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17 febrero 2023

La mujer que resucitó un pez de entre los muertos

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En 1938 uno de los hallazgos zoológicos más valiosos de la historia se habría perdido de no ser por el empeño de una mujer. Contra viento y marea, la naturalista sudafricana Marjorie Courtenay-Latimer logró conservar un raro pez que no supo identificar, pero en el que intuyó un gran descubrimiento. El celacanto, nombrado Latimeria Chalumnae en su honor, no solo fue el célebre redescubrimiento de un linaje de animales que se creía extinguido desde la debacle que acabó con los dinosaurios, sino que además proporcionó a los científicos nuevas pistas para comprender la evolución.

Courtenay-Latimer (24 de febrero de 1907 – 17 de mayo de 2004) nació en East London, una ciudad portuaria en crecimiento en la Colonia del Cabo bajo el Imperio británico. Muchos de sus habitantes de origen europeo eran colonos en busca de una nueva vida. Este fue el caso de Eric Courtenay-Latimer, nacido en la India británica y emigrado a Sudáfrica, donde sirvió en la guerra anglo-bóer para después dedicarse a la búsqueda de diamantes y finalmente establecerse como jefe de estación del ferrocarril. Su esposa, Willie Fulton, había enviudado con dos hijas y tuvo seis más con su nuevo marido. La mayor de estas, Marjorie Eileen Doris, parecía destinada a una muy corta vida: nació sietemesina, con menos de un kilo de peso y sin uñas en las manos ni en los pies. Era tan pequeña que el médico la colocó en una caja de zapatos, donde la alimentaban con un cuentagotas y la vestían con ropa de muñeca.

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El descubrimiento del celacanto, nombrado Latimeria Chalumnae en honor de Courtenay-Latimer, proporcionó a los científicos nuevas pistas para comprender la evolución

Contra todo pronóstico, Marjorie sobrevivió, con una salud frágil durante toda su infancia, pero con una férrea voluntad de vivir: como escribía la ictióloga Susan Jewett según el relato de la propia Marjorie, a los siete meses comenzó a caminar y, no mucho después, sorprendió a sus padres hablando en alemán, el idioma de algunos vecinos. Fue una niña enamorada de la naturaleza, propensa a meterse en líos con su hermana favorita, Norah; tuvo encontronazos con una cobra y con un tigre escapado del zoo local, y solía recoger nidos y huevos de aves. Un día, distraída en clase, su profesora, la hermana Camilla, castigó su falta de atención obligándola a escribir 25 veces la explicación que Marjorie no estaba escuchando: “Un pez fósil tiene escamas ganoides; un pez fósil tiene aletas parecidas a extremidades”.

La mayor experta en la naturaleza 

Su amor por los animales, sobre todo las aves, la llevaría a abandonar sus estudios de enfermería cuando supo de una oferta de trabajo de conservador en el nuevo museo de East London. Fue contratada por su dominio de la naturaleza local frente a otros candidatos con más cualificaciones. Durante 15 años sería la única empleada del museo junto con su ayudante, el nativo de la etnia xhosa Enoch Thwate, y la única responsable de conseguir piezas para surtir la colección. Fue así como el 22 de diciembre de 1938 recibió una llamada: un pescador al que conocía, el Capitán Hendrik Goosen, había capturado algún pez desconocido.

Marjorie acudió al puerto algo reticente, ya que estaba preparando un reptil fósil para la exposición, pero la Navidad estaba próxima y sentía que debía corresponder a la amabilidad de Goosen, quien la había ayudado a llevar especímenes de animales al museo a bordo de su barco unos años antes. Mereció la pena: “el pez más bonito que había visto nunca”, diría después. Aquel ejemplar de metro y medio y casi 60 kilos tenía escamas duras y cuatro aletas que parecían patas. Y, entonces, Marjorie recordó el castigo de la hermana Camilla.

El celacanto, que se creía extinguido al final del Cretácico, en realidad había permanecido oculto a la ciencia durante 66 millones de años. Crédito: CHRISTOPHE ARCHAMBAULT/AFP via Getty Images

Después de convencer al taxista para que le permitiera cargar el maloliente pez en el coche, no consiguió identificarlo con los pocos libros que tenía. El presidente del museo le dijo que era un simple bacalao de roca, y que lo tirara. Pero ella sabía que no era así. Ansiosa por conservarlo, escribió al químico e ictiólogo J.L.B. Smith, al que había conocido durante sus trabajos de campo, adjuntándole un dibujo. Mientras tanto, no pudo sino recurrir a un taxidermista, que disecó el animal descartando sus órganos.

El debate en torno a los fósiles vivientes 

El dibujo de Marjorie le reveló a Smith un pez distinto a todo lo que conocía. “Parecía más bien un lagarto”, escribiría en 1956 en su libro Old Fourlegs: The Story of the Coelacanth. Pero de inmediato tuvo su momento eureka: aquello era muy similar a peces solo conocidos por fósiles, extinguidos hace millones de años. Cuando por fin consiguió comunicarse con Marjorie, la urgió a conservar los órganos. Ella intentó recuperarlos de la basura, pero fue inútil.

El resto es bien conocido: el celacanto, que existió desde hace más de 400 millones de años y que se creía extinguido al final del Cretácico, en realidad había permanecido oculto a la ciencia durante 66 millones de años. El hallazgo del siguiente ejemplar tardó 14 años, esta vez fue capturado en las islas Comoras, en el océano Índico. Hoy se conocen dos especies, ambas del género con el que Smith honró a su descubridora antes incluso de posar sus ojos sobre el pez disecado.

El genoma del celacanto ha servido para comprender mejor la historia natural de estas especies y de la transición de los animales acuáticos a los terrestres. Crédito: <strong>Alan Band/Keystone/Getty Images</strong>
El genoma del celacanto ha servido para comprender mejor la historia natural de estas especies y de la transición de los animales acuáticos a los terrestres. Crédito: Alan Band/Keystone/Getty Images

Sin embargo y aunque entonces se le llamó “fósil viviente”, un término propuesto en su día por Darwin y que ha sobrevivido hasta hoy, algunos científicosno todos— consideran que esta es una denominación errónea, ya que tanto el celacanto como el resto de organismos aparentemente similares a sus formas ancestrales también han evolucionado; los celacantos actuales son parecidos a los prehistóricos, pero son géneros distintos que no se habrían reproducido entre sí. Su genoma ha servido para comprender mejor la historia natural de estas especies y de la transición de los animales acuáticos a los terrestres. Más adecuado es “taxones Lázaro”, tipos de organismos que se creían desaparecidos y que, como el personaje bíblico, resucitaron para la ciencia; por usar otro término más de hoy, tan resilientes como la propia Marjorie, la niña sietemesina que vivió para cumplir los 97 años.

Javier Yanes

@yanes68 

 

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