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17 enero 2020

Georges Claude y las luces de neón

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Si la bombilla de Thomas Edison es aún hoy un símbolo internacional de la innovación —y el resultado de una de las grandes hazañas colectivas de la humanidad el siglo XIX—, en la historia de la tecnología hay que reivindicar también a unas de sus herederas: las luces de neón. Fueron el resultado de combinar las últimas novedades de la química y la física de principios del siglo XX, en una ingeniosa mezcla ideada por Georges Claude (24 septiembre 1870 – 23 mayo 1960), que hoy es recordado como “el Edison francés”.

De igual modo que el estadounidense no inventó la bombilla, sino que la convirtió en un dispositivo práctico e hizo viable su comercialización, algo parecido hizo Claude con sus luces de neón, que presentó en el Salón del Automóvil de París de 1910 (celebrado del 3 al 18 de diciembre), adornando la fachada del edificio con dos enormes tubos de neón, de más de 12 metros y una luz rojiza brillante; así deslumbró Georges Claude en la primera demostración pública de su ingenio, tras haber registrado su patente en marzo de aquel mismo año.

Su audacia dio un inesperado uso al neón, un elemento que había sido descubierto muy recientemente. En 1898 William Ramsay y Morris Travers lograron separar el gas neón puro del aire que respiramos. Mientras los químicos celebraban poder añadir el nuevo elemento al grupo de los gases nobles en la Tabla Periódica —bajo el helio, justo en el hueco que le había reservado Mendeléyev—, los físicos empezaron a estudiar sus propiedades usando los tubos de descarga típicos de la época (en los que introducían gases a baja presión). El propio Travers fue el primer enamorado de la luz del neón, que apareció en el tubo al aplicarle una descarga de varios miles de voltios: “El resplandor de la luz carmesí contaba su propia historia y era un espectáculo para detenerse y nunca olvidar.” 

De mera curiosidad a gas útil

Las luces de neón nacieron, por tanto, junto con el descubrimiento de ese nuevo gas noble. Pero durante un tiempo solo se usaron como mera curiosidad —entre otras cosas debido a que el neón era muy escaso—, hasta que Georges Claude entró en esta historia. Claude llevaba tiempo experimentando con gases nobles y además fundó en 1902 una empresa para licuar aire (Air Liquide, que hoy es una de las principales multinacionales productoras de gases). Como subproducto de su método de licuefacción del aire, Claude empezó a producir toneladas y toneladas de gas neón, y además desarrolló un método para purificarlo una vez que ya estaba dentro de un tubo de vidrio sellado. Su segundo invento fue definitivo para que las luces de neón pudieran tener una vida útil aceptable, pues logró evitar la degradación de los electrodos que aplican la descarga en los extremos del tubo.

Primera demostración pública de luces de neon, en el Salón del Automóvil de París (1910). Fuente: Xavier Testelin
Primera demostración pública de luces de neon, en el Salón del Automóvil de París (1910). Fuente: Xavier Testelin

Las patentes de Claude describían tubos de hasta 30 metros de largo, usando instalaciones eléctricas convencionales; y también contemplaban añadir otros gases como el helio, el argón y el vapor de mercurio para conseguir todo tipo de colores diferentes al rojo-neón. Todos los ingredientes estaban ahí, pero el segundo gran negocio de Claude tardó en despegar. En los años 1920 llevó su invento a EEUU y, poco a poco, se empezó a usar en anuncios, que acabaron causando furor en todas sus grandes ciudades. Durante las siguientes décadas, las luces de neón cambiaron la cara de lugares emblemáticos como Times Square en Nueva York o Piccadilly Circus en Londres, convirtiéndose incluso en un complemento típico de la arquitectura art-deco.

El declive y la reinvención

Su popularidad decayó en la segunda mitad del siglo XX en el mundo occidental, pero siguió extendiéndose por las pujantes metrópolis de Japón, Irán o Hong-Kong. Para entonces, a los hogares y oficinas habían comenzado a llegar los tubos fluorescentes (un pariente cercano de las luces de neón) y mucho más adelante los tubos se reconvirtieron en diminutas lámparas para iluminar los televisores de plasma. Esta nueva vida refuerza a las luces de neón como un gran símbolo de la innovación del pasado siglo, ahora que el uso de materiales contaminantes y su alto consumo energético las han convertido en una reliquia y, donde sobreviven, están siendo reemplazados por tubos de LED.

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Las luces de neón siguen siendo protagonistas en el paisaje urbano de Hong Kong. Crédito: Xavier Portela

Claude no vivió para ver el declive y la reinvención de su criatura tecnológica. Falleció en 1960, desprovisto de los honores acumulados por ser “el Edison de Francia”. Acusado de colaboracionismo durante la ocupación nazi de su país, fue condenado a cadena perpetua al final de la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en prisión 6 años y al salir se le reconoció su última contribución a la historia tecnología: una pionera planta piloto en Matanzas (Cuba) para extraer energía limpia del mar, aprovechando la diferencia de temperatura entre la superficie y el fondo del océano.

Francisco Doménech

@fucolin

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