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08 agosto 2014

Para expandir la democracia, las naciones democráticas deben empezar por analizar lo que tienen en casa

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Este artículo apareció originalmente en The Globalist (www.theglobalist.com). Sigue a The Globalist en Twitter @theglobalist.

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Claves

  • La democracia garantiza la libertad política, pero puede acarrear marginación, exclusión, pobreza o pérdida de derechos.
  • El triunfo de un orden democrático liberal no debería ser el destino final de la historia humana.
  • La creciente desigualdad conduce a la reducción de oportunidades, desilusionando a los votantes de los que dependen las democracias.
  • La sostenibilidad de la democracia depende de una reforma sustancial de su forma actual.
  • La financiación por parte de las empresas de las campañas aleja a los votantes, que sienten que el proceso democrático está fuera de su control.

En 1975, un informe elaborado por la Comisión Trilateral, La crisis de la democracia, destacaba el pesimismo y derrotismo que imperaba en las democracias occidentales en aquel momento respecto al futuro y la sostenibilidad de la democracia.

El informe reflejaba una profunda desaceleración económica, así como agitación social y política. Esta crisis de la democracia estaba firmemente conectada con las preocupaciones acerca del «capitalismo monopolista», del materialismo desenfrenado y de la corrupción.

Cuatro décadas después, la democracia está de nuevo en crisis. Esto resulta en cierto modo sorprendente, dadas las sucesivas olas de democratización que han alcanzado a todas las regiones del mundo a lo largo de los últimos 40 años. Lo que parece evidente en estos momentos, es que ha surgido una corriente opuesta.

La democracia, de hecho, se ha batido en retirada durante años, a medida que gobiernos represivos se han vuelto aún más represivos, se han reducido las libertades civiles y las fuerzas armadas se han fortalecido en muchos países.

El estado de la democracia en la actualidad

A principios de la década de los 90, el fin de la guerra fría trajo la renovación de la democracia con gran vigor como la forma de gobierno más representativa. Con todo, su euforia se ha visto contrarrestada con críticas sobre sus defectos y limitaciones.

Las democracias garantizan la libertad política, el Estado de derecho, los derechos humanos y una plataforma para que los ciudadanos participen en el proceso político. Aun así, en la práctica, las democracias presentan muchas deficiencias.

Injusticia, desigualdad económica, reducción de derechos, falta de oportunidades, violaciones de derechos civiles, discriminación étnica, social y cultural, corrupción y sistemas de títulos honoríficos opacos están presentes y, parece ser, que no se oponen a las democracias.

Globalmente, las democracias también han actuado de manera que sugería una renuncia absoluta a sus principios en casa.

Conducta irresponsable, incluyendo invasiones injustificadas, tolerancia de la brutalidad, genocidio, abuso del sistema de veto de las Naciones Unidas a costa de la armonía y la paz mundiales, así como maquinaciones geopolíticas o intromisiones en los asuntos de estados más débiles, son rasgos que han caracterizado la conducta extranjera de grandes estados democráticos en algún momento.

La desigualdad aleja

Las democracias occidentales como las de los Estados Unidos, el Reino Unido o Francia, consideradas tradicionalmente como «democracias avanzadas», presentan graves desigualdades e incluso casos de despreciable pobreza.

En 2009, un informe del gobierno estadounidense señaló el impresionante aumento del hambre y la inseguridad alimentaria. Se constató que alrededor de 50 millones de personas habían sufrido inseguridad alimentaria en algún momento durante el año anterior.

Una de cada cinco personas del Reino Unido también se encuentra por debajo del umbral de pobreza. La creciente desigualdad se refuerza por y permite, en ocasiones, la reducción de oportunidades. Esta situación alimenta la desilusión y la baja participación política.

Como ha indicado Joseph Stiglitz, «los ricos no necesitan a los gobiernos para tener parques, educación, asistencia médica o seguridad personal, pueden comprar todo eso ellos mismos. En el proceso, se distancian de la gente ordinaria, perdiendo cualquier empatía que alguna vez hubieran podido tener».

La financiación por parte de las empresas de las campañas políticas ha reafirmado esta situación, secuestrando al proceso democrático. Aleja más aún a los votantes, que sienten que son excluidos de un proceso que está fuera de su control.

Cabe destacar el papel del dinero en la política como un grave problema del gobierno democrático. Sus efectos son realmente preocupantes, en particular cuando hay poca transparencia y mecanismos legislativos para limitar el papel distorsionador del dinero en la política.

Un cheque vale mil palabras

La sentencia de 2010 del Tribunal Supremo estadounidense en el caso «Citizens United» consagra abiertamente el derecho al gasto ilimitado en campañas, confiriendo a empresas, asociaciones y multimillonarios contribuyentes la libertad de influir considerable y poco democráticamente en el gobierno, sin ninguna lógica, como una manifestación de su libertad de expresión.

Los «super Comités de Acción Política» han desdibujado la línea entre lo personal y lo político. Refuerzan y perpetúan la rotación de los políticos en el Congreso y el poder ejecutivo de los EE. UU., muchos de cuyos miembros ya son parte del 1 % de los más ricos (y, bajo cualquier circunstancia, siguen en sus cargos por el dinero de los más ricos de ese 1 %).

Las limitaciones que existieran frente a esta práctica, fueron eliminadas a principios de 2014 cuando el Tribunal Supremo abrió la puerta a incluso más dinero en política al derogar los límites de aportación total a las campañas.

Esta sentencia implica, en términos prácticos, que un único contribuyente puede aportar millones de dólares a los candidatos o campañas políticos y, de este modo, reducir la posibilidad de nuevos participantes, ideas o contrincantes en el ámbito político.

Por último, el sentido de desilusión respecto a la democracia en su forma actual se ha visto reforzada por la divulgación de la vigilancia, las violaciones de la privacidad y de libertades civiles del gobierno a gran escala.

La defensa de la extensa autoridad sobre el derecho a recopilar datos de carácter personal perjudica a las principales libertades. Supervisar a los supervisores y mantener el equilibrio de la necesidad de los estados de saber con la protección de la privacidad y las libertades civiles sigue suponiendo reto.

Reformar la democracia

Las encuestas de opinión de muchos continentes reflejan esta insatisfacción actual con la democracia. Estas formas de desilusión indican la necesidad de adoptar un paradigma que vaya más allá de la libertad política y que aborde la necesidad humana básica de la dignidad.

La democracia garantiza la libertad y los derechos políticos. Aunque no es incompatible con la marginación, exclusión, pobreza, pérdida de derechos o la falta de respeto. El triunfo de un orden democrático liberal como destino final de la historia y de las ideas históricas, como una vez se predijese como el «final de la historia», debe ser revisado concienzudamente.

Un mayor énfasis en la dignidad humana y en el modelo de gobierno que sitúe a la dignidad en el centro puede detener la actual desilusión respecto a la democracia. Un paradigma más viable es un enfoque que yo denomino la Historia sostenible. Se centra en la dignidad en lugar de simplemente en la libertad. Y permite conciliar el gobierno responsable con varias culturas políticas.

La dignidad significa mucho más que la ausencia de la humillación. Como base del gobierno, exige a las instituciones y políticas que cumplan nueve necesidades de dignidad: razón, seguridad, derechos humanos, responsabilidad, transparencia, justicia, oportunidad, innovación e inclusión.

Crear instituciones que defiendan estas necesidades abordaría mejor los tres atributos y motivadores esenciales de la naturaleza humana: emocionalidad, amoralidad y egoísmo.

Para que esto funcione en la práctica son necesarias recomendaciones para modificar los sistemas democráticos actuales. Para que sean más sostenibles son necesarios la aplicación y un enfoque más sólido en ocho criterios de buen gobierno nacional:

  • participación
  • igualdad e inclusión
  • Estado de derecho
  • separación de poderes
  • medios libres, independientes y responsables
  • legitimidad del gobierno
  • responsabilidad y transparencia
  • la limitación del efecto distorsionados del dinero en la política

Como la historia no está en absoluto cerca de terminar, la sostenibilidad de la democracia depende de una reforma sustancial de su forma actual. Esta puede parecerse al modelo de la «Historia sostenible» que cumple la necesidad humana fundamental de dignidad en su sentido holístico, y garantizaría la responsabilidad, igualdad, autenticidad y sostenibilidad.

Nayef Al-Rodhan

Este artículo fue publicado originalmente en The Globalist y se puede acceder a él a través de este enlace.

 

 

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