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10 septiembre 2017

Stephen Jay Gould, el mejor paleontólogo del siglo XX

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¿Por qué ningún animal se desplaza sobre ruedas? ¿Las cebras son blancas con franjas negras, o negras con franjas blancas? Con preguntas como estas, el paleontólogo, biólogo evolutivo y divulgador científico Stephen Jay Gould (10 de septiembre de 1941-20 de mayo de 2002) provocaba a sus colegas y a sus lectores, para luego explicar algunas de las ideas más complejas de la evolución. Así como Charles Darwin, Gould se dedicó a entender todos los aspectos de la naturaleza y desveló enigmas que atormentaban a sus compañeros desde que el maestro inglés publicara “El origen de las especies”, en 1859. Él completó las teorías de Darwin con nuevas hipótesis e inició tres debates científicos que llevaron a sus colegas a repensar las ideas del padre de la evolución y que le convirtirían en el mejor paleontólogo del siglo XX.

Jay Gould se dedicó a entender todos los aspectos de la naturaleza y desveló enigmas que atormentaban a sus compañeros. Fuente: Museum of Natural History
Jay Gould se dedicó a entender todos los aspectos de la naturaleza y desveló enigmas que atormentaban a sus compañeros. Fuente: Museum of Natural History

En la década de 1970, durante su doctorado en la Universidad de Columbia, Gould y Niles Eldredge analizaban fósiles para entender cómo operaba la evolución, hasta que ambos dieron con un problema aparentemente irresoluble. No encontraban cambios graduales en las especies, como preveía Darwin. Según su teoría los organismos de una misma especie compiten entre sí y el mejor adaptado al ambiente sobrevive y pasa a sus descendientes sus características; y así, de manera lenta y gradual, se van produciendo cambios en las generaciones futuras. Gould y Eldredge encontraron largos períodos de casi total estabilidad, sin cambio alguno, eventualmente interrumpidos por brotes de nuevas especies que aparecían de repente.

Darwin ya se había enfrentado al mismo problema más de un siglo antes, pero argumentó que la falta de fósiles se debía a la dificultad de encontrarlos. Gould y Eldredge llegaron a otra conclusión y publicaron en 1972 la teoría del equilibrio puntuado, según la cual las especies dan saltos evolutivos y cambian profundamente de un momento a otro, después de permanecer estables por mucho tiempo. Gracias a la controvertida tesis, Gould se ganó las críticas de grandes científicos como los biólogos evolutivos John Maynard Smith y Richard Dawkins.

El Equilibrio puntuado frente al Gradualismo. Fuente: Wikimedia
El Equilibrio puntuado frente al Gradualismo. Fuente: WikimediaS

Pero las críticas no le intimidaron y seis años después, como profesor de Harvard, Gould volvió a sacudir los cimientos de la evolución al afirmar, junto con Richard Lewontin, que las características de algunos organismos son simplemente consecuencia de la forma por la cual evolucionaron y no necesariamente fruto de la selección natural, como creen los darwinistas ortodoxos. Es decir, no todas las características de los seres vivos representan una ventaja evolutiva, sino que son simplemente efectos colaterales de la evolución. Un ejemplo es el raciocinio humano: la habilidad para resolver problemas no interesaba a los primeros homínidos, pero sí la capacidad de organizarse para la caza, la noción de espacio o la habilidad con las herramientas. Gould defendía que los mecanismos de la evolución mantuvieron en los seres humanos esa habilidad aparentemente banal que, de propina, nos ha dado la capacidad de leer, construir casas y tener una vida social y espiritual.

La fuerza del azar

La idea de fuerzas que, más allá de la selección natural, movieran la evolución de los seres vivos tampoco fue bien aceptada, pero a Gould le quedaba todavía una hipótesis polémica. En el libro “La vida maravillosa”, publicado en 1979, el paleontólogo sugiere que otra fuerza muy poderosa actúa en la evolución de las especies, el azar. Cuenta la historia de un fósil de 500 millones de años de un animal prehistórico similar a un pez y menciona que, si ese animal se hubiese extinguido antes de lo que lo hizo, quizá no existirían los seres humanos.

Gould argumenta que, si las catástrofes naturales ocurren aleatoriamente, un pequeño asteroide caído en un momento clave de la evolución tiene el poder de cambiar todo lo que viene después. Según esa teoría, la evolución no es intencional, no tiene fines ni una dirección general hacia lo más complejo, y no otorga un lugar privilegiado a la especie humana.

Usaba algunas metáforas para dilucidar la casualidad de los eventos relacionados con la especiación, como la de que la evolución sería igual a una película que, cada vez que fuese reiniciada, tendría un nuevo final. Gracias a ese lenguaje osado, pero simple, cautivó a sus lectores y se convirtió en uno de los más grandes divulgadores científicos de todos los tiempos. En uno de sus últimos ensayos, “La mediana no es el mensaje”¸ llegó a utilizar su propia enfermedad, un tumor que padeció durante años, para explicar la estadística y cómo ella le ayudó a creer que podría sobrevivir más de los ocho meses que le fueron asignados por los médicos. Su hipótesis tuvo éxito y pudo luchar durante 20 años con la enfermedad, hasta que en 2002 Stephen Jay Gould falleció en casa, entre sus fósiles y sus libros.

Joana Oliveira

@joanaoliv

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