanzas, una institución sin fines de lucro, con el propósito de apoyar el desarrollo de las microfinanzas.

La Fundación, cuyo ámbito de actuación es América Latina –aunque podría en el futuro extenderse a otras regiones– tiene dos ámbitos de actividad. La principal es la creación de una Red de Entidades Microfinancieras en la región. La segunda es el desarrollo de iniciativas que contribuyan a transformar el sector microfinanciero. Todo ello de manera filantrópica y abierto a todo el sector.

La estrategia de la Fundación consiste en tomar participaciones de control en entidades microfinancieras relevantes en sus áreas de actividad, con buena reputación y track récord. La Fundación aporta capital y recursos para definir su solvencia y facilitar su expansión, y know-how para mejorar sus gobiernos corporativos, su gestión, el control de riesgos, la creación y la implantación de nuevos productos y servicios, y el desarrollo de su capital humano. Este proceso se ve impulsado por las sinergias de la red ya constituida para el traslado de las mejores prácticas.

Al cierre de 2011, la Fundación operaba en seis países (Chile, Perú, Colombia, Puerto Rico, Argentina y Panamá) a través de ocho entidades. Atendía a un millón de clientes –que representan casi cuatro millones de beneficiarios– con una red de 359 oficinas. Ha concedido, desde su fundación, créditos por importe de 2 500 millones de euros, con un importe medio de poco más de mil euros, fundamentalmente a pequeños emprendedores, de los que un 60 % son mujeres.

En paralelo, la Fundación lleva a cabo importantes iniciativas desinteresadas para mejorar el sector microfinanzas, en alianza con universidades, organismos multilaterales, tales como el BID y el Banco Mundial, y con entidades públicas nacionales para el desarrollo.

Entre estas iniciativas me gustaría destacar los programas de formación de especialistas, la elaboración de un Código Universal de Gobierno Corporativo para Entidades Microfinancieras, complementado con una guía para su aplicación, y la formación de miembros de Consejos Directivos de estas entidades, y acuerdos público-privados, como el suscrito en Panamá para el desarrollo y la mejora de la gestión de las microfinanzas en el país.

La Fundación Microfinanzas BBVA es ya la mayor red microfinanciera de América Latina, y sigue creciendo: en el momento de redactar este artículo ha anunciado su entrada en la República Dominicana –el séptimo país en el que tiene presencia– a través de la compra del 31 % de Banco ADOPEM. Además de proporcionar oportunidades de mejora para el bienestar y la calidad de vida de millones de personas, apoya desinteresadamente el desarrollo de las microfinanzas en toda la región, con el consiguiente efecto multiplicador de su impacto sobre el conjunto de los consumidores más desfavorecidos y el desarrollo económico y social.

La línea más reciente de la actividad corporativa responsable de BBVA se centra en el emprendimiento social, una forma organizacional incipiente que combina la cultura de las empresas y la de las redes de asistencia convencionales. Busca, a la vez, la generación de beneficios económicos reinvertibles que aseguren la sostenibilidad y la escalabilidad de la iniciativa, y la consecución de beneficios sociales. En suma, se trata de aplicar las mejores prácticas de excelencia empresarial al servicio del bien común.

Cada vez hay más emprendedores sociales, pioneros de un profundo cambio para promover soluciones de mercados a los problemas de todos. En general, se trata de iniciativas que trabajan en pequeña escala y con países en vías de desarrollo, un esfuerzo todavía muy pequeño en comparación con la magnitud de los problemas globales. Pero también es un elemento muy poderoso para el cambio, y pueden desempeñar un papel relevante en redirigir el curso de nuestro mundo hacia un futuro mejor.

La actividad de la Fundación Microfinanzas BBVA comparte muchos de los rasgos del emprendimiento social. Pero, además, BBVA desarrolla programas específicos de apoyo a los emprendedores sociales, que arrancaron en el año 2011.

Ese año, BBVA creó un vehículo de inversión en este tipo de iniciativas dotado con tres millones de euros. Al tiempo, se lanzó el “Momentum Project” para la evaluación y el apoyo de proyectos de este género. En su primera edición “Momentum Project” se centró en España, y se saldó con el apoyo a diez proyectos (y financiación a siete). En 2012, esta iniciativa se ha extendido a México y Perú, al tiempo que se desarrolla un programa de cursos y talleres para jóvenes emprendedores en toda América Latina con ambiciosos planes de expansión para los próximos años.

La educación es, seguramente, el instrumento más poderoso para ampliar las oportunidades de las personas y facilitarles el acceso a mayores cotas de bienestar y calidad de vida. Los programas de educación representan más de la mitad de los recursos que BBVA dedica a la Responsabilidad Corporativa. En este ámbito nos concentramos en la educación financiera. Por dos motivos: primero, porque es el aspecto que mejor conocemos y en el que más podemos aportar. Y, en segundo lugar, porque la educación financiera es una herramienta muy importante para que las personas puedan ampliar su horizonte de posibilidades y mejorar a medio y largo plazo su calidad de vida.

En este ámbito BBVA desarrolla el Plan Global de Educación Financiera. Este Plan incluye el programa “Valores de Futuro” dedicado a los escolares en España y Portugal. En el bienio 20112012, este programa alcanzará a más de 650 000 beneficiarios en 3 500 centros escolares en España, y 105 000 estudiantes de 800 centros en Portugal. En América Latina, el programa se denomina “Adelante con tu Futuro”, la actuación se concentra, fundamentalmente, en adultos, para ayudarles a manejar sus finanzas personales y ha ayudado a 405 000 personas, la mayor parte en México, país de origen del programa, que se va extendido a otros países de la región.

Más recientemente, BBVA está apoyando iniciativas de educación financiera en Estados Unidos tanto para adultos (“Money Smart”) como para niños (“Teach children to save” o “Get Smart about Credit”).

Adicionalmente, y a través del programa “Niños adelante”, BBVA ayuda cada año con becas y apoyo de tutorías a 65 000 niños mexicanos a continuar sus estudios en entornos afectados por la emigración a Estados Unidos, donde muchos hogares quedan sin cabeza de familia y en situación económica precaria.

En BBVA somos optimistas, miramos al futuro con ambición. Creemos que el ser humano puede y debe resolver los retos de nuestra época y conseguir un futuro mejor. Un futuro mejor para las personas es un futuro mejor para BBVA. Y BBVA debe y puede hacer una contribución relevante para lograrlo.

Por último, quiero destacar nuestra línea de “Impulso del Conocimiento”. El compromiso de BBVA con el conocimiento proviene, fundamentalmente, de nuestra convicción profunda de que el conocimiento es la clave para mejorar nuestro futuro personal y colectivo.

El desarrollo de esta línea corre, fundamentalmente, a cargo de la Fundación BBVA. La Fundación BBVA dedica, cada año, una cantidad del orden de 20 millones de euros a diferentes programas de apoyo a la investigación científica y a su difusión, con especial atención en las ciencias sociales, la biomedicina, las ciencias del medio ambiente y las ciencias básicas, además de la creación artística (en particular, aunque no exclusivamente, la música contemporánea).

En la estrategia de la Fundación, aparte del apoyo a equipos y proyectos de investigación que pueden tener un impacto relevante en el avance de las ciencias y en apertura de nuevos horizontes, tiene un papel muy importante la difusión de ese conocimiento a la sociedad. Y, también el acercamiento a la sociedad de la actividad científica y creadora, a través de la difusión del ejemplo de las personas y los equipos que hacen posible la ampliación del espacio de lo conocido y enriquecen nuestro espectro cultural.

En esta tarea, los Premios que la Fundación concede o apoya son una herramienta muy importante. Entre estos premios quiero destacar los dedicados a la creación musical, la preservación de la biodiversidad, la educación secundaria y, sobre todo, los Premios Fronteras del Conocimiento. Estos premios, de los que este año se falla la 5ª edición, se han convertido, en su corta vida, en una referencia mundial de las áreas objeto de reconocimiento, que además de disciplinas más tradicionales, pero de gran relevancia para nuestro futuro (las ciencias básicas, la creación musical y la economía y la gestión de empresas), incluyen cinco áreas multidisciplinares en torno a cuestiones centrales para la sociedad global del siglo XXI: la biomedicina; la ecología y la biología de la conservación; las tecnologías de la información y la comunicación; el cambio climático, y la cooperación al desarrollo.

En esta misma línea se inscribe esta colección de libros y su desarrollo paralelo, la comunidad del conocimiento OpenMind. Espero y deseo que todos los lectores de este libro disfruten y aprendan con su lectura tanto como nosotros al editarlo y animo a todos a sumarse y apoyar nuestro esfuerzo participando en OpenMind, para convertirlo en un espacio rico, abierto y vivo en el que debatir, compartir y difundir el mejor conocimiento sobre cuestiones clave para conseguir un futuro mejor para todos.

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