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21 enero 2013

El hombre que salvó más vidas

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Es difícil establecer qué persona ha salvado más vidas en la historia de la humanidad. Sir Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina, suele citarse con frecuencia. Pero no es descabellado dar este título a Norman Borlaug. ¿Su contribución? Desarrollar nuevos cultivos que salvaron del hambre a cientos de millones de personas.

En 1942, la población mundial rondaba los 2.300 millones de personas. Ese año, Norman Borlaug recibió su doctorado en genética y patología de las plantas. Consiguió  su primer empleo en la multinacional DuPont, y con la segunda guerra mundial en su apogeo, se centró en investigaciones asociadas a las necesidades militares. Dos años después abandonó ese trabajo para  trasladarse a México. Su objetivo era luchar contra un enemigo diferente, el hambre.

México tenia que importar la mitad del trigo que consumía, lo que empobrecía irremediablemente a un país que ya era pobre de por si. Borlaug trabajó en el desarrollo de nuevas variedades de trigo cruzando exhaustivamente las variedades locales y volviendo a combinar los resultados más prometedores. Como ventaja adicional, utilizó dos zonas diferentes del país para producir dos cosechas anuales y duplicar la velocidad de las mejoras. Las variedades de trigo “enano” resultantes no solo eran más productivas, además podían soportar mayores variaciones climáticas.

El éxito de Norman Borlaug permitió que México fuese autosuficiente y le convirtió en el director del programa del trigo en Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo de México (CIMMYT). Un centro de investigación internacional, sin ánimo de lucro, destinado a obtener variedades mejoradas de dos cultivos críticos para la alimentación de los más pobres. Su nombramiento llegó justo a tiempo. Era 1964 y la población mundial rozaba los 3.300 millones de personas. En veinte años, se habían sumado 1.000 millones de personas adicionales y la escasez de alimento empezaba a extenderse por Asia. Un par de años después, India importó 18.000 toneladas de semillas mexicanas para probar su posibilidades como cultivo local. El éxito fue tan grande que Pakistán siguió su ejemplo y las cosechas de ambos países se duplicaron en un corto espacio de tiempo. Gracias a ello, el mundo comenzó a hablar de la “Revolución Verde”. En mi opinión, tuvimos mucha suerte de que fuese un centro de investigación público, y no una empresa, quien desarrollase estos avances. Investigación con financiación pública para resolver problemas que son de todos, algo que se echa en falta es estos tiempos de crisis y austeridad.

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En 1970, Norman Borlaug recibió el premio Nobel de la Paz en un planeta con 3.700 millones de habitantes. Nueve años después se retiró para dedicarse a la formación de nuevos investigadores. Parecía el tranquilo final de una, más que meritoria, carrera. Sin embargo, una nueva crisis se estaba incubando en África. En los años sesenta, África era capaz de alimentarse de forma autosuficiente. Sin embargo, el explosivo crecimiento de la población hizo que su agricultura fuese incapaz de mantener el ritmo. Los ochenta vieron como las hambrunas se extendían por África mientras el mundo dudaba entre dar pescado o enseñar a pescar. Borlaug fue rescatado de su semiretiro e inició una nueva “carrera” utilizando su prestigio y relaciones internacionales para motivar a gobiernos e instituciones en un nuevo esfuerzo para desarrollar cultivos adaptados al suelo y clima africanos. La combinación de nuevas variedades y técnicas de cultivo mejoradas volvió a tener éxito aumentando la producción local de alimentos.

Norman Borlaug murió en 2009 cuando contaba con 95 años y nuestro planeta debía alimentar a 6.800 millones de personas. Casi el triple de la población existente cuando finalizó su formación y comenzó a trabajar. Para bien y para mal, esa población es parte de su legado. Un legado que no esta exento de críticas. Algunos dicen que salvó a la humanidad  del hambre a cambio de  reducir las variedades cultivadas, promover semillas caras y de fuentes limitadas, abusar de abonos y pesticidas sintéticos e intensificar la erosión del terreno cultivable.

Personalmente, no estoy de acuerdo con estas críticas. Se cometieron errores, como en cualquier actividad humana, pero la agricultura nunca ha sido una actividad “natural”. La evolución favorece las plantas y frutas que mejor consiguen reproducirse, no a las que mejor nos alimentan. En cambio, la humanidad lleva 10.000 años cruzando variedades y escogiendo las características que más le convienen. Es algo tan antinatural, y tan antiguo,  como utilizar un arado. E igual de útil. Sin las contribuciones de Norman Borlaug, y sus colaboradores, la población mundial se habría triplicado con las mismas variedades de trigo y maíz para alimentarse. El triple de población implica el triple de espacio dedicado a campos de cultivos, el triple de agua, el triple de abono, el triple de impacto sobre los recursos naturales. Y cada nuevo terreno de cultivo son menos bosques, menos zonas naturales, menos biodiversidad.  El trabajo de Norman Borlaug  ha ayudado tanto a la población actual como a las futuras generaciones.  En sus últimos años, defendió el uso de cultivos modificados genéticamente como la mejor forma de mantener a la población alimentada mientras se preservan, en lo posible, las zonas naturales. Sinceramente, creo que puede ser nuestra única opción.

“Norman Borlaug es el hombre que salvó más vidas en la historia de la humanidad”, frase acuñada por Josette Sheeran, directora del Programa Mundial de Alimentos (PAM) de las Naciones Unidas, 2009

 

Ambrosio Liceaga

Creador del blog Ciencia de Bolsillo y colaborador de naukas.com, Pamplona (España)

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