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16 julio 2014

El cura que inventó el Big Bang

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Tal día como hoy hace 120 años, nació Georges Lemaître, ‘padre’ del Big Bang. Primero soldado, luego sacerdote y astrofísico, Lemaître llegó a lo más alto por proclamar algo que rompía con todos los cánones establecidos: el universo se estaba expandiendo y este nació a partir de la explosión de un diminuto punto que él denominó “átomo primitivo”.

Por aquel entonces la mayoría de físicos pensaba que el universo era estático y eterno, una idea cómoda que evitaba espinosas preguntas sobre su origen y su creación. Precisamente las ideas de Lemaître fueron desechadas en parte porque eran compatibles con un universo creado por dios al principio de los tiempos. Lemaître combatió durante toda su carrera esa visión creacionista y llegó a corregir por ella hasta al papa. Sus compañeros de disciplina en ciencia tampoco le dieron tregua por las implicaciones religiosas y científicas de su teoría. El propio Albert Einstein, después de escuchar su propuesta, le espetó: “Sus cálculos son correctos, pero su física es abominable”. Pero muy pronto la física conocida iba a sufrir un cataclismo que acabaría inclinando la balanza del lado de aquel cura astrónomo.

Albert Einstein y Georges Lemaître en 1932

Cuando estalló la I Guerra Mundial, Lemaître iba para ingeniero. El joven aparcó sus estudios, se alistó y sirvió como oficial de artillería en el frente, donde fue testigo de los primeros ataques con gases tóxicos. Terminada la guerra tomó dos determinaciones que marcarían el resto de su vida. Primero dejó la ingeniería por las matemáticas y la física. Segundo, decidió prepararse para ser sacerdote.

Uno de sus primeros referentes fue otro astrónomo con fuertes creencias religiosas: Arthur Eddington. Unos años antes de conocer a Lemaître, Eddington había estado a punto de acabar en un campo de prisioneros por negarse a luchar en la I Guerra Mundial. Sus creencias como cuáquero se lo impedían. Eddington acabó librándose y, en 1919, lideró una expedición a la isla de Príncipe, en África Occidental. Allí, durante un eclipse, tomó imágenes que probaban que el Sol curva el espacio y el tiempo a su alrededor desviando los rayos de luz llegados de otras estrellas. Era una de las primeras confirmaciones experimentales de la teoría de la relatividad de Einstein. Eddington se convertiría en el mayor divulgador de la relatividad en Reino Unido y de las nuevas ideas en astrofísica y cosmología que esta conllevaba. Junto a él, en la Universidad de Cambridge, Lemaître comenzó a estudiar cosmología, física estelar y análisis numérico en 1923. Después regresó a su país, consiguió una plaza en la Universidad Católica de Lovaina y siguió investigando nuevas implicaciones de la relatividad en el universo conocido.

En 1927, a la edad de 32 años, Lemaître publicó el primer estudio en el que proponía que el universo estaba expandiéndose y aportaba el primer cálculo de su velocidad. Su estudio, en francés, pasó desapercibido. Los pocos físicos que llegaron a escuchar su teoría la rechazaron de plano, pues la veían inasumible. La idea de un universo estable, sin principio, estaba tan extendida que hasta Einstein había incluido en su teoría de la relatividad general una “constante cosmológica” que funcionaba como una fuerza de gravedad negativa. Su función era evitar que el universo acabase concentrándose en sí mismo empujado por la fuerza de gravedad. El resultado tras ese apaño era un universo estable, estático. Sin esa constante, la naturaleza le daba la razón a Lemaître y Eddington quedó convencido de ello cuando su antiguo alumno acudió en su busca. El sacerdote publicó una versión inglesa de su estudio con la ayuda de Eddington en 1931 y siguió elaborando su idea hasta proponer que todo el universo surgió de un punto minúsculo, un “átomo primitivo” o un “huevo cósmico” que explotó en el momento de la “creación” del universo. Términos a parte, la idea es totalmente válida más de 80 años después.

Probablemente Lemaître nunca habría convencido a Einstein y el resto de la comunidad científica a no ser porque, en 1929, el estadounidense Edwin Hubble publicó nuevos datos que demostraban que algunas galaxias se estaban alejando de la Tierra debido a la expansión del universo. Poco después, en 1933, el propio Einstein reconoció que estaba equivocado y abrazó las propuestas de Lemaître. “Esta es la explicación más bella y satisfactoria para la creación del universo que he escuchado”, se dice que dijo el Nobel alemán en 1933, tras una charla del cura.

Lemaître se convirtió en una estrella. Los periódicos hablaban del triunfo de su teoría para explicar el origen del universo y el sacerdote viajaba por universidades de EEUU dando conferencias sobre sus hallazgos acompañado por Einstein. En 1949, en una serie de charlas radiofónicas para la BBC, el astrónomo Fred Hoyle fue el primero en acuñar el término Big Bang para referirse con sorna a las propuestas de Lemaître y Hubble. El término caló y dos décadas después se hizo habitual en las publicaciones científicas. Aún hoy se ignora por qué la versión inglesa del estudio de Lemaître no incluía la parte en la que calculaba la velocidad de expansión del universo. Esta acabó llevando el nombre de constante de Hubble, en honor al astrónomo estadounidense que la propuso dos años después que Lemaître.

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