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05 septiembre 2017

Llegan los drones “humanitarios”

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Un dron cruza el cielo de Ruanda a 160 kilómetros hora para transportar una carga preciosa: bolsas de transfusión de sangre que pueden salvar vidas en las zonas más remotas del país de las mil colinas. Los aparatos son programados por GPS y cuando están a punto de llegar a un centro de salud, un trabajador recibe un SMS para salir a recoger el pedido que cae en paracaídas. En poco más de un año, 8.000 entregas de ese tipo han sido realizadas. El uso de pequeños vehículos aéreos no tripulados ha sido la solución del Gobierno de Ruanda para hacer frente a la complicada orografía del país y su falta de infraestructuras de transporte que dificultan la llegada de medicinas y sangre a los hospitales, y así reducir el número de muertes por sida, tuberculosis y malaria. Este es solo un ejemplo de cómo los drones, que se utilizan desde hace una década en el sector militar, se abren paso como herramientas de ayuda humanitaria y desarrollo.

El gobierno de Ruanda usa drones para la distribución de medicamentos en zonas de difícil acceso. Crédito: Zipline

Un estudio de la fundación suiza FSD indica que los usos de esa tecnología van desde la localización de heridos y evaluación de daños tras una catástrofe, hasta transporte, comunicaciones, acceso a lugares donde no se puede llegar de otra forma, el mapeo de zonas como campos de refugiados y el seguimiento de información en tiempo real sobre temas como la deforestación o el movimiento de grupos humanos. “Los países del este africano son los pioneros en esas soluciones innovadoras y están mostrando al resto del mundo cómo se hace”, comenta a OpenMind Justin Hamilton, cofundador de Zipline, la empresa que fabrica los drones utilizados en Ruanda y que acaba de anunciar una colaboración con el Gobierno de Tanzania para la distribución de medicamentos críticos en zonas de difícil acceso. A principios de 2018, los drones realizarán 2.000 entregas salvavidas por día a más de mil instalaciones de salud, que atenderán a 10 millones de personas en todo el país.

Vista área, tomada con un dron, de un campo de refugiados en Níger. Crédito: UNHCR

Para llevar a cabo proyectos como ese, Hamilton cuenta que es necesario trabajar directamente con la población de cada comunidad para ganarse su confianza. “La gente está acostumbrada a pensar que, si hay un dron sobrevolando su pueblo, algo malo va a pasar”, dice.

Raphael Brechard, jefe del sistema de información geográfica (SIG) de Médicos Sin Fronteras en Malawi, enseña a los habitantes del sur del país cómo los “drones buenos” les pueden ayudar. Durante las grandes inundaciones de 2015, la región de Makhanga se quedó aislada y sin posibilidad de recibir ayuda, porque no existían mapas detallados de la zona. Hoy, Brechard coordina un proyecto que utiliza drones para realizar el mapeo aéreo de ese territorio y, así, preparar los equipos de emergencia para actuar en la próxima temporada de lluvias.

“Ya tenemos suficientes imágenes para darnos una visión clara de las zonas inundadas y de los lugares seguros en caso de fuertes lluvias y podemos planificar la mejor manera de hacer llegar la ayuda a la población”, cuenta Brechard. Su equipo compartirá los datos con las autoridades locales para reducir el riesgo de los desastres. “Con esa información, podrán identificar refugios y ofrecer infraestructura en áreas críticas”. En 2016, el Gobierno de Malawi se unió a Unicef para acelerar, a través de drones, el transporte de los test de VIH a los niños de las zonas rurales. Los aparatos recogen las muestras de los centros de salud locales y las llevan a los laboratorios especializados.

Obstáculos

El principal problema del uso del dron como herramienta de ayuda humanitaria es la autorización para volar, según comentan las asociaciones. “El dron todavía es considerado como un material militar y la mayoría de los países en que las ONGs intervienen, no tiene una regulación clara”, lamenta Brechard.

Las naciones que ponen en marcha proyectos con esos aparatos lo suelen hacer de la mano de las grandes organizaciones internacionales, como la FAO (la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura), que realiza el mapeo aéreo de Filipinas para detectar qué zonas serían más vulnerables en caso de catástrofes naturales y así poder tomar medidas preventivas.

La misma agencia tiene un proyecto en Panamá, donde los drones se utilizan para controlar en tiempo real los bosques de territorios indígenas, con una precisión superior a las imágenes por satélite. En Etiopía, el Ejecutivo de Adís Abeba y la agencia de la ONU utilizan drones para lanzar sobre algunas zonas del país machos de mosca tsé-tsé esterilizados, con el objetivo de reducir la población de la especie y así combatir la enfermedad del sueño, transmitida por ella.

Mientras tanto, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) utiliza drones para elaborar mapas de los asentamientos, valorar las necesidades de los desplazados, organizar su registro y planificar los servicios de saneamiento, salud y educación en los campos de refugiados en Níger —donde hay 250.000 desplazados por la violencia del grupo terrorista Boko Haram—, Burkina Faso y Uganda.

“Esos aparatos ofrecen una gran cantidad de datos por un costo asequible. Ojalá los buenos ejemplos sirvan para ayudarnos a seguir promoviendo la idea de drones para el bien”, afirma Brechard.

Joana Oliveira

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