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27 diciembre 2022

Ramón María Termeyer, el hombre araña del siglo XVIII

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Existen personajes históricos cuyos méritos piden reconocimiento, y que a pesar de ello son casi unos completos desconocidos. Más allá de esto está Ramón María Termeyer, un jesuita español del siglo XVIII, científico aficionado, del que ni siquiera es fácil encontrar sus fechas de nacimiento y muerte, ni detalles sobre su vida. Pero, aunque es un cliché muy manido decir que alguien se adelantó a su tiempo, no cabe menos para quien fue uno de los pioneros en la obtención y explotación de un material que todavía hoy los científicos e ingenieros persiguen como una de las grandes promesas del futuro, la seda de araña. “Meritísimo y casi olvidado”, decía del naturalista Termeyer el libro Linneo en España — Homenaje a Linneo en su segundo centenario 1707-1907, publicado en 1907 por la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales. La obsesión de Termeyer por dominar el poder de las arañas y su dedicación a esta labor merecen que hoy sea recordado como un visionario Spider-Man de su época.

Por fortuna, conocemos más detalles sobre el intenso trabajo científico que ocupó buena parte de su vida, desde América hasta Italia. Durante la década de 1760, en el Río de la Plata, experimentó con las anguilas eléctricas o gimnotos; la electricidad era el gran misterio científico de moda en el siglo XVIII, con los experimentos de Benjamin Franklin, Luigi Galvani y su esposa Lucia Galeazzi, Alessandro Volta y otros. El interés de Termeyer no era excepcional; antes que él otros misioneros en Sudamérica, incluyendo varios jesuitas, así como exploradores y naturalistas, se habían interesado por el estudio de las propiedades de estas anguilas.

De las anguilas eléctricas a las nuevas especies de insectos

Años más tarde, ya en Italia, Termeyer publicaría los resultados de sus estudios, que posteriormente quedarían recogidos en los cinco volúmenes de sus Opuscoli scientifici d’entomologia, di fisica e d’agricoltura, publicados entre 1807 y 1810. En ellos cubría una amplia variedad de temas, principalmente sobre insectos, arañas y la seda de estas en comparación con la de los gusanos de seda, pero también trató la historia natural de Sudamérica, la yerba mate, los antídotos contra el veneno de víbora o cómo mantener los huevos frescos durante los viajes largos.

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En su obra Opuscoli scientifici d’entomologia, di fisica e d’agricoltura, cubría una amplia variedad de temas, principalmente insectos, arañas y la seda de estas. Crédito: Wikimedia Commons.

Pero en particular y por desgracia, sus conclusiones sobre las anguilas eléctricas fueron del todo desacertadas. Termeyer propuso erróneamente que el fenómeno de los gimnotos y otros peces eléctricos se debía a un tercer fluido diferente a los que enfrentaban a Galvani y Volta, un “fluido gimnótico”; o sea, que la anguila eléctrica, defendía él, no era eléctrica. De todos modos su trabajo en este campo fue ignorado por sus contemporáneos. Tampoco tuvo suerte con las nuevas especies de insectos que describió.

El primer aparato conocido para extraer la seda

Frente a estos fracasos, destaca el éxito por el que merece ser recordado. Termeyer había comenzado a familiarizarse con la seda de araña durante su etapa sudamericana, pero fue en Faenza y después en Milán cuando se entregó intensamente a estos estudios. No era el primero en abordar este empeño: a comienzos del siglo XVIII los franceses Rene-Antoine Ferchault de Reaumur y François Xavier Bon de Saint Hilaire lo habían intentado con el objetivo de encontrar una alternativa a la seda del gusano. Para ello, y como se hacía con los gusanos, hervían los capullos que envolvían los huevos de la araña. Pero con poca fortuna: aunque ambos consiguieron obtener la seda, solo recuperaron cantidades insuficientes, y el problema de la crianza de las arañas a gran escala era que se comían entre ellas. Reaumur concluyó que la seda de araña no tenía interés comercial.

Termeyer conocía los trabajos de ambos, pero no aceptaba sus conclusiones. En su casa de Milán, que transformó en un museo repleto de instrumentos científicos y con una gran colección de insectos, llegó a criar miles de arañas vivas, que mantenía en varillas separadas para que no se devoraran unas a otras. Ideó la forma de extraer la seda directamente de su cuerpo, para lo cual fabricó un aparato compuesto por un corcho y un pequeño yugo metálico que le permitía inmovilizar al animal separando sus patas del abdomen, para evitar que rompiera la seda con ellas. Termeyer mantenía un suministro de carne podrida donde criaban las moscas, que utilizaba como alimento para sus arañas. Al acercarle un insecto, la araña comenzaba a segregar seda, que Termeyer entonces enrollaba alrededor de una bobina. La seda que recogía, escribió, era más brillante y hermosa que la del gusano, tanto que parecía un metal pulido o un espejo.

Termeyer fabricó un aparato compuesto por un corcho y un yugo metálico para inmovilizar las arañas y extraer la seda directamente del cuerpo. Crédito: Wikimedia Commons.

Un redescubrimiento tardío y aún insuficiente

Según una versión de la historia, la seda que cosechaba la entregaba a su pariente y discípula Lucrecia Rasponi, quien se encargaba de tejer con ella guantes y medias. Con estas prendas Termeyer habría obsequiado a algunos de los personajes más prominentes de su época, como Carlos III de España, la emperatriz Catalina II la Grande de Rusia, el rey de Nápoles o el archiduque Fernando de Austria. Incluso las habría regalado a Napoleón, a su esposa Josefina y a su nuera la princesa Augusta de Baviera, a pesar de que la casa del propio Termeyer había quedado arrasada durante la invasión napoleónica de Italia en 1796. Pero frente a esto, el volumen de la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales citado al principio cuenta otra versión: Termeyer solo fabricó un par de medias que envió al rey de España en 1788, rechazando ofertas de compra de otros personajes nobles. Termeyer deseaba que Carlos III adquiriese su museo, y tal vez esto fuera un modo de agasajar al monarca y darse a conocer.

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Algunas de las prendas tejidas con la seda de araña que cosechaba las habría obsequiado a personalidades de la época como Carlos III de España. Crédito: Universidad de Ciencias Agrarias de Suecia.

En cualquier caso, no consta qué fue de estos regalos o si sus destinatarios llegaron a apreciarlos, pero el trabajo de Termeyer sí llegó finalmente a serlo, medio siglo después. En algún momento entre 1810 y 1820 describió sus estudios con la seda de araña en un folleto editado en Milán, cuya única copia conocida de algún modo pasó de mano en mano hasta que en 1866 fue descubierta en una biblioteca de Nueva York por el cirujano del ejército estadounidense Burt Green Wilder. Tres años antes, Wilder había comenzado a trabajar en un artefacto para obtener la seda de araña. Al leer el ejemplar de Termeyer, cuya traducción al inglés publicó, Wilder se sorprendió de lo mucho que se parecía la máquina que él mismo había diseñado y patentado a la inventada antes por el español. Y sobre todo, se asombró también de cómo tanto la obra como su autor habían sido ignorados durante décadas.

Pese al redescubrimiento de Wilder, hoy Termeyer continúa largamente ignorado. Su nombre se omite incluso en algunos de los repasos históricos de la obtención de seda de araña, pese a que su aparato fue el primero que realmente funcionó. Hoy, los científicos continúan persiguiendo el objetivo que obsesionó a aquel hombre araña del siglo XVIII.

Javier Yanes

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