Aunque los científicos aún debaten si es técnicamente correcto decir que estamos inmersos en la sexta gran extinción terrestre —una que pueda compararse en términos similares a las cinco extinciones en masa que marcaron los periodos de la historia del planeta—, nadie cuestiona que asistimos a una acelerada sangría de especies causada esencialmente por la actividad humana. “La pérdida de biodiversidad es una herida amenazante y sangrante en la pierna que se ha tratado con un toquecito de un pañuelo de papel”, dice a OpenMind Corey Bradshaw, ecólogo de la Universidad Flinders de Australia. Para abordar este problema, en 2011 la ONU declaró el comienzo de la Década de la Biodiversidad, una iniciativa a diez años destinada a combatir la pérdida de especies y riqueza biológica, y que concluye en este 2020.
Las cifras de esta grave herida planetaria son alarmantes. En 2018 el informe Living Planet Report de la organización ecologista WWF estimaba que desde 1970 las poblaciones de las especies de vertebrados han sufrido una reducción media del 60%, de entre las 16.704 poblaciones de las 4.005 especies analizadas. Obviamente se trata de una cifra promedio, lo que indica que para algunas especies la pérdida ha sido aún mayor. Según WWF, el descenso es especialmente acusado en las especies tropicales, sobre todo en América Central y del Sur, con un 89%, así como en los animales de agua dulce, con un 83%. Otro estudio de 2017 descubría que, de la mitad de todos los vertebrados conocidos, el 32% están en peligroso descenso, algo que se aplica a las 177 especies de mamíferos estudiadas. “No, no hemos avanzado nada en detener la pérdida global de biodiversidad”, resume Bradshaw.
Naturaleza en declive
La propia ONU alerta de lo poco o nada conseguido en la última década, a pesar del Fin de la Década de la Biodiversidad de la ONU: ¿qué se ha conseguido?a iniciativa específica. En 2019 la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios a los Ecosistemas (IPBES), el organismo de la ONU para la biodiversidad equivalente al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), alertaba en el informe más exhaustivo elaborado sobre la materia de que “la naturaleza está en declive global a un ritmo sin precedentes en la historia humana, y el ritmo de extinción de especies está acelerando”. Cada año perdemos numerosas especies, y hasta un millón están amenazadas de extinción. Según el presidente del IPBES, Sir Robert Watson, “la salud de los ecosistemas de los que dependemos nosotros y el resto de las especies se está deteriorando más rápidamente que nunca. Estamos erosionando en todo el mundo los propios cimientos de nuestra economía, sustento, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida”.
“Sabemos que muchos de los objetivos del Plan Estratégico de Biodiversidad 2011-2020 no se alcanzarán”, resume a OpenMind Elizabeth Mrema, directora de la división jurídica del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) y actualmente secretaria ejecutiva interina de la secretaría del Convenio de Diversidad Biológica (CBD). Los objetivos a los que Mrema se refiere son los 20 definidos en la 10ª Conferencia de las Partes celebrada en 2010 en Aichi (Japón), y que cubren el estudio de los factores causantes de la pérdida de biodiversidad, su divulgación y su mitigación para detener la sangría de especies y promover la salud de los ecosistemas, sus beneficios y sus usos sostenibles.
Objetivos aún alcanzables
Para Mrema, las causas de este fracaso son diversas y complejas, pero tienen un resumen conciso: “En general, los esfuerzos dedicados a alcanzar los objetivos no han sido suficientes”. La responsable del CBD alega que muchos países se han retrasado en la implantación del plan para encajarlo en sus respectivas estrategias nacionales, y que han intervenido otras fuerzas no directamente relacionadas con el propio CBD. Por otra parte, reconoce también las debilidades del propio plan al no establecer claramente las líneas de partida para evaluar los progresos, o al demorarse en la creación de los indicadores necesarios. “Pero a pesar de estas limitaciones, está sobradamente claro que el mundo no ha alcanzado los objetivos de biodiversidad de Aichi, excepto por unos pocos”, apunta Mrema.
Al menos, esos pocos merecen también mencionarse. La responsable del CBD espera que el acelerón final antes de que termine este 2020 aún consiga recuperar algo del tiempo perdido y cumplir con alguna de las metas, como el objetivo 11 de Aichi, que establece la protección de al menos el 17% de las aguas interiores y el 10% de las áreas costeras y marinas. Mrema confía en que esta última cifra pueda alcanzarse antes de final de año. “Ya estamos en el 7,5% para llegar al objetivo, y muchos países están haciendo esfuerzos para asegurarnos de llegar a ello antes de que el año acabe”.
Sin embargo y después de la indispensable autocrítica, lo importante es mirar hacia delante. Y con el fin de la Década de la Biodiversidad los esfuerzos no se detienen, sino que al contrario, se redoblan a partir de lo aprendido. En enero la secretaría del CBD publicó el borrador del Marco Global de Biodiversidad post-2020, que servirá como guía para las próximas décadas y que comenzó a negociarse en febrero en Roma. En octubre se llevará a la 15ª Conferencia de las Partes que se celebrará en Kunming (China).
La teoría del cambio
Pero para llegar a la visión de UNEP para 2050, “vivir en armonía con la naturaleza”, en el camino se interponen serios escollos que no van a desaparecer sin cambios fundamentales. “Podemos decir que las causas de la pérdida de biodiversidad están enraizadas en los patrones de nuestras economías, y fuerzas y conductas que llevan indirectamente a las causas directas de esta pérdida, como el cambio climático, la contaminación, el cambio en los usos de la tierra y las especies invasoras”, enumera Mrema. A lo que Bradshaw añade otro factor: “Una masiva población humana en crecimiento para el futuro que podemos prever”.
Así, el aspecto clave que destaca la responsable del CBD es que la pérdida de biodiversidad no se detendrá si este objetivo no se integra en el núcleo del funcionamiento de nuestra economía. Por ello, el nuevo plan post-2020 se basa en una “teoría del cambio”: “Proporciona un marco que posibilita cambios transformacionales mediante la movilización de sectores como la agricultura, los bosques, la pesca, la empresa, los pueblos indígenas y las comunidades locales, la mujer, la juventud y la sociedad civil”. Mrema subraya la importancia de que incluso instituciones como el Foro Económico Mundial estén reconociendo ahora que “la pérdida de biodiversidad es un riesgo para los negocios”. Como señala Bradshaw, el foco debe desplazarse de la ganancia a corto plazo a los beneficios a largo plazo.
Por todo ello, Mrema cree que hay motivos para confiar en que el futuro pueda reconducirse. La responsable del CBD aprecia una preocupación creciente en la sociedad por los problemas medioambientales, sobre todo entre la gente más joven. “Podemos confiar en que se logrará un acuerdo fuerte y ambicioso, porque muchos lo piden. Y muchos reconocen que los beneficios de este acuerdo son muy amplios”.
Comentarios sobre esta publicación