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14 octubre 2016

Craig Venter, el hombre que se conoció a sí mismo

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No es habitual que los biólogos tengan yates de lujo de casi 30 metros. Y quienes los tienen, no es habitual que los dediquen a recoger muestras de microbios marinos con vistas a secuenciar sus genomas. Pero John Craig Venter (Salt Lake City, EEUU, 14 de octubre de 1946) no es habitual. Cuando en 2004 emprendió una expedición científica alrededor del mundo a bordo de su velero Sorcerer II, no lo hizo tanto para emular a Charles Darwin en su HMS Beagle, sino para superarlo; para “poner en su contexto todo lo que se le escapó a Darwin”, según contó a Wired en 2004. Y tal vez este ejemplo resuma lo que unos alaban y otros critican en el científico y empresario que ahora cumple 70 años: ambiciones tan altas que sólo pueden alcanzarse sobre los zancos de un ego igualmente elevado.

El biólogo y empresario estadounidense, Craig Venter, en una fotografía de 2011. Crédito: Mauricio Ramirez, Chemical Heritage Foundation.

La rebeldía no es patrimonio de los inteligentes. Pero tal vez la inteligencia sea la salvación de los rebeldes. A Venter, su cociente intelectual de 142 le permitió dedicar más tiempo al surf que a los estudios durante su infancia en California, sin temer que echara a perder su futuro. Y enrolado en una guerra –la de Vietnam– a la que se oponía, le permitió elegir a voluntad su función en ella, la de sanitario. De aquellos terribles años en la Universidad de la Muerte, como lo define en su autobiografía Una vida descodificada (Espasa, 2008; A Life Decoded, Viking, 2007), queda el relato de un intento de suicidio nadando mar adentro, una historia que alimenta su leyenda.

Venter comenzó a ganarse la fama de chico malo de la biología molecular durante su etapa inicial en los Institutos Nacionales de la Salud de EE UU (NIH). Allí puso a punto una técnica llamada Expressed Sequence Tags (EST) —que después han empleado miles de investigadores en todo el mundo— que permitía obtener y almacenar copias para su estudio de todos los genes activos en una célula. Aquel primer logro ya revelaba la orientación que ha seguido la carrera de Venter: la aplicación de técnicas rompedoras, a menudo ya existentes pero infrautilizadas, que impulsen grandes saltos hacia las fronteras pendientes de la biología. Pero también fue su primer escándalo, cuando se supo que Venter y los NIH pretendían patentar los genes identificados a través de las EST.

Venter vs. el descubridor del ADN

Mientras las protestas daban al traste con su idea de las patentes, Venter se embrolló en una nueva desavenencia con el estamento científico cuando la técnica que propuso para el Proyecto Genoma Humano fue rechazada. En lugar de tratar de secuenciar las largas cadenas de ADN de los cromosomas avanzando cautelosamente paso a paso sobre ellas, como se había hecho hasta entonces, Venter proponía una opción más explosiva: hacer volar el genoma por los aires en un sinfín de pequeños pedazos, leerlos, y luego dejar que los ordenadores volvieran a pegar los trozos del jarrón. James Watson, codescubridor de la estructura del ADN, descalificó la técnica sugiriendo que era propia de monos.

Venter, a la derecha, en uno de sus yates privados con el empresario Barry Schuler. Crédito: Steve Jurvetson.

Claro que Venter no trató de ser más cordial. Cuando fundó la compañía Celera Genomics para secuenciar el genoma humano por su cuenta, rivalizando con el proyecto público, recomendó a los responsables de éste que mejor dedicaran su esfuerzo a otro organismo; más concretamente, al ratón. Se dice que Watson llegó a compararle con Hitler, pero el ego y la ambición de Venter tenían sólidos cimientos. La técnica de secuenciación shotgun, que él no inventó pero sí optimizó, consiguió culminar la carrera del genoma humano a la par con el proyecto público, pero este se vio obligado a redoblar sus esfuerzos para no acabar derrotado por la incómoda competencia de Venter.

Este triunfo le abrió la puerta a todo lo demás: notoriedad pública, respeto por parte de sus colegas, menciones en las listas de los más influyentes, nuevas empresas, dinero y, cómo no, yate. La Global Ocean Sampling Expedition, completada en 2006, fue una pieza más en el gran esquema que actualmente preside el trabajo de Venter. Secuenciar la biodiversidad de los océanos es de por sí un objetivo de proporciones darwinianas; pero no es la meta final, sino un hito que amplía el catálogo de los microbios disponibles para convertirlos en las fábricas del futuro: microorganismos modificados que produzcan medicamentos o combustibles, o que se encarguen de recoger la basura que diseminamos por el planeta.

Objetivo: crear vida sintética

Pero más allá de los microbios customizados, aún hay un propósito más elevado: Venter ansía convertirse en el primer humano en crear vida sintética. Así lo describió en su libro: “Quiero que vayamos lejos de la costa hacia aguas desconocidas, a una nueva fase de la evolución, al día en que una especie basada en el ADN pueda sentarse delante de un ordenador para diseñar otro”. El pasado mes de marzo publicó su última conquista hasta la fecha, la creación de un genoma sintético mínimo, capaz de hacer funcionar una célula con sólo 473 genes.

En persona, Venter se muestra afable, aunque distante. Su aparente intento de resultar agradable produce la sensación de ocultar un atisbo de frialdad, que se revela cuando reacciona con aspereza a las preguntas con intención, aquellas que un periodista está obligado a formular. Pero sin duda sabe que de él no sólo interesa la ciencia. Al fin y al cabo, él lo ha querido así: Venter no ha legado a la humanidad el genoma, sino su propio genoma.

Como siguiendo a los clásicos en el “Conócete a ti mismo”, su autobiografía viene espolvoreada con anotaciones que explican aspectos de su vida y su personalidad desde la óptica de sus genes. “Quiero descubrir si una vida descodificada es realmente una vida entendida”, escribió. “Se seguirán haciendo nuevas interpretaciones de Craig Venter, basadas en mi ADN, mucho después de que la vida haya dejado mi cuerpo. No me queda otra elección que dejar la última interpretación al lector y a la Historia”. Así, con hache mayúscula.

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento

@yanes68

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