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20 octubre 2015

Hemos llegado al futuro: ¿lograremos regresar al pasado?

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El 21 de octubre de 2015 sería un día como cualquier otro, de no ser porque los guionistas de la saga cinematográfica “Regreso al futuro”, Bob Gale y Robert Zemeckis, eligieron esta fecha para que sus protagonistas viajaran en el tiempo a una época de automóviles voladores, monopatines que levitan sobre el suelo y zapatillas que se atan solas. La legión de seguidores de las tres películas ha esperado este día con impaciencia, y los medios aprovechan la ocasión para repasar en qué se parece nuestro 2015 al que retrataban las divertidas aventuras de Marty McFly. Pero es inevitable advertir que la premisa principal no está superada: todavía no hemos logrado viajar en el tiempo.

Indicador de fechas del coche Delorean de “Regreso al futuro II” (1989) / Crédito: Universal Pictures

Y ello a pesar de que los viajes temporales cuentan con una larga tradición en la imaginación humana. Sus referencias más antiguas se remontan a la mitología, y ya en el siglo XVIII comenzaron a aparecer en la literatura. La idea de asociar el viaje en el tiempo a un artefacto nació en 1881 en el relato del estadounidense Edward Page Mitchell “El reloj que marchaba hacia atrás”, aunque el primer vehículo de ficción diseñado específicamente para saltar en el tiempo fue “El Anacronópete” (1887), del español Enrique Gaspar y Rimbau. Sin embargo, fue el británico Herbert George Wells quien acuñó el término ‘máquina del tiempo’, en la novela homónima que popularizó el concepto en 1895.

Cartel de la película basada en “La máquina del tiempo”, de H.G. Wells. / Autor: Reynold Brown

Así pues, no cabe duda de que viajar en el tiempo es un viejo anhelo humano. «Nos atrae a pesar de su improbabilidad», asegura a OpenMind la filósofa de la Universidad de Duke (EE. UU.) Sara Bernstein: «Nos ofrece la oportunidad de presenciar de primera mano acontecimientos pasados; imaginemos poder ver cómo nuestros padres se conocen». También quisiéramos cambiar la historia, dice Bernstein: por ejemplo, impedir el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria que desencadenó la Primera Guerra Mundial. Pero además nos gustaría curiosear en el mañana: «Ver cómo es nuestro propio futuro, si habrá un iPhone 35 o si la humanidad sobrevivirá durante miles de años más», enumera la filósofa.

Metafísica de los viajes en el tiempo

Bernstein se especializa en la metafísica de la causalidad y el tiempo; son los pensadores como ella quienes nos explican la peculiar lógica de los viajes temporales. Un caso es el llamado ‘bucle causal cerrado’: «Un acontecimiento en el futuro provoca otro en el pasado, que de este modo provoca el acontecimiento inicial en el futuro», describe Bernstein, cuyo ejemplo favorito es la película de Terry Gilliam “Doce monos” (1995). En ella, el preso James Cole es enviado al pasado para encontrar una cura contra un virus que ha diezmado a la humanidad. «Siempre le ha acosado un sueño particular. El sueño provoca que haga ciertas cosas en el pasado, que le llevan a tener el sueño en el futuro», resume Bernstein.

La cinta de Gilliam es también una de las ficciones temporales preferidas de Thomas Roman, profesor de la Universidad Estatal Central de Connecticut (EE. UU.) especializado en relatividad general y teoría de campos cuánticos. Roman representa otro frente, el de los físicos y matemáticos que analizan si los saltos temporales son solo un reto tecnológico práctico o si por el contrario se enfrentan con la muralla inviolable de las leyes naturales. Y a este respecto, las perspectivas son diferentes si nuestro destino soñado es el pasado o el futuro.

Einstein y los viajes relativistas

Le debemos al físico Albert Einstein la posibilidad real de viajar hacia el futuro. En su teoría especial de la relatividad, el alemán descubrió que el tiempo transcurre más lentamente a mayor velocidad, un efecto que llevaba a Charlton Heston a una Tierra futura muy diferente de la actual en “El planeta de los simios” (1968). «En principio, si un ser humano pudiera viajar a una velocidad muy próxima a la de la luz y regresar a la Tierra, al final de su viaje podrían haber transcurrido décadas, ¡o incluso millones de años!», señala Thomas Roman a OpenMind.

Escena final de “El planeta de los simios” (1968) / Crédito: 20th Century Fox

La tecnología para lograr algo así aún es un sueño remoto. Pero además, Roman advierte: «Es un viaje de ida». Y es que el supuesto de viajar al pasado es otro cantar. En este caso, el matemático coincide con la mayoría de expertos al subrayar: «Parece altamente improbable que algún día llegue a ser posible».

Lo cierto es que el propio Einstein también contempló esta posibilidad, en este caso en su teoría general de la relatividad, que incorpora la gravedad. Algunas soluciones a sus ecuaciones permitían la existencia de los llamados Puentes de Einstein-Rosen, rebautizados en 1957 por John Archibald Wheeler como agujeros de gusano, y que permitirían conectar directamente dos puntos distantes del espacio, quizá también del tiempo. En el relato “Por sus propios medios” (1941), que Roman cita como una de sus ficciones temporales favoritas, el escritor Robert Heinlein asemejaba una puerta temporal de este tipo a una mancha de tinta en un pañuelo de seda. «Al doblar el pañuelo la mancha puede superponerse en cualquier otro lugar de la seda», escribía Heinlein. «Un habitante microscópico de este trozo de seda podría arrastrarse de un pliegue al otro sin atravesar ninguna otra parte de la tela».

Agujeros de gusano: una ‘máquina del tiempo’ teórica

La aplicación concreta de los agujeros de gusano como máquinas del tiempo se plasma sobre todo en el llamado Anillo de Roman («yo no acuñé el nombre, nunca lo habría llamado así», aclara el aludido­). El sistema se compone de «un número de agujeros de gusano, ninguno de los cuales es individualmente una máquina del tiempo, pero colocados de tal manera que la combinación entera forma una máquina del tiempo», sintetiza el matemático.

Recreación artística, para la NASA, de un salto en el tiempo a través de un agujero de gusano. / Autor: Les Bossinas

Sin embargo, en este caso no se trata simplemente de construir una nave, ni siquiera una extremadamente sofisticada; hay «muchos, muchos problemas teóricos», subraya Roman. En 1992, el físico Stephen Hawking demostró que para mantener abierto un agujero de gusano e impedir su inmediato colapso es necesario algo llamado ‘energía negativa’. La física cuántica predice la existencia de este exótico factor, pero «en física clásica toda la energía debe ser positiva», recalca Roman. Y aún más: incluso en el minúsculo mundo de las partículas subatómicas, «cuanto mayor es la cantidad de energía negativa que quieres crear, menor es el tiempo que dura. Resulta que estas restricciones limitan enormemente el posible tamaño y la estructura de los agujeros de gusano», concluye Roman.

Pese a todo, los agujeros de gusano han sido la opción predilecta de las ficciones sobre viajes temporales más próximas a la ciencia real, como Contact (1997), escrita por el astrónomo Carl Sagan y dirigida por Robert Zemeckis, o la reciente Interstellar (2014), dirigida por Christopher Nolan con la asesoría del físico Kip Thorn. Pero si se trata simplemente de entretener, incluso un automóvil deportivo DeLorean sirve. Para Sara Bernstein, desde el punto de vista de la metafísica el argumento de “Regreso al futuro” es una imposibilidad lógica. «¡Pero es divertida!», añade.

Por Javier Yanes para Ventana al Conocimiento
@yanes68

 

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