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12 abril 2017

Houston, tenemos una solución: la historia del Apolo 13

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“Houston, tenemos un problema”. La famosa cita se ha convertido en una frase popular aplicada a casi cualquier situación. Quienes vivían entonces tal vez recuerden la misión Apolo 13 como un thriller espacial con final feliz. Quienes lo han conocido a través de las recreaciones posteriores, sobre todo la película dirigida por Ron Howard en 1995, quizá guarden en mente que el éxito del rescate consistió en cuadrar el círculo.

Pero la aventura del Apolo 13 fue mucho más que eso: problemas que se sucedieron uno detrás de otro, y soluciones que se aportaron una detrás de otra, en un brillante ejemplo de gestión de crisis y trabajo en equipo.

El módulo de servicio del Apolo 13 dañado. Crédito: NASA

El 11 de abril de 1970 despegaba del Centro Espacial Kennedy la tercera de las misiones tripuladas a la superficie lunar, con tres astronautas a bordo: el comandante James A. Lovell, el piloto del módulo lunar Fred W. Haise y el piloto del módulo de mando John L. Jack Swigert, quien debía quedarse orbitando la Luna mientras sus dos compañeros exploraban la formación llamada Fra Mauro.

Casi 56 horas después del lanzamiento, cuando la nave se encontraba a unos 330.000 kilómetros de la Tierra, los tripulantes del Apolo 13 escucharon un potente estruendo. Mientras informaban del problema al centro de control —“Houston, hemos tenido un problema”, fue la frase original— el nivel de oxígeno del tanque 2 se desplomaba.

Misión odisea

Entre quienes escucharon en directo aquella llamada de socorro se encontraba Jerry Woodfill, el ingeniero del Centro Espacial Johnson encargado de los sistemas de alerta del Apolo 13. Woodfill observó el destello de la alarma principal antes de oír las palabras de Swigert y Lovell. Lo que siguió después, mientras las alarmas comenzaban a saltar una tras otra ante los ojos de Woodfill, desembocó en una conclusión angustiosa: la misión no podía llevarse a término, y la recuperación de los astronautas iba a hacer honor al nombre con el que se había bautizado el módulo de mando del Apolo 13: Odyssey.

La nave en ruta hacia la Luna se componía de tres partes. El módulo de mando Odyssey era la cápsula, el habitáculo de los astronautas durante el viaje y el regreso a la Tierra. Este módulo llevaba unidos otros dos aparatos: en su morro, el módulo lunar Aquarius, en el que Lovell y Haise debían descender a la Luna. En el extremo opuesto, el Odyssey iba adosado al módulo de servicio, una estructura cilíndrica no presurizada que alojaba los sistemas requeridos por el módulo de mando y que debía desacoplarse al regreso, antes de la reentrada en la atmósfera.

El módulo de servicio llevaba células de combustible compuestas por hidrógeno y oxígeno líquidos, que se combinaban para suministrar agua potable y abastecer de energía al Odyssey, además de proporcionar aire respirable. Tras la explosión de uno de los tanques de oxígeno y la pérdida del otro, las células de combustible fallaron, dejando a los astronautas con una provisión de agua, energía y oxígeno insuficiente para completar su plan previsto.

“El fracaso no era una opción”

La misión debía abortarse. Y como señala Woodfill a OpenMind, parafraseando un lema promocional de la película de Ron Howard, “el fracaso no era una opción”. Tres años antes, la cápsula del Apolo 1 había ardido en la plataforma de lanzamiento a causa de un fallo eléctrico, matando a sus tres tripulantes. “La tragedia del Apolo 1, creo, llevó a todos los continuadores de aquel trabajo de poner a los primeros hombres en la Luna a aquella determinación profunda”, dice Woodfill.

El equipo de control del Apolo 13 en Houston con el aparato para eliminar el CO2 de la nave. Crédito: NASA

Pero los obstáculos a superar eran considerables. Los controladores de Houston decidieron mantener la trayectoria de la nave para regresar aprovechando el empujón de la gravedad lunar. Los astronautas debían abandonar el Odyssey y trasladarse al Aquarius, que disponía de suficiente agua, oxígeno y baterías de alimentación, siempre que se racionaran drásticamente.

Poco después surgió el problema más memorable de la misión, cuando otra de las alarmas de Woodfill advirtió de que el CO2 expulsado por los astronautas al respirar comenzaba a acumularse en el Aquarius a niveles peligrosos. Los ingenieros en Houston debieron diseñar un procedimiento de emergencia para que Lovell y sus compañeros pudieran adaptar los absorbentes de CO2 cuadrados del Odyssey a los huecos circulares del Aquarius. “Incluso utilizando todos los filtros redondos disponibles en el módulo lunar, la tripulación no habría sobrevivido sin aquel aparato pegado con cinta”, apunta Woodfill.

Sin embargo, los problemas no terminaron. Cuando los astronautas se dispusieron a alinear la nave para la reentrada en la atmósfera, descubrieron que el método habitual era impracticable: los restos de la explosión que viajaban a su alrededor impedían orientarse por las estrellas, por lo que debieron guiarse por el sol. Además, tuvieron que improvisarse procedimientos para transferir energía de las baterías del Aquarius al Odyssey, y para después expulsar el primero a una distancia prudencial que permitiera al segundo despejar su ruta de cara a la reentrada.

Reentrada en la atmósfera

Cuando los astronautas regresaron al Odyssey, para la reentrada en la atmósfera y el amerizaje, el frío en su interior había condensado tanto vapor de agua en los aparatos que la reactivación de la energía podría haber causado un nuevo y fatal fallo eléctrico. “Encender aquellos circuitos muy bien podría haber resultado en el mismo tipo de cortocircuito que llevó al fallecimiento de la tripulación del Apolo 1”, señala Woodfill. Y gracias al trabajo de este ingeniero, encargado también de los cableados de los paneles, al menos la muerte de los tres tripulantes de la primera misión Apolo no fue en vano: tras aquella tragedia, detalla Woodfill, no sólo se mejoraron los sistemas de alarma, sino que además los conectores eléctricos bajo los paneles se recubrieron con una sustancia aislante de la humedad. “En mi opinión, esto salvó al Apolo 13”, dice con orgullo. El Odyssey amerizó en el Pacífico sur el 17 de abril, con sus tres ocupantes sanos y salvos.

Operación de rescate de los tripulantes del Apolo 13. Crédito: NASA

La investigación posterior al accidente logró desentrañar la causa. Los tanques de oxígeno líquido llevaban un calentador para convertirlo en gas, controlado por un termostato. Debido a un cambio en las especificaciones técnicas, la alimentación de estos aparatos se había elevado de 28 a 65 voltios, pero los termostatos no estaban preparados para este exceso de voltaje y se fundieron, impidiendo el apagado de los calentadores. El aumento de temperatura fundió el aislamiento de teflón de los cables del ventilador del tanque 2, provocando un cortocircuito.

El final feliz no detrajo a Woodfill y el resto de los ingenieros de emprender una nueva revisión a fondo de los sistemas. Entre otros muchos cambios, se actualizaron los termostatos, se retiraron los ventiladores y se añadió un tercer tanque de oxígeno. Cuatro misiones más volaron con éxito a la Luna. “Todas las misiones Apolo posteriores se beneficiaron del rescate del Apolo 13”, concluye Woodfill.

Por Javier Yanes

@yanes68

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