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07 septiembre 2018

El sonido eterno: del fonógrafo a la holofonía

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La música pone ritmo a nuestra vida. ¿Quién no ha tarareado en la ducha una canción que suena en la radio, ha movido la cabeza al compás de alguna melodía mientras conduce o se ha puesto los auriculares para caminar con su playlist favorita? Sin embargo, hace solo 140 años que somos capaces de grabar y reproducir el sonido. Antes, los melómanos debían conformarse con los intensos, pero efímeros, directos. Todo cambió con la invención del fonógrafo. Desde entonces, la manera en la que almacenamos el sonido ha ido variando de soporte y formato, aunque en lo esencial siempre ha sido lo mismo: registrar las ondas de sonoras —sutiles cambios en la presión atmosférica— como ondas de sonido gráficas, para después reproducirlas siguiendo el proceso inverso.

Fue el prolífico inventor americano Thomas Alva Edison quien ideó en 1877 el fonógrafo. Las ondas sonoras se transformaban en vibraciones mecánicas que hacían mover un punzón sobre un cilindro con una gruesa capa de cera, donde quedaban registrados pequeños surcos. Aquel aparato podía grabar un máximo de 2 minutos, y reproducirlos unas 50 veces, hasta que las hendiduras se desgastaban y se volvían ilegibles. Diecisiete años antes, el francés Édouard-Leon Scott había ideado un instrumento similar para grabar el sonido, el fonoautógrafo, sobre un soporte también cilíndrico pero de cristal ahumado. Aquella primera máquina fue capaz de recoger ondas sonoras, pero no de reproducirlas: así, hasta 2008 nadie pudo escuchar la pequeña estrofa de la canción popular francesa, Au clair de la lune, que Scott había logrado inmortalizar.

Thomas Edison y uno de sus primeros fonógrafos. Fuente: Biblioteca del Congreso de EEUU

El reinado del gramófono

Apenas habían empezado a escucharse en los los fonógrafos los primeros acordes grabados cuando Emile Berliner, estadounidense de origen alemán, desarrolló el gramófono en 1887. Podía registrar el sonido sobre un disco plano (que podía contener música por ambas caras) en lugar de sobre un cilindro. Los primeros discos de gramófono tenían 12,5 cm de diámetro (unas 5 pulgadas) y estaban hechos de ebonita, una sustancia plástica que se podía tallar. La ventaja de este nuevo sistema era que a partir de un único molde podían realizarse fácilmente miles de copias, mientras que con el fonógrafo original era necesario interpretar la pieza a grabar tantas veces como copias se deseasen.

Desde entonces Edison había mejorado mucho su fonógrafo, así como el proceso de fabricación y los materiales de sus cilindros, que sonaban mejor que los discos de Berliner. Y a comienzos del siglo XX tuvo lugar la primera guerra de formatos de la historia de la música: entre cilindros y discos, una batalla que Edison perdió en los años 1910. Desde entonces el gramófono se popularizó rápidamente y sus discos —de hasta 12 pulgadas (unos 30 centímetros) de diámetro, que giraban a 78 revoluciones por minuto (RPM) y podían almacenar hasta 4-5 minutos de música en cada cara— fueron el primer formato musical que se vendió masivamente y llegó a los hogares.

Entonces nacieron los álbums, que eran las carpetas para guardar los cuatro discos necesarios para registrar una sinfonía. Los singles (solo un disco) de 10 pulgadas contenían una sola canción de música popular, de hasta 3 minutos, mientras que los artistas de jazz necesitaban alargarse hasta las 12 pulgadas para desarrollar sus temas. Ese reinado duró hasta mediados de la década de 1950, cuando se impuso el vinilo, el material sintético que sustituyó a una resina natural (la goma laca, producida por unos pequeños insectos) en el proceso de fabricación comercial de discos de música.

El imperio del vinilo

Los primeros LP de vinilo fueron presentados el 10 de junio de 1948 por la empresa Columbia Records y cambiaron la historia de la música. No fue un simple cambio de material. Los nuevos discos de vinilo eran más duraderos que los pesados y quebradizos discos de goma laca, pero sobre todo tenían otra ventaja: con el mismo diámetro, en un solo disco cabía tanta música como en los cuatro de un viejo álbum. Por eso se llamó LP (long play, “larga duración” en inglés) a los vinilos de 12 pulgadas, que giraban a 33 RPM (frente a las 78 del gramófono).

El truco para cuadruplicar la duración de un disco (hasta 22 minutos por cara) no solo era hacer girar el disco más lentamente, sino también registrar el sonido en surcos tres veces más estrechos. Y para reproducirlos se necesitaba una nueva máquina: una versión del gramófono más sofisticada y más barata de fabricar. Para el público era una manera más asequible y cómoda de escuchar música; para los artistas, el nuevo formato LP (que también conservó el nombre “álbum” de su antecesor) supuso una nueva manera de componer música. Los músicos de jazz aprovecharon la larga duración para grabar temas mucho más extensos y también para crear álbums como una colección de varios temas con un sentido de conjunto. Mientras tanto, la música popular se vendía como rosquillas en singles de 7 pulgadas (30 centímetros) que giraban a 45 RPM.

Aquellos gramófonos que habían evolucionado para adaptarse a los vinilos —con un aguja más fina y un brazo más ligero, que reproducían el sonido con más fidelidad y menor ruido superficial, y capaces de girar a 33 y 45 revoluciones por minuto— son la base del actual tocadiscos. Es el sistema reproductor de sonido que se ha mantenido más tiempo (con importantes mejoras tecnológicas, como las que permitieron el nacimiento del hip hop), dominando sin grandes rivales hasta que casi desapareció bruscamente en la recta final del siglo XX, para luego resucitar en pleno siglo XXI.

El magnetófono y el rock and roll

Mientras el gramófono no paraba de girar, la empresa alemana Telenfunken AEG presentaba en 1935 el innovador magnetófono K1, que registraba las ondas sonoras sobre una cinta magnética fabricada por la empresa química BASF, también alemana. Al contrario que el gramófono, el magnetófono permitía grabar rápido un sonido y reproducirlo de forma inmediata, algo que revolucionó la industria radiofónica. También el partido Nazi se sirvió de esta nueva tecnología, para difundir mensajes propagandísticos a través de su red de emisoras.

Pero sin duda el magnetófono se popularizó gracias a un nuevo género musical, el rock and roll. Desde los años 1960 a 1980 los roqueros explotaron al máximo las posibilidades creativas de esta fabulosa máquina, cortando pedazos de cinta y pegándolos o reproduciendo sonidos al revés.

Magnetophon 75, de AEG, en el Museo Nacional de Historia Militar en Diekirch (Luxemburgo). Crédito: Paul Hermans

Y el magnetófono dio lugar a la aparición de nuevos soportes sonoros, que los jóvenes amantes del rock and roll podían escuchar en sus coches, y no solo en sus casas. En 1962, la holandesa Philips lanza el compact cassette: una cabina estanca de plástico con un carrete de cinta magnética, de unos 100 metros de largo, enrollada. Pocos años después salieron al mercado los casetes vírgenes de la empresa japonesa Maxell, muy fáciles de grabar y distribuir para cualquier persona.

La revolución digital

La era digital desembarca en 1979 de la mano del Compact Disk. La grabación digital se obtiene tras un proceso de conversión analógico-digital —la información analógica se transforma a código binario de ceros y unos—, que después se registra sobre un soporte. En los primeros CD podían hacerse grabaciones digitales de cerca de 75 minutos en 12 cm de diámetro. Fue el primer sistema de reproducción que apenas se deterioraba con el uso, frente al ruido de fondo de los vinilos y casetes.

El sistema digital MP3, lanzado a comienzos de los años 1990, cambió la forma de consumir música. Un formato que usa un algoritmo con cierta pérdida de información (y por tanto de calidad, de matices) con respecto al CD, para reducir el tamaño del archivo de audio, lo que hizo que escuchar y compartir música a través de Internet fuese muy sencillo. Otros formatos digitales (como WAV, AAC, WMA o MP4) surgieron más tarde junto a nuevos dispositivos para reproducirlos, como el iPod de Apple, que popularizaron esta música digital que se independizó de los soportes físicos como discos y cintas.

La grabación del futuro

Si el MP3 reducía la calidad en busca de comodidad y versatilidad, los últimos formatos de grabación buscan justo lo contrario. Por un lado, los archivos musicales de alta resolución contienen más información que las pistas de un CD, y están empezando a despegar de la mano de las conexiones a Internet de alta velocidad y de la mayor capacidad de los dispositivos móviles para procesarlos.

Por otro lado, la forma más novedosa de almacenar música, la holofonía, logra encontrar nuevos matices en la música de siempre. El sonido se percibe en tres dimensiones, ya que nos llega desde cualquier ángulo. Para lograr esto se graba tal y como llegaría a nuestras oídos, de modo que al reproducirlo resulta más realista. Una inmersión sonora que requiere del uso de nuevos auriculares para que la experiencia sea completa. Un paso más en la búsqueda de un sonido perfecto y que dure para siempre.

Cronología interactiva: Historia de la tecnología musical

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Bibiana García Visos

@dabelbi

 

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