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14 febrero 2020

El síndrome de la “no noticia”

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Desde un coche, la cámara persigue a un autobús. En él viajan 14 personas. Acaban de llegar desde China y se dirigen a un hospital. Están sanas, lo sabemos, pero el protocolo diseñado por los responsables sanitarios implica mantenerlas en cuarentena y realizarles varias pruebas para confirmar que no van a expandir por territorio español el extraño coronavirus que aterra a todo el mundo. La retransmisión del evento dura toda una tarde, con las televisiones relatando en vivo una “no noticia” que, aún así, engancha a los telespectadores. 

En la era del dato, se imponen las emociones. Se usan las cifras, pero sin contexto, y la gestión comunicativa genera una realidad distinta a la que ofrecen los datos. El mensaje construye nuevos hechos desligados del dato que lo genera. El caso del coronavirus surgido en la ciudad china de Wuhan es paradigmático en este sentido. 

Los datos existen, en este momento son ya 1.116 los fallecidos en el lugar de origen de la enfermedad, hay más de 45.000 afectados de los que más de 5.000 ya se han recuperado. Las autoridades sanitarias de todo el mundo han puesto en marcha protocolos de actuación y, si nos atenemos a las cifras, el coronavirus apenas ha superado los límites de la provincia de Hubei. 

Con los datos así, en bruto, no tendríamos por qué asustarnos. En el contexto chino, un país con 1.400 millones de personas, la incidencia de la enfermedad es baja. Además, el control sanitario en el resto del mundo está ayudando a evitar el contagio y sabemos gracias a los médicos que las medidas para evitar su expansión son las mismas que aplicamos para evitar que se nos pegue la gripe del vecino. La vacuna que puede poner fin a la enfermedad ya está de camino. 

Sin embargo, los medios de comunicación nos mantienen en vilo, las redes sociales “arden” y el Mobile World Congress de Barcelona, a 9.407 kilómetros de Wuhan, se suspende. ¿Qué ha sucedido para que la comunicación de un suceso aparentemente controlado y de escaso peso real tenga consecuencias tangibles que poco tienen que ver con su verdadera gravedad?

En este caso podemos encontrar varios factores que hacen que el relato fabrique nuevos hechos independientes de la realidad contada. 

1. El estado de ánimo de la sociedad

En un contexto de incertidumbre, el miedo aflora, buscamos seguridad inmediata ante cualquier tipo de amenaza. Por pocas posibilidades que tengamos de contraer el coronavirus, queremos garantías de que lo tenemos lejos. Necesitamos certezas o, mejor dicho, percepción de seguridad. El relato catastrofista nos empuja a buscar refugio, aunque ya lo tengamos. 

Un estricto control sanitario en todos los países del mundo está ayudando a evitar el contagio

2. La crisis de confianza

Vivimos inmersos en una crisis de confianza total. Estudios, como los elaborados anualmente por Edelman, inciden en la escasa credibilidad que damos a las fuentes institucionales y empresariales. En el caso del coronavirus, resulta sencillo desconfiar del régimen chino por su tradicional falta de transparencia. No somos capaces de creer al 100% lo que nos cuenta y hasta voces supuestamente expertas ponen en duda sus datos. 

3. El contexto mediático

Los medios de comunicación, incluso los unipersonales, priman la captación de la atención por encima de la priorización de la relevancia de los hechos. Un caso como el que nos ocupa, apalancado en nuestro miedo, atrae audiencias amplias y acapara su tiempo de un modo permanente. Que 14 personas sanas se desplacen en autobús a un hospital no es noticia, pero mantiene a millones de personas mirando al televisor y despierta airados debates en redes sociales. 

Estos tres elementos, sumados a un tema de por sí morboso, sirven para que los distintos actores que influyen en la comunicación sumen sus intereses al relato generando una nueva realidad que es la que nos ocupa: El relato del coronavirus influye en las relaciones comerciales, genera negocio en plena economía de la atención y acaba modificando comportamientos en todo el planeta, aun cuando las medidas de prevención no sean distintas a las que ya empleamos para evitar contraer otras enfermedades. 

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Un brote surgido en China ha afectado el día a día de muchos a pesar de la distancia

¿Cómo evitar este tipo de situaciones?

¿Cómo adecuar realidad e información para no distorsionar las vidas de tanta gente de un modo innecesario? La solución es difícil, por no decir utópica. Pasa en primer lugar por reinstaurar la confianza en las instituciones y para ello estas deben trabajar en la recuperación de su autoridad perdida. Este proceso requiere de tiempo, transparencia y experiencia demostrable. 

A esto se debe sumar también el trabajo responsable de los profesionales de la comunicación. Puede que algunos hechos no generen ingresos para un medio, que no sean suficientemente atractivos como para captar la atención de las masas y generar discusiones interminables en Twitter, pero la labor de periodistas y comunicadores debe adecuarse a la realidad, no forzarla ni embellecerla para ganar audiencia. Las empresas deben ganar dinero, sí, pero también cumplir con su compromiso con la sociedad. 

En tercer lugar todos, como audiencia, como usuarios, debemos ser exigentes, críticos con la información que se nos presenta. Asumir datos sin contexto, tomar decisiones basadas en opiniones no expertas, nos hace peores ciudadanos, nos mantiene prisioneros de la desinformación. Si resulta fácil captar nuestra atención, es porque somos previsibles, porque asumimos argumentos sin disponer de un criterio formado. Consumimos los datos a la misma velocidad que caen los mensajes en nuestros ‘timelines’ y los procesamos a ese mismo ritmo. Así difícilmente podemos extraer conclusiones sensatas, así nos volvemos manipulables y surgen las teorías de la conspiración, necesarias para entender una realidad, en la mayoría de los casos, mal contada. 

Txema Valenzuela

 

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