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24 mayo 2019

El linaje humano crece y se complica: del “eslabón perdido” al árbol y a la red

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En el siglo XIX, cuando comenzó a comprenderse que el ser humano era una especie surgida como las demás de un proceso de evolución biológica, una expresión se abrió paso: el “eslabón perdido”, el hombre-mono que debía conectar al Homo sapiens con los simios; como un cromo que faltaba por pegar en nuestro álbum familiar. Cuando Eugène Dubois descubrió los restos del Hombre de Java, una especie extinta a la que denominó Anthropopithecus erectus (después Pithecanthropus erectus, hoy Homo erectus), este paleoantropólogo holandés no tardó en anunciar al mundo que había descubierto por fin el eslabón perdido.

Cuando Eugène Dubois descubrió los restos del Hombre de Java, lo presentó al mundo como el eslabón perdido. Crédito: J. H. McGREGOR

La proclama de Dubois ya fue discutida en su momento, pero hasta nuestros días ha perdurado una imagen: una ordenada fila india que muestra una evolución desde los monos hasta el Homo sapiens, como si los primeros fueran seres a medio hacer. Cuando el pasado diciembre la revista PaleoAnthropology publicaba una serie completa de estudios sobre el Australopithecus sediba, un homínido africano descrito en 2010, varios medios lanzaron titulares anunciando que se había hallado el “eslabón perdido. El principal autor del hallazgo, Lee Berger, de la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), tuvo que publicar una nota de prensa aclarando que ni el sediba es el eslabón perdido, ni tal eslabón existe.

“Lo de eslabón perdido debería evitarse”, apunta a OpenMind Scott Williams, de la Universidad de Nueva York, uno de los investigadores del sediba y coeditor del número dedicado a esta especie. Según Williams, a los propios científicos les costó mucho apartarse de la scala naturae o cadena de los seres, la idea greco-medieval de que la naturaleza está organizada en una jerarquía lineal, desde los minerales hasta los humanos.

El linaje humano, un árbol frondoso

Fue en el siglo XX cuando el concepto comenzó a abandonarse, no sin que antes se reclamara el título del famoso eslabón para otras especies como Homo habilis o Australopithecus afarensis (la célebre Lucy), e incluso para algunos fraudes bien orquestados como el Hombre de Piltdown. Pero entonces empezaba a revelarse que el linaje humano no era una fila india, sino “un árbol frondoso, y cada vez más”, en palabras de Brian Villmoare, de la Universidad de Nevada en Las Vegas. Los hallazgos recientes han elevado la familia humana a unas 25 especies que vivieron en los últimos seis o siete millones de años. Tan complejo se ha vuelto el panorama que el genetista evolutivo Mark Thomas ha llegado a asemejarlo al mundo que imaginó J. R. R. Tolkien en El señor de los anillos.

A esta complejidad se añade que, según Williams, “aunque es teóricamente posible descubrir ancestros directos de especies vivas, es extremadamente improbable”. Por ello, hoy los investigadores tienden a definir las especies como “grupos hermanos”, linajes que comparten un ancestro común, como los humanos modernos y los neandertales. “Nuestros esfuerzos deberían dedicarse más a testar hipótesis sobre relaciones hermanas que sobre relaciones ancestro-descendiente”, añade Williams. “En nuestra introducción al número especial, somos muy cuidadosos en hablar del A. sediba como el posible grupo hermano del género Homo, no su antecesor”.

Reconstrucción facial de Australopithecus sediba. Crédito: Cicero Moraes et alii

Este enfoque es especialmente oportuno cuando los nuevos hallazgos rompen los esquemas clásicos sobre cómo y dónde se relacionaban las especies extintas de la familia humana. Tradicionalmente se situaban en África Oriental los miembros más primitivos como los australopitecos, datados entre tres y cuatro millones de años atrás. Otros de rasgos más modernos, como el H. erectus, habrían emigrado más tarde desde África hacia Eurasia, para ser posteriormente reemplazados por el sapiens africano.

Pero el sediba es una de las especies que han sacudido este esquema, rejuveneciendo la supervivencia de su género hasta los dos millones de años. Por su parte, el H. naledi, un humano arcaico, extendió nuestro género hacia el sur de África, pero al mismo tiempo un hallazgo coprotagonizado por Villmoare empujó el origen de los Homo hasta 2,8 millones de años atrás. Aún más inesperado, en 2017 un estudio describió los restos más antiguos de H. sapiens, de 300.000 años de edad, pero no en el este ni el sur de África, sino en Marruecos.

El misterio de los denisovanos

Fuera de África, tampoco el panorama es diáfano. Aún colea el misterio de los denisovanos, una población cuyos primeros restos se hallaron en una cueva de Siberia en 2008 y que tuvo la novedad de describirse por su secuencia de ADN. Los denisovanos han sido calificados como los neandertales asiáticos, ya que fueron también contemporáneos de los sapiens. Sin embargo, aún no han recibido el estatus formal de especie. Según cuenta a OpenMind Bence Viola, de la Universidad de Toronto (Canadá) y coautor del reciente hallazgo de un fragmento de cráneo de denisovano, “el mayor problema es toda la cuestión de qué es una especie”. “Pero por supuesto los nuevos fósiles son muy informativos, y en mi opinión refuerzan el argumento de que eran una población separada y probablemente muy extendida por Asia”.

Reconstrucción facial forense arqueológica del homo floresiensis. Crédito: Cicero Moraes et alii

También en Asia, el H. floresiensis —conocido como el hobbit— fue un diminuto humano de rasgos primitivos que vivió en la isla de Flores (Indonesia) hasta hace menos de 100.000 años. Recientemente se ha descrito otra especie, H. luzonensis, que habitó en Filipinas hace solo 67.000 años. “Seguimos constatando que hace unos pocos miles de años el H. sapiens definitivamente no estaba solo en la Tierra”, dice a OpenMind el coautor principal del estudio, Florent Détroit, del Museo Nacional de Historia Natural de París. “Claramente, el escenario era mucho más complejo que simplemente el H. sapiens reemplazando al H. erectus”.

Nuevas dataciones

Y podría serlo aún más. Darren Curnoe, de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), descubrió en China los restos óseos de humanos arcaicos a los que denomina el pueblo de la cueva del ciervo rojo, más parecidos al H. erectus que al sapiens. Inicialmente Curnoe y sus colaboradores dataron estos restos en solo 14.000 años de antigüedad, pero sus estudios más recientes indican que probablemente son bastante más antiguos, “quizá en el rango de 177.000 a 112.000 años”, cuenta a OpenMind.

Cráneo parcial encontrado en la cueva Longlin en la región de Guangxi Zhuang de China. Crédito: Curnoe, D.; Xueping, J.; Herries, A. I. R.; Kanning, B.; Taçon, P. S. C.; Zhende, B.; Fink, D.; Yunsheng, Z.

De hecho, Curnoe teme que algunos de los enigmas hoy planteados se deban a una datación incorrecta: “Creo que muchos paleoantropólogos no están prestando la debida atención a la datación de los yacimientos y de los restos humanos que encuentran”, afirma. Curnoe es especialmente crítico con dataciones como las de H. naledi o H. luzonensis, e incluso ha cuestionado el estatus de este último como especie.

Pero si nuevas dataciones pueden clarificar el álbum familiar humano, otros hallazgos en cambio contribuyen a embrollarlo aún más. En los últimos años se ha descubierto que sapiens, denisovanos y neandertales tuvieron descendencia común entre ellos. Del eslabón perdido hemos pasado al árbol evolutivo, pero hoy ya ni siquiera este esquema parece válido; más bien estamos ante una red con múltiples conexiones que se entrecruzan, como en una prehistórica internet de la evolución humana.

 

Javier Yanes

@yanes68

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