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30 abril 2015

Wallace Carothers: la estrella fugaz de la química

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El invento del nylon fue el momento estelar de la química durante el siglo XX. Ingeniería, ciencia básica, universidad e industria, se compenetraron como nunca para hacer realidad un sueño de la innovación: fabricar una seda artificial totalmente sintética. El nylon fue un éxito comercial tan inmediato que literalmente convulsionó la sociedad de EEUU en los años 40. Pero su inventor, Wallace Carothers (27 de abril de 1896 – 29 de abril de 1937), no vivió para ver ese éxito. Tuvo una carrera científica tan brillante como fugaz, más propia de una estrella de rock o de un artista atormentado.

Wallace Hume Carothers, en su laboratorio de la Estación Experimental de DuPont

En 1928 la empresa estadounidense DuPont decidió invertir en ciencia básica y fichó a Wallace Carothers para liderar la investigación en química orgánica. Carothers, con una prometedora carrera académica por delante, dejó su puesto de profesor en Harvard para asumir el reto que le planteó DuPont: fabricar una molécula gigante con un peso de más de 4.200 unidades de masa atómica. Sin ningún objetivo práctico, se trataba solo de batir un récord, de superar a los que entonces comenzaban a desarrollar la química de esas macromoléculas de larguísimas cadenas, hoy llamadas polímeros.

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Carothers lo logró tras dos años de trabajo. En 1930 produjo un “superpoliester” con un peso molecular de más de 12.000. Ese mismo año su equipo se apuntó otro éxito al fabricar el primer caucho sintético (el neopreno) y además empezó a desarrollar nuevas fibras. Pero una depresión mental y una agitada vida personal apartaron a Carothers de esa línea durante varios años.

En 1934 Wallace Carothers regresó e inició otra etapa muy fértil como investigador, salpicada con estancias en clínicas psiquiátricas. DuPont le había hecho esta vez un encargo mucho más práctico: fabricar una seda sintética, que fuera práctica para el uso cotidiano. El equipo de Carothers retomó algunos de los superpolímeros con los que habían experimentado por pura curiosidad, las poliamidas; y de ahí nació el nailon, sintetizado por primera vez el 28 de febrero de 1935.

El reconocimiento de su gran contribución a la ciencia fue inmediato. En 1936 fue nombrado Académico de las Ciencias, un honor nunca antes recibido por un químico de su especialidad. Pero no pudo superar la depresión y sintió que su carrera científica se estaba estancando, a pesar de que el 16 de febrero de 1937 recibió la patente de su método para crear esas larguísimas cadenas de polímeros. El 29 de abril de ese mismo año Wallace Carothers se suicidó, bebiendo cianuro con zumo de limón. Con sus conocimientos de química, sabía que tomar el cianuro potásico disuelto en un medio ácido lo convertiría en un veneno más rápido y potente.

Su hija nació siete meses después y Wallace tampoco vivió para ver el éxito de su gran invento. En 1938 DuPont recibió la patente del nailon, solicitada por Carothers días antes de morir, y comenzó usarlo en los filamentos de los cepillos de dientes. Pero su despegue comercial llegó en 1940, en forma de medias para mujer. Las medias de nailon eran baratas, finas y mucho más duraderas que las de seda y en su lanzamiento en EEUU se vendieron a un ritmo de 4 millones de pares al día.

La Segunda Guerra Mundial puso un paréntesis a esta fiebre del nailon, pues DuPont dejó de fabricar medias y destinó su fibra sintética a los paracaídas y otros materiales para el ejército. Durante esos años hubo un mercado negro de medias de nailon y, una vez terminada la guerra, su vuelta a las tiendas fue tumultuosa. DuPont las relanzó con una gran campaña promocional pero al principio no pudo cubrir la demanda, y el desabastecimiento de medias de nailon provocó disturbios en las tienas. Fueron las llamadas “revueltas del nailon”. En Pittsburgh, una cola de 40.000 personas para comprar 13.000 pares de medias acabó en pelea con destrozos en unos grandes almacenes.

El nailon revolucionó la industria textil, al hacer accesible un artículo de lujo. DuPont fue acusada de retener la producción de medias de nailon para lograr más beneficios y, las protestas de las mujeres influyeron en que la empresa liberara la patente para evitar un juicio antimonopolio. El nailon se había convertido además en un material estratégico, por sus aplicaciones bélicas, y también fue esencial en el programa espacial Apollo: se usó para fabricar los trajes de los astronautas y la bandera que clavaron en la Luna.

La convulsa historia del nailon es hoy un “cuento de hadas” de progreso para la industria y para la ciencia química, siempre asociadas por la opinión pública a la contaminación y la toxicidad. Para Nathan Rosenberg, profesor de la universidad de Stanford, el invento del nailon es un ejemplo claro de que la ingeniería beneficia a la ciencia, y no solo el revés. Rosenberg, estudioso de la innovación, relata esta secuencia de sinergias que llevaron desde el boom de la industria automovilística hasta la revolución del nailon, en su artículo para OpenMind: “Innovación: la ciencia conforma la tecnología, pero ¿eso es todo?”.

 

Francisco Doménech para Ventana al Conocimiento

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