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30 octubre 2017

¿Qué ocurre cuando morimos?

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Los diccionarios suelen definir la muerte como el fin de la vida o el cese permanente de los procesos vitales. Pero ¿sabemos exactamente cuándo ocurre esto? Al indagar en la situación exacta de esa frontera, descubrimos que el progreso científico la ha convertido en un territorio nebuloso, con evidentes repercusiones legales e implicaciones en campos como la donación de órganos.

Tradicionalmente se ha determinado el fin de la vida con la parada del corazón y de la respiración, la muerte cardiopulmonar. Sin embargo, las técnicas de resucitación han difuminado este límite. En los años 50 comenzó a introducirse en la práctica clínica el concepto de muerte cerebral. El hecho de que los sistemas de soporte vital permitan mantener artificialmente la circulación sanguínea sin actividad cerebral, pero no lo contrario, ha motivado que hoy “exista un amplio consenso, al menos en el mundo occidental, de que la muerte humana es en último término la muerte del cerebro”, según Giuseppe Citerio, profesor de Anestesia y Cuidados Intensivos de la Universidad Bicocca de Milán (Italia).

La postura de muchos expertos se resume en contemplar la muerte no como un evento, sino como un proceso. Crédito: Orf3us
La postura de muchos expertos se resume en contemplar la muerte no como un evento, sino como un proceso. Crédito: Orf3us

Pero el caso no está cerrado. Como señalaba Citerio con ocasión de la conferencia anual Euroanaesthesia, celebrada el pasado junio en Ginebra (Suiza), la muerte cerebral aún carece de una definición universal, a pesar del esfuerzo de la Organización Mundial de la Salud por desarrollar unos criterios precisos. “Muchas de las controversias que rodean la determinación de la muerte por criterios neurológicos aún no se han resuelto”, decía Citerio.

Hoy la postura de muchos expertos se resume en contemplar la muerte no como un evento, sino como un proceso. Pero incluso con esta definición más amplia, se trata de un proceso caracterizado por numerosos fenómenos inusuales que los científicos aún están intentando comprender.

Experiencias cercanas a la muerte

Uno de estos fenómenos es lo que se conoce como Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM). Muchas personas a las que se ha practicado reanimación cardiopulmonar relatan sensaciones comunes, como un túnel, una luz brillante y una desconexión del cuerpo. Los científicos apuntan que las ECM tienen un probable origen en cambios neurológicos. Según cuenta a OpenMind la neuropsicóloga Charlotte Martial, del Grupo de Ciencias del Coma de la Universidad de Lieja (Bélgica), la estimulación de ciertas áreas cerebrales puede ocasionar sensaciones extracorpóreas por una deficiente integración sensorial. Sin embargo, prosigue Martial, “este fenómeno es muy complejo y probablemente depende de varias causas”.

Muchas personas a las que se ha practicado reanimación relatan sensaciones comunes, como un túnel o una luz brillante. Crédito: MK1_FIESTA

Curiosamente, y aunque luces o túneles suelen ser elementos frecuentes en las narraciones de ECM, un estudio reciente de Martial, comparando más de 150 testimonios, sugiere que no existe una secuencia común. Y dado que todos los participantes en el estudio eran francófonos, tampoco se sabe en qué medida las sensaciones relatadas pueden venir condicionadas por factores culturales. “Algunos estudios muestran que no hay túnel en los testimonios indios, pero otros no han encontrado diferencias entre culturas”, dice Martial. “Necesitamos más investigación”, concluye. Con este fin, la investigadora está interesada en recibir relatos de ECM en la dirección de correo electrónico coma@chu.ulg.ac.be.

Cada muerte es distinta

Pero una vez que han terminado las sensaciones, tampoco parece claro que el cerebro haya dicho su última palabra. El pasado marzo, investigadores de la Universidad del Oeste de Ontario (Canadá) publicaban un estudio en el que detallaban los registros de la actividad cerebral de cuatro pacientes terminales durante 30 minutos antes y otros 30 después de retirarles el soporte vital. Una conclusión interesante es que cada muerte es distinta, ya que los electroencefalogramas (EEG) no revelaron un patrón común. Pero la sorpresa fue que uno de los sujetos continuó mostrando actividad cerebral más de 10 minutos después del momento de la muerte, en concreto ondas delta, normalmente asociadas al sueño profundo.

No es el único caso en que se ha registrado actividad cerebral después de la muerte. En 2011, investigadores de la Universidad de Radboud (Holanda) observaban que las ratas producían un súbito pico final de actividad cerebral un minuto después de su decapitación. Los científicos definían este brote como “la última frontera entre la vida y la muerte”. Sin embargo, el efecto descrito en el paciente canadiense fue diferente y mucho más prolongado, sin que los investigadores hayan podido aún explicarlo.

Más extraño es el fenómeno descrito por el microbiólogo de la Universidad de Washington (EEUU) Peter Anthony Noble. Cuando estudió la actividad de los genes durante la muerte de ratones y peces cebra, descubrió con sorpresa que más de mil genes despiertan cuando ha terminado la vida del animal –incluyendo algunos que se silencian tras el desarrollo embrionario– y permanecen activos hasta cuatro días después de la muerte.

El Proyecto ReAnima explorar la posibilidad de restaurar el sistema nervioso central con medicina regenerativa y estimulación cerebral. Fuente: Pxhere
El Proyecto ReAnima explorar la posibilidad de restaurar el sistema nervioso central con medicina regenerativa y estimulación cerebral. Fuente: Pxhere

El significado de este llamado tanatotranscriptoma aún es oscuro. Según explica Noble a OpenMind, la activación de estos genes podría ser parte del proceso de desintegración espontánea del organismo. Sin embargo, existe una posibilidad más inquietante, y es que sea la lucha del cuerpo que trata de no morir. “Podría proponerse que algunas de estas rutas hayan evolucionado para favorecer la cicatrización o la resucitación después de un daño grave, lo que sería una posible ventaja adaptativa”, dice Noble. De hecho, añade, muchos de esos genes están relacionados con procesos como la respuesta a la inflamación.

¿Cabría preguntarse entonces si, además de la muerte cerebral y de la cardiopulmonar, existe también una muerte molecular del organismo? “Es una cuestión interesante”, apunta Noble. “Hay una definición molecular de la muerte de la célula, pero la definición molecular de la muerte de un organismo es incierta”.

Ni siquiera es descartable que en el futuro la definición de la muerte se vuelva aún más borrosa. La compañía Bioquark, radicada en Filadelfia (EEUU), pretende abordar la reanimación de pacientes en coma profundo e irreversible (equivalente a la muerte cerebral) que permanecen en soporte cardiopulmonar y alimentario. El objetivo del Proyecto ReAnima, según resume a OpenMind el CEO de Bioquark, Ira Pastor, es explorar la posibilidad de “restaurar la forma y la función del sistema nervioso central” mediante una combinación de medicina regenerativa y estimulación cerebral.

A la espera de que proyectos como el de Bioquark se acerquen a hacer reversible lo que hoy no lo es, al menos podemos aferrarnos a un consuelo: un reciente estudio de la Universidad de Carolina del Norte (EEUU) descubre que los últimos mensajes de enfermos terminales y de condenados a muerte son más esperanzadores de lo que cabría esperar. Son, de hecho, más positivos que los textos escritos por voluntarios imaginándose en esas situaciones. “Pienso que nos figuramos nuestros últimos momentos de forma incorrecta”, dice a OpenMind el director del estudio, el psicólogo Kurt Gray; “el encuentro con la Parca puede no ser tan lúgubre como parece”.

Javier Yanes

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