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20 mayo 2022

Restaurar mundos perdidos para combatir el cambio climático

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Gabriel García Márquez tituló una de sus columnas: “El campo, ese horrible lugar donde los pollos se pasean crudos”. Aludía el escritor a la creciente distancia entre lo urbano (la ciudad) y lo rural (el campo) para los europeos de los años 80. Eran las primeras generaciones de niños que desconocían todo sobre la naturaleza de los pollos, excepto aquella que sale asada del horno, y las primeras generaciones de pollos ajenos al terror de ser perseguidos por las incansables crías humanas.

Renos en Finlandia. Crédito: Carl-Johan Utsi / © Rewilding Europe

El campo se convertía en un mundo perdido; aunque lo cierto es que el planeta vive en una espiral de cambio constante donde la mayor certeza es, precisamente, el cambio. En el caso del entorno natural, antes de haberse convertido en lo rural, había sido otro mundo perdido con un nombre mucho más emocionante: lo salvaje. Hoy, algunos científicos sugieren que recuperar aquel mundo salvaje perdido podría ayudarnos a luchar contra el cambio más preocupante de nuestra era, el climático.

En el Pleistoceno tardío, hace unos 14.000 años, los humanos modernos (Homo sapiens) ya habían llegado a Europa. En aquella época, hacia el final del último período glacial, leones, renos, caballos salvajes y bisontes paseaban por Europa y legendarios mastodontes por América del Norte. La evidencia científica indica que lo salvaje se asomaba entonces al precipicio, debido en parte a la intensa actividad de caza practicada por los humanos.

Tras miles de años de agricultura y ganadería, y de deterioro masivo de los ecosistemas, esta pérdida no solo implica la casi total desaparición de especies carismáticas como el rinoceronte blanco, el oso panda, el tigre de Bengala o el elefante de Sumatra, sino también de sus funciones en los ecosistemas.

BBVA-OpenMind-Angulo-Yanes-Mundos perdidos 4 El deterioro masivo de los ecosistemas implica la casi total desaparición de especies carismáticas como el rinoceronte blanco. Crédito: Wikimedia Commons
El deterioro masivo de los ecosistemas implica la casi total desaparición de especies carismáticas como el rinoceronte blanco. Crédito: Wikimedia Commons

La vuelta de animales desaparecidos

Para restaurar estos mundos perdidos, la ciencia de la conservación utiliza cada vez más el llamado trophic rewilding: la reintroducción de animales desaparecidos o con poblaciones muy pequeñas, desde elefantes a tortugas gigantes, de rinocerontes a bisontes, para restaurar las cadenas tróficas —el famoso quién se come a quién en la naturaleza— y que los ecosistemas se regulen por sí mismos.

El caso más famoso es la reintroducción del lobo en el Parque Nacional de Yellowstone (EEUU) en los 90, y casi el único: : disminuyó la densidad de ciervos y se recuperaron grandes zonas de bosque. Desde los primeros 14 ejemplares liberados en 1995, a los que se sumaron otros 17 al año siguiente, la población ha crecido hasta más de 120. La restauración del equilibrio ecológico ha favorecido la supervivencia de otras especies, incluyendo peces, aves y castores.

El rewilding se refiere ahora no tanto a una forma de conservación de especies al borde del desvanecimiento absoluto, como el lince ibérico en España, sino a resilvestrar grandes extensiones de territorio especialmente con grandes herbívoros, con el objetivo de que estos ayuden a la recuperación de ecosistemas primitivos hoy desaparecidos. Europa es uno de los ejemplos más notorios: la industrialización, la superpoblación y la desconexión de los espacios naturales han transformado radicalmente la faz de lo que fue el continente de nuestros antepasados al final del Paleolítico. 

Lobos rodean a un bisonte en el Parque Nacional de Yellowstone. Crédito: National Park Service

En 2011 nació en Países Bajos el proyecto Rewilding Europe, destinado a resilvestrar una serie de espacios naturales que actualmente ascienden a nueve: el gran valle de Côa (Portugal), el delta del Danubio (Rumanía, Ucrania y Moldavia), los Cárpatos meridionales (Rumanía), las montañas Velebit (Croacia), los Apeninos centrales (Italia), las montañas Rhodope (Bulgaria), el delta del Oder (Alemania y Polonia), las tierras altas de Affric (Escocia) y la Laponia sueca. Además, otras iniciativas como el Cinturón Verde Europeo en el este del continente buscan reconectar entre sí espacios naturales que quedaron aislados durante las décadas del Telón de Acero.

Pero además de desarrollar sus propios proyectos, Rewilding Europe actúa también como una red que aglutina numerosas iniciativas locales de resilvestración, sumando actualmente más de 70 en 27 países europeos. La European Rewilding Network no solo ofrece información, promoción y apoyo, sino que incluso proporciona rebaños de herbívoros salvajes a estos proyectos a través del European Wildlife Bank. Así, los distintos programas de resilvestración pueden disponer de caballos salvajes, búfalos acuáticos, bovinos salvajes o bisontes europeos, cuya crianza en la naturaleza permite después reintegrar al banco el número de animales prestados.

BBVA-OpenMind-Angulo-Yanes-Mundos perdidos 3 El Parque del Pleistoceno lleva años acariciando la posibilidad de incorporar los mamuts. Crédito: Parque del Pleistoceno
El Parque del Pleistoceno lleva años acariciando la posibilidad de incorporar los mamuts. Crédito: Parque del Pleistoceno

En Norteamérica, proyectos como American Prairie o Southern Plains Land Trust también están involucrados en la resilvestración de los ecosistemas originales de las grandes llanuras, el “Serengeti americano”. En las montañas Rocosas, la Yellowstone to Yukon Conservation Initiative trabaja en la restauración de los hábitats de montaña. Una posibilidad aún por explorar es si el rewilding podría ayudar a la lucha contra el cambio climático. En el Ártico, por ejemplo, la situación es tan extrema que en pocos años el hielo en verano puede que solo exista como recuerdo. Junto al aumento de la temperatura global, la disminución de las poblaciones de herbívoros ha sustituido la tundra nativa por bosques que contribuyen al derretimiento del permafrost. Así, el hielo se derrite inexorablemente y disminuye el albedo, la radiación solar que refleja la Tierra y que es mayor en el hielo y la nieve, lo que a su vez aumenta el calentamiento. Algunos climatólogos lo llaman la “espiral ártica de la muerte”.

En este delicado mundo, los renos, caribúes y el buey almizclero son los únicos grandes herbívoros que aún persisten. Los renos y caribúes, sin embargo, han disminuido en torno a un 56% en menos de 20 años. Al tratarse de los únicos consumidores del exceso de plantas, investigaciones recientes proponen reforzar sus poblaciones para controlar la vegetación y aumentar el albedo. Este es el propósito también del Parque del Pleistoceno, una reserva natural de 20 kilómetros cuadrados fundada en Siberia en 1996 por los científicos Sergey y Nikita Zimov, y donde actualmente a los renos y bueyes almizcleros se suman los caballos de Yakutia, alces, bisontes, yaks, bóvidos de Kalmyk, ovejas, camellos y cabras. Los Zimov llevan años acariciando la posibilidad de incorporar a su parque los mamuts, si algún día los intentos de desextinción de esta especie concluyen con éxito. Pese a todo, algunos expertos dudan de que estos proyectos puedan resultar en un impacto apreciable en el cambio climático. 

Conservar frente a recuperar

Los proyectos de resilvestración estudian también la posibilidad de reintroducir grandes herbívoros en las selvas tropicales, que están sustituyéndose por campos de palma y soja. La pérdida de fauna limita la dispersión de semillas y con ello la capacidad de regeneración de los bosques que absorben CO2. Además se plantea sustituir el ganado tradicional —vacas, cabras u ovejas— por grandes herbívoros no rumiantes; por ejemplo, caballos, que producen menos metano (un gas de efecto invernadero) en sus sistemas digestivos.

La resilvestración plantea sustituir el ganado tradicional por grandes herbívoros no rumiantes, que producen menos metano. Crédito: Pxhere

A pesar de lo cautivador que puede ser volver a ver bisontes repoblando las tierras de Europa —ya existen en algunas granjas—, el rewilding no está exento de críticas. Al biólogo Miguel Delibes de Castro, exdirector de la Estación Biológica de Doñana (España) y uno de los mayores expertos en la conservación del lince ibérico, la idea no le convence: “El mundo cambia muy deprisa y es un poco utópico pensar que podemos reconstruir un ecosistema de hace tiempo”, dice. “Como idea es algo bonito, atractivo y genera entusiasmo, pero es dudoso que esa sea una forma razonable de conservar la naturaleza a escala global, de invertir la tendencia de destrucción”.

Según Delibes de Castro, se está perdiendo naturaleza a un ritmo mucho más rápido de lo que el rewilding puede aspirar a contrarrestar, por lo que sería preferible dedicar los grandes esfuerzos a conservar lo que se está deteriorando ahora, antes que a recuperar lo que ya se ha deteriorado. “El cambio climático va muy deprisa”, advierte. “No podemos decir: a ver si dentro de 100 años bebemos leche de yegua y comemos carne de caballo… Puede ser, pero para entonces ¿dónde estará el nivel del mar, el CO2…? Es más urgente intentar parar las emisiones de CO2.”

Eugenia Angulo y Javier Yanes

@eugenia_angulo  @yanes68

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