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03 septiembre 2013

Conocimiento y orden mundial

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“¿Por qué nos odian?” Esa es la pregunta que se hacen con frecuencia los estadounidenses desde el 11 de septiembre de 2001. Al mismo tiempo, los pueblos araboislámicos de todo el mundo se encuentran en una situación similar. Las consabidas tergiversaciones y los estereotipos alienantes dominan los discursos en materia de seguridad, donde se equiparan las imágenes de una minoría extremista con las actitudes de la mayoría pacífica.

La reticencia a alterar los confines de nuestros respectivos marcos de conocimiento es crucial para las relaciones transnacionales y transculturales. Sin embargo, este debate parece asentarse en problemas infinitamente complejos, por lo cual el establecimiento de una base común para el entendimiento se encuentra en un callejón sin salida.  En escenarios aún peores, el debate es interrumpido por afirmaciones derrotistas sobre la incompatibilidad entre verdades morales divergentes o, en última instancia, por postulados de un irreversible “choque de civilizaciones”. Sin embargo, por abrumadora que parezca esta polémica, al final se reduce a la naturaleza de nuestro conocimiento, a la forma y el contenido de qué y cuánto “sabemos”… o “creemos” que sabemos.

Un primer problema, fácil de identificar, es el carácter limitado de los distintos planes nacionales de estudio que, junto con la finalidad de la enseñanza, proyecta prejuicios y dicotomías nacionales. Prácticamente en todos los países, el sistema educativo se preocupa más de proporcionar conocimientos de la historia nacional y local que de la historia global. Sin embargo, es necesario que haya un cambio paradigmático (y quizá también pragmático) que nos permita estar abiertos al aprendizaje de las historias y culturas del mundo. Hoy, más que nunca, el mundo está interconectado por la globalización del comercio, el intercambio de ideas y los contactos interpersonales más próximos entre personas de diferentes culturas y con distintas bases de conocimiento.

La globalización puede crear tensiones en las culturas y entre las culturas como resultado del creciente contacto con “otros” que están distantes, así como de la rápida exposición mediatizada por las redes sociales y la tecnología de la información. La solución parece obvia y fácilmente alcanzable: necesitamos modos de difundir el conocimiento que sirvan para promover la convivencia entre personas y grupos en un mundo en proceso de globalización, que reduzcan la ignorancia y las mitologías que crean clasificaciones rigurosas y “otredad”. Esa educación es fundamental para mejorar las relaciones interculturales y crear un sentido de comunidad basado en las historias que compartimos.[1]

Por tanto, las virtudes de la educación y su aportación a la paz, seguridad y armonía intercultural son, sin duda, pertinentes en nuestro mundo interconectado. No obstante, más allá de esta aceptación de fondo, la educación todavía seguirá siendo un tema controvertido lleno de interpretaciones subjetivas, polémicas y significados discutidos. Con el fin de trascender estas limitaciones condicionadas nacional y culturalmente, este trabajo propone un análisis epistemológico que examina la ciencia del conocimiento; es decir, “cómo sabemos lo que sabemos”, qué sabemos con certeza y cómo se generan nuestros marcos cognitivos, tanto individuales como colectivos. Mi teoría y conceptualización del conocimiento, con ideas de la neurociencia, tiene la esperanza de arrojar luz sobre cómo se forma el conocimiento del yo y del otro, tanto a nivel individual como a nivel cultural.

La base del conocimiento: el fisicalismo neurorracional (NRP por sus siglas en inglés)

Conocimiento es un término que se maneja con mucha frecuencia, y cuya definición y significado aparentemente se dan por supuestos. A menudo se identifica conocimiento con ‘información’ o educación. En la mayoría de las sociedades, el conocimiento se considera bueno y útil, y aun así rara vez dedicamos tiempo a investigar sus orígenes más allá de la idea general de que viene de la experiencia, del aprendizaje activo y de los consejos de otros. Sin embargo, el conocimiento es un fenómeno profundamente político, supeditado a un conjunto de factores circunstanciales y, como tal, requiere que analicemos con más profundidad sus orígenes, su uso y sus consecuencias.

¿Qué sabemos con certeza?

Gran parte de lo que con frecuencia consideramos conocimiento es, en realidad, un punto de vista sin fundamentos suficientes: en una palabra, un dogma. Tanto si tiene su origen en actitudes culturales como si procede de valores familiares o religiosos, el dogma puede minar nuestra racionalidad. A menudo, nuestras creencias dogmáticas se basan en las normas y costumbres sociales que observamos en la vida diaria. No quiero decir que esas normas sean necesariamente malas en sí mismas —aunque es probable que una vida gobernada por la razón sea más digna—, sino que solo trato de destacar las posibles falacias de estas normas y el papel que desempeñan en nuestras aproximaciones al conocimiento en general, al descubrimiento científico y, en última instancia, al orden mundial.

¿De dónde viene el conocimiento?

La naturaleza y las fuentes del conocimiento han sido objeto de debate durante milenios, y existen dos escuelas de pensamiento principales que dominan el debate: el empirismo, que parte de la premisa de que el conocimiento se origina en la experiencia directa o en la información proporcionada por los sentidos, y el racionalismo, que acentúa el papel fundamental de la razón en la adquisición del conocimiento. Estas dos tradiciones filosóficas principales dejaron legados duraderos en la epistemología y en la metafísica, y también han servido de inspiración para, o se han ramificado en, otras escuelas.

Por ejemplo, la tesis del conocimiento innato sostiene que la fuente del conocimiento se basa en nuestra naturaleza racional. Sin embargo, este conocimiento no se obtiene de la deducción ni de la inducción (como afirman los racionalistas) sino de un código moral inherente formado en el proceso de la evolución humana.[2] Esta tesis también da cuenta de conceptos innatos y creencias transcendentales, como la idea de divinidad. En el siglo XX, la epistemología constructivista ganó terreno al proponer que el conocimiento se constituye a través del discurso, especialmente del discurso hegemónico que impone su autoridad no por medio de la incuestionabilidad científica, sino en un contexto de relaciones de poder. El conocimiento, por tanto, no es un hecho neutro y objetivo, sino el resultado de intercambios intersubjetivos.

Aunque no es en absoluto exhaustiva, la enumeración de estas filosofías del conocimiento tiene la intención de poner de relieve el polémico debate sobre el conocimiento y su formación. Si bien la búsqueda de una teoría holística y definitiva del conocimiento podría resultar una tarea de enormes proporciones, los puntos de vista de la neurociencia aportan mayor claridad a los fundamentos y a los procesos a través de los cuales se forma nuestro conocimiento.

En la teoría del conocimiento que he publicado anteriormente, el llamado, fisicalismo neurorracional (NRP), explico que, en contra de lo que sostienen muchas filosofías sobre los orígenes del conocimiento, este no se basa estrictamente en el empirismo ni exclusivamente en el racionalismo.[3] El conocimiento procede más bien de combinar la experiencia de los sentidos y la razón. Cabe destacar que ambas bases de conocimiento son susceptibles de interpretación. Cómo interpretamos las experiencias sensoriales y cómo enmarcamos las cuestiones que generan el conocimiento que aceptamos dependerá de muchas cosas, entre las que se incluyen las ideas preestablecidas y el entorno cultural, espacial y temporal. En otras palabras, utilizamos lo que creemos que ya sabemos y nuestra interpretación del mundo basada en las propias experiencias personales como base de la búsqueda de conocimiento nuevo. Los datos sensoriales pueden hacer grandes aportaciones al conocimiento, pero es importante tener en cuenta la alta probabilidad de que esos datos sean incompletos y, por consiguiente, de que estén sujetos a error. Lo que sabemos solo lo sabemos con un cierto grado razonable de certidumbre, motivo por el cual la interpretación del conocimiento o el conocimiento percibido es una parte tan fundamental de la ecuación del conocimiento.

También sostengo que la adquisición, el análisis y la retención del conocimiento tienen una base neurobiológica física. En este sentido, los pensamientos humanos, que son invisibles, tienen una base física debido a que todo es físico. Pensamientos, recuerdos, percepciones y emociones son físicos en el sentido de que se realizan a través de la neuroquímica. Tienen sus raíces en las reacciones químicas y en los procesos del cerebro, todos los cuales son físicos.

Por tanto, la premisa del fisicalismo neurorracional es la base neurobiológica de la naturaleza humana, lo que implica que los pensamientos, percepciones o emociones se corresponden con una reacción física del cerebro. La avanzada tecnología de exploración del cerebro respalda esta idea y demuestra que los distintos procesos mentales cambian la química cerebral regional, modificando así la neuroquímica inicial y, como consecuencia, las emociones. La idea de que los procesos mentales son físicos, común entre los neurocientíficos, ha sido, no obstante, menos aceptada en la investigación filosófica. Sin embargo, esta visión es fundamental. La demostración de la base física de los estados mentales indica cómo se forma y se procesa el conocimiento, con determinadas predisposiciones a las que la neuroquímica sirve de vehículo. Cómo determinadas creencias o emociones se experimentan y se afianzan sistemáticamente a través de la educación, el ámbito social, las estructuras culturales e ideológicas y demás, se crea un equilibrio químico y un sentido de confort en torno a esas emociones que puede ser difícil de romper. Esto implica que lo que se acepta como válido en un entorno cultural, temporal y espacial influirá en la interpretación de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. El conocimiento pasa, por tanto, por el filtro de nuestra interpretación y, como resultado, es tendencioso e indeterminado. Lo bueno es que la neuroquímica no es inmutable ni determinista. Su consolidación no es forzosamente definitiva e incluso las percepciones y emociones firmes pueden, de hecho, ser alteradas.

¿Qué nos dice el fisicalismo neurorracional sobre el orden mundial?

Ser conscientes de que el fisicalismo neurorracional es la base sobre la que se construye el conocimiento humano es importante cuando se piensa en el orden mundial. Debido a factores como las distintas experiencias vitales, los entornos culturales y las normas sociales, así como a procesos neuroquímicos únicos que subyacen en los procesos mentales de cada individuo, el conocimiento y lo que creemos que sabemos son, en muchos sentidos, personales y bajo ningún concepto universales.

Siempre imponemos nuestra propia interpretación de los hechos. Como seres humanos, desarrollamos nuestras ‘predisposiciones’ particulares que se crean a partir de la formación, la cultura y la educación. Nuestra verdad es una verdad derivada de este tipo de ‘formación’ dentro de la cultura humana, que puede variar según el marco geográfico y temporal en el que se desarrolla la existencia de las personas. Así, el conocimiento está a menudo limitado temporal, espacial y culturalmente, y es también indeterminado, aunque el conocimiento que está indeterminado en alguna medida puede trascender un lugar o un tiempo concretos.

Las culturas a las que pertenecemos suelen constituir nuestros puntos de referencia principales y pueden proporcionar la base para evaluar a las personas de otras culturas, lo que es especialmente preocupante cuando albergamos un sentido de superioridad moral o cultural que nos hace denigrar y esencializar otras culturas. El resultado bien conocido son los estereotipos culturales negativos, que en la mayoría de los casos se basan en un escaso conocimiento de lo que significa en realidad ser miembro de una cultura concreta. La estereotipación negativa no solamente representa una simplificación de la realidad, sino que también merma la dignidad de los que están (mal) representados, ya que menoscaba su valor como individuos y miembros de un grupo. Sin tener conocimiento de otros sistemas culturales y de creencias, es probable que juzguemos a los otros a través de los sistemas en los que nos hemos formado y que nos han inculcado —etnocentrismo— que puede dar lugar a la generación de estereotipos negativos que corren el riesgo de degenerar en xenofobia.

Un ejemplo abrumador y bien conocido de tal distorsión puede encontrarse en el orientalismo occidental, fenómeno analizado y popularizado por Edward Said. El orientalismo hace referencia a una forma de conocimiento en que los campos culturales de Oriente se representan como subordinados a los de Occidente. Por tanto, el poder y el conocimiento se entrelazan y contribuyen a estructurar las relaciones entre Occidente y Oriente en el sentido de superioridad e inferioridad. Las características y el modo de pensar imaginados de Oriente se han establecido como lo contrario al Occidente racional y orientado al progreso. Se ha asumido que la razón, la igualdad y la libertad asociadas con la difusión del conocimiento científico y la Ilustración son sinónimos de Occidente, en contraste con un Oriente que carece de estas formas de conocimiento y estos modos de pensamiento. El ‘Otro’ oriental ha sido investido de fatalismo, incapacidad para la racionalidad y falta de comprensión de lo que significa el autogobierno. Estas características contrastan fuertemente con las que se asocian con Occidente, lo que lleva a atribuir una falta de relación entre las dos entidades geoculturales imaginadas. Pero por imaginarias que sean, tales representaciones han tenido repercusiones muy reales en términos de dominio político y físico. Estas rígidas dicotomías han resurgido en relación con la ‘guerra contra el terror’, donde imágenes y estereotipos inventados han deshumanizado y reducido al Otro a una entidad cuya identidad se alimenta y se sostiene en prejuicios preexistentes o reduccionistas.

El historicismo moderno occidental sigue privilegiando una concepción lineal de la historia europea guiada por el progreso del conocimiento científico racional, y sigue marginando la existencia de otras historias involucradas. Tales sesgos políticos en la interpretación de la historia proceden de reflejos enraizados por el acercamiento a la historia desde una perspectiva hegemónica. Este historicismo se basa en una versión muy selectiva de las genealogías de Occidente y de Oriente. La resistencia de Occidente a reconocer sus deudas intelectuales con Oriente persiste en los planes de estudio, en los medios de comunicación y en la industria del entretenimiento. Así, se oculta la medida en la que la Ilustración fue el resultado de un esfuerzo colectivo y se crea frustración entre los representantes de los ámbitos geoculturales marginados. La representación esencializadora que Occidente hace de Oriente ha sido criticada no solo por los eruditos, sino cada vez más por la gente común, como forma de colonización del conocimiento vinculada con la historia del imperialismo europeo. Los avances tecnológicos han propiciado que las diferencias históricas y dialécticas se hayan hecho cada vez más notables, y en ocasiones crean contracorrientes de hostilidad y polarización que resultan en estallidos de violencia y agitación política. Las violentas manifestaciones en el mundo musulmán provocadas por la publicación de caricaturas en las que se satirizaba al profeta Mahoma en el periódico danés Jyllandes-Posten a finales de 2005 fueron un ejemplo ilustrativo del creciente rechazo de la imagen esencialista occidental sobre la cultura araboislámica.

Las persistentes tendencias de un “encerramiento”, que hacen hincapié en la separación y borra las instancias de intercambios e influencia mutua, y niega la posibilidad de aprendizaje, de adopción e incluso de síntesis, es sumamente preocupante, ya que los procesos de globalización ponen a la gente más en contacto y por consiguiente, hacen que las diferencias —ya sean reales o percibidas— tengan un perfil más marcado. Como consecuencia de la creciente movilidad humana vinculada a la división económica del trabajo en una era de globalización, las sociedades presentan una pluralidad cultural cada vez mayor, y la naturaleza humana es tal que las personas necesitan un sentido de pertenencia y una identidad positiva. Parte de lo que constituye la identidad de una persona es su pertenencia a una identidad colectiva más amplia, ya sea nacional, étnica o religiosa. Si sienten que esta identidad colectiva no se reconoce ni se define de forma positiva, su propia identidad como miembros de esa comunidad se verá negativamente afectada. Esto solo puede llevar a generar tensiones, al blindaje de esa identidad colectiva y a acciones defensivas.

Además de la diversidad cultural dentro de sus países, las personas están cada vez más expuestas a diversas opiniones y culturas como consecuencia de los avances de las comunicaciones y la tecnología de la información. Aunque en el pasado ha habido distintas formas de sociedades del conocimiento, la actual funciona con una rapidez cada vez mayor debido a  que está interconectada. Donde antes la capacidad de impresión ponía un límite al volumen de conocimiento que podía difundirse para el consumo público, hoy en día cualquiera que tenga un ordenador con acceso a Internet puede funcionar como una imprenta independiente y difundir no solo hechos y opiniones, sino también propaganda, medias verdades y llamamientos a la acción contra otros. Pueden generarse tensiones entre personas de diferentes etnias, religiones y entornos culturales cuando los participantes de la sociedad conectada en red carecen de una base de conocimiento adecuada. Además, la existencia de esa sociedad conlleva una mayor conciencia de los problemas sociales, desde la pobreza, la degradación medioambiental, la migración y las enfermedades mundiales hasta el terrorismo y otras amenazas para la seguridad mundial. Y, sin embargo, falta el conocimiento de las causas de esos fenómenos y no se tiene conciencia de cómo los interpretan las distintas personas en las distintas culturas. Para que la actual sociedad conectada en red sirva como herramienta que haga avanzar la dignidad humana y no sea un factor adicional de conflictos, es fundamental promover algún tipo de cultura global, así como una estrategia para la adquisición de un conocimiento desmitificado a nivel mundial.

Conclusión

La aplicación del concepto de fisicalismo neurorracional a la interacción entre el conocimiento y el orden mundial puede resultar desconcertante dado que muestra cuán tendencioso es lo que consideramos conocimiento. Sin embargo, la falta de certidumbre sobre lo que sabemos tiene un lado positivo. Si aceptamos que podemos tener certeza absoluta de muy pocas cosas, solo podemos ser dogmáticos sobre muy pocas cosas. El reconocimiento de los límites de nuestro conocimiento debe, por tanto, facilitar el respeto y el diálogo, lo cual es aún más importante si admitimos que la humanidad es estrechamente interdependiente e indivisible, y nos damos cuenta de que muchas amenazas no distinguen entre culturas ni naciones.

Las nuevas generaciones han de hacer un esfuerzo por entender sus propias culturas en relación con otras para poder desarrollar conciencia de sí mismos a la hora de enfrentarse a la diversidad y para promover la tolerancia y el entendimiento pacífico. La educación debe servir para enseñar lecciones importantes del pasado e informar de los retos y riesgos a los que se enfrentará la humanidad en el futuro, para lo cual se necesitará la ayuda de materiales educativos, de los medios de comunicación y de la industria del entretenimiento. Los discursos políticos populistas cuyo objetivo es unir y emocionar también deben evitar fragmentos irresponsables y faltos de sensibilidad cultural que puedan desencadenar la alienación y la inseguridad. Pero este intento de alcanzar un conocimiento mayor no acaba aquí. En `saber cómo sabemos lo que sabemos` se apoya el planteamiento de un mundo menos despiadado y contencioso y, a la inversa, de un mundo más paciente y flexible. Este proyecto epistémico, cuyo objetivo es debatir las predisposiciones y limitaciones neurocientíficas de nuestro conocimiento, es una invitación a la introspección y la humildad. Con ello no quiero decir la humildad de una cultura en relación con otra, sino en relación con nuestras propias limitaciones humanas para conocer el mundo.

REFERENCIAS

[1]  Nayef Al-Rodhan (Ed), The Role of the Arab-Islamic World in the Rise of the West. Implications for Contemporary Trans-Cultural Relations (Nueva York, Palgrave, 2012).

[2] Véanse los argumentos de Marc Hauser en Moral Minds: How Nature Designed Our Universal Sense of Right and Wrong (Nueva York, Ecco Press, 2006).

[3] Nayef R.F. Al-Rodhan Sustainable History and the Dignity of Man: A Philosophy of History and Civilisational Triumph (Berlín, LIT, 2009), pp. 101-134.

 

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