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09 junio 2016

¿Hacia la colonización estelar?

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La pregunta ¿estamos sólos en el universo? es una cuestión recurrente y no sólo en la astronomía. Programas de búsqueda como SETI se han mantenido a la escucha de señales alienígenas utilizando potentes radiotelescopios. También hemos sido proactivos y hemos enviado mensajes allende los mares interestelares utilizando el mismo medio. Además, a la deriva viajan mensajes en “botellas”, en forma de textos e imágenes en las naves Pioneer 10 y 11 y Voyager 1 y 2.

Estar o no estar: la controversia sobre las comunicaciones interestelares

Estas iniciativas no están libres de polémica. Por una parte, es cuestionable que sea posible que una civilización extraterrestre, de existir, pudiera realmente entender el contenido de estos mensajes. Piénsese, por ejemplo, que siguen existiendo lenguajes de la antigüedad que no han sido descifrados, como es el caso del etrusco o el lineal A, escritura de la civilización minoica de Creta. Para seres sin ninguna relación con los humanos y con una limitada cantidad de información contenida en el mensaje, sería mucho más complejo aún. Además, desde otra perspectiva y dados nuestros antecedentes en cuanto a encuentros entre culturas con niveles de desarrollo tecnológico muy distintos, la hipotética interacción no parece ofrecer un futuro brillante: el pez grande termina devorando al chico. Afortunadamente, las inmensas distancias interestelares representan, en principio, obstáculos insalvables.

Sin embargo, involuntariamente los seres humanos estamos gritando al universo que estamos aquí. Lo hacemos mediante la emisión de radioondas procedente principalmente de las múltiples cadenas de televisión. Dado que estas señales viajan a la velocidad de la luz, hemos comunicado a la vecindad solar que existimos y hemos proporcionado un ingente volumen informativo. Se trataría de una esfera con un radio de unos 80 años luz en la que se encuentran un buen número de estrellas y, de hecho, ya sabemos que una fracción significativa de las mismas tienen planetas. En cualquier caso, es solo una porción ínfima de la Galaxia, cuyo diámetro es más de mil veces superior.

Otra manera en la que inadvertidamente la Tierra se puede detectar es por el efecto que tiene nuestro planeta sobre la luz que emite el Sol. En efecto, visto desde otra estrella, nuestro astro-rey puede presentar pequeñas disminuciones periódicas de luz debido al tránsito de la Tierra sobre su disco, en un fenómeno análogo a los eclipses. Ello requiere que en algún momento el potencial observador se encuentre alineado con nuestro planeta y el Sol. De hecho, en la actualidad utilizamos este método para descubrir sistemas exoplanetarios. Y hay una muy activa campaña para encontrar y caracterizar los que pudieran estar en la denominada zona de habitabilidad, en la que el agua pudiera estar líquida. Ya superan el millar los planetas confirmados y son varios miles los candidatos. La misma técnica permite estudiar las atmósferas exoplanetarias y, esperemos, podría verificar si hay actividad biológica.

Recientemente, los investigadores David Kipping y Alex Teachey han propuesto un método para evitar una posible detección. La técnica consiste en usar pulsos de luz emitidos por un láser de gran potencia para evitar que se puedan medir esas variaciones de la luz del Sol. En cierta manera, se trataría de cubrirnos con un “manto”, una capa que nos hiciera invisibles. Aunque posiblemente excesivo, el estudio reabre un debate sobre la conveniencia de continuar lanzando mensajes al espacio, por muy improbable que sea su recepción y desciframiento.

A la conquista del espacio interestelar

Casi de manera simultánea, un grupo de destacados filántropos, científicos y tecnólogos ha lanzado una iniciativa para iniciar un proceso de “colonización” de las estrellas, al menos de las más próximas. Se trata de un cambio en la estrategia de exploración espacial, con la utilización de microtecnología y economías de escala.

Los multimillonarios Yuri Milner (Digital Sky Technologies) y Mark Zuckerberg (Facebook), junto a investigadores de la talla de Stephen Hawking, a través de laBreakthrough Unitiatives,han creado un fondo de 100 millones de dólares para desarrollar un pionero proyecto cuyo objetivo es enviar naves interestelares del tamaño de tarjetas de crédito. La iniciativa, denominada Starshot (disparo estelar en inglés), forma parte de una estrategia destinada a responder a una de las preguntas esenciales: ¿estamos solos en el universo? Starshot presenta numerosos desafíos, pero también abre un sinnúmero de oportunidades en campos muy diversos.

Nuestro planeta, y por tanto, nuestra civilización están amenazados por nosotros mismos y por el ambiente hostil en el que nos movemos: meteoritos o supernovas podrían eliminarnos sin dejar huella. De hecho, diversos eventos astrofísicos han provocado extinciones masivas en el pasado, como fue el caso de la desaparición de los dinosaurios del Cretácico-Terciario hace 65 millones de años.  Siguiendo la estela del añorado divulgador Carl Sagan, Hawkins ha propuesto la búsqueda de nuevos hogares más allá del Sistema Solar.

El envío de micro naves de unos pocos gramos a las estrellas más cercanas, entre las que destaca Alfa Centauri, la más próxima similar a nuestro Sol, requiere el desarrollo de nuevas tecnologías: propulsores de rayos láser localizados en la Tierra con una potencia equivalente a 100 centrales nucleares, velas fotónicas en las naves, escudos contra los rayos cósmicos y las partículas de polvo interestelares, sistemas de navegación, microelectrónica y cámaras minúsculas, o sistemas de comunicación para devolver la información a la Tierra, entre otras. Esta parte del programa durará dos o tres décadas. El viaje será de unos 20 años, con las micronaves desplazándose al 20% de la velocidad de la luz.

El objetivo inicial es verificar si existen allí planetas tipo Tierra; el final es la colonización. Breakthrough dispone de 100 millones de dólares para acometer los primeros pasos, aunque la factura global superaría ampliamente los 10,000 millones y requeriría la cooperación internacional. En el grupo impulsor, dirigido por el exdirector del Ames Research Center de la NASA, Pete Worden, incluye un elenco de figuras muy relevantes de la investigación y de la cultura.

El proyecto Starshot no sólo intenta responder a algunas de las preguntas más importantes que la humanidad siempre se ha formulado: ¿estamos solos en el cosmos? Además, trata de buscar nuevos hábitats para poder expandirnos, continuando la emigración que se inició hace decenas de miles de años desde la sabana africana. El destino, ahora, son las estrellas. El objetivo es asegurarnos nuestra supervivencia como especie.

Son numerosas las nuevas tecnologías necesarias, que tendrán un efecto incalculable en la vida diaria, aun cuando dentro del proyecto no se llegue a efectuar ningún lanzamiento. Desde la producción y el almacenamiento de energía, pasando por la miniaturización de la electrónica, hasta nuevos sistemas de comunicación.

El proyecto, además, pone de manifiesto varios hechos relevantes: la disposición de fundaciones y filántropos a aceptar retos que implican planificaciones a muy largo plazo y la existencia de visionarios que están dispuestos a financiarlos. Esto contrasta con la sociedad española, la falta de proyectos filantrópicos de sus millonarios y la actitud de los distintos gobiernos, incapaces de pensar a medio plazo y de proporcionar financiación a proyectos arriesgados.

Recursos naturales y las lecciones de la historia

Pero lo más importante probablemente sea la reflexión sobre la necesidad de pensar en el futuro y la supervivencia. Sin embargo, sobre la propuesta de Stephen Hawking podría considerarse que no está enfocada de la manera más adecuada. En efecto el universo es un ambiente poco amable, pero el principal peligro para la humanidad está en nosotros  mismos (“Homo homini lupus est”, “el hombre es el lobo del hombre”). La respuesta debe estar aquí y ahora, con una mejor gestión de nuestros recursos y de las relaciones entre culturas.

También podemos seguir aprendiendo de la historia. A comienzos del siglo XVII Japón cerró sus puertas, eliminando de facto la influencia de Occidente y, posiblemente, evitando una expansión que ya se había producido en el sudeste asiático. Esta es la política de ocultamiento que propugnan Kipping y Teachey, entre otros. En 1853 el comodoro norteamericano Perry forzómanu militari, el final de esa estrategia. Aunque se encontró a un Japón retrasado tecnológicamente, la política de los gobernadores de la época permitió conservar la cultura local, lo que junto a la posterior inversión en conocimiento y formación de la dinastía Meiji, con el control del flujo de información, permitieron la eclosión nipona y su incorporación a un mundo globalizado en igualdad de condiciones. Una lección que habría que implementar en el hipotético caso de que eventualmente ese contacto interestelar se produjera.

Mientras tanto, disfrutemos de las estrellas, aunque sea desde la oscuridad de un jardín, y soñemos. Pero también apreciemos y conservemos las maravillas de este edén, nuestro hogar: un pequeño planeta llamado Tierra.

David Barrado Navascués

CAB, INTA-CSIC
Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC, Madrid)

@David_Barrado

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