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26 junio 2017

Conectar nuestro cerebro con las máquinas: ¿la última barrera?

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Si toda la información disponible en Google cabe en un pendrive, ¿qué ocurriría si nos lo pudiéramos enchufar directamente al cerebro? ¿Y si pudiéramos traducir nuestras ondas cerebrales en textos enteros? O, ¿si nos conectáramos a una máquina para multiplicar nuestras capacidades mentales? Aunque estos ejemplos todavía son ciencia ficción, no lo es la tecnología que trata de hacerlos posibles.

La conexión de nuestro cerebro con un ordenador se hará a través de tecnologías BIC. Crédito: Natural Science Foundation

“No es que estemos cerca de conectar nuestro cerebro con tecnologías para poder interactuar con el exterior, es que es ya una realidad”, describen a OpenMind, Javier Mínguez y Luis Montesano, investigadores de BitBrain, una empresa especializada en neurotecnologías aplicadas. Esta conexión se conseguirá mediante la llamada interfaz entre cerebro y ordenador (BIC, por sus siglas en inglés). Esta ya se está utilizando en dispositivos de asistencia —como sillas de ruedas— que se mueven gracias a la actividad cerebral o videojuegos en los que, en vez de utilizar un ratón, el cursor se mueve con la mente. En esta disciplina llevan años trabajando centros punteros de Europa y Estados Unidos, y acaban de incluirse grandes empresas tecnológicas como Facebook o Neuralink del magnate Elon Musk —fundador de Tesla y SpaceX—. ¿Significa esto que estamos ante el fin de la última barrera?

“En los últimos años hemos asistido a una tremenda evolución de esta disciplina, especialmente en el ámbito de neurorehabilitación orientada a personas con fuertes deficiencias neuromusculares que han perdido movilidad de su cuerpo”, señalan Mínguez y Montesano, ambos doctores en ingeniería informática de la Universidad de Zaragoza. Su equipo en España ha desarrollado algunos de los primeros prototipos de sillas de ruedas y robots de telepresencia operados únicamente con la mente. Esto, sin embargo, no significa que ya estén preparados para el consumo. “Aunque son prototipos viables y funcionales a nivel científico, es pronto para que estos prototipos puedan llegar a la sociedad dado que utilizan equipos de medida que son grandes, sofisticados e incómodos”, sostienen.

Una opción científica real

Algunos de estos grupos llevan casi dos décadas en la investigación en este campo. “Discutir el acoplamiento entre mente y máquina es tan viejo como la película Metrópolis. (1927). Lo que es nuevo es que la conexión de un cerebro humano a un ordenador mediante microelectrodos implantables es ahora una opción científica real”, explicaba Jens Caluse, del Instituto de Ética e Historia de la Medicina de la Universidad de Tübingen (Alemania) en una publicación en la revista Nature. Aunque en todo este tiempo se han producido grandes avances a nivel tecnológico, especialmente en los dispositivos para medir la actividad cerebral —algunos ya son incluso wearables, para realizar medidas en cualquier lugar desde un dispositivo móvil—, el progreso es más lento de lo que se esperaba.

Elon Musk, creador de Tesla, Space X y Neuralink. Crédito: Dan Taylor / Heisenberg Media

La entrada en este campo de grandes estrellas tecnológicas como Mark Zuckerberg o Elon Musk puede servir como catalizador para acelerar el avance en este campo. Además, según los investigadores de BitBrain eso demuestra que este tipo de tecnologías “van a llegar y formar parte de nuestras vidas en algún momento”. “Es un arma de doble filo. Por un lado, se dinamiza mucho el sistema con recursos y metodologías claramente orientadas a sacar los sistemas de los laboratorios. Por otro, se crean unas expectativas que si no se cumplen, pueden generar frustración a corto plazo, como ha pasado otras veces con los robots o la inteligencia artificial”.

Sin embargo, cuando pensamos en las tecnologías capaces de conectar mente y ordenador no todo son ejemplos futuros, sino que ya hay algunos ejemplos plenamente integrados. El más común son los implantes cocleares para ayudar a las personas sordas, usados ya por 300.000 personas, los implantes de paneles de microelectrodos en la retina de las personas ciegas —aunque todavía tienen una resolución muy parcial— o la estimulación profunda del cerebro (DBS por sus siglas en inglés) que se ha usado ya en miles de pacientes de párkinson.

¿Ética o precisión?

Para las aplicaciones que más se acercan al futuro, como mover objetos, miembros mecánicos o el cursor de un ordenador con solo pensar o imaginar alguna acción, se están utilizando dos técnicas: no invasivas —típicas en Europa— que consisten en recoger las grandes ondas cerebrales con cascos electroencefalográficos externos, e invasivas —comunes en Estados Unidos— que implantan los propios electrodos en el cerebro. La principal diferencia entre ellas es la precisión: “Los resultados con métodos invasivos suelen ser más precisos, pero presentan algunos problemas prácticos y éticos. Los no invasivos son más accesibles para su desarrollo en laboratorios y empresas, pero su control no es tan directo”, explican Mínguez y Montesano.

La conexión de un cerebro humano a un ordenador mediante microelectrodos implantables es ahora una opción científica real. Crédito: Ars Electronica/Flickr

El debate ético no solo se circunscribe a los posibles daños que se pueda provocar en el cerebro, sino también para qué tipo de aplicaciones merece la pena correr el riesgo. Nadie plantea objeciones éticas si esta conexión cerebro-máquina se utiliza para tratar una enfermedad o mejorar la calidad de vida de las personas paralizadas por un accidente, ciegas o sordas. Pero la polémica estalla si se trata de aplicar estas técnicas a las mejora de las capacidades naturales de la mente humana. “En un futuro cercano, a medida que las interfaces entre cerebro y ordenador no solo restauren funciones perdidas por personas con discapacidad, sino que también potencien las aptitudes de personas sin discapacidad por encima de sus capacidades humanas, tendremos que tomar conciencia de una serie de problemas relacionados con el consentimiento, la privacidad, la identidad, la acción y la desigualdad”, reflexionaba James Wu, del CSNE de Washington en un artículo en El País.

Para cualquiera de estos dos casos, todavía existen limitaciones en las tecnologías BCI. “La primera es tecnológica: la cantidad de información a la que realmente tenemos acceso mediante los dispositivos actuales de medida de actividad cerebral está limitada y no nos permite observar la capacidad completa del cerebro con detalle en tiempo real. O miras una zona en detalle, o todo con poca resolución o lo haces muy despacio (y normalmente en condiciones de laboratorio)”, sostienen los investigadores de BitBrain. El segundo gran problema se mantiene desde hace siglos: “ Sabemos realmente poco sobre cómo funciona el cerebro”.

Por Beatriz Guillén

@BeaGTorres

 

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