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06 octubre 2014

¿Distopía y crisis de recursos naturales o utopía tecnológica?

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Introducción

Con ánimo de provocar el debate contrastamos en este artículo brevemente dos prospecciones que describen escenarios opuestos para mediados de siglo: la pesimista, basada en el agotamiento de los recursos, y la optimista, basada en el avance tecnológico, en la confianza de dar con soluciones innovadoras para afrontar cada uno de los riesgos que identifica la corriente contraria.

Tesis, ¿atracción por el Apocalipsis?

El Homo sapiens sapiens, ‘el hombre que sabe que sabe’, el ser que a diferencia de los demás es consciente de sí mismo y de su destino como individuo -la inevitable muerte- adquirió a partir del siglo XVIII, gracias al nacimiento de la arqueología como disciplina científica, consciencia también sobre la caducidad de las diferentes sociedades que habían florecido en distintos momentos históricos y en diversas geografías. Ecos de civilizaciones desaparecidas en Egipto, Mesopotamia, América y en Asia se sumaron al conocimiento que se tenía de la antigua Roma, y de su ciclo de eclosión, auge y decadencia. La pregunta inmediata era, ¿le ocurrirá lo mismo a nuestro mundo, producto de la Ilustración y de la Revolución Industrial? Al igual que el romanticismo inspiró escenas pictóricas ambientadas en ruinas, las películas postapocalípticas basadas en amenazas más o menos verosímiles conforman todo un género desde hace décadas.

Tras 200 años de progreso exponencial parece irreal pensar en escenarios de colapso civilizatorio, sin embargo, desde que se publicó en 1972 Los límites del crecimiento -el informe encargado por el Club de Roma al MIT- se tomó consciencia de que la mayor amenaza para nuestro mundo no era tanto una hecatombe nuclear, una pandemia o un meteorito, sino un agotamiento por nuestra propia acción del pequeño planeta que habitamos.

Desde entonces recurrentemente prestigiosos académicos como Jared Diamond o estudios financiados por instituciones como la NASA alertan sobre las amenazas que se ciernen sobre la humanidad y su obra. Todos estos factores están en realidad interrelacionadas:

  • Agotamiento de los recursos, ante todo energéticos. Muchos análisis señalan que el pico de producción de crudo dulce se alcanzó en 2005. ¿Es la actual crisis un reflejo de este cambio de ciclo?. Al ser el petróleo ubicuo (no solo lo empleamos para transporte y climatización, sino que depende de él la síntesis de fertilizantes y pesticidas, o la elaboración de múltiples materiales industriales), ligeros desajustes entre oferta y demanda tienen consecuencias dramáticas en todo el sistema productivo y económico. Aunque tengamos garantizados 40 ó 50 años de suministro al ritmo actual, el problema no es solo si hemos topado con un techo de cristal que en adelante puede mantener a nuestro sistema en perpetuo vilo. La cuestión principal es, desde un punto de vista global, si estas reservas son suficientes para garantizar una transición pacífica hacia una economía alternativa, una transición que en sí misma costará mucha energía, y que no se está acometiendo a la velocidad adecuada. Además el petróleo no es el único recurso finito del que esto depende, otro ejemplo se ilustra por el hecho de que no hay suficiente litio en el mundo para sustituir los más de mil millones de vehículos en circulación por vehículos eléctricos. Para garantizar los niveles de bienestar actual en occidente disponemos del equivalente a unos cuarenta “esclavos de petróleo” trabajando para cada uno de nosotros, manteniendo en movimiento la cadena productiva y logística. Repartir las reservas remanentes con los nuevos entrantes en el club de los países desarrollados -quienes cuentan mayor capacidad para pagar por ellas que el endeudado orbe occidental- solo es factible si, entre otras medidas, bajamos nuestros propios índices de motorización a niveles de los años 30, cuando solo las familias más privilegiadas disponían de vehículo propio, sin embargo los conflictos bélicos asociados al petróleo y el gas parecen indicar que nadie está dispuesto a renunciar a su ración.
  • Cambio climático. Parecería que el agotamiento de los combustibles fósiles es una buena noticia para los preocupados por el calentamiento global, pero esta “esperanza” se diluye si consideramos que las consecuencias de las emisiones pasadas y actuales las seguiremos sufriendo mucho tiempo después de haberse producido, con los diversos escenarios de incidencia sobre el clima y el aumento del nivel del mar que recurrentemente señala el IPCC.
  • Superpoblación y dificultades de acceso a bienes básicos, ante todo agua y alimentos, con la consabida consecuencia del incremento de la inestabilidad geopolítica.
  • El deterioro de los ecosistemas y la pérdida irreversible de biodiversidad causada por la actividad humana ha dado pie a denominar a nuestra época “el antropoceno”, una era geológica definida por la sexta gran extinción, la provocada por el hombre y cuyas consecuencias se seguirán notando hasta dentro de cinco millones de años.

Evidentemente bajo el paraguas de esta tesis caben múltiples matices, desde quienes preconizan un colapso brusco (véase la teoría de Olduvai), hasta quienes defienden un declive controlado basado en prácticas de decrecimiento que mantengan nuestra prosperidad en lo esencial, pero con unos estándares de consumo per cápita mucho menores que los actuales. En este último sentido apuntan las soluciones recogidas en la revisión de 2012 de Los límites del crecimiento, o las propuestas de autores como Serge Latouche o Tim Jackson.

Antítesis, ¿la ciencia como nueva fe?

Como contraposición a todos los anteriores factores, los pensadores positivistas se erigen como nuevos creyentes, cuyas principales esperanzas son las siguientes:

  • Recursos y energía: además de efectuar una revisión crítica de los cálculos y estimaciones sobre reservas disponibles, como la que lleva a cabo Bjørn Lomborg en su libro “El Ecologista Escéptico”, los detractores de la tesis pesimista concluyen que para cada fuente finita de prosperidad hemos encontrado en el pasado sustitutos más eficientes en sucesivos saltos evolutivos facilitados por las leyes del mercado y las mejoras tecnológicas que impulsa la constante innovación en el campo científico. El itinerario histórico recorrido en el empleo de combustibles (madera->carbón->petróleo->gas) es un ejemplo de ello. El fracking, las energías renovables, el almacenamiento de energía en células de hidrógeno o la inversión en nuevas instalaciones nucleares son tecnologías que, combinadas, pueden hacernos superar el cénit del petróleo sin traumas.
  • Cambio climático: dejando aparte a los negacionistas, los simplemente escépticos apuntan a que los modelos manejados barajan escenarios muy dispares, y que hay un gran nivel de incertidumbre en el balance conjunto entre zonas perjudicadas y zonas beneficiadas por el calentamiento global. Se trata de adaptar los cultivos y los asentamientos humanos a cada circunstancia.
  • La superpoblación se palia con educación y con prosperidad, es un hecho que muchos de los grandes indicadores de lucha contra la pobreza extrema recogidos en los objetivos del milenio han mejorado. De continuar esta tendencia de incorporación de más y más países al mundo desarrollado el incremento exponencial de la población se frenará por sí solo.
  • La pérdida de biodiversidad se puede revertir dado el progresivo abandono del medio rural en los países con fuertes procesos de urbanización de su población, y poniendo los medios para la creación de reservas. En todo caso debe hacerse  énfasis en preservar las especies vitales para la humanidad, con una función agrícola, ganadera, o de apoyo a la actividad humana, como es el caso de las especies polinizadoras. La ingeniería genética es el instrumento que ayudará a crear especies productivas resistentes que garanticen nuestro sustento con un mínimo uso de recursos.

Pero en cualquier caso la verdadera carrera en la que estamos apurando los últimos metros es la que tiene por meta la trascendencia de nuestra naturaleza humana: la Singularidad que preconiza Ray Kurzweil, alcanzada la cual tendremos a nuestro servicio las respuestas a cualquiera de nuestras inquietudes, pues la inteligencia artificial será capaz tanto de diseñarse a sí misma, como de resolver cuestiones como el eventual control de la fusión nuclear, o la síntesis de nuevos recursos sustitutivos de cualquier elemento necesario para nuestro bienestar.

En definitiva, coexisten toda la gama de esperanzas y desesperanzas en esta coyuntura, y para acabar de incitar la discusión nada mejor que este debate mantenido entre Paul Gilding y Peter Diamandis en TED 2012.

Juan Murillo Arias

Responsable de análisis urbanos en BBVA Data & Analytics, Madrid (Spain)

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