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11 junio 2018

Sociocentrismo y pensamiento crítico

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Ya antes de ser elegido, el papa Francisco hablaba de autorreferencialidad en la Iglesia; incluso de cierto narcisismo, de la necesidad de salir de sí misma y acercarse al mundo exterior. Sin duda, el todavía cardenal se manifestaba con fundamento, y puede que también resultara fundamentada similar denuncia en determinados colectivos del mundo laico, en los que parece imperar el corporativismo y el sociocentrismo. Diríase que hay en verdad colectivos, grupos, asociaciones, de diferente dimensión y perfil, en que se desarrolla una percepción autorreferencial de las realidades y, sí, una suerte de narcisismo.

Imagen: Nacho Arteaga on Unsplash

El riesgo sociocéntrico

Se nos muestra natural la tendencia sociocéntrica en los grupos, sean de carácter social, religioso o profesional, y habríamos de ser más conscientes de ello, por si resultara oportuno neutralizar algunos excesos. El análisis es complejo y la síntesis resultaría atrevida, pero, refiriéndonos a la temática que agrupa a los miembros, en los casos más llamativos de sociocentrismo podrían advertirse las siguientes características:

  • Se estrechan miras en la percepción de las realidades.
  • Se cultiva una autorreferencialidad acaso arrogante.
  • Se observa con prevención-desconfianza, a los ajenos, a los diferentes.
  • Se desarrolla la creencia de estar en lo cierto, de llevar razón.
  • Se pueden extremar las posiciones y aspiraciones.
  • Se deposita en los líderes la generación del pensamiento colectivo.
  • Se adopta una cierta retórica propia, envolvente y acaso a veces delirante.

El perfil del pensador crítico

Celebré hace años topar con el término que nos ocupa, mientras consultaba documentos relacionados con el movimiento del pensamiento crítico (critical thinking movement). Los expertos Richard Paul y Linda Elder (“The Miniature Guide to Critical Thinking”, disponible en Internet) subrayaban, para el pensador crítico, la necesidad de superar la habitual tendencia al egocentrismo y el sociocentrismo. Por cierto, el adjetivo desdibuja a veces a este pensador “crítico”, a quien hemos de percibir independiente, riguroso, inquisitivo, bien informado y prudente (como señala el también experto Peter Facione en “Pensamiento Crítico: Qué es y por qué es importante”). Acaso cabe brevemente insistir aquí en que:

  • No busca propiamente fallos o errores, sino verdades.
  • No se muestra superficial, sino que profundiza en los asuntos.
  • No presenta una actitud negativa, sino exploratoria.
  • No da por buena la información, sino que la contrasta.
  • No se precipita en las inferencias, sino que las lentifica y asegura.
  • No se muestra terco e inflexible, sino razonable, de mente abierta.
  • No cree tener buen juicio, sino que aspira a él.
  • No tiende a formular reproches, sino que duda y reflexiona.
  • No genera desconfianza e inseguridad, sino todo lo contrario.
  • No va buscando culpables, sino que analiza causas y consecuencias.
  • No se deja llevar por prejuicios y modelos mentales, sino que es consciente de ellos.
  • No deja que piensen por él, sino que cultiva sensible independencia cognitiva.
Imagen: CC0 Creative Commons

Obsérvese que este perfil de pensador autónomo, marcadamente autocrítico, consciente de sus prejuicios, no encaja en el escenario sociocéntrico que habíamos dibujado. El pensador crítico formará lógicamente parte de grupos, pero no encaja en las debilidades del sociocentrismo; si se siente incómodo, acaba típicamente distanciándose, quizá después de ser percibido con recelo, con rechazo, aun con hostilidad.

Reflexión

Se señala al pensamiento crítico como una asignatura pendiente al hablar de la educación, y aparece como una fortaleza inexcusable en nuestros perfiles profesionales de este siglo XXI: así lo subraya el foro de Davos . Se diría que el desarrollo como persona supone la asunción de protagonismo en la vida personal y, claro, en la percepción de realidades y la cogitación. Todos habríamos de llegar —siempre con sólido fundamento— a nuestras propias verdades (conclusiones, opiniones, creencias, valores, principios morales…), conscientes de que son meramente las nuestras, pero satisfechos por ello.

Incluso teniendo la íntima certeza de poseer la verdad o la razón, uno debería respetar otros puntos de vista, sin darse de lleno a imponer el suyo. Se nos pide manejarnos con argumentos convincentes al exponer nuestras posiciones, pero habríamos de hacerlo (sin menoscabo de la asertividad cuando se requiera) con prudencia, concisión, respeto, disposición a escuchar a los demás. El crecimiento y desarrollo como seres humanos parece pasar por aquí: por una convivencia basada en el respeto, incluso en la empatía y la solidaridad. Una teórica, este párrafo, que el lector disculpará: prepara para el que sigue.

Fue una experiencia personal la que me llevó a considerar bastante fundamentada la posición autocrítica del papa Francisco. Un nuevo estatuto de la Confederación mundial de antiguos alumnos salesianos (redactado en Roma, donde se halla la sede central de la Congregación) instaba a “defender a toda costa, con un compromiso social, político y económico”, valores “no negociables” tales como “la vida, la libertad y la verdad”, y asimismo a “combatir la injusticia, la indiferencia…”. Asumíamos los exalumnos asociados el solemne manifiesto promisorio de defender la verdad a toda costa, y me daba un cierto repelús que aún conservo.

Imagen: Andrey Larin para Unsplash

No, no cabe creerse en posesión de la verdad, aunque la busquemos y la valoremos; aunque resulte compartida en un grupo. Si pertenecemos a algún colectivo —social, religioso o profesional, de alta o baja intensidad operativa, de pequeña o gran dimensión—, seamos conscientes de la natural tendencia al sociocentrismo, a la autorreferencialidad, a ver las cosas de modo particular, creyendo que es el acertado, el único legítimo. En beneficio de la ecuanimidad, de la objetividad, del respeto a todos los demás, se nos pide desplegar el pensamiento crítico; el que nos permite protagonizar nuestro pensamiento y nuestra vida, pensar por nosotros mismos, llegar a conclusiones más personales y sólidas.

José Enebral Fernández

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