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26 febrero 2020

Cuando empezamos a entender a los animales

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Cuando en 1872 Charles Darwin publicó su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, muchos fruncieron el ceño: ¿emociones en los animales? Hoy los científicos continúan explorando el complejo mundo oculto del comportamiento animal, en el que existen sin duda dos figuras pioneras que tienen en común haber fallecido un 27 de febrero: el ruso Ivan Petrovich Pavlov y el austríaco Konrad Lorenz.

Curiosamente, se da la circunstancia de que Pavlov (26 de septiembre de 1849 – 27 de febrero de 1936) y Lorenz (7 de noviembre de 1903 – 27 de febrero de 1989) no solo no defendieron las mismas ideas, sino que en buena medida sus teorías eran discrepantes. Sin embargo, dado que pertenecieron a generaciones diferentes y no tuvieron ocasión de debatir directamente sus puntos de vista, en cierto modo podría decirse que representan dos etapas sucesivas en la construcción de una ciencia. Y de hecho, los estudios de Pavlov fueron para Lorenz lo único que merecía la pena salvar de la corriente que hizo suyo el trabajo del ruso.

Los experimentos de Pavlov son de sobra conocidos: los perros que salivaban simplemente al escuchar la campana que anunciaba la comida forman parte de la cultura popular. Aunque, todo sea dicho, no parece claro que el investigador llegara realmente a emplear una campana, sino que más bien utilizaba metrónomos y zumbadores. Pero menos sabido es que fue un descubrimiento accidental, ya que en realidad la intención de Pavlov no era estudiar el comportamiento, sino la digestión.

Los perros de Pavlov

En 1884, con su doctorado en fisiología en el bolsillo, Pavlov comenzó a investigar la función digestiva en los perros. Los animales salivaban cuando se les ofrecía la comida. Pero en el transcurso de sus estudios, el fisiólogo hizo una curiosa observación: una vez que los perros habían aprendido a identificar a sus cuidadores, salivaban solo con verlos a ellos.

Ivan Pavlov. Fuente: Wikimedia

Así, pronto descubrió que los animales podían asociar un estímulo neutral, como un sonido, a un estímulo no condicionado, la comida, de modo que el primero se convertía en un estímulo condicionado capaz de provocar la misma respuesta que el alimento. Pavlov llamó a esta respuesta “secreciones psíquicas” que se producían como un “reflejo condicional” (hoy reflejo condicionado). En 1904, Pavlov recibía el Nobel de Fisiología o Medicina por sus investigaciones sobre las glándulas digestivas. Pero un año antes había presentado en un congreso médico en Madrid el trabajo sobre el hoy llamado condicionamiento clásico, el que realmente le convirtió en una figura célebre para la posteridad.

Por la misma época, en EEUU nacía una nueva escuela de la psicología: el conductismo. Los conductistas rechazaban una psicología que no podía medirse ni predecirse. Para ello, desarrollaron una metodología sistemática que permitía llevar el estudio del comportamiento al laboratorio, mediante condiciones controladas y respuestas observables. Para los conductistas, el comportamiento era un aprendizaje a partir de los estímulos ambientales; la mente al nacer era una tabla rasa, sin patrones innatos. Cuando los conductistas conocieron el trabajo de Pavlov, lo acogieron como una revelación, si bien pronto surgirían los desacuerdos.

Lorenz y los instintos animales

En la década de 1930, con el conductismo en pleno auge, un zoólogo austríaco que estudiaba los instintos de los animales pensaba que los experimentos de laboratorio eran demasiado reduccionistas para entender el comportamiento; cuando los conductistas introducían palomas en cajas opacas para estudiar una respuesta aislada, decía, era porque tenían miedo a que los animales pudieran hacer otras cosas que debilitaran sus teorías simplistas. Lorenz es hoy conocido sobre todo por sus estudios sobre la impronta, la vinculación de los polluelos a la primera figura móvil que ven; pero su visión de la conducta como un aprendizaje complejo sobre un conjunto de patrones innatos, donde los reflejos son un elemento más, le encumbró como uno de los padres de la etología, la biología del comportamiento animal.

Konrad Lorenz. Crédito: Max Planck Gesellschaft

Pero así como la actitud de Lorenz hacia los conductistas derivó de la negativa a debatir al enfrentamiento enconado, en cambio se mostró respetuoso con las ideas de Pavlov; apreciaba su enfoque fisiológico del comportamiento, algo que no interesaba a los conductistas. El etólogo pensaba que los experimentos del ruso revelaban mucho más de lo que este había concluido, y que aquellas conclusiones apoyaban su propia teoría. “Estoy muy lejos de reírme de Pavlov”, escribió en una ocasión. Sesenta y nueve años después que Pavlov, Lorenz dejaría también su nombre inscrito en el olimpo de los Nobel.

Javier Yanes

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