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07 octubre 2021

La otra pandemia: los efectos de la crisis del coronavirus en la salud mental

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En marzo de 2020, cuando los medios comenzaron a alertar de que el nuevo coronavirus surgido en China estaba extendiéndose por el mundo, una de las primeras reacciones fue algo inesperado: en distintos países, muchos se lanzaron a los comercios a hacer acopio de papel higiénico. Aquella fue quizá la primera manifestación de cómo, más allá de los efectos del propio virus, tanto la pandemia del SARS-CoV-2 de la COVID-19 como las medidas decretadas por las autoridades han causado también un notable impacto psicológico en un sector de la población. Es la otra pandemia; la de aquellos que no han enfermado por el virus, pero que sufren en su salud mental de un modo u otro los efectos de una crisis inédita en sus vidas.

Incluso con la pandemia de gripe H1N1 de 2009 o con el brote de ébola que en 2014 atemorizó al mundo, nada ha sido capaz de perturbar la vida de los ciudadanos del planeta como la actual pandemia. Para aquellos que han enfermado, para los trabajadores sanitarios expuestos a un serio riesgo o para las personas que han sufrido otro tipo de consecuencias indirectas, como la pérdida de su empleo por el cierre del comercio y la industria, el impacto psicológico es evidente. Pero también están experimentando efectos en su salud mental muchos de quienes no se encuentran en ninguna de las situaciones anteriores, e incluso no forman parte de los grupos de riesgo más vulnerables a la COVID-19.

El papel higiénico, un símbolo de seguridad

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha prestado atención a este problema desde el comienzo de la pandemia, “en términos de salud mental pública, el principal impacto psicológico hasta la fecha es una alta tasa de estrés o ansiedad”. Una de sus expresiones más tempranas fue el acopio de ciertos bienes de consumo, y en especial el papel higiénico. Mediante una encuesta online a casi 1000 voluntarios en 22 países, un equipo de investigadores de las universidades de St. Gallen (Suiza) y Münster (Alemania) y del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva desentrañó cuál es el perfil de estas personas: una alta percepción de riesgo por el virus —más a mayor edad—, tendencia a la emotividad y una marcada concienciación o responsabilidad (Conscientiousness), uno de los cinco grandes rasgos de la personalidad.

Según los investigadores, el papel higiénico funciona como un símbolo puramente subjetivo de seguridad. Crédito: Darte Sidious

Según los investigadores, “el papel higiénico funciona como un símbolo puramente subjetivo de seguridad”. Pero al contrario de la idea que cundió entonces en las redes sociales, el estudio mostraba que las personas que se lanzaron a esta compra compulsiva no lo hacían motivadas por egoísmo o falta de solidaridad hacia otros, por lo que los mensajes basados en la empatía no aciertan en la diana. “Estos resultados enfatizan la importancia de una comunicación clara por parte de las autoridades públicas reconociendo la ansiedad y, al mismo tiempo, transmitiendo un sentido de control”, escribían los autores.

El estrés y la ansiedad van naturalmente ligados a la amenaza de la pandemia, pero las medidas introducidas por los gobiernos en multitud de países, como confinamientos, cierres de escuelas o cuarentenas, agravan la presión psicológica en tal grado que, según la OMS, “se espera que aumenten los niveles de soledad, depresión, uso dañino de alcohol y drogas, y la autolesión o el comportamiento suicida”. Según escribía la psicóloga Elke van Hoof, de la Universidad Libre de Bruselas, el confinamiento de 2.600 millones de personas por la COVID-19 en 2020 fue “el mayor experimento psicológico del mundo”. Pero Van Hoof advertía: “Pagaremos el precio”. Ciertos expertos han señalado además que el impacto psicológico de la pandemia ha venido agravado por un exceso de exposición a la avalancha de información que se ha vertido a través de los medios, y aún más por las corrientes de desinformación y bulos que han circulado en las redes sociales.

Padres con hijos menores, niños y adolescentes

Diversos estudios ya han confirmado los efectos de la pandemia en el bienestar mental de grandes capas de la población. Una encuesta conducida en EEUU por investigadores de la Universidad Johns Hopkins revelaba que el número de personas con distrés psicológico había crecido de un 3,9% antes de esta crisis a un 13,6%. También en EEUU, una encuesta de la US Census Bureau en diciembre de 2020 encontró que más del 42% de los encuestados reportaban síntomas de ansiedad o depresión, mientras que el año anterior la cifra fue del 11%.

Al contrario de lo que cabría esperar, en el estudio de la Johns Hopkins el aumento era más acusado en la franja de 18 a 29 años, en la que estos síntomas se multiplicaron por ocho, de un 3,7% a un 24%. Según la coautora del estudio Emma McGinty, “el distrés experimentado durante la COVID-19 puede transferirse a trastornos psiquiátricos a largo plazo que requieran cuidado clínico”. Otro estudio de las universidades estatales de San Diego y Florida encontró riesgo de trastorno mental en un 28%, frente a un 3,4% en 2018, y con mayor incidencia entre los 18 y los 44 años. Según la coautora del estudio Jean Twenge, un 70% de los encuestados cumplían los criterios de angustia moderada o grave.

Efectos mentales de la pandemia-Según un estudio, los niños en confinamiento han experimentado cambios emocionales y de conducta. Crédito: https://www.vperemen.com
Según un estudio, los niños en confinamiento han experimentado cambios emocionales y de conducta. Crédito: https://www.vperemen.com

Las razones para que los más jóvenes sufran en mayor medida los efectos psicológicos de la pandemia pueden ser diversas. Según Twenge, el miedo a la precariedad económica puede ser un factor relevante, junto con el agravamiento de un aislamiento social cada vez mayor en la era de internet. Pero existe un tercer factor: los padres con hijos menores en casa se han revelado como uno de los grupos más afectados, revirtiendo la tendencia clásica de un mayor bienestar mental en los padres respecto a las personas de su misma edad sin hijos.

Los propios niños y adolescentes forman otro de los colectivos en riesgo de sufrir las secuelas mentales de la pandemia. En España, donde se decretó uno de los confinamientos más estrictos de Europa, entre marzo y abril los adultos podían abandonar el hogar para tareas esenciales e incluso los perros podían salir a sus paseos preceptivos, pero los menores permanecieron encerrados durante seis semanas sin posibilidad de pisar la calle. Un estudio de la Universidad Miguel Hernández, en colaboración con la Universidad de Estudios de Perugia (Italia), descubrió que más del 85% de los niños en confinamiento habían experimentado cambios emocionales y de conducta, incluyendo dificultades de concentración, irritabilidad, soledad y nerviosismo. En contraste, el impacto fue menor en los niños italianos, que podían pasear cerca de su hogar.

Más de año y medio después del inicio de la pandemia, otros estudios han confirmado el acusado impacto mental en los niños y adolescentes. En agosto de 2021 un metaanálisis global de la Universidad de Calgary (Canadá), que ha reunido 29 estudios previos sobre una población total de casi 81.000 menores, descubría que uno de cada cuatro ha sufrido síntomas clínicos de depresión, mientras que el 20% ha padecido problemas de ansiedad, con una mayor incidencia en los adolescentes de más edad y en las chicas. Según los autores, estos datos duplican las cifras previas a la pandemia, lo que convierte a los menores en “las bajas invisibles de esta crisis global”. Entre las medidas mencionadas por los investigadores para mitigar este problema, además del necesario apoyo por parte de familias e instituciones, está la vuelta a las aulas en aquellos lugares donde las escuelas han permanecido cerradas durante periodos prolongados.

Sueños más vívidos y peor calidad del sueño

El estudio de los niños españoles encontró también que estos dormían más horas durante el confinamiento, un cambio que no solo se ha limitado a los menores. Algunos estudios han mostrado que también los adultos aprovecharon las cuarentenas y el cierre de los eventos sociales para prolongar su sueño entre 13 y 30 minutos más. Sin embargo, esto no necesariamente fue acompañado de una mejora en su calidad. Según la coautora de uno de estos estudios, Christine Blume, de la Universidad de Basilea (Suiza), “la calidad general del sueño disminuyó”. “Esta situación sin precedentes de la pandemia y el confinamiento ha aumentado la percepción de carga y ha tenido efectos adversos en la calidad del sueño”. Ciertos expertos han informado de trastornos como sueños más vívidos, mientras que otros han alertado de los riesgos para la salud de una peor calidad del sueño.

BBVA-OpenMind-Javier Janes- los efectos de la crisis del coronavirus en la salud mental-4-Los adultos han aprovechado las cuarentenas para prolongar su sueño entre 15 y 30 minutos más. Crédito: Ivan Oboleninov
Los adultos han aprovechado las cuarentenas para prolongar su sueño entre 15 y 30 minutos más. Crédito: Ivan Oboleninov

Como era de esperar, uno de los sectores más afectados por el impacto psicológico de la pandemia ha sido el de los trabajadores sanitarios. En diciembre de 2020, un estudio en España con más de 9.000 profesionales de este sector mostró que uno de cada siete sufrió algún trastorno mental incapacitante durante la primera ola de la pandemia, mientras que más del 45% padecieron algún tipo de secuela psicológica. En Reino Unido, la quinta parte del personal sanitario encuestado mostraba síntomas moderados o graves de ansiedad o depresión.

Frente a todo este panorama, los especialistas insisten en que las autoridades deberán proveer la cobertura adecuada, tanto informativa como de atención sanitaria, y quizá prepararse para una escalada tan ascendente de casos con necesidad de tratamiento como la de la propia pandemia. Se han puesto en marcha varios grandes estudios, incluyendo colaboraciones internacionales, para continuar vigilando un problema que, vaticinan los expertos, se prolongará mucho más allá de la COVID-19. Pero también sugieren que, por nuestra parte, podemos ayudarnos a nosotros mismos: un sueño regular, una nutrición correcta, evitar hábitos tóxicos, mantener la actividad social, algo de ejercicio físico y el contacto con la naturaleza pueden contribuir a que, al menos en lo que se refiere a nuestra salud mental, la nueva normalidad sea lo más parecida posible a la antigua.

Javier Yanes

@yanes68

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