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18 mayo 2015

Tesla contra Edison: una rivalidad mitológica

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La figura del científico loco, del genio excéntrico, ya no es patrimonio de Einstein. En las dos últimas décadas la fascinación por la figura de Nikola Tesla ha ido agrandando un mito que supera los incuestionables logros de este gran inventor serbio. En la cultura popular se impone la visión de Tesla como un héroe ignorado, cuyos méritos no fueron suficientemente reconocidos. Y en ese relato mitológico aparece un codicioso villano llamado Thomas Edison, que hizo lo posible por evitar primero el éxito de Tesla y luego su reconocimiento.

Nikola Tesla frente a su bobina, en 1896. Crédito: Electrical Review

Sin embargo, la realidad documentada es diferente. Los logros de Nikola Tesla (1856–1943) fueron inmediatamente reconocidos y fue una figura venerada desde joven hasta sus últimos años, tanto por sus colegas como por la opinión pública. Ya en 1896, el gran caballero de la física, Lord Kelvin, afirmó que «Tesla ha contribuido más que nadie a la ciencia de la electricidad». Y lo cierto es que el premio más importante que recibió Tesla fue la medalla Edison, cosa que su supuesto enemigo podría haber evitado fácilmente, pues era una distinción creada y concedida por un comité en el que había buenos amigos de Thomas Edison.

El 18 de mayo de 1917 el Instituto Americano de Ingenieros Eléctricos (el actual IEEE) rindió homenaje a Nikola Tesla y se vistió de gala para entregarle la medalla Edison. Aquel día se cumplían 29 años exactos de la publicación de un artículo científico (el 18 de mayo de 1888) en el que Tesla detallaba su mayor éxito como inventor: un motor de inducción que funcionaba con un sistema polifásico de corriente alterna.

Tesla en su laboratorio de Colorado Springs Crédito: Dickenson V. Alley, Century Magazine

Nikola Tesla ya había ganado el 1 de mayo de 1888 varias patentes relacionadas con el motor de inducción y el sistema polifásico; y como Edison había rechazado sus propuestas, Tesla las puso al servicio de la empresa Westinghouse Electrics. Con esa tecnología de corriente alterna Westinghouse ganó la llamada “guerra de las corrientes” a Edison y a General Electrics, que apostaban por la corriente continua. Fue una dura batalla técnica, comercial y legal, en la que Edison jugó con el miedo de los ciudadanos a las descargas eléctricas y electrocutó animales en público para demostrar los peligros de la corriente alterna. En esa época Edison minusvaloró a Tesla: «es un poeta de la ciencia, sus ideas son maravillosas pero nada prácticas».

El gran homenaje a Tesla

En 1917 el hacha de aquella guerra entre grandes corporaciones estaba enterrada. La medalla Edison reconocía la gran idea de Tesla, cuya tecnología se había impuesto no solo para iluminar las ciudades sino como «el medio casi universal para transformar la energía eléctrica en energía mecánica». En su discurso de aquella noche Bernard A. Behrend añadió: «Si eliminásemos los trabajos de Tesla, las ruedas de la industria dejarían de girar, nuestros coches y coches y trenes eléctricos se pararían, las ciudades se quedarían a oscuras».

Nikola Tesla agradeció el premio y dedicó estas palabras a Edison, elogiando su visión práctica: «Cuando llegué a América, conocí a Edison y su efecto en mí fue extraordinario. Vi como este hombre maravilloso, que no tenía formación teórica, lo hacía todo por sí mismo. Y pensé que había desperdiciado mis mejores años estudiando una docena de idiomas y leyendo todo tipo de cosas que caían en mis manos». Tesla recordó su primer año en EEUU, cuando trabajaba sin descanso para Edison y este le reconocía admirado su resistencia.

Esa tenacidad y dedicación al trabajo era lo único en lo que coincidía con Edison, quiso recalcar Tesla: «No necesitaba modelos ni esquemas ni experimentos, lo hacía todo en mi mente. La manera en que inconscientemente desarrollé un nuevo método de materializar inventos e ideas es exactamente opuesta al método experimental puro, del que sin ninguna duda Edison es el mayor y más exitoso exponente». Aquel discurso de 1917 no revelaba más que una distancia profesional entre Edison y Tesla.

Del elogio a la crítica

Y así pasaron los años y las décadas hasta que en 1931 Thomas Edison murió y al día siguiente el New York Times publicó estas declaraciones de Tesla: «Si tuviera que buscar una aguja en un pajar, Edison nunca se pararía a razonar donde sería más probable encontrarla: procedería con la fervorosa diligencia de una abeja a examinar una a una cada paja hasta encontrar lo que buscaba […] Su método era extremadamente ineficiente. Fui un triste testigo de esos procedimientos, sabiendo que un poco de teoría y de cálculo le podría haber ahorrado el 90% de su trabajo».

«A la vista de esto, sus logros son casi un milagro. No es probable que se repita un fenómeno como Edison […] Ocupará un lugar único en la historia de su país, que debería estar orgulloso de su gran genio y de sus logros inmortales en beneficio de la humanidad», añadía Tesla en aquel artículo en el que destacaba también la falta de hobbies y el poco aprecio por la higiene personal de su primer jefe en EEUU.

Portada dedicada a Tesla en su 75 cumpleaños. Crédito: Time Magazine

Esas críticas a iconos de la ciencia no eran extrañas en Tesla, que seguía recibiendo elogios. En el mismo año de la muerte de Edison, Nikola Tesla cumplió 75 y la revista Time le dedicó entera su portada del 20 de julio de 1931, con el título de “Todo el mundo es su central eléctrica”. También el mismísimo Albert Einstein felicitó a Tesla por su 75 aniversario: «A un eminente pionero en el desarrollo de las corrientes de alta frecuencia […] Le felicito por los grandes éxitos de su carrera».

Por su parte, Tesla nunca aceptó la física cuántica ni la teoría de la relatividad: «El trabajo de Einstein es un atuendo matemático brillante que fascina y camufla sus errores. Su teoría es como un mendigo vestido de púrpura, al que los ignorantes confunden con un rey. Sus exponentes son hombres brillantes, pero son metafísicos más que científicos», declaraba en 1935 al New York Times un Tesla que rechazaba públicamente la dualidad onda-partícula, la curvatura del espacio y afirmaba a la prensa que él podía hacer viajar la electricidad más rápido que la luz.

Tesla pasó sus últimos años investigando un arma para lograr la paz mundial, a la que llamaba el “rayo de la muerte”. El elegante y espigado serbio que había encandilado a la sociedad neoyorkina de finales del siglo XIX era ahora un anciano excéntrico, sin apenas recursos económicos, que vivía solo en la habitación de un hotel y que se desvivía por alimentar y cuidar a las palomas en las calles de la Gran Manzana.

Así murió en 1943, a los 86 años. Y al año siguiente un periodista muy cercano a Tesla en sus últimos tiempos, John J. O’Neill, publicó la primera biografía del gran inventor: “Prodigal genius; the life of Nikola Tesla”. En este libro se comenzó a forjar el papel de villano de Edison, remontándose a un desencuentro cuando Tesla aún trabajaba para él, muchos años antes. El viejo Tesla contó a O’Neill que en 1885 Edison le había prometido 50.000 dólares si lograba rediseñar unas máquinas de su empresa, muy poco eficientes. Y además aseguraba que cuando por fin lo consiguió, Edison se negó a recompensarle y se mofó de él.

Para historiadores como Jill Jonnes, autora de “Empires of Light”, es poco creíble que Edison ofreciera a un trabajador novato una suma tan grande, que equivalía al capital inicial de su empresa y a 53 años de salario del joven Tesla. Ya fuera ese el motivo, o que su supervisor no quiso subirle el sueldo de 18 a 25 dólares semanales (como apuntan otras fuentes), lo cierto es que Tesla dejó su trabajo después de menos de un año en la empresa de Edison y montó su propia compañía en 1885 para apostar por la corriente alterna.

Una versión más novelada

Pero Tesla nunca olvidó aquel desencuentro, según relata su primer biógrafo. En el capítulo dedicado a la entrega de la medalla Edison, O’Neill retrata a un Nikola Tesla que primero quiso rechazar el premio y luego desapareció de la gala en su honor en el momento clave. Había salido a alimentar a las palomas. Su amigo Behrend lo encontró en la calle «con dos palomas formando una corona en su cabeza y con una docena más posadas sobre sus brazos. En cada mano abierta había otro pájaro y unos cientos más en el suelo, formando una alfombra viviente».

Según ese detallado relato, Tesla hizo un gesto con el que los pájaros comenzaron a volar desde sus brazos a los de su atónito amigo; y en esas páginas se cuenta también que Tesla volvió a la sala y dio un discurso largo e improvisado, del que no se conserva registro. La primera biografía de Tesla omitió así la escena en la que el protagonista elogió en público la figura de Edison. Pero el discurso sí se conserva (está aquí casi íntegro), fue publicado una semana después por la revista Electrical Review and Western Electrician.

Con este halo de misterio y excentricidad, pero sin rigor documental, el libro “Prodigal genius; the life of Nikola Tesla” (O’Neill, 1944) difundió la idea de un exacerbado antagonismo entre Edison y Tesla, que fue calando en la cultura popular a medida que sucesivos biógrafos fueron repitiendo la versión de John J. O’Neill, incluida la cinematográfica escena de las palomas. Puede que la historia de Tesla sea así más fascinante, con un Edison en la sombra. Pero como quedó patente en aquel homenaje de 1917 y en tantos otros reconocimientos, no era necesario un villano para ensalzar las hazañas del gran héroe de la electricidad.

Francisco Doménech (@fucolin), para Ventana al conocimiento

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