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07 junio 2022

Edward O. Wilson, el controvertido Señor de las Hormigas

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A veces ocurre que de las desgracias surgen grandes obras y carreras; la pintura de Frida Kahlo tal vez no existiría sin el grave accidente de autobús que casi le costó la vida. Podría decirse que esto es solo cosa del arte, y que en la ciencia los personajes son más sustituibles, dado que los descubrimientos acaban llegando. Pero también en la ciencia las adversidades pueden forjar carreras sobresalientes como la de Edward Osborne (E. O.) Wilson (10 de junio de 1929 – 26 de diciembre de 2021), el mayor experto mundial en hormigas, padre de la sociobiología, defensor de la biodiversidad y gran divulgador. Y si a su reciente muerte se ha avivado la controversia por acusaciones de racismo, cabría preguntarse si debemos admirar la persona del autor tanto como su obra, a riesgo de perder muchas de las grandes aportaciones a la humanidad.

El que llegaría a ser conocido como Ant Man, o el Señor de las Hormigas, fue un niño humilde de la América provinciana con pocas expectativas de convertirse en una figura mundial de la ciencia: hijo único en una familia rota, con un padre alcohólico que terminaría con su propia vida. En 1936, a sus siete años, Edward fue enviado a pasar el verano con una familia de acogida en Florida mientras sus padres se divorciaban. Le salvaba de todo ello su pasión por la naturaleza, pero tampoco en esto tuvo suerte: aquel verano tiró demasiado fuerte de su hilo de pesca, y su captura le impactó en la cara. Era un sargo de la especie Lagodon rhomboides, que por allí llaman pinfish, o pez de pinchos. Tiene su apodo bien ganado por las espinas de su aleta dorsal. Y Wilson tuvo el infortunio de que una de ellas le atravesara la pupila derecha.

Los infortunios detrás de Ant Man

“El dolor fue atroz y sufrí durante horas”, escribió en su autobiografía, Naturalist (Island Press, 1994). Sin embargo, continuó pescando. Por razones que él mismo no recordaba bien, su familia de acogida no lo llevó al médico, y fue meses después, de regreso en casa, cuando apareció una catarata debida al traumatismo. La visita al hospital fue entonces inevitable. Pero ya no para salvar el ojo, sino para extirpar el cristalino, en una operación que Wilson definió como “una aterradora experiencia del siglo XIX”, sujeto por alguien sobre una camilla mientras le administraban éter en un cono de gasa sobre la nariz y la boca.

Según el propio Wilson, aquella calamidad determinó en qué tipo de naturalista se convertiría. Perdida la visión de su ojo derecho, en cambio la del izquierdo se reveló especialmente fina, tanto que incluso le permitía contar los pelos de los insectos a simple vista. A ello se unió un segundo infortunio, un defecto seguramente congénito que en la adolescencia le produjo una notable sordera a los sonidos agudos, lo que le impedía escuchar el canto de las aves. Así, medio sordo y tuerto, pero casi con una lupa natural en su único ojo funcional, el objeto de su atención estaba claro: los seres pequeños que no hacen ruido. Como entusiasta entomólogo juvenil, se centró en las moscas, hasta que un último golpe de timón le situó en su camino definitivo. En la 2ª Guerra Mundial había escasez de alfileres para montar los especímenes. En cambio, las hormigas podían conservarse en viales con alcohol. Así pues, finalmente sería la mirmecología. Y E. O. Wilson no fue un mirmecólogo más, sino el mejor del mundo.

De hecho, fueron su empeño y su talento los que le llevaron desde la perspectiva de no poder ingresar en la universidad, porque no podía costeárselo, a terminar aceptado en Harvard para después continuar allí con su doctorado y como profesor. En la década de 1950 comenzó su etapa de naturalista viajero, recolectando hormigas por varios países de América, Oceanía y Asia. En la historia de la ciencia han abundado los científicos que de este modo han ayudado a recopilar el inventario de la vida terrestre, descubriendo innumerables especies nuevas, describiéndolas y clasificándolas. Pero han sido menos los que a partir de ello han logrado algo infinitamente más fundamental, desentrañar el funcionamiento de la naturaleza, como los detectives recogen pistas y pruebas en el escenario del crimen con las que logran reconstruir lo ocurrido. Basándose en sus observaciones como naturalista, Charles Darwin comprendió que la selección natural era el mecanismo esencial de la evolución. Wilson figura entre los grandes herederos de Darwin con el crédito fundacional de su propia rama de la ciencia: la sociobiología, un concepto nacido décadas antes, pero inaugurado oficialmente en 1975 con su obra Sociobiology: The New Synthesis (Harvard University Press).

El nacimiento oficial de la sociobiología

La sociobiología bebió de las fuentes del conocimiento contemporáneo sobre la evolución biológica, junto con los descubrimientos del propio Wilson sobre el comportamiento de los insectos y la organización de sus sociedades. Durante estos estudios, en colaboración con su estudiante Daniel Simberloff y con el ecólogo y matemático Robert MacArthur, Wilson llevó a cabo un famoso experimento que hoy sería inaceptable. Para comprender cómo el aislamiento y el tamaño de un territorio afectaban a su diversidad biológica, los investigadores fumigaron islotes de manglares en los cayos de Florida para exterminar todos los insectos y observar después cómo se repoblaban hasta alcanzar un nuevo equilibrio. 

BBVA-OpenMind-Yanes-EO Wilson 1 Wilson se erigió como uno de los pioneros de la conservación de la biodiversidad y del medioambiente. Crédito: Wikimedia Commons
Wilson se erigió como uno de los pioneros de la conservación de la biodiversidad y del medioambiente. Crédito: Wikimedia Commons

Los resultados dieron pie a un estudio y a un libro (The Theory of Island Biogeography, 1967) considerados fundacionales en ecología. La teoría de la biogeografía isleña desarrollada por Wilson y MacArthur, aunque hoy considerada demasiado simplista, fue recogida por otros científicos como una llamada de atención hacia el riesgo de extinción de especies por el aislamiento progresivo de los reductos de naturaleza entre las tierras ocupadas y transformadas por el ser humano, inspirando la adopción de medidas como los corredores de fauna. En su época de madurez Wilson se erigió como uno de los padres de la biodiversidad y uno de los pioneros de una importante generación de científicos impulsores de la conservación medioambiental, junto a nombres como Paul Ehrlich o Thomas Lovejoy (fallecido también en 2021, un día antes que Wilson). Entre su prolífica obra de divulgación, dos de sus obras ganaron sendos premios Pulitzer, On Human Nature (1979) y The Ants (1991).

Con todos estos mimbres Wilson construyó su mayor legado científico, la sociobiología. Pero también el más controvertido de su carrera. Proponía que el comportamiento individual y social de las especies estaba gobernado esencialmente por lo que describió como una “correa genética” producto de la evolución y de la influencia ambiental sobre ella. Wilson extendía a los vertebrados este principio nacido de sus estudios sobre las sociedades de insectos, para aplicarlo también, en el último capítulo de su libro de 1975, al ser humano. La teoría influyó notablemente en los campos de la antropología, la etología, la sociología y la psicología evolutiva. Pero un sector de la comunidad científica rechazó abiertamente el determinismo genético y el automatismo biológico del comportamiento propugnados por Wilson, juzgando que alimentaba además las ideas eugenésicas, racistas y sexistas. Entre sus mayores críticos estuvo el gran biólogo evolutivo Stephen Jay Gould, a quien en 2011 —Gould había fallecido en 2002— Wilson tildó duramente como un “charlatán” en busca de notoriedad.

Una figura controvertida

Con independencia de lo que ciertos sectores ideológicos hayan podido derivar de sus teorías, y aunque en sus últimos años Wilson se apartó de su visión determinista anterior, su legado es complicado, como lo calificaba en días posteriores a su muerte la científica clínica de la Universidad de California Monica R. McLemore en Scientific American. El artículo de McLemore, afroamericana, fue respondido por una carta abierta de rechazo encabezada por el bloguero de ciencia Razib Khan, a quien se ha vinculado con movimientos racistas. En una entrevista con The Harvard Gazette en 2014, Wilson lamentaba que sus ideas se hubieran tergiversado para promover el racismo y el sexismo. “Intenté ser cauto”, decía. “Debí haber sido más cuidadoso políticamente, diciendo que esto no implicaba racismo ni sexismo”. 

Wilson, padre de la sociobiología, figura entre los grandes herederos de Darwin. Crédito: Wikimedia Commons

Pero recientemente dos parejas de investigadores han descubierto una serie de cartas de Wilson a J. Philippe Rushton, un psicólogo canadiense conocido por su apoyo a la eugenesia y por defender la existencia de diferencias intelectuales, de personalidad y conducta sexual entre las razas debidas a factores genéticos, y cuyos estudios clave fueron retractados. En su correspondencia, Wilson elogiaba el trabajo de Rushton, y llegaba a lamentar que a él mismo la cultura dominante, “un revival izquierdista del macartismo”, le impidiera hablar con más libertad. Cuando el trabajo de Rushton fue puesto en la picota por su universidad, Wilson envió cartas de apoyo y trató de recabar adhesiones de una asociación académica conservadora. En 2014 Wilson alabó el libro del periodista Nicholas Wade A Troublesome Inheritance: Genes, Race and Human History, acusado de racismo y pseudociencia.

La reacción de la comunidad científica a estas nuevas revelaciones ha sido ambivalente. Los descubridores de estos documentos sugieren que el mirmecólogo cuidaba su imagen pública moderando su discurso respecto a lo que realmente pensaba; otros sugieren que se está exagerando su significado. Es posible que la imagen del Señor de las Hormigas llegue a deteriorarse en los años venideros. Al menos hay una parte de su legado que nunca quedará empañada, su impulso fundamental a la conservación de la naturaleza.

Javier Yanes

@yanes68 

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