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27 agosto 2018

La otra cara de Goethe: ¿científico o pseudocientífico?

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Si nos tocamos con la lengua en la parte anterior del paladar, justo detrás de los incisivos, detectaremos un hueso bajo la piel. Su nombre es hueso incisivo o premaxilar, formado en realidad por dos piezas fusionadas entre sí y a la estructura craneal. Tal vez su presencia pueda parecer evidente, pero no lo es tanto demostrar que existe en todos los mamíferos. Y quien lo hizo fue Johann Wolfgang von Goethe , considerado el más grande literato en lengua alemana y cuya cara menos conocida es la de apasionado científico. Sin embargo, Goethe fue un científico peculiar; hoy sus partidarios le defienden con ardor, pero desde la óptica actual su ciencia resulta controvertida.

Retrato de Goethe de Heinrich Christian Kolbe. Fuente: Wikimedia

Goethe (28 de agosto de 1749 – 22 de marzo de 1832) vivió en un tiempo en el que a menudo los científicos, por entonces aún conocidos como filósofos naturales, solían repartir su dedicación entre distintos campos de la ciencia, incluso sin una formación reglada en tales materias. El escritor cumplía estas dos condiciones: estudió humanidades y leyes, pero sus trabajos científicos cubrieron áreas tan diversas como la óptica, la geología, la botánica o la anatomía comparada.

El balance de su carrera científica puede parecer irregular. Poseedor de la mayor colección privada de minerales de su época en Europa —con casi 18.000 ejemplares—, defendió el neptunismo, la cristalización en el mar como origen de las rocas. Propuso que todas las estructuras de la planta surgían por una metamorfosis de las hojas y que, en algún lugar, podría encontrarse la Urplanfze o planta primordial, que sería hoja en su totalidad. En óptica negó la teoría newtoniana de la descomposición de la luz blanca, sugiriendo en su lugar que los colores aparecían por la mezcla de luz y oscuridad. De su teoría del color, Goethe decía sentirse más orgulloso que de su trabajo poético.

Ninguna de las anteriores doctrinas forman parte de la ciencia actual. Pero en su haber quedan sobre todo, además del hueso que a menudo recibe su nombre, el uso pionero del término y el concepto morfología aplicado a la organización de los seres vivos. “Lo que Goethe obviamente aportó fue una visión de las comparaciones morfológicas en botánica y en anatomía animal (tanto intra como interespecífica) en un sentido más dinámico del desarrollo de lo que se había hecho hasta entonces”, señala a OpenMind el filósofo de la ciencia de la Universidad de Dallas (EEUU) Dennis Sepper, autor de Goethe contra Newton: Polemics and the Project for a New Science of Color (Cambridge University Press, 1988). “Si Goethe era un evolucionista o no, y de qué tipo, no puede resolverse citando un solo pasaje de su obra”.

Goethe demostró que el hueso incisivo existe en todos los mamíferos. Crédito: Sobotta’s Anatomy

Una nueva manera de ver las cosas

Pero sobre todo, lo más destacable y a la vez lo más discutible de la ciencia de Goethe es su visión de la ciencia misma. A comienzos del siglo XIX triunfaba la Ilustración, nacida en Francia al hilo de la revolución de 1789 y que cristalizó en la ciencia cartesiana, empírica y analítica tal como hoy la entendemos. Pero como toda corriente, dio origen a una contracorriente, nacida en el rival histórico de Francia, la vecina Alemania. Allí el romanticismo florecía envuelto en espiritualidad y esoterismo, mientras el filósofo Immanuel Kant proclamaba que nuestra percepción de la realidad no es la realidad, sino una construcción.

Fue en aquel contexto donde nació la ciencia de Goethe. Según explica a OpenMind el profesor de arquitectura de la Universidad Estatal de Kansas (EEUU) David Seamon, coeditor de Goethe’s Way of Science: A Phenomenology of Nature (SUNY Press, 1998) y autor del reciente Life Takes Place: Phenomenology, Lifeworlds, and Place Making (Routledge, 2018), “la mayor contribución de Goethe es reconocer y actualizar una nueva manera de ver las cosas, lo que hoy llamaríamos una perspectiva fenomenológica”. Lo que esto significa, prosigue Seamon, es que Goethe se aproximaba al universo con la intención de “apreciar el fenómeno en su totalidad, en lugar de por partes como en la manera reduccionista de la ciencia convencional analítica”. Su investigación no era cuantitativa, sino cualitativa, y con ella esperaba comprender la naturaleza de forma global, experimentándola como una especie de organismo vivo de cuya dinámica cambiante el observador formaba parte.

Teoría del color de Goethe. Crédito: pbroks13

Pero prescindiendo de la validación experimental y del análisis matemático —que Goethe desconocía—, ¿cómo contrastar sus hipótesis? De la teoría del color de Goethe, el filósofo Ludwing Wittgenstein escribió: “Realmente no es en absoluto una teoría. Nada puede predecirse por medio de ella”. Sin embargo y de acuerdo a los expertos, tampoco puede decirse que fuera errónea. Según Sepper, simplemente se equivocó de nombre: “Pensaba que estaba trabajando en el campo de la óptica, pero en unos años llegó a entender que su verdadera materia era el color”. Para el historiador de la ciencia James Gleick, el error de Goethe consistió en creer que su teoría reemplazaría a la de Newton, “pero acertó al ver que el esquema de Newton no explicaba ni contemplaba una gama de fenómenos sobre la percepción del color”, apunta a OpenMind.

De hecho, su idea sobre la oposición de colores y su visión sobre la percepción fisiológica del color permanecen vigentes y la disciplina artística de la estética ha explorado la contribución de Goethe.

El legado de la ciencia goetheana

En general, la ciencia goetheana ha sido motivo de investigación para los filósofos, que han debatido, por ejemplo, si el autor proponía la Urplanfze como una planta real o como un plan de construcción básico, una especie de interpretación arquitectónica global de la naturaleza vegetal más allá de la física.

Parece incuestionable que el legado científico de Goethe ha dejado escasa huella en la ciencia moderna, aquella que ha rendido avances acumulativos por medio de hipótesis, experimentación y análisis. Para Seamon, la ciencia goetheana no ha calado “porque los investigadores de la ciencia convencional se acercan a los fenómenos a través de una visión reduccionista que requiere medida”. “Los científicos convencionales típicamente rechazan la investigación cualitativa”, añade.

Representación de la Urpflanze en un grabado de madera de Pierre Jean François Turpin. Fuente: Wikimedia

Claro que la propuesta de Goethe, aplicada dos siglos después como ciencia sin el método científico estándar, encajaría hoy en la definición corriente de pseudociencia. Entre sus seguidores se cuentan personajes como el biólogo e investigador paranormal Rupert Sheldrake, que defiende la telepatía, la precognición y la existencia de una memoria colectiva en la naturaleza. Uno de los primeros adalides y continuadores de la ciencia goetheana, el austríaco Rudolf Steiner, fundó la antroposofía, una filosofía esotérica con pretensiones científicas que le sirvió para crear la agricultura biodinámica, práctica agrícola de inspiración mística que muchos científicos actuales tachan de pseudocientífica.

No obstante y en todo caso, subraya Sepper, no se puede culpar a Goethe de lo que otros han hecho de sus ideas. “Los trabajos esotéricos, especulativos y a menudo no sustentados que han reivindicado a Goethe como padre no son responsabilidad de Goethe, sino de aquellos que quieren respuestas muy sencillas a grandes preguntas”.

Javier Yanes

@yanes68

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