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13 septiembre 2018

Konstantin Tsiolkovsky, de campesino sin estudios a padre de la astronáutica

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En 1881, Konstantin Tsiolkovsky envió a la Sociedad Físico-Química de Rusia un trabajo científico en el que descubría las propiedades cinéticas de los gases. La respuesta del organismo científico no fue la que aquel joven profesor de matemáticas esperaba: todo aquello era muy interesante, pero ya había sido descubierto un cuarto de siglo antes y por entonces era más que sabido. La anécdota ilustra cómo fue la insólita trayectoria de quien logró labrarse una ilustre carrera científica desde un origen tan humilde que ni siquiera le dio acceso a estudios: tres años de escuela elemental fueron toda la formación reglada de quien hoy es considerado uno de los padres de la astronáutica y de la exploración espacial.

Tsiolkovsky logró labrarse una ilustre carrera científica. Fuente: Wikimedia

Como quinto hermano de una familia rural con 18 hijos, todos ellos a cargo del sustento de su padre guardabosques, no parecía que el pequeño Kostya (17 de septiembre de 1857 – 19 de septiembre de 1935) estuviera destinado a destacar en la vida. De hecho, cuando hacia sus 10 años enfermó gravemente, se creyó que sus años de existencia llegaban a su fin. Sobrevivió a la escarlatina, pero pagó el precio de una sordera que le apartó de la escuela. Ni esta limitación ni la prematura muerte de su madre consiguieron derrotarle: se convirtió en un autodidacta, lo que a sus 16 años impulsó a su padre a enviarle a Moscú para reanudar sus estudios.

Ya en la capital, Konstantin tampoco ingresó en la escuela. En su lugar, se recluyó en la gran biblioteca pública de Chertkovskaya, donde se entregó al estudio de las ciencias. Años más tarde recordaría que gastaba casi todo el exiguo subsidio que le enviaba su padre en libros, material y reactivos químicos para experimentar, alimentándose solo de pan negro. Pero el verdadero alimento que obtuvo allí fue para su mente; como a tantos otros en su época, los libros de Julio Verne le inspiraron para imaginar viajes al espacio.

Al contrario que muchos otros, Tsiolkovsky hizo algo más que soñar: calculó que el cañón planteado por el escritor francés para propulsar su nave lunar mataría a sus ocupantes a causa de la aceleración. Basándose en la física newtoniana de acción y reacción, definió la que llamó “fórmula de la aviación”, que calculaba el aumento de la velocidad de una nave en función de la variación de la masa de combustible y del impulso del motor. Tsiolkovsky había inventado el cohete. Al menos, sobre el papel. El 31 de mayo de 1903 publicó su trabajo más importante, Exploración del espacio exterior por medio de dispositivos de cohetes, en el que usó su fórmula para calcular por primera vez qué velocidad necesitaría una nave espacial para orbitar alrededor de la Tierra. Y también predijo varios detalles sobre los motores de los cohetes, que deberían ser propulsados por oxígeno e hidrógeno líquidos.

Primer proyecto de nave espacial de Konstantin Tsiolkovsky. Fuente: Manuscrito Espacio libre

Ambiciones adelantadas a su tiempo

Durante el resto de su prolífica carrera, que llegaría más de 400 trabajos escritos, su cénit profesional fue un puesto de profesor de matemáticas en la localidad de Kaluga, a 200 kilómetros de Moscú. Allí su vivienda y centro de operaciones fue una cabaña de madera, donde crió a su familia aislado de una comunidad que le consideraba un inventor loco. Sin embargo, sus principales contribuciones nunca escaparían del papel, a pesar de que el régimen soviético le ensalzó por su condición de genio proletario hecho a sí mismo.

Así, en el papel se quedaron sus sucesivos diseños de propulsores espaciales y cohetes de tres fases basados en el empleo de hidrógeno y oxígeno líquidos como combustibles, lo mismo que sus propuestas de esclusas estancas, estaciones orbitales, trajes presurizados, invernaderos espaciales y otro sinfín de dispositivos espaciales y aeronáuticos. De poco sirvieron entonces sus múltiples cálculos, como el de la velocidad de escape de la gravedad terrestre.

Dibujo de personas flotantes mirando estrellas a través de una ventana, del cuaderno de Tsiolkovsky Album of Space Travel. Fuente: Russian Academy of Sciences

Cuando visitó París en 1895, imaginó un cable conectado al extremo de la torre Eiffel por el que podría ascenderse hasta un castillo celestial. Décadas más tarde, el escritor Arthur C. Clarke desarrollaría la idea del ascensor espacial para convertirla en un proyecto que tal vez nunca vea la luz, pero que resurge periódicamente como una de las grandes ambiciones pendientes de la humanidad.

Sobre esas ambiciones de Tsiolkovsky, inmensamente adelantadas a su tiempo, ingenieros como Wernher von Braun o Sergei Korolev construyeron la realidad de la conquista del espacio. El genio ruso jamás imaginó que sus ideas se llevarían a la práctica, pero nunca dejó de luchar por ello: “la Tierra es la cuna de la humanidad, pero uno no puede vivir en la cuna para siempre”.

Javier Yanes

@yanes68

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