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27 septiembre 2022

¿Podemos quedarnos sin agua en el Planeta Azul?

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Cuando los científicos estudian la habitabilidad de otros sistemas estelares, existe una condición sine qua non; no suficiente, pero sí imprescindible para que el planeta en cuestión sea candidato a la existencia de vida: ¿puede existir agua líquida? Conocemos vida sin oxígeno o sin luz, pero no sin agua. Aunque la ciencia ficción y la especulación han imaginado otras bioquímicas no acuosas en condiciones muy diferentes a las terrestres, está por demostrar que sean viables. Pero al menos aquí, en la Tierra, el agua es el primer requisito para que este siga siendo un planeta vivo. Por lo tanto, y si hablamos de una transición necesaria hacia un mundo más sostenible, el agua es el primer ítem en la lista de recursos esenciales que debemos proteger para nuestra supervivencia y la de toda la vida terrestre.

Casi un 97% del agua de la Tierra es agua salada. De la dulce restante, el 68% está atrapada en hielos y glaciares. Crédito: Sam Sommer

Y sin embargo, si atendemos a los datos que se publican, cualquiera pensaría que corremos un urgente y grave riesgo de quedarnos sin este recurso esencial: se utilizan 1.500 litros de agua para producir un kilo de grano, 10 veces más si el kilo es de carne, entre 400 y 11.000 litros para obtener uno de leche, e incluso un cultivo tan básico para la humanidad como el arroz gasta agua a razón de 3.400 litros por kilo (con estimaciones que varían desde algo menos de 3.000 hasta 5.000). Los alimentos que cada uno consumimos cada día han requerido una media de 3.000 litros de agua, que se disparan hasta los 9.000 para los ciudadanos de EEUU. Pero no se trata solo de la producción de alimentos: fabricar una camisa de algodón emplea casi 3.000 litros de agua, o cerca de 4.000 unos pantalones vaqueros. Todo esto es lo que se conoce como agua virtual, frente al agua real que consumimos directamente.

Con cifras tan mareantes, con una población mundial que se acerca a los 8.000 millones y que no para de crecer, se diría que nos encaminamos inexorablemente hacia un apocalipsis hídrico en el que pronto no tendremos agua para fabricar alimentos o productos de consumo, o ni tan siquiera para beber. Al estilo de las calculadoras de huella de carbono que tanto han proliferado en internet, existen también otras similares para calcular el impacto hídrico de nuestras vidas y actividades. Y cualquiera que tenga la curiosidad de comprobar su huella hídrica se encontrará con una cifra de miles de litros, casi solo por el hecho de existir.

Un recurso renovable indestructible

Pero del mismo modo que los expertos tienen sus reservas y sus matizaciones respecto a las calculadoras de huella de carbono, también advierten acerca de las de huella hídrica. No se trata de que las cifras —que pueden variar en gran medida según las estimaciones— sean erróneas, sino más bien de que los propios conceptos lo son; debe entenderse bien de qué estamos hablando cuando citamos los miles de litros necesarios para obtener tal producto. Según Judith Thornton, Low Carbon Manager de la Universidad de Aberystwyth (Reino Unido), “la realidad es que el concepto de huella no puede usarse para el agua de un modo que sea ambientalmente significativo”. “Las huellas hídricas carecen de validez científica, y realmente no nos dicen nada muy útil sobre el impacto medioambiental del uso del agua”, añade.

BBVA-OpenMind-Yanes-Sostenibilidad agua_2 El agua que tenemos, si se representa sobre el volumen de la Tierra, se ve como una simple gota. Crédito: US Geological Survey / Woods Hole Oceanographic Institution
El agua que tenemos, si se representa sobre el volumen de la Tierra, se ve como una simple gota. Crédito: US Geological Survey / Woods Hole Oceanographic Institution

Por encima de todos estos datos rige un principio básico obvio: el agua no se crea ni se destruye, y por lo tanto la que tenemos en la Tierra es la misma que tuvimos y tendremos; unos 1.386 millones de kilómetros cúbicos, una cifra enorme, pero que si se representa sobre el volumen de la Tierra se ve como una simple gota, según el gráfico creado por científicos del US Geological Survey y la Woods Hole Oceanographic Institution. Aquí está comprendida toda el agua, desde la que cubre el 71% de la superficie terrestre hasta la que yace encerrada en lo más profundo del subsuelo, desde la que forma los hielos hasta la que contiene nuestro cuerpo. La inmensa mayoría de este total, casi un 97%, es agua salada; de la dulce restante, el 68% está atrapada en hielos y glaciares. El agua dulce líquida aparece en la imagen de la Tierra como una pequeña salpicadura con un volumen de algo más de 10,6 millones de km3. Pero el 99% de esto está bajo tierra; si nos restringimos a la que tenemos a nuestra disposición en ríos y lagos, es una mota apenas distinguible en el gráfico, con un volumen de solo 93.000 km3. Por lo tanto, sí, es un recurso escaso y precioso.

Pero que nunca vamos a perder, porque es un recurso renovable; el agua circula a través del ciclo hidrológico alternando entre sus estados líquido, sólido y gaseoso, entre los océanos, la superficie de la Tierra y su interior. Este ciclo sirve a los científicos para clasificar tres tipos de huella hídrica: la verde se refiere al consumo de agua de lluvia, la azul al agua subterránea o superficial, y la gris contabiliza el volumen de agua necesario para diluir los contaminantes de modo que el agua resultante cumpla los estándares de calidad.

La huella hídrica de la humanidad

En 2011 investigadores de la Universidad de Twente (Países Bajos) publicaron un estudio destinado a cuantificar en alta resolución la huella hídrica de la humanidad. Para el periodo de 1996 a 2005, el resultado es una media de 9.087 km3 al año, es decir, un equivalente aproximado a la décima parte de toda el agua de los ríos y lagos del planeta. El 74% de esta huella es verde, el 15% gris y el 11% azul. En otras palabras, la gran mayoría de esta huella hídrica afecta al agua de lluvia. En términos de media por persona, cada ser humano utilizamos 1.385 m3 de agua al año.

Por sectores, el 92% de la huella hídrica total corresponde a la agricultura y la ganadería; la producción de alimentos es también uno de los grandes emisores de gases de efecto invernadero (GEI), pero en cuestión de uso de agua es el primer responsable. Si se promedian las cifras al consumidor global, resulta que los cereales tienen la mayor carga de huella hídrica, el 27%, por encima de la carne (22%) y la leche (7%). Sin embargo, esta aparente discrepancia con los datos citados más arriba se debe a que el consumo de cereales en el mundo es mucho mayor. En una comparación directa entre distintas dietas elaborada en 2018 por investigadores de la Comisión Europea, comer menos carne y más pescado y verduras puede reducir la huella hídrica, hasta en un 55% en el caso de una alimentación vegetariana. Otros cálculos coinciden en que las alternativas a los productos animales ahorran agua: la producción de leche de soja consume algo más de la cuarta parte de agua que la de vaca; también la leche de almendras, de arroz o de avena requieren considerablemente menos agua.

Cambiar a cultivos con menor huella hídrica no implica un ahorro de agua en el medio ambiente. Crédito: Steve Harvey
Cambiar a cultivos con menor huella hídrica no implica un ahorro de agua en el medio ambiente. Crédito: Steve Harvey

En cuanto al resto de actividades, la producción de energía y calor es otro sector sediento: un estudio estimaba una huella hídrica de 378 km3 al año, más de cinco veces el consumo doméstico global, con la hidroeléctrica como la energía con mayor huella y la eólica como la de menor impacto. Entre las industrias de fabricación destaca el sector textil, con sus 93 km3 de agua consumida al año y la generación del 20% de todas las aguas residuales del planeta. Así, alimentos, energía y ropa suman la inmensa mayoría de la huella hídrica de cada hogar, un 94% (agua virtual), frente a solo el 6% restante correspondiente al agua real que usamos directamente.

La insostenibilidad de los recursos hídricos

Pese a todo lo anterior, e incluso asumiendo que los supuestos de los estudios pueden originar una gran variabilidad en los datos —como las estimaciones de la huella hídrica de la leche—, los expertos más críticos objetan la interpretación de los resultados: dar a entender que cambios productivos pueden lograr reducciones equivalentes de huella hídrica, como sucede con las emisiones de GEI, es engañoso, dicen. Según los expertos en emisiones y cambio climático Aaron Simmons y Annette Cowie, de la Universidad de Nueva Inglaterra, cambiar a cultivos con menor huella hídrica puede no suponer el menor ahorro de agua en el medio ambiente si, por ejemplo, los derechos de irrigación pueden comprarse y venderse, como ocurre a menudo. 

Thornton apunta que si una industria consume agua y la devuelve tratada a la fuente, su huella hídrica efectiva sería cero, y que en cambio los bosques arrebatan mucha agua disponible al medio, todo lo cual cuestiona el mismo concepto. Para el ingeniero especialista en aguas Mike Muller, de la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), basarse en la huella hídrica para regular “puede hacer a los pobres más pobres y vulnerables” si no se atiende a las necesidades particulares y locales. Es por ello que surgen iniciativas como The Alliance for Water Stewardship, que se focaliza en medidas específicas para cada actividad y ubicación, teniendo en cuenta las condiciones locales.

BBVA-OpenMind-Yanes-Sostenibilidad agua_4 El calentamiento global está intensificando el ciclo del agua, lo que implica un mayor riesgo de lluvias torrenciales e inundaciones. Crédito: Chris Gallagher
El calentamiento global está intensificando el ciclo del agua, lo que implica un mayor riesgo de lluvias torrenciales e inundaciones. Crédito: Chris Gallagher

De lo que no hay dudas ni discrepancias es de la necesidad de valorar y utilizar con mesura este recurso tan preciado. Tecnologías innovadoras tratan de hacerlo más accesible en los lugares donde falta, pero no es solo una cuestión de mal reparto: tal como alerta el sexto informe de evaluación del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), el calentamiento global está intensificando el ciclo del agua a un ritmo mayor del esperado, lo que implica un mayor riesgo de lluvias torrenciales e inundaciones. Un estudio de 2022 alerta de que la presión sobre el agua verde provocada por el cambio climático ya ha traspasado los límites planetarios seguros, y que por lo tanto nos hallamos en una peligrosa situación de insostenibilidad de los recursos hídricos. “La humanidad ya no está en la zona segura”, concluyen los autores. “Se necesita una acción inmediata para mantener un ciclo del agua dulce resiliente y fortalecedor”.

¿Del grifo o en botella?

Como consumidores, todos sabemos cuáles son las medidas elementales para ahorrar agua en nuestra pequeña parcela, como no dejar los grifos o la ducha corriendo, lavar los platos a máquina en un lavavajillas eficiente o recoger el agua de lluvia para regar. Pero existe un debate clásico que nos implica directamente a todos, y en el que a menudo se mezclan las proclamas legítimas con las publicitarias: ¿beber agua del grifo o embotellada?

BBVA-OpenMind-Yanes-Sostenibilidad agua_5 El impacto del agua embotellada sobre los ecosistemas a lo largo de todo su ciclo de vida es 1.400 veces mayor que la del grifo. Crédito: Noppadon Manadee
El impacto del agua embotellada sobre los ecosistemas a lo largo de todo su ciclo de vida es 1.400 veces mayor que la del grifo. Crédito: Noppadon Manadee

Por desgracia una gran parte de la humanidad no tiene opción; más de 2.000 millones de personas aún carecen de acceso a agua corriente potable. Pero para los que podemos elegir, no hay dudas. Según The International Water Association Publishing, el agua embotellada tiene su propia huella hídrica, de 3 a 4 litros de agua para hacer menos de un litro, a lo que hay que sumar la energía consumida, el transporte, la contaminación o los materiales como el plástico. Todo ello aparte de que el agua embotellada puede ser hasta 2.000 veces más cara.

En 2021 un estudio pionero dirigido por el ISGlobal de Barcelona puso cifras concretas: el impacto del agua embotellada sobre los ecosistemas a lo largo de todo su ciclo de vida es 1.400 veces mayor que la del grifo, y su impacto sobre los recursos es 3.500 veces mayor. Los autores analizan además el impacto en la salud de los bajos niveles de trihalometanos producidos por el tratamiento del agua corriente, y que se han asociado con el cáncer de vejiga; según los datos, su efecto medio real sobre la esperanza de vida de la población es una reducción de… 2 horas de vida.

Javier Yanes

@yanes68 

 

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