La dura realidad del emprendimiento en una economía global
El poder de «crear empleo» que se atribuye a los emprendedores es exagerado; casi todos
terminan fracasando y la gran mayoría de los que prosperan crean relativamente pocos puestos de trabajo. El grueso del empleo lo generan compañías de la economía tradicional, firmas que llevan activas veinticinco años o más. Aun así, el trabajo en una economía globalizada y digital es cada vez más fragmentario e inestable. Los lugares de trabajo centralizados, ya sean fábricas u oficinas, siguen con nosotros, claro, pero en cantidades decrecientes. Cada vez más, las funciones no centrales o non-core –ya sean de tecnologías de la información, de transporte, de reparto de comida o de servicios de limpieza– se subcontratan a proveedores o, en algunos casos, se externalizan a otros lugares geográficos con costes inferiores. Cada vez somos más los que trabajamos de manera
independiente, como autónomos o con contrato por obra o servicio determinado. De modo que nos enfrentamos al desafío de encontrar sentido a un trabajo en el que el lugar donde lo desempeñamos tiene un papel mucho menos central. En cierto modo, estamos regresando a la época de los comerciantes, agricultores y artesanos independientes y vamos hacia una economía en la que nuestra identidad laboral depende menos de una organización particular y más de nuestra relación personal con el trabajo en sí.