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01 noviembre 2015

Severo Ochoa, la química de la vida

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Somos, en esencia, proteínas; y como las proteínas se forman a través de reacciones químicas, los seres vivos tenemos una inevitable base química. Que sepamos esto a día de hoy se lo debemos en gran medida a un bioquímico español, Severo Ochoa (1905-1993), quien inició la resolución del puzle del ARN y sentó las claves para descifrar el código genético. Gracias a él sabemos que este es universal para todos los seres vivos. Y también que se puede modificar.

Explicando el código genético en la Universidad de Nueva York (1967) / Crédito: Fundación Severo Ochoa

Severo Ochoa llegó a Madrid en 1922 para estudiar Medicina, en gran parte motivado por su profunda admiración hacia el médico Santiago Ramón y Cajal, quien era por aquel entonces el único científico español que había conseguido el premio Nobel. Sin embargo, nunca ejerció la medicina ni llegó a trabajar con Ramón y Cajal. Su interés viró rápidamente hacia la biología, motivado en gran medida por haber conocido a Juan Negrín, catedrático de Fisiología, quien le propuso trabajar en su laboratorio como instructor de prácticas mientras Ochoa terminaba su licenciatura.

Entonces vivía en la Residencia de Estudiantes rodeado de grandes intelectuales y artistas de la época, como el escritor Federico García Lorca, el pintor Salvador Dalí y el cineasta Luis Buñuel. Cuando llevaba poco tiempo en el Laboratorio de Fisiología, Ochoa obtuvo una beca para ampliar sus estudios en la Universidad de Glasgow (Reino Unido), en una época en la que no era tan habitual que un estudiante viajase por el mundo. Aquella estancia le puso en contacto con la comunidad científica europea y le impulsó a publicar, a su vuelta, sus estudios sobre la creatinina presente en la orina en el Journal of Biological Chemistry. En 1928 Severo Ochoa había iniciado su carrera como investigador con una publicación internacional. Y aún no se había graduado.

Un científico errante

Un año después, ya licenciado, decidió continuar con la investigación. Consiguió otra beca para pasar dos años en el instituto de biología de la Sociedad Kaiser Wilhelm, hoy Sociedad Max Planck, en Berlín (Alemania). Allí conoció a destacados científicos de la época, como los nobeles Otto Fritz Meyerhof  y Otto Heinrich Warburg. Y en esa etapa de estancias en diferentes países entró en contacto con diferentes ideas que le sirvieron para situarse en la vanguardia de una nueva rama de la ciencia, la bioquímica.

Instalado en España como profesor ayudante, siguió viajando y colaborando con otros centros de investigación de Europa. En Londres comenzó a estudiar una enzima presente en la vitamina B1, abriendo así una línea de investigación que acabaría valiéndole nada menos que el premio Nobel. Por aquellos años, la situación política de España y Europa empezaba a ser difícil. Primero, porque en 1936 estalló la Guerra Civil española, lo que le empujó a continuar sus estudios en Alemania. Tampoco duró mucho allí. Tras varios años en Oxford, y comenzada la Segunda Guerra Mundial, Severo Ochoa emigró a EE.UU con su mujer en 1941.

Severo Ochoa comprobando datos en el New York City Medical Center (1955) / Crédito: Fundación Severo Ochoa

Al final de la guerra, comenzó a gestarse una revolución de la bioquímica a nivel molecular. En 1953 James Watson y Francis Crick daban el gran golpe, al proponer un modelo en forma de doble hélice que explicaba la estructura molecular del ADN. La química de la vida estaba de moda. Una tendencia científica que Ochoa vivió en un lugar privilegiado, como investigador en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York.

La Piedra Rosetta de la genética

Su gran logro, por el que ganó el Premio Nobel, llegó en 1955, poco antes de obtener la ciudadanía estadounidense. A partir del aislamiento de una enzima de la bacteria Escherichia coli, pudo sintetizar el ARN en el laboratorio gracias a sustrato adecuado de nucleótidos (las distintas letras que componen el ADN y el ARN, es decir, sus componentes elementales). Así, dio el primer paso para comenzar a leer el código genético, cuyo desciframiento completo culminarían otros investigadores años después.

Ochoa felicitado por su equipo tras recibir el Nobel (1959) / Crédito: New York University

Tras haber sentado ese precedente, su afán investigador no le permitió detenerse cuando le comunicaron en su laboratorio en la Universidad de Nueva York que había sido galardonado con el Premio Nobel, en 1959, alcanzando el mismo reconocimiento de su admirado Ramón y Cajal (ambos siguen siendo los dos únicos científicos españoles que han ganado el premio de la Academia Sueca). A partir de entonces Ochoa se adentró, por una parte, en los mecanismos de replicación de los virus que tienen ARN como material genético, describiendo las etapas fundamentales del proceso; y por otra parte, profundizó en los mecanismos de síntesis de proteínas.

En los últimos años de su carrera dividió su actividad investigadora entre EE.UU y España, donde creó en en 1971 el Centro de Biología Molecular, que lleva su nombre y del que fue presidente de honor hasta su muerte. Aunque se jubiló en la Universidad de Nueva York en 1975, Ochoa nunca dejó de lado la ciencia. Hasta 1985 dirigió dos grupos de investigación; uno en Madrid y otro en Nueva Jersey.

La emoción de descubrir

Créditos: US Postal Service

Hoy en día es un científico reconocido a nivel mundial. En EE.UU, su país de adopción, recibió la Medalla Nacional de Ciencia en 1979. Y aún en 2011, el Servicio Postal emitió una serie de sellos de grandes científicos estadounidenses entre los que figura Ochoa. En España, su país de nacimiento, su nombre es sinónimo de excelencia científica, y la etiqueta “Severo Ochoa” se otorga a los centros de investigación de mayor nivel.

En 1986 falleció su mujer, Carmen García Cobián, su gran amor y su gran apoyo durante toda su carrera, lo que sumió a Ochoa en una profunda melancolía. A partir de entonces no volvió a publicar ningún trabajo científico más, poniendo fin a su carrera. En junio de 1993 presentó su biografía titulada “La emoción de descubrir”, cinco meses antes de su muerte, a la edad de 88 años. Su actitud ante la ciencia y la vida quedó condensada en ese libro, y en las declaraciones más célebres de Ochoa a la prensa:

«La vida es explicable casi, si no en su totalidad, en términos químicos. El amor es física y química».

Por Andrea Arnal para Ventana al Conocimiento

@AndreaArnal

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