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18 octubre 2019

Alfred Nobel, el padre de los premios

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Cada mes de octubre, un puñado de personajes quedan elevados a una categoría que los distingue del resto de los mortales: los laureados con el Premio Nobel. Los galardones suecos no son los de mayor dotación económica, ni suelen ser la referencia para descubrir las investigaciones científicas actuales más rompedoras. También reciben su buena ración de varapalos: The Atlantic los acusaba de “distorsionar la naturaleza del empeño científico, reescribir su historia y olvidar a muchos de sus más importantes contribuyentes”. Pero no existen otros que los igualen en prestigio. Y aunque pocos ignoran la existencia de los Premios Nobel, sorprende saber que su fundador no fue tenido en vida precisamente por un benefactor de la humanidad, sino más bien lo contrario.

Retrato de Alfred Nobel. Fuente: Wikimedia

Al sueco Alfred Nobel (21 de octubre de 1833 – 10 de diciembre de 1896) le vino por herencia familiar un curioso interés: los explosivos. Su padre, el ingeniero Immanuel Nobel, experimentaba con estas sustancias por su utilidad para los trabajos de construcción, pero la mala fortuna con los negocios le llevó a la quiebra justo el año en que nacía su hijo Alfred. En busca de nuevos horizontes, Immanuel emigró a San Petersburgo, donde encontró un filón en el diseño de minas navales para el zar de Rusia. Así, el rumbo de Alfred y sus tres hermanos ya estaba marcado.

Investigador del potencial de la nitroglicerina

Tras estudiar en Rusia con tutores privados, Alfred fue enviado al extranjero para formarse como ingeniero químico. Durante su estancia en París en el laboratorio del químico Théophile-Jules Pelouze, conoció al italiano Ascanio Sobrero, que tres años antes había inventado la nitroglicerina. Sobrero estaba horrorizado por su propia invención, que consideraba del todo inútil por su peligrosidad y su difícil manejo. Sin embargo, a Nobel le tentó esta sustancia, más explosiva que la pólvora, y decidió investigar mezclas y dispositivos para poder aprovechar su potencial.

A lo largo de este camino, Nobel alternó los éxitos con los sinsabores. Entre los primeros, la invención de la espoleta y otras muchas patentes. Entre los segundos, las explosiones que costaron la vida a varias personas — incluyendo a su hermano Emil en 1864— y que llevaron al gobierno sueco a prohibir estos experimentos en la ciudad de Estocolmo. Esto, a su vez, llevó a Nobel a situar su taller en una barcaza sobre el lago Mälaren.

Interior del laboratorio Alfred Nobel, en el Museo Nobel en Karlskoga, Suecia. Crédito: Banza52

Mientras, el negocio de armamento de su familia lidiaba con los altibajos propios de la alternancia entre tiempos de guerra y paz. Y los dos hermanos mayores encontraron su propio nicho en la explotación de petróleo en el sur de Rusia.

Fue por entonces cuando Nobel obtuvo el mayor de sus logros: mezclando la nitroglicerina con tierra de diatomeas creó una pasta más estable y manejable, que en 1867 patentó bajo el nombre de dinamita. Más adelante llegaría la gelignita, una sustancia gelatinosa aún más potente y segura, junto con otros productos como la balistita. Los explosivos creados por Nobel se extendieron rápidamente por todo el mundo y aportaron grandes beneficios a la ingeniería y la minería. Pero inevitablemente, también se emplearon de forma intensiva con fines bélicos. Y Nobel no era ni mucho menos ajeno a estos intereses: en los últimos años de su vida dedicó la mayor parte de su esfuerzo al desarrollo de armamento y munición.

El mercader de la muerte

Fue por ello que, en vida, Alfred Nobel llegó a forjarse una reputación muy diferente de la que hoy adorna sus premios. En su correspondencia con la autora y pacifista austríaca Bertha von Suttner, Nobel defendía su postura alegando que pretendía inventar el arma definitiva para poner fin a todas las guerras. Pero su discurso no convenció. Se dice que, cuando en 1888 murió su hermano Ludvig, un periódico francés que confundió la identidad del fallecido con la de Alfred publicó un obituario titulado: “Ha muerto el mercader de la muerte”. Y que a Nobel este resumen de su legado le produjo un efecto devastador.

Carta de Alfred Nobel a Bertha von Suttner. Fuente: Wikimedia

No parece claro si la historia es cierta o solo una leyenda. Pero cuando en su testamento Nobel decidió destinar su fortuna a instituir los galardones que hoy conocemos, a muchos les sorprendió sobre todo el premio dedicado a la paz. Si fue la influencia de Von Suttner o la del presunto titular, es algo que Nobel se llevó a la tumba. Pero si buscaba que la posteridad asociara su nombre más al beneficio de la humanidad que a la guerra, no cabe duda de que lo consiguió con creces.

Javier Yanes

@yanes68

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