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19 mayo 2016

Misterios paleontológicos sin resolver

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¿Tenían los dinosaurios la sangre fría o caliente? Aunque parece una pregunta simple, es un duro dilema que lleva décadas dando quebraderos de cabeza a paleontólogos de todo el mundo. Según la respuesta, la imagen que tenemos de los  dinosaurios puede cambiar radicalmente. ¿Dependían de la temperatura ambiental para regular su metabolismo y se movían lentamente, como los reptiles y los anfibios? ¿O contaban con un sistema energético cerrado de rápida metabolización, similar al de los mamíferos y las aves, que les permitía correr y agitar sus colas?

Imagen: Julius Csotonyi

Con el firme propósito de zanjar el dilema, en 2014 John M. Grady y sus colegas de la Universidad de Nuevo México en Albuquerque (EE UU) estudiaron a 400 animales —extintos y actuales— y ofrecieron una respuesta salomónica: los dinosaurios habrían sido seres mesotermos; es decir, capaces de regular la temperatura pero solo hasta cierto punto, sin mantenerla constante (como sí hacen los mamíferos). Para dilucidarlo se basaron tanto en la tasa de crecimiento anual del animal, que se registra en los huesos, como en los patrones de desarrollo corporal a medida que crece. Los de sangre caliente o endodermos tienen un crecimiento diez veces más veloz que el de los ectodermos, que aumentan de tamaño despacio. Sin embargo, ciertos tiburones, los atunes y las grandes tortugas marinas están en una situación intermedia, que Grady adjudica también a los dinosaurios. Ser mesotermos, argumenta, habría permitido a estos animales prehistóricos crecer mucho en tamaño con un coste energético bastante bajo.

Quienes pensaron que con esto se ponía fin a la polémica se equivocaron. Porque un año después otro paleontólogo revisó los datos manejados por la Universidad de Nuevo México y concluyó que los huesos muestran claramente que eran, a todas luces, animales de sangre caliente. Michael D’Emic, de la Universidad de Stony Brooks (EE UU), argumentaba que Grady y su equipo habían asumido que los dinosaurios crecían a un ratio constante cada año, y que eso constituiría un error, ya que probablemente crecían esporádicamente, coincidiendo con los períodos húmedos en los que la comida era abundante. Revisando los datos con este criterio se deduce que los dinosaurios crecían como los mamíferos o las aves actuales, y que su sangre era caliente. Algo que tampoco termina de convencer a todos los paleontólogos. La respuesta definitiva, por lo tanto, sigue de momento en el aire.

El enigma de las plantas con flores

El de la temperatura de los dinosaurios no es el único misterio pendiente de descifrar para los estudiosos de los fósiles, que tampoco tienen demasiado claro cómo se las ingeniaron las plantas con flores para conquistar el planeta, hace unos 130 millones de años. Un hecho que dejó a Charles Darwin perplejo, hasta el punto de calificarlo como “un abominable misterio”.

Más de cien años después de su asombro, aún no se ha despejado la incógnita de cómo los vegetales con flores, frutos y semillas —las denominadas angiospermas— se volvieron tan ubicuas y alcanzaron la variedad de formas y tamaños que hoy contemplamos. En todos los ecosistemas actuales son las especies dominantes y las más importantes en biomasa.

Imagen: Sangtae Kim

Por fin la genética está aportando algunas pistas. Estudiando el genoma de la madre de todas las plantas con flor, Amborella trichopoda, que crece en Nueva Caledonia (Pacífico Sur), han llegado a la conclusión de que era una especie de “transgénico natural” que incorporó genes de musgos y algas verdes. Y que eso le permitió florecer por primera vez en la historia del planeta y diversificarse.

Murciélagos, alas, cuadrúpedos y demás misterios

Y aún hay más. Para Jørn H. Hurum, un prestigioso paleontólogo noruego que actualmente trabaja en el Museo de Historial Natural de Oslo, una de las preguntas claves de la paleontología carente de respuesta tiene que ver con el origen de los murciélagos. “Disponemos de muy pocos fósiles que nos cuenten la historia de la transición de mamíferos no voladores a voladores”, asegura en declaraciones a OpenMind. Otro misterio no resuelto según Hurum es el origen de las alas en el mundo animal. Con protoalas encontradas en ornistiquios (unos dinosaurios del Triásico con caderas como las aves), se barajan dos opciones: “que estos apéndices voladores aparecieran varias veces —y por caminos diferentes— en la evolución, o que surgieran en épocas muy tempranas en algún ancestro común de todos los dinosaurios”, matiza el investigador.

Imagen: Current Biology, Terry Reardon y Michael Pennay

El origen de la vida multicelular, quiénes fueron los primeros seres que caminaron a cuatro patas, dónde y cuándo surgieron los ictiosaurios o grandes reptiles marinos, y cómo era la anatomía de los ammonites —de ellos conocemos la cubierta pero no los tejidos blandos, por ejemplo cuántos tentáculos tenían—, completan la lista de los grandes casos no resueltos que Hurum coloca sobre la mesa de los paleontólogos modernos.

 Elena Sanz para Ventana al Conocimiento

‪@ElenaSanz_

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