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19 abril 2016

La gran apuesta o la pérdida del sentido reverencial del dinero

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Una ventaja del cine americano es que más temprano que tarde acaba llevando a la gran pantalla sus hechos históricos, sean luminosos u oscuros y lamentables. De hecho, ya hemos visto tres películas muy sólidas sobre la crisis financiera que se origina en aquel aciago agosto de 2007 que preanunciaba la extinción de Bearns & Stearn y poco después la de Lehman Brothers. Una de ellas fue el temprano documental Inside Job (2010) a la que siguió la desapercibida pero muy valiosa Too Big to Fail (2011) y finalmente, la mejor a mi juicio sobre la génesis de la crisis: Margin Call (2011).

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Póster oficial de la película “La gran apuesta”, de Plan B Entertainment / Regency Enterprises. Imagen: IMDb

Y en este contexto se sitúa ahora La gran apuesta, a través de cuatro inversores que descubren por diversos medios que las CDO (por sus siglas en inglés “Collaterized Debt Obligation” u obligaciones de deuda colaterizada) tenían los pies de barro al estar en su base los tramos de sub-prime y que dicha burbuja iba a estallar. Y con ese dramático conocimiento deciden sacar beneficios apostando en contra de dichos activos,  oponiéndose a la corriente mayoritaria del mercado.

Sabiendo desde Freud que nuestra memoria es olvidadiza con los recuerdos inculpatorios, creo que no viene nada mal que la película nos confronte de nuevo con aquellos hechos que cuentan cómo fue posible lo inconcebible: que una parte considerable del sector financiero fuese infiel a su misión, traicionase a sus clientes y engañase con los activos tóxicos, además de a otras entidades. Esto es, qué pasa cuando la banca –especialmente la de inversión- no está a la altura de sí misma y traiciona la confianza (del latín con-fidere, “tener fe en otro”) individual, social y estatal. En este profundo sentido, La gran apuesta provoca una auténtica catarsis en el espectador con la conmoción que produce y de ahí también que tengamos una obligación moral de verla tarde o temprano. Para sacar los aprendizajes profesionales, organizacionales y procedimentales de cara a que no vuelva a ocurrir, y de paso, a no olvidar lo ocurrido. Recordemos que Aristóteles ya afirmaba que mediante la catarsis el espectador después de presenciar la obra, se entendía mejor a sí mismo y no repetiría la cadena de decisiones que llevaron a los personajes a su fatídico final. Por eso nuestra película es lo que los anglosajones llaman un must.

A este respecto, una mirada profunda sobre la película nos muestra una realidad que ya intuíamos en Margin Call: cómo el origen de nuestra crisis del sector financiero está en la pérdida progresiva, en las últimas décadas, de lo que nuestro pensador Maeztu y gran conocedor de la banca internacional como corresponsal en la City llamaba el sentido reverencial del dinero [1].

Y es que caben dos percepciones opuestas sobre el dinero, como nos muestra la tabla siguiente:

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Esquema del uso sensual vs el uso reverencial del dinero

Hay un sentido sensual (o cínico) del dinero que lo considera como mero medio al servicio de nuestros placeres. La riqueza se entiende pues, únicamente como posibilidades de placer y su dimensión de uso es lo instantáneo: no sabe del largo plazo.  Actúa bajo el lema , tan común en los países latinos, de que el dinero es redondo “porque está hecho para que ruede”.

A ello se le opone como antítesis un sentido reverencial del dinero, que lo entiende como poder positivo, esto es, como posibilidad de realizar diferentes acciones beneficiosas a  futuro: por ejemplo financiar un proyecto empresarial, a un autónomo, un plan de inversiones públicas,  de ahorros, etc… Por eso aquí el dinero inspira respeto y se atiene a las consecuencias de su uso que implica, de paso, que nuestra actividad financiera no quede separada del resto de la vida. Y que permite al Estado planificar a largo plazo y a la empresa pensar y anticiparse al futuro. Subyace en esta visión la lúcida distinción de Kierkegaard entre el hombre estético y el hombre ético.

Y lo que observamos atónitos en La gran apuesta es cómo falta en las entidades financieras protagonistas precisamente este concepto reverencial sustituido por el uso cínico del dinero.

Porque  precisamente  donde más se conoce si se posee o no un sentido reverencial del dinero es en la inversión que se hace de él cuando llega al Banco en cuestión, que es lo que nos disecciona el fino bisturí de nuestra película con el tráfico de las CDO, en este caso de forma desoladora con su exhibición de dinero fácil, ficción, imprudencia y retribuciones desaforadas.”

Y es que, la función del banquero es al mismo tiempo la más noble, la más compleja y delicada, como apunta nuestro pensador. No olvidemos que la banca trabaja, como su materia prima, con depósitos ajenos que de por sí son -deberían ser- sagrados. Ha de concentrar los ahorros de una generación para preparar el trabajo de la generación siguiente, gestionando provechosa y cautelosamente los capitales que se le confían. Por eso, los directores de la vida financiera han de ser espíritus formados y educados en el sentido reverencial del dinero porque si no, el desastre está asegurado, justo como nos ha pasado y vemos en la película. Y es que, al profesional de la banca sólo le cabe la ascética de la prudencia, que implica un dominio del yo y sus pasiones. De lo contrario, sucede lo que anticipaba ya en 1873 Bagehot, aquel gran economista inglés autor de Lombard Street. Una descripción del mercado monetario:

“Un gran banco es precisamente el sitio donde una persona vana y superficial, si es hombre metódico, como ocurre a menudo, puede hacer infinito daño en corto tiempo y antes de que se le descubra. Si tiene la suerte de empezar en tiempos de bonanza, es casi seguro que no se le sorprenderá hasta que llegue la hora de las dificultades, y entonces harán falta cifras muy elevadas para contar el mal que ha hecho.”

Pero lo terrible que expone La gran apuesta es algo que Bagehot no podía prever, pero sí Maeztu: que el hombre con un sentido cínico del dinero pasara de ser una excepción, más o menos comprensible en las entidades financieras dada la debilidad humana, a convertirse en el prototipo directivo de determinadas élites bancarias, especialmente en banca de inversión. Habría que ver a la luz de esta catástrofe el papel que las mejores Escuelas de Negocios, en Estados Unidos o incluso en España, han tenido en la incubación y promoción de estos perfiles. Y, también, los propios mecanismos de selección, retribución y desarrollo de nuestras propias entidades.

Ante todo lo cual creo que no nos cabe otra que asumir esta catarsis tan exigente que, como ya hicieron Inside Job y Margin Call, nos propone nuestra película. O se vuelve a la prudencia vital que lleve a un uso reverencial del dinero en nuestras entidades financieras, o no habrá regulación –ahora que viene el MiFID II– que valga para evitar otra vez lo que nunca debió ocurrir. Tal es el desafío cultural que tiene gran parte el sector financiero. No dejen de verla.

 

Ignacio García de Leániz Caprile

Profesor de Recursos Humanos (Universidad de Alcalá de Henares) / Consultor

 

Referencias:

[1] No pudo dejar de recomendar a cualquier profesional del sector financiero, la lectura del conjunto de artículos suyos que reuní en: Ramiro de Maeztu, El sentido reverencial del dinero, edición y prólogo de Ignacio García de Leániz Caprile. Ediciones Encuentro, 2013.

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