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19 octubre 2016

La otra cara de Darwin

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Las contribuciones de Charles Darwin (12 de febrero 1809 – 19 de abril 1882) a la ciencia y a nuestra comprensión del mundo le han valido su hueco en la historia. Padre de la teoría de la selección natural, consiguió gracias a su gran capacidad de observación y análisis documentar la idea de la evolución de las especies. Tiene calles y plazas a su nombre, pero, ¿sabemos todo sobre Darwin? Descubrimos la cara más desconocida del prestigioso científico.

Darwin escribió un detallado diario geológico que le ayudó a desarrollar sus teorías sobre la evolución. Crédito: George Richmond

Médico y sacerdote frustrado

Antes de acabar dedicándose a la investigación científica, Darwin estuvo muy cerca de otras profesiones. Por petición de su padre ingresó en 1825 en la prestigiosa Universidad de Edimburgo para estudiar medicina. Sin embargo no consiguió apasionarse ni por las lecturas, que consideraba aburridas, ni por la cirugía, que le parecía angustiosa. Después de dos cursos frustrados, abandonó la medicina y, en 1828, su padre, empeñado en que su hijo no se quedará ocioso, le convenció para iniciar una carrera eclesiástica en el Christ’s College de Cambridge.

La Universidad de Edimburgo en 1827, período en el que Darwin estudió allí. Crédito: Departamento de prensa de la Universidad de Edimburgo.

Paradójicamente, fue en esta institución donde se produciría la casualidad que llevó a Darwin a convertirse en una gran figura científica. En el Christ’s College, Darwin asistía de forma voluntaria a las clases del botánico y entomólogo John Henslow, de quien se convirtió en seguidor y amigo. Terminó sus estudios eclesiásticos en 1831. Ese mismo año, nada más volver de una expedición geológica en Gales, Darwin recibió una carta del reverendo Henslow en la que le proponía la posibilidad embarcarse en el Beagle como naturalista con el capitán Robert Fitzroy y acompañarle en un viaje alrededor del mundo. Las consecuencias de esta carta ya están en la historia.

Obsesionado con las listas

“Casarse: hijos (si Dios quiere), compañía constante, un hogar. No aprender francés, ni ir a América, ni montar en globo. No casarse: libertad para ir donde quieras, no estar obligado a visitar a parientes. Nadie se ocupará de uno durante la vejez”. Así rezaba la libreta de notas de Darwin en 1838: dividida en dos columnas con una docena de razones a cada lado, el célebre científico analizaba las ventajas y los inconvenientes de casarse con su prima Emma Wedgwood. La conclusión se encuentra justo debajo: “Casarse”. Para después, pasar rápidamente a la siguiente disyuntiva: “¿Cuándo? Pronto o tarde”, junto a una nueva lista de razones. Este episodio ilustra a la perfección el extremo pensamiento analítico que Darwin desarrolló a lo largo de toda su vida.

Como marido recopiló cada gasto familiar y, a pesar de su buena situación económica, realizaba propósitos de nuevo año para conseguir pequeños ahorros. Como padre, anotaba cuando lloraban o se ruborizaban sus hijos. Pero, la lista más importante de su carrera la escribió mucho antes, con 22 años, y contenía solo ocho puntos. En ella resumía todas las razones de su padre para no dejarle embarcar a bordo del Beagle, en la expedición que le convertiría en científico. Finalmente fue su tío Josiah Wedgewood —más tarde, también suegro— y sus contra-argumentos quienes ganaron la batalla: apostaba por la aventura.

Enfermo crónico

Algo bastante desconocido de Darwin son los problemas de salud que sufrió a lo largo de toda su vida adulta. Una inusual combinación de síntomas que lo dejaba debilitado durante largos períodos de tiempo. Sin embargo, Darwin llegó a creer que esta debilidad física le ayudaba en su trabajo: “Estar enfermo, como he pasado varios años de mi vida, me ha salvado de las distracciones de la sociedad y el entretenimiento”. Los primeros signos empezaron durante su época como estudiante de medicina en Edimburgo, cuando Darwin ya se consideraba demasiado sensible a la sangre y a la brutalidad de la cirugía del siglo XIX.

Darwin tuvo serios problemas de salud a lo largo de toda su vida adulta. Crédito: Wikimedia Commons.

Aunque no se lo dijo a nadie para que no le prohibieran ir a la expedición, Darwin comenzó a sufrir dolor de pecho y palpitaciones cardíacas el mismo día que debía embarcar en el Beagle. Los siguientes cinco años de recorrido por el mundo estuvieron marcados por múltiples jaquecas. Una vez de vuelta en Inglaterra los síntomas siguieron: desde insomnio, vómitos y cólicos hasta ansiedad y espasmos. No le funcionó ningún tratamiento convencional de la época y todavía hoy se especula sobre cuál podría ser la enfermedad que estaba detrás de tan variados signos. Algunos expertos aducen a una intolerancia ortostática, una disfunción del sistema nervioso que ocurre mientras el individuo está de pie.

Pasión por los percebes

Después cinco años de observación científica a bordo del Beagle, Charles Darwin llega en 1836 a Inglaterra con las ideas que más adelante lo convertirían en uno de los científicos más reconocidos de la historia: la transmutación de las especies y la evolución por selección natural. Pero cuando terminó de escribir los cuadernos de viaje, Darwin decidió no seguir desarrollando esas grandes ideas, sino dedicarse a una de sus verdaderas pasiones: los percebes. Este hobby no era nuevo; ya en su período universitario Darwin dejó de lado las lecturas de medicina para volcarse en el estudio de los invertebrados marinos. Pero en esta ocasión se dedicó de forma exclusiva a los crustáceos cirrípedos: durante ocho años, de 1846 a 1854, cada día diseccionaba, clasificaba y escribía sobre diferentes especies de percebes.

Muestras de percebes y la lista manuscrita de Darwin. Crédito: Museo de Historia Natural de Dinamarca.

Aunque se suele hablar de esta etapa como una distracción de su trabajo, lo cierto es que los cuatro libros que publicó sobre esta temática lo convirtieron en una figura muy reputada en la comunidad zoológica británica. Además, esta investigación fue un componente clave para la elaboración de El origen de las especies. Estudiar con tal profundidad un grupo de organismos, tanto en su forma viva como fosilizada, le permitió observar y entender cómo la diversidad de una misma especie se había desarrollado a lo largo del tiempo.

Detective geológico

Aunque la fama de Darwin se debe, principalmente, a su labor como biólogo y naturalista, lo cierto es que el científico desarrolló muchas otras facetas y alguna, como la geología, con igual ahínco. Los cinco años en el Beagle le sirvieron de inspiración para concebir la idea de la transmutación de las especies, pero también lo convirtieron en un eminente geólogo. Darwin escribió un detallado diario, del que todavía hoy conservamos 145 entradas, sobre los fósiles que iba encontrando durante sus expediciones en Brasil, Chile, las Islas Galápagos, Tahití… Estas exhaustivas observaciones, además de hacerle famoso, le ayudaron a concebir su teoría de la selección natural.

Los numerosos fósiles que encontró en Sudamérica de una misma especie (de armadillos y de perezosos), pero repartidos en distintos lugares y procedentes de diferentes períodos de tiempo le llevó a preguntarse: ¿por qué unas especies se extinguían y después, en el mismo lugar, vivían otras semejantes? La explicación que desarrolló después de observar en distintos lugares fósiles de la “misma” criatura es que ambos animales, similares, pero no idénticos, habían surgido con modificaciones de ancestros comunes. Pero, si había sido Dios quien había creado cada especie de forma independiente y en sitios diferentes, ¿cómo podía ser así? “Las especies se adaptan y ajustan su raza en un mundo que cambia”, se respondió el propio Darwin en 1837, cuando el estudio de los pinzones, los fósiles y los percebes ya apuntalaban su teoría.

Coleccionista de escarabajos

Ya de niño, Darwin tenía una gran curiosidad por la naturaleza. Cuando comenzó en la escuela de su pequeña ciudad natal, Shrewsbury, ya tenía un interés especial por la historia natural que le llevaba a coleccionar todo tipo de rocas, hojas, insectos… Lo especial de Darwin fue que —al contrario que muchos adultos— mantuvo esa curiosidad toda la vida. En el Christ’s College de Cambridge se sumó a la moda de recolección de escarabajos, una fiebre competitiva que se extendía por todo el país y de la que había incluso hasta concursos nacionales. Algunos de los descubrimientos que hizo entonces fueron publicados por la enciclopedia de Ilustraciones Stevens de la entomología británica.

Darwin descubrió una especie nueva de escarabajo, la Darwinilus sedaris, en 1832. Crédito: Macroscopic Solutions.

Durante su expedición en el Beagle encontró siempre la oportunidad de seguir coleccionando estos animales. De hecho, un reciente estudio ha declarado que uno de los escarabajos que Darwin encontró en 1832 en la costa argentina de Bahía Blanca era una nueva especie, a la que 182 años después han apodado Darwinilus sedarisi. “Cuando oigo hablar sobre la captura de escarabajos raros, me siento como un viejo caballo de guerra que de repente oye el sonido de una trompeta”, declaró el científico.

Por Beatriz Guillén para Ventana al Conocimiento

@BeaGTorres

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