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23 diciembre 2019

Parásitos extremos: los hackers de la naturaleza

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Aunque los parásitos tengan tan mala fama que los humanos hemos convertido su categoría en un insulto, lo cierto es que el parasitismo es un éxito de la evolución: a diferencia de la depredación, permite a muchas especies obtener los recursos que necesitan de otras, generalmente más grandes y sin matarlas. Pero algunos de estos organismos alcanzan tal grado de sofisticación en sus estrategias de supervivencia que casi llegan a hacer de esta forma de vida todo un arte de la naturaleza, en muchos casos hackeando incluso el comportamiento de sus hospedadores para adaptarlo a sus propios intereses.

El hongo que convierte a las hormigas en zombis

Entre los parásitos capaces de alterar la conducta de sus huéspedes, uno de los casos más conocidos es el del hongo Ophiocordyceps unilateralis, descubierto en 1859 en Indonesia por el coautor de la teoría de la evolución Alfred Russell Wallace, pero cuya asombrosa estrategia de supervivencia se ha conocido más recientemente.

Cuando una espora de este hongo infecta a una hormiga, comienza a crecer en su interior, devorando sus tejidos. La infección hace que el insecto abandone las copas de los árboles en las que vive y baje cerca del suelo, donde muerde fuertemente una hoja antes de morir. Un estudio reciente ha descubierto que el hongo coloniza los músculos de la mandíbula, contrayéndolos en ese mordisco del que la hormiga ya no podrá liberarse. Así, el parásito mantiene a su huésped clavado al lugar donde la temperatura y la humedad son las óptimas para su propio crecimiento. Por último, el hongo crece a través de la cabeza del insecto para producir más esporas y esparcirlas al aire en busca de nuevas víctimas.

El gusano que obliga al saltamontes a ahogarse

Otro ejemplo de manipuladores del comportamiento lo tenemos en ciertos gusanos nematomorfos como Paragordius tricuspidatus o Spinochordodes tellinii. Son animales de vida libre que habitan en el agua y alcanzan unos 10 centímetros de longitud, pero sus larvas microscópicas son parásitas de grillos y saltamontes. Cuando uno de estos insectos ingiere los huevos, el gusano se desarrolla en su interior sin matarlo, modificando su conducta de modo que lo hace arrojarse al agua. Allí el gusano adulto emerge de su huésped para nadar libremente, mientras que el insecto suele morir ahogado. Los estudios indican que el parásito produce ciertas moléculas que modifican el funcionamiento del sistema nervioso de su hospedador.

El caracol que sirve de cebo para los pájaros

El Leucochloridium paradoxum convierte los tentáculos del caracol en gruesos tubos palpitantes de vivos colores. Crédito: Eveline van der Jagt

El de Leucochloridium paradoxum es otro caso digno de una película de invasiones alienígenas. Este gusano plano, o platelminto, se desarrolla en el tubo digestivo de las aves, que excretan los huevos junto con sus heces. Pero para completar su ciclo de vida, el parásito necesita un huésped intermedio, un caracol. El molusco ingiere casualmente los huevos del gusano, que eclosionan en su interior hasta formar una fase denominada esporocisto. Este crece en largos sacos hinchados que contienen numerosos individuos. Los sacos entonces invaden los tentáculos en cuyos extremos se encuentran los ojos del caracol, de modo que convierten estos apéndices en gruesos tubos palpitantes de vivos colores que para un pájaro tienen el aspecto de larvas u orugas. Al mismo tiempo, la visión de los caracoles resulta afectada, por lo que se exponen con más facilidad en lugares abiertos. Cuando un ave divisa lo que parecen apetitosas orugas, se lanza a devorar el caracol, y así el parásito consigue introducirse de nuevo en el huésped en cuyo sistema digestivo volverá a reproducirse.

La mosca que se transforma en una batería de cañones

Las esporas del hongo Entomophthora muscae salen despedidas a unos 10 metros por segundo. Crédito: NobbiP

El hongo Entomophthora muscae hace honor a la traducción de su nombre, “destructor de moscas”, y forma parte también de la legión de parásitos que han aprendido a manipular las mentes de sus hospedadores para sus propios intereses. Cuando una mosca doméstica tiene la mala fortuna de resultar infectada por una espora del hongo, este comienza a crecer en su interior, digiriendo sus órganos y tomando el control de su cerebro. El insecto así hackeado siente el irresistible impulso de posarse y trepar hasta el lugar más elevado que puede, donde muere mientras los tallos que contienen las esporas del hongo se abren paso a través de su cuerpo. Estas estructuras actúan como una batería de cañones que funcionan por agua a presión. Un estudio utilizando cámaras de alta velocidad ha calculado que las esporas salen despedidas a unos 10 metros por segundo (36 km/h). Según los científicos, estas descargas de esporas de ciertos hongos alcanzan las mayores velocidades observadas en la naturaleza en relación al tamaño del organismo.

La avispa que parasita a otra avispa parásita

Ciclos de vida de una avispa de agallas (rosa) y de la “guardiana de la cripta” (verde). Crédito: The Royal Society

Rizando el rizo del parasitismo, la pequeña avispa Euderus set, descubierta en 2017 y conocida como la “guardiana de la cripta” (crypt-keeper), se aprovecha de las avispas de otra especie que a su vez son parásitas de las plantas. Todo comienza cuando la avispa de las agallas Bassettia pallida, de unos 2 milímetros, inyecta sus huevos en el tejido de un roble, creando una agalla. Normalmente, las larvas de este insecto maduran hasta que el adulto puede masticar para escapar de la agalla. Pero cuando por allí aparece una guardiana de la cripta, algo ocurre: esta avispa pone sus huevos en la agalla ya ocupada por las B. pallida. Por un mecanismo aún desconocido, sus larvas consiguen que las B. pallida adultas excaven agujeros demasiado pequeños por los que no pueden salir, quedando atrapadas con la cabeza atascada en el orificio. La larva de E. set se alimenta entonces del cuerpo de su presa, hasta que, ya transformada en adulta, se abre camino al exterior masticando la cabeza que tapona la salida.

La planta que atrae a parásitos de sus atacantes

La avispa de la especie Diprion pini, pone sus huevos en las agujas del pino silvestre. Crédito: Beentree

En otra curiosa variante, se da el caso de ciertas plantas que son capaces de influir sobre el comportamiento de un parásito para librarse del ataque de una molesta plaga. La llamada mosca sierra del pino, en realidad una avispa de la especie Diprion pini, pone sus huevos en las agujas del pino silvestre, causando daños a estos árboles cuando las larvas se alimentan de las hojas en las que nacen. Sin embargo, la planta posee un insólito mecanismo de defensa: un compuesto que recubre los huevos del insecto induce al árbol a segregar una sustancia volátil que atrae a la avispa Chrysonotomyia ruforum, la cual parasita los huevos de D. pini, ayudando así al pino a combatir a sus atacantes.

Javier Yanes

@yanes68

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