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15 diciembre 2017

Hijos de las estrellas: La expansión humana más allá del planeta Tierra

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La materia de la que estamos hechos fue creada, literalmente, bien durante el nacimiento del propio universo o por las estrellas, durante su vida o al final de la misma en el caso de las más masivas. Los seres humanos somos, por tanto, hijos de las estrellas. Por otra parte, ahora sabemos que la mayor parte contiene sistemas planetarios. Su extraordinaria diversidad nos permite cuestionar la presencia de vida fuera de la Tierra y plantearnos la posibilidad de una expansión más allá de los confines de nuestro hogar ancestral. Sin embargo, la colonización de otros astros implica también numerosas incógnitas: ¿Es realmente factible y, de serlo, conveniente? ¿Qué implicaciones culturales tendría?  ¿Cómo afectaría a nuestra especie?

Los posibles ecosistemas  en el Sistema Solar:

El Sol tiene una cohorte de ocho planetas y decenas de planetas enanos y objetos transneptunianos, además de contener una ingente cantidad de cometas y asteroides. Éstos últimos son de gran interés por su mineralogía y de hecho ya se han dado los primeros pasos para iniciar  la explotación comercial. Salvo Ceres, un planeta enano de poco menos de 1000 km de diámetro, que se encuentra localizado entre la órbitas de Marte y Júpiter y que está siendo explorado por la sonda americana Dawn, los otros planetas enanos están demasiado alejado del Sol y son cuerpos demasiado fríos.  Mercurio y Venus no son adecuados debido al factor opuesto: las altas temperaturas y, en el caso de Venus, una altísima presión atmosférica con una composición química extraordinariamente hostil. Las evidencias de agua líquida, compuesto químico que se sigue asumiendo como esencial para la presencia de vida, en la superficie actual de Marteun análogo terrestre en varios aspecto, es controvertida según algunos estudios.  Urano y Neptuno, gigantes gaseosos dominados por compuesto químicos ligeros, también se encuentra a gran distancia de nuestra estrella y por tanto a baja temperatura. ¿Qué ambientes potencialmente adecuados para la vida  nos quedan dentro del Sistema Solar?

Ilustración 1: Versión actualizada de la fórmula de Drake, que permite estimar el posible número de civilizaciones tecnológicas en nuestra galaxia. La mayor parte de los parámetros sufren una extraordinaria incertidumbre. Crédito: University of Rochester.

Júpiter y Saturno, aunque gaseosos y dominados por los dos elementos químicos más ligeros, el hidrógeno y el helio,  poseen cohortes de satélites con características muy variadas y algunos de los cuales muestran un gran potencial astrobiológico. Así, Europa y Encelado tienen envolturas de hielo y posiblemente inmensos océanos bajo sus superficies. La misión europea Jupiter Icy Moon Explorer (JUICE), cuyo lanzamiento está previsto en el año 2022,  y la americana Europa Clipper tienen previsto continuar la exploración de tres de los compañeros más masivos de Júpiter, centrándose en Europa, aunque no llegarán allí hasta después del 2030. Respecto a Saturno y su satélite Encelado, existen varias propuestas de misiones espaciales, pero ninguna ha pasado más allá de los diseños conceptuales. Por tanto, tendremos que esperar más de una década para conseguir evidencias adicionales sobre la estructura interna  de Europa y su potencialidad para albergar vida. En cualquier caso, por lo que sabemos, parece que ser el único cuerpo celeste en el nuestro sistema planetario que alberga vida o que es adecuado para su desarrollo es la Tierra.

La plétora de planetas fuera del Sistema Solar

En las últimas dos década, desde el año 1995, se han identificado varios miles de sistemas planetarios en la vecindad del Sol. Dado que en la Vía Láctea, nuestra galaxia, hay más de 200,000 millones de estrellas y que se cree que la mayor parte podría albergar planetas, las posibilidades se han multiplicado de manera exponencial desde la enunciación de la conocida fórmula de Drake. Entre otras razones, este incremento es debido a la extraordinaria diversidad planetaria, algunos de los cuales son verdaderamente exóticos.

Como ejemplos: la existencia de planetas que orbitan alrededor de tres estrellas, otros que que tienen atmósferas de compuestos metálicos e incluso planetas que se han formado a partir del material proporcionado por la destrucción de su astro central y que giran alrededor de una estrella de neutrones. Además, las estrellas enanas rojas, las más comunes en el universo, han mostrado una gran complejidad en sus sistemas planetarios. Trappist-1 se ha convertido en una diana primordial, al igual que GJ1132 b, cuyo planeta orbita a su alrededor en solo 1,6 días frente a los más de 365 días del año terrestre y a pesar de ello se ha detectado su cobertura gaseosa, o LHS 1140 b, un planeta compuesto esencialmente por compuestos férricos y situado en la zona de habitabilidad de su estrella. La más cercana, Próxima Centauri, también alberga en una adyacente un planeta que pudiera tener una insolación compatible con la presencia de agua líquida, aunque la estrella es muy activa. Más interesante aun podría ser Ross 128 b, muy poco activa y que por tanto carecería de ese intenso bombardeo de partículas y de radiación altamente energética que podría ser un verdadero obstáculo para la presencia vida en el sistema planetario de Próxima.

La concepción de este artista muestra el sistema planetario conocido más cercano al nuestro, llamado Epsilon Eridani. Las observaciones del Telescopio Espacial Spitzer de la NASA muestran que el sistema alberga dos cinturones de asteroides. Imagen: Spitzer Space Telescope / NASA

Además, también se han descubierto un número relevante de planetas similares a la Tierra, de alta densidad y rocosos. De hecho, algunos se encuentran en órbitas que permite que llegue suficiente energía como para que el agua, de existir, se encuentre en estado líquido, en la denominada Zona de Habitabilidad. En cualquier caso, la presencia de agua en estado líquido, aunque sugiera la posibilidad de albergar vida, no es una condición suficiente (y tal vez ni siquiera necesaria). Se requieren otras características adicionales, tales como: estabilidad de la estrella (el denominado clima espacial), tectónica de placas (lo que permite la presencia de orografía y el ciclo del agua y el carbono), o el aislamiento respecto a otras estrellas (que la estrella más próxima esté alejada, de manera que no se produzcan interacciones dinámicas que cambien las órbitas de los planetas).

La posible expansión humana más allá de las fronteras del Sistema Solar

La exploración fuera de los límites del Sistema Solar es ya una realidad. Las sondas americanas Voyager 1 y 2, lanzadas hace más de 40 años, se encuentran entrando en el espacio interestelar (el estatus se puede comprobar en este enlace). Sin embargo no se cruzarán con otras estrellas. La propuesta Starshot, de breakthrough initiatives, tiene como objetivo el envío de millares de  micronaves para iniciar la exploración de los sistemas estelares más próximos, lo que sería el primer paso de un proceso de colonización.

Una posible justificación la encontramos en la siguiente declaración del conocido físico y divulgador Stephen Hawking:

La expansión en el el espacio cambiará completamente el futuro de la humanidad… Nos estamos quedando sin espacio y los únicos sitios a los que se puede ir son otros mundos… La expansión es la única cosa que nos puede salvar de nosotros mismos. Estoy convencido de que los humanos necesitamos abandonar la Tierra… No tenemos otra opción”.

Sin embargo, la expansión dentro del Sistema Solar o incluso interestelar no sería una solución para el exceso de población debido a los miles de millones de seres humanos que habitan nuestro planeta o la sobreexplotación de los recursos, dado que, de llegar a ser posible técnicamente, la cantidad de recursos necesaria para el traslado de siquiera una fracción reducida de la población sería ingente. Así, el impacto de ese proceso sería del todo excesivo y las consecuencias negativas probablemente excederían con mucho cualquier posible ventaja.

Otras alternativas a la colonización estelar directa

Las tecnologías emergentes, altamente disrruptivas,  en buena medida posibilitarán esa posible colonización. El conocimiento detallado de nuestra propia naturaleza a nivel genético y la capacidad de alterarla para adaptarse a nuevos entornos representa un cambio de las normas de juego. También existe la capacidad de incorporar elementos mecánicos a nuestra parte biológica, la posibilidad de convertirnos en ciborgs, lo que nos permitiría adaptarnos a ambientes mucho más hostiles. La técnica, por tanto, nos abre múltiples oportunidades, pero también peligros.

Un posible procesos colonizador requeriría un sería de etapas bien definidas, que durarían centenares de años en el mejor de los casos: i) búsqueda y exploración remota, ii) exploración in situ, iii) adaptación del medio, iv) ocupación.

  • La primera fase consiste en la identificación de los sistemas planetarios idóneos  remotamente, tanto con instrumentación terrestres como con telescopios situados en el espacio.
  • El siguiente paso sería análogo al programa Starshot, con objeto de conseguir una información detallada de un número reducido de planetas en la vecindad solar.
  • El tercer paso tendría una duración mucho más larga e implicaría una gran inversión de recursos, ya que incluiría el  envío de nano-robots que preparasen la infraestructura adecuada, incluyendo la búsqueda de depósitos minerales, desarrollo de nano-fábricas, instalaciones energéticas e incluso la construcción de un láser que deacelere subsecuentes naves de micro-naves, en un proceso inverso a su partida desde la Tierra, lo que permitiría acortar de manera considerable los tiempos de tránsito entre ambos planetas. También exigiría implementación de procesos de geo-ingeniería, con objeto de terra-formar el planeta, haciéndolo más adecuado a la presencia de seres humanos.
  • El último paso sería la transferencia de información para crear  seres humanos in situ. Esto es, no realizar ningún trasvase de población, poco práctico e incluso inviable.

Vídeo de ESO sobre Ross 128 b en:

Visto desde un punto de vista histórico, la inversión en tiempo no parece excesiva. El devenir de la humanidad se caracteriza por una trashumancia permanente, por un proceso colonizador que nos ha llevado desde la sabana africana hasta los lugares más inhóspitos del planeta, como pueden ser el desierto de Lut, en Irán, donde se han registrado algunas de las temperaturas más altas, hasta la Antártida, en una colonización que ha durado decenas de miles de años. Cierto es que el proceso ha tenido un coste: una gran contaminación medioambiental y una gran pérdida de biodiversidad.

Así, este proceso implica considerables desafíos tecnológicos y científicos, pero sobre todo éticos. ¿Cuáles serían los cambios sociales y políticos necesarios? ¿Qué elementos sociales, incluyendo familiares o de gobierno, se verían afectados de una manera irreversible? ¿Requería necesariamente la aceptación de implantes mecánicos que “aumentasen” nuestras capacidades? ¿Se deberían permitir la implementación de cambios a nivel genético, lo que posiblemente conllevaría la creación de otra especia?

Reflexionando un poco más allá y basándonos en la experiencia previa, ¿qué derecho tenemos los seres humanos para adaptar otro planeta a nuestras necesidades? Esta pregunta, que puede parecer puramente académica ahora, sería esencial si se identificara actividad biológica en cualquier entorno apto para la colonización. ¿Es lícito cambiar la ecología de un planeta para satisfacer nuestro impulso expansivo? De hecho, no es necesario irse fuera del Sistema Solar: si identificáramos la  presencia de vida en Marte, Europa o Encelado, ¿deberíamos continuar con la exploración, arriesgándonos a una muy probable contaminación biológica y una mega-extinción de la ecología más débil?

Nos encontramos en el umbral de una nueva época de la exploración espacial y posiblemente de la humanidad como especie. Es necesaria, por tanto, una profunda reflexión sobre el cómo, dónde y porqué. Nos jugamos nada menos que nuestro futuro y tal vez el de otros.

David Barrado Navascués

CAB, INTA-CSIC
Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC, Madrid)

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