Elaborado por Materia para OpenMind Recomendado por Materia
3
Inicio La impresora 3D, un invento de los 80 que triunfa 30 años después
05 abril 2017

La impresora 3D, un invento de los 80 que triunfa 30 años después

Tiempo estimado de lectura Tiempo 3 de lectura

A Chuck Hall (Clinton, Colorado, 1939) la fama le ha llegado 30 años tarde. Una noche de marzo de 1983, este ingeniero sacó de la cama a su esposa en pijama para enseñarle lo que había conseguido: había imprimido una pequeña copa de plástico negro con un nuevo método creado por él, al que llamó estereolitografía. Hull llevaba meses ocupando sus noches y fines de semana en desarrollar un nuevo aparato con el que pudiera crear pequeños objetos de plástico. No lo sabía todavía, pero se había convertido en el padre de la impresora 3D. Un invento que ahora está cambiando la forma en la que creamos todo: desde juguetes y creaciones espaciales hasta, incluso, órganos humanos. Las posibilidades de su invento se han vuelto casi infinitas. Pero han hecho falta tres décadas para ver lo que hoy llamamos futuro.

El creador de la impresora 3D, Chuck Hull. Crédito: EPO

El momento Eureka tuvo su primer estallido a principios de 1980. Hull trabajaba entonces en Ultra Violet Products, una empresa del sur de California que moldeaba resina con luz ultravioleta y la utilizaba para recubrir muebles. Un día se dirigió a su jefe con una idea: quería colocar cientos de capas de plástico, una encima de otra, y aprovechar la luz ultravioleta para darles distintas formas. Pero, para poder convertir un montón de plástico apilado en un verdadero objeto en tres dimensiones, necesitaba una máquina. Una máquina rápida. Hull, como ingeniero de diseño, estaba frustrado por lo lenta que era la producción incluso de pequeños prototipos de plástico, ya que había que esperar meses solo para probar los nuevos diseños.

El material que cambia de líquido a sólido

A Hull no le permitieron dedicarse a su sueño durante sus horas de trabajo, pero sí le prestaron un pequeño laboratorio donde hacerlo realidad. Después de un año de esfuerzo, el ingeniero desarrolló un sistema en el que luz ultravioleta iluminaba una cubeta rellena de un material llamado fotopolímero. Este tipo de material cambia de líquido —su estado natural— a sólido cuando recibe esta luz. De esta manera, podía dibujar la forma e ir rellenando con capas hasta que el objeto estaba completo.

Una impresora 3D en funcionamiento. Crédito: Makerbot/MediaLabPrado/Flickr

Para que la impresora conociera qué tipo de forma debía completar, Hull debía escribir él mismo el código. Esta limitación provocó que, al principio, la impresora solo realizara figuras muy simples. Sin embargo, a mitad de los 80, la máquina ya había evolucionado lo suficiente como para convertirse en un producto comercial. El estadounidense patentó su invento en 1986, el mismo año que fundó 3D Systems, la primera compañía de impresoras 3D. Hubo que esperar un año más para que saliera a la venta el primer ejemplar. Como era demasiado pesado para llevarlo a demostraciones, Hull realizaba pequeños vídeos para mostrar sus capacidades a los ejecutivos de otras empresas.

Ya en los primeros años, la compañía tuvo una cierta acogida, especialmente con la industria automovilística. General Motors y Mercedes-Benz pronto comenzaron a utilizar la tecnología de 3D Systems para construir y probar prototipos, ya que les ahorraba meses en el proceso de diseño. Sin embargo fue un éxito discreto, una discreción que nunca preocupó a su creador. Hull se lo dijo entonces a su mujer: la tecnología 3D iba a tardar entre 25 y 30 años en madurar y encontrar su lugar. Pero iba a ser algo importante. Acertó en ambas predicciones. La paciencia se convirtió en su mejor aliada.

Una casa hecha con impresoras

¿Qué ha ocurrido en este tiempo para conseguir dar el gran salto? “La precisión”, comentó su creador a una entrevista con la CNN. “Cuando los materiales pasan de líquido a sólido tienden a contraerse lo que puede provocar que se distorsionen. Ahora, la química ha mejorado mucho y prácticamente no hay distorsiones. También en cuanto a propiedades físicas: antes se rompían pronto los materiales y ahora puedes conseguir plásticos realmente buenos y duros”

Una prótesis creada con una impresora 3D. Crédito: 3D Systems

La mejora en los materiales y en la tecnología, unida a una reducción del precio —se pueden conseguir impresoras desde 1.200 euros— han creado un universo en tres dimensiones de infinitas posibilidades. Ya hay comida que se puede imprimir en 3D. Un grupo de científicos en la Universidad de California está tratando de crear con estas máquinas una casa entera. Los planos se pueden descargar en Internet de manera que se puede crear cualquier cosa, por cualquiera, en cualquier parte. Esta democratización de la producción ha desembocado en un gran movimiento maker y en una ola de propuestas tridimensionales. Pero de todos los campos hay uno que destaca sobre el resto: la medicina. Prótesis, medicinas, tejidos e incluso órganos están siendo impresos en 3D. Está revolucionando la forma de hacer cirugías y de rehabilitar a un paciente.

Hull, que tiene más de 100 patentes a su nombre se muestra sereno ante esta nueva fiebre. En 2014, recibió con 75 años en Berlín el premio a mejor inventor de fuera de Europa que otorga la Oficina Europea de Patentes. Allí afirmó tranquilo: “Está bien recibir algo de reconocimiento, ha sido un trabajo duro, pero por otra parte yo solo quiero seguir trabajando”.

Beatriz Guillén

@BeaGTorres

Comentarios sobre esta publicación

El nombre no debe estar vacío
Escribe un comentario aquí…* (Máximo de 500 palabras)
El comentario no puede estar vacío
*Tu comentario será revisado antes de ser publicado
La comprobación captcha debe estar aprobada